Traducido para Rebelión por J. M. y revisado por Caty R.
Es deprimente. Hace aproximadamente dos años, la diputada Marina Solodkin (Kadima) propuso proscribir cualquier periódico nacional cuyo propietario no fuera ciudadano israelí. Aunque había ciertas similitudes entre el proyecto de ley de los diputados Solodkin y Ofir Akunis (Likud) sobre financiación extranjera de las ONG políticas, el de la diputada era mucho más duro. Si el proyecto de ley de Solodkin se hubiera aprobado, se habría cerrado un periódico de gran circulación (Israel Hayom), habría asestado un golpe mortal a la libertad de expresión y habría causado el despido de decenas de periodistas.
La ley también habría dejado a la mayoría de centro-derecha de Israel sin un medio importante para expresar sus opiniones. Sin embargo, aunque la propuesta de Solodkin era claramente antidemocrática, decenas de miembros de la Knesset de centro y de izquierda la apoyaron. También lo hicieron muchos periodistas. No hubo manifestaciones de protesta en la Cinemateca. Silenciarnos es grave, pero silenciarlos a ellos está bien. Porque no hay universalidad en Israel, no hay reglas de juego ni tampoco comprensión profunda de la democracia liberal.
Es deprimente. Esta semana, la Knesset aprobó en primera lectura un proyecto de ley presentado por los diputados Yariv Levin (Likud) y Meir Sheetrit (Kadima), diseñado para hacer más difícil que los periodistas publiquen investigaciones serias y profundas. Aunque la legislación castra a los medios de comunicación e impide el libre flujo de información, el Primer Ministro y el Ministro de Defensa la apoyaron. Levantaron. Ellos levantaron la mano con el fin de amordazar, silenciar la verdad y construir una fortaleza que impida las críticas al gobierno.
Cierto, Benjamín Netanyahu y Ehud Barak están llenos de cicatrices. Ambos han sido víctimas de ataques de los medios de comunicación, algunos de los cuales estaban contaminados, distorsionados y con motivos ocultos. Pero esto no puede justificar el hecho de que un graduado del MIT y de Stanford echase una mano a un proyecto de ley expresamente «anti-jeffersoniano». Tanto estos dirigentes como sus partidos demostraron esta semana que no hay universalidad en Israel, no hay reglas de juego y ni comprensión profunda de la democracia liberal.
Es deprimente. Durante muchos meses, el Juez de Distrito de Jerusalén, Noam Sohlberg, hizo un juego justo. Sus opositores afirman que ninguna persona que viva más allá de la Línea Verde puede ser juez del Tribunal Supremo. Así es que están tratando de convertir una posición política (que comparto) en una práctica legal vinculante. Después de todo, más de medio millón de israelíes viven más allá de la Línea Verde. La Knesset, el gobierno y la Corte Suprema dictaminaron que es legal vivir más allá de la Línea Verde. Así que cualquiera que descalifique a Sohlberg forzosamente excluye a más de medio millón de ciudadanos israelíes.
Nosotros somos liberales, obviamente. Liberales que no están dispuestos a tener un conservador en la Corte Suprema; tampoco a alguien que utilice solideo. Liberales que no están dispuestos a que en la Corte Suprema esté sentado alguien que no comparta nuestra ideología. Porque no hay universalidad en Israel, no hay reglas de juego y tampoco comprensión profunda de la democracia liberal.
Es deprimente. Ante nuestros ojos están bloqueando el camino de Miriam Naor a la presidencia del Tribunal Supremo. De acuerdo con la ley y la costumbre, Naor debía reemplazar a la jueza Beinisch el próximo mes de febrero. Sin embargo, Naor es una trabajadora de la justicia ilustrada, sabia y valiente. No pertenece a ninguna camarilla. Y Porque es digna, quieren detener su paso.
Las fuerzas oscuras que están decididas a socavar el imperio de la ley están decididas a reemplazarla. Por lo que están impulsando una problemática ley destinada a afectar a una persona de forma escandalosa; están presionando, agitando piernas y brazos; contaminando la justicia con la política. Están tratando de degradar un tribunal lúcido para deponer a la jueza Naor. Porque no hay universalidad en Israel, no hay reglas de juego ni la comprensión profunda de la democracia liberal.
Es la bacteria del fin que justifica los medios, la enfermedad de una agenda que doblega las leyes. La derecha, de alguna manera, amordaza a la izquierda, la izquierda amordaza a la derecha, de otra manera. La derecha pisotea el derecho de la minoría, la izquierda pisotea a la mayoría. Sin universalidad, sin reglas de juego y sin comprensión de la democracia liberal, Israel se está convirtiendo en un lugar violento e intimidatorio.