Traducido para Rebelión por J. M. y revisado por Caty R.
Cada vez es más evidente que la ruptura entre Israel y el judaísmo de la diáspora, particularmente en su variedad americana, se está acercando rápidamente. La razón de esto es que Israel va lenta, pero inexorablemente, hacia una teocracia conservadora, mientras que la diáspora, en gran parte, está ubicada en la democracia liberal.
La estrategia del campamento «pro-Israel» entre organizaciones judías americanas y expertos neoconservadores ha sido, hasta ahora, la evitación de hechos desagradables, junto con desafortunadas insinuaciones acerca de la lealtad de aquellos que insisten en tomarlos en serio. Sin embargo, la negación puede funcionar sólo en el corto plazo, y sólo con una población judía americana que se identifica estrechamente con Israel y se relaciona con todas las amenazas de un nuevo Holocausto. Estas condiciones, al igual que la generación que las sustentaba, no son mucho en este mundo. Una vez que esta franja generacional se vaya, la verdad resultará inevitable y será demasiado tarde para continuar negando.
Israel no es una democracia, y nunca lo ha sido con respecto a los cuatro millones de árabes de Cisjordania y Gaza. Siempre ha sido una democracia decididamente imperfecta para sus propios ciudadanos árabes. Últimamente se está volviendo cada vez manos democrático con respecto a los derechos de su población judía. Por razones de demografía, el cuerpo político israelí está cada vez más dominado por judíos ortodoxos por un lado, y por el otro de nacionalistas laicos, muchos provenientes de familias que emigraron de Rusia. Ninguno de los grupos demuestra un interés intrínseco en sutilezas políticas liberales como la libertad de expresión, los derechos de las minorías políticas o las libertades civiles.
La tendencia ya se hizo evidente cuando el gobierno aprobó una ley que hace que a cualquier promotor de un boicot, ya sea de consumo, académico o cultural, se le pueda denunciar ante un tribunal civil por daños y perjuicios por cualquier persona que se siente afectado por el boicot. Un boicot es un derecho fundamental de libertad de expresión. Personalmente, me adhiero a boicotear cualquier filantropía judía que contribuye a la continua ocupación de Cisjordania. Hago esto por lo que entiendo que debe ser el bienestar de Israel más que el de los palestinos, pero si tuviera que decirlo en voz alta en Israel, podrían denunciarme.
Las organizaciones americanas se opusieron al proyecto de ley, pero a los políticos israelíes, liderados por el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, no les importaba. Ahora vemos que era sólo un avance de toda una serie de leyes antidemocráticas y de control.
Entre las medidas que o se han convertido en ley o pueden estar a punto de serlo, son:
– La ley, propuesta por el diputado Ofir Akunisthat del partido Likud destinada a impedir que las ONG puedan aceptar más de 20.000 NIS de gobiernos extranjeros u organizaciones internacionales.
– Una ley, creada por el diputado de Yisrael Beiteinu, Fania Kirshenbaum, que exigirá a todos los organismos no financiados por el gobierno israelí pagar un impuesto del 45% de todas las donaciones de Estados extranjeros.
– Una ley sobre la producción de películas que exige que los actores y el equipo juren lealtad a Israel como Estado judío.
– Una ley que aumenta la multa por difamación de 50.000 a 300.000 NIS.
Algunos de estos proyectos de ley puede que no lleguen a aprobarse, pero la intención de todos ellos es la misma y es, por desgracia, la dirección definitiva de la política israelí. El Ministro de Relaciones Exteriores Avigdor Lieberman atacó a los grupos que tratan de defender las libertades civiles en Israel, tanto para los judíos como para los árabes, y los denominó «colaboradores con el terror». Netanyahu ha anunciado recientemente que no sólo Israel comenzó a expandir los asentamientos judíos en Jerusalén, sino que también confiscará tierras palestinas con el fin de legalizar los asentamientos ilegales con carácter retroactivo, en contravención directa con las promesas de sus dos anteriores predecesores, Ariel Sharon y Ehud Olmert. La idea central de estas acciones es consistente con las fuerzas políticas de las que emanan, por ejemplo, las decenas de rabinos municipales que no hace mucho publicaron un decreto en contra de alquilar o vender bienes raíces a no judíos (es decir, a los árabes), y el grupo de esposas de rabinos que escribieron una carta colectiva donde sugieren que las mujeres judías deben evitar todo contacto con los hombres árabes.
Es cierto que Israel es el hogar de muchos judíos liberales que prefieren vivir en una democracia secular gobernada por las leyes civiles sobre la base de los preceptos de la Ilustración. Pero son claramente una minoría, y cada vez más pequeña, frente al nacimiento del sexto o séptimo hijo de cada familia ortodoxa. Es más, la comunidad judía estadounidense no interviene políticamente en nombre de la minoría israelí ni se identifica con ella desde un punto de vista psicológico, cultural o religioso.
Así que es mejor hacer frente a los hechos hoy día, cuando la situación se mantiene al menos parcialmente, en proceso de cambio. En Kiddushin 39b en el Talmud de Babilonia se nos dice: «Y dondequiera que el potencial de daño está siempre presente no hay que confiar en los milagros». Entonces, para aquellos que se niegan a reconocer el inminente conflicto entre la teocracia y la democracia israelí, la diáspora está haciendo justamente eso.
Eric Alterman es un profesor distinguido del CUNY de Inglés y periodismo en el Brooklyn College y escribe una columna en The Nation.