Traducido para Rebelión por Felisa Sastre
Si podéis escudriñar entre las semillas del tiempo,
Y adivinar qué granos van a germinar y cuáles no
Entonces, habladme.
Shakespeare, Macbeth, I, 3.
1. ¿Por qué la creación de Israel ha provocado unos sentimientos tan profundos y contradictorios en el Mundo Islámico y en Occidente que han ocasionado guerras árabes contra Israel y guerras israelíes contra su vecinos árabes; produciendo tensiones que han envenenado las relaciones entre el Islam y Occidente y , en la actualidad, empujando a Estados Unidos a la ocupación directa de dos países islámicos?
Las sionistas afirman que Israel es un Estado «normal», como India, Irak o Indonesia y comparan su «lucha» para el establecimiento de un Estado judío en Palestina con los movimientos de liberación nacional en Asia, África y otros lugares durante el siglo XX. La hostilidad de los pueblos árabes e islámicos, alegan, está motivada por su anti-semitismo, por el odio a los judíos que proclama el propio Islam. En los últimos años, esta hostilidad se ha explicado como la consecuencia de la envidia que sienten los árabes o los musulmanes ante la democracia israelí.
Aquí nos enfrentamos a una difícil elección entre la normalidad israelí y la árabe. Si la estructura del Estado israelí es normal entonces se deduce que la oposición islámica a él es perversa. Pero si Israel no es un Estado normal- como India, Irak o Indonesia-, estará justificado el investigar esa falta de normalidad, o «excepcionalidad», y examinar sus consecuencias. Puede resultar que la hostilidad islámica hacia Israel no sea perversa sino, por el contrario, una respuesta legítima a las circunstancias «excepcionales» que rodearon la creación de Israel.
La reivindicación sionista de normalidad- es decir, que Israel pertenece al mismo grupo de Estados que la India, Irak o Indonesia- se basa en dos similitudes superficiales. La primera, que Israel se constituyó como Estado independiente de Palestina, una colonia británica desde 1917. La segunda, que desde 1945 algunos judíos de Palestina se levantaron en armas contra los británicos para obligarles a abandonar el territorio. Sobre la base de verdades a medias, los israelíes afirman que el sionismo fue un movimiento nacionalista cuyo objetivo era la liberación de Palestina de los ocupantes británicos. Casualmente, los palestinos quedan totalmente al margen de esta historia sobre la creación del Estado judío en Palestina.
Pero estas afirmaciones no se sostienen: hay un hecho incuestionable que se opone a ellas. Los judíos que establecieron el Estado de Israel en Palestina no eran nativos de Palestina sino que más del 90 por ciento eran colonos procedentes de Europa, y habían llegado a Palestina después de la conquista británica en 1917. En los años 40, los judíos europeos podían suscitar legítimamente nuestra simpatía, pero, en tanto que europeos, no tenían legitimidad nacionalista para reclamar un Estado en Palestina. En otras palabras, Israel es un caso «único» de establecimiento de una nación.
Por desgracia, tampoco los judíos europeos podían plantear una reivindicación nacionalista en cualquier otro lugar de Europa, ya que no constituían una mayoría en ninguno de los territorios que compartían con otros europeos. Ese fue el problema latente al que se enfrentaron los judíos «nacionalistas» en Europa durante los años 90 del siglo XIX. Las naciones oprimidas podían plantear una reivindicación clara de un Estado soberano, pero los judíos no: puede que constituyeran un pueblo distinto, y muchos estaban todavía oprimidos, pero no constituían una nación. Para llegar a ser «normales»- es decir para convertirse en una nación europea-, los judíos de Europa tendrían que haber conseguido una mayoría judía en alguna parte del continente. Pero esta pauta de «normalización» no era posible para los judíos de Europa sino que los hubiera llevado al desastre.
Sin embargo, se hubiera producido una justicia poética con la creación de un Estado Judío en Europa. Después de todo, los judíos eran un pueblo europeo y la historia de su presencia continuada en Europa se remonta a la antigua Grecia. Habida cuenta de que los judíos europeos- en tanto que minorías- se habían enfrentado a lo largo de la historia a persecuciones y, en la época nazi, muchos europeos participaron en una diabólica tentativa de exterminarlos, se puede argumentar que Europa tenía la responsabilidad moral de acomodar en su seno a la nación judía. Las históricas equivocaciones cometidas con una parte de la población europea deberían haberse corregido por los propios europeos en el interior de las fronteras geográficas europeas. Al menos, hubiera sido lo correcto. Pero, ¿cuándo se ha comportado Europa de forma tan magnánima?
2. Incapaces de plantear una reivindicación nacionalista en Europa, aquellos europeos que aspiraban a la «normalización» como nación tuvieron otra idea. Al fin y al cabo, corría el siglo XIX, la época de la colonización y del colonialismo. Si los británicos y los franceses podían establecer asentamientos de colonos en Australia, Nueva Zelanda, Sudáfrica y Argelia, entre otros lugares, ¿por qué no los judíos de Europa?
En los primeros momentos, durante los años 90 del siglo XIX y primera década del XX, cuando el proyecto de crear un Estado judío se empezaba a abordar en círculos judíos de Europa, se barajaron varios lugares para situar ese Estado. Aunque Palestina fue la primera elección, Theodore Herzl, fundador del sionismo político, estaba dispuesto a colonizar Uganda o Madagascar. Con anterioridad, otros habían explorado Surinam, Argentina, Missouri y ¡Nueva York! No obstante, Palestina ganó con facilidad, ya que apelaba a los sentimientos religiosos de los judíos sionistas, y los cristianos mesiánicos apoyarían la idea del retorno de los judíos por sus propias razones escatológicas.
Si el sionismo político no podía ser considerado como un movimiento de liberación nacional, ¿podía ajustarse al esquema de movimiento colonialista similar a aquellos que se estaban produciendo o consolidando en la misma época? Yo diría que sí, pero con dos peculiaridades que hacen de Israel un caso bastante único entre los Estados de este tipo. A diferencia de otros Estados coloniales, Israel no fue creado por otro Estado étnicamente aliado a él. Israel no tuvo metrópolis al no existir todavía un Estado judío. Así que el movimiento sionista se dedicó a la creación de ese Estado; un Estado que se convertiría en su objetivo final y no en su punto de partida. En segundo término, existía una gran diferencia entre los objetivos de los colonos en África y Australia y los de los sionistas políticos. Los primeros, trataron de expropiar a los nativos de forma que pudieran utilizarlos como mano de obra barata en las tierras que iban a expropiar. Es decir, no intentaron expulsar a los indígenas de sus colonias. Por su parte, los sionistas tuvieron la intención de expropiar a los palestinos y expulsarlos de su país. Querían una Palestina sin palestinos; ese era su objetivo, no la consecuencia afortunada de su actividad colonial. Así que, la concepción sionista era la de un proyecto colonial con ciertas diferencias.
Este proyecto «excepcional» tuvo varias implicaciones vitales. Primero, a falta de una metrópolis judía, los sionistas tuvieron que encontrar una sustituta, una potencia occidental que usara su ejército para realizar su proyecto de asentamiento de colonos, lo que no sería difícil de hallar. Durante más de doscientos años, algunas potencias occidentales -coaligadas con grupos cristianos mesiánicos- habían puesto en práctica varios intentos de persuadir a los judíos de Europa para que establecieran un Estado judío en Oriente, un Estado que sirviera de punto de apoyo para sus ambiciones coloniales en aquella región y en el Lejano Oriente. Conscientemente, los judíos rechazaron esa salida, ante la sospecha de que fuera una trampa para expulsarlos de Europa y ocasionarles graves problemas (1). Sin embargo, la emergencia del sionismo político a finales del siglo XIX dio la vuelta a la tortilla. A partir de 1897, tras el Primer Congreso Sionista, los sionistas empezaron a cortejar a las grandes potencias para atraerlas a su causa.
Sus esfuerzos se dirigieron, en primer lugar, a Gran Bretaña, la mayor potencia de la época. El éxito de la empresa llegó casi exactamente veinte años después de la celebración del Primer Congreso Sionista, con la Declaración Balfour de noviembre de 1917. Este documento declaraba que el Gobierno de Su Majestad «veía con satisfacción el establecimiento en Palestina de un Hogar Nacional para el pueblo judío, y haría cuanto pudiera para facilitar la consecución de este objetivo» (2). En cumplimiento de este compromiso, los británicos crearon el Mandato (eufemismo de colonia) de Palestina. Durante la duración del Mandato, aprobado debidamente por el Consejo de la Liga de Naciones en julio de 1922, la Administración británica en Palestina trabajaría con la organización sionista para asegurar» la cooperación de todos los judíos que desean ayudar al establecimiento de un Hogar Nacional judío» (3). Gracias a la ayuda británica, el proyecto sionista se ponía en marcha.
Los sionistas convirtieron la ausencia de Metrópolis en una ventaja. El sionismo político atraía a Occidente, al menos por tres razones: los cristianos mesiánicos consideraron el retorno de los judíos como el preámbulo de la Segunda Venida del Mesías; las potencias occidentales estaban impacientes por controlar el Oriente Próximo dado su valor estratégico; y Occidente todavía profesaba antipatía hacia el Islam. En septiembre de 1922, el Congreso de los Estados Unidos aprobó una Resolución aceptando la Declaración Balfour. Cuando en los años 40 el apoyo británico para la creación de un Estado judío comenzó a vacilar- lo que coincidió con el hecho de que la potencia británica estaba siendo superada- Estados Unidos llenó el vacío gracias a los votos judíos, a su dinero e influencia en el país (4).
El patrocinio occidental del sionismo habría de evocar en el Mundo Islámico otras épocas históricas. En aquellos momentos, muchos musulmanes llegarían a percibir la creación de Israel como el retorno de los cruzados, como una escalada de la campaña de la cristiandad occidental para socavar sus creencias y civilización. Era la dinámica que contenía la semilla del choque de civilizaciones.
El objetivo de establecer un Estado judío en Palestina, con una población judía, tenía un corolario inevitable: para que los judíos ocuparan Palestina había que «trasladar» a los palestinos fuera de su país. Ya en 1895, Theodore Herzl había hecho esta anotación en su diario: «Intentaremos que las gentes pobres se vayan más allá de las fronteras, procurándoles trabajo en los países de tránsito pero negándoles cualquier empleo en nuestro propio país». Otros lo hicieron de forma más directa: «Tan pronto como tengamos grandes colonias aquí, nos apropiaremos de la tierra y nos haremos fuertes para ocuparnos después de Cisjordania. Los expulsaremos también de allí. ¡Que se vayan a los países árabes!» (5) En un momento determinado, cuando la presencia dominante judía se hubiera consolidado en Palestina, y los palestinos se hubieran marchado o estuvieran marginados, los británicos podrían finalizar su Mandato y dar paso a la constitución de un Estado judío en Palestina.
Este plan suscitó dos problemas. Los palestinos no iban a cooperar: se negaron a irse y muy pocos estuvieron dispuestos a vender sus tierras. Como consecuencia de ello, en 1948, el año de la creación de Israel, casi toda la «población pobre» de Palestina estaba todavía en el país. Además, más de cincuenta años después del lanzamiento del sionismo político, los colonos judíos sólo eran dueños del siete por ciento del territorio palestino, y no de la parte más fértil. Durante la Segunda Guerra Mundial, los sionistas tuvieron también problemas con los británicos, ya que en 1939, para contar con el apoyo árabe en la guerra, los británicos decidieron limitar la inmigración judía a Palestina hasta un máximo de 75.000 personas para los cinco años siguientes. Sin embargo, estos problemas no hicieron que descarrilara el proyecto sionista. Los sionistas, amparados en la niebla de la guerra, iban a conseguir lo que no habían logrado con el dinero y las políticas discriminatorias.
En cooperación con las autoridades coloniales británicas, los sionistas habían establecido desde 1918 un Gobierno paralelo en Palestina, que consistía en una red de organizaciones judías que trajeron a colonos judíos, compraron tierras, ayudaron a las empresas judías y crearon instituciones educativas judías. Además, desde 1920, los sionistas pusieron en marcha la Haganah, una organización militar de base. Quince años después, la Haganah tenía 10.000 hombres movilizados y 40.000 reservistas, equipados con armas de importación y de fabricación local (6). Una vez terminada la guerra, cuando los británicos se negaron a levantar las restricciones sobre la inmigración judía, las organizaciones militares judías iniciaron una campaña terrorista contra ellos. En parte como respuesta al terrorismo, los británicos anunciaron su prematura retirada de Palestina, antes de que el conflicto que habían provocado pudiera resolverse.
Los sionistas encontraron su oportunidad en la falta de coraje de los británicos. El 14 de mayo de 1948, al terminar el Mandato británico en Palestina, declararon la constitución del Estado de Israel de acuerdo con el plan de partición de Naciones Unidas. Aunque los
Judíos poseían sólo el siete por ciento de las tierras en Palestina, el plan de la ONU asignaba el 55 por ciento del territorio a Israel. Los palestinos y los Estados árabes vecinos decidieron oponerse al plan de partición de NN.UU. Pero las filas de la resistencia palestina habían sido diezmadas antes por los británicos, y los ejércitos árabes estaban mal equipados, mal dirigidos y sus líderes carecían de coraje y decisión por lo que fueron derrotados contundentemente. Durante el proceso, los sionistas ocuparon el 78 por ciento de Palestina y 800.000 palestinos fueron expulsados o abandonaron sus casas bajo coacción. Israel, en una primera fase, había llegado a Oriente Próximo, y había establecido un Estado judío con sólo el diez por ciento de su población de origen palestino.
3. La dinámica que condujo a la existencia de Israel, y no menos las consecuencias que ello tuvo, indican, que Israel podría ser sólo un primer paso en el despliegue del proyecto sionista. En la actualidad está en pie una dialéctica, con Israel y sus patrocinadores occidentales de una parte, y los palestinos y el Mundo Islámico de otra, que podría producir una serie de consecuencias cada vez mayores.
La creación de Israel ha metido un palo en la rueda de la historia islámica. Al final de la Primera Guerra Mundial, las potencias occidentales desmantelaron el más poderoso Estado islámico – en realidad el principal Estado islámico- al instigar y apoyar las todavía marginales fuerzas del nacionalismo árabe. Al mismo tiempo, a pesar de que se estaban valiendo de los sentimientos nacionalistas árabes, hacían planes para fracturar la unidad árabe mediante la creación de una serie de feudos árabes sometidos a las potencias occidentales. Y por si fuera poco, éstas trabajaron con los judíos para el establecimiento de un Estado judío en el mismo corazón del mundo islámico. La reestructuración del mundo islámico impuesta por las potencias occidentales, no sería fácil de ocultar con el paso del tiempo sino que la creación de Israel, en efecto, venía preñada de consecuencias, muchas de ellas todavía por cumplirse.
Al margen de las ambiciones israelíes en la región, de forma casi inevitable la lógica del Estado israelí debería propulsarle a un rápido crecimiento demográfico, al dominio militar y al expansionismo. En el momento de su creación en 1949, Israel sólo tenía un 5,6 por ciento de la población judía del mundo (7). Para justificar su instauración como el único Estado judío del planeta, Israel debía atraer muchos más judíos, quizás a la mayoría de los judíos del mundo. La pequeña población de Israel- en relación con la de sus vecinos árabes- exigía también la rápida afluencia de colonos judíos. Entonces aparecieron las tentaciones que provoca el éxito: imaginad qué podríamos hacer si atrajéramos a la región a un tercio o a la mitad de la judería mundial. La primera gran afluencia de judíos, que dobló la población de Israel en los cinco años siguientes, llegó de los países árabes. En gran parte, era algo inevitable. Los judíos árabes emigraban a zonas más ricas en pastos; y la derrota árabe y la expulsión de los palestinos de sus tierras había provocado hostilidad hacia los judíos en los países árabes, así que Israel animó y facilitó su salida (8).
Además, dados los altos niveles de educación de los colonos judíos (en especial de los llegados de Europa y de Estados Unidos); las indemnizaciones de guerra de Alemania; la contribución financiera de la judería mundial, y los préstamos y donaciones de los países occidentales, Israel adquiriría enseguida las características de un país desarrollado, cuya capacidad científica y tecnológica podía rivalizar con las mejores del mundo. En sí misma, esta enorme desigualdad, entre la avanzada Israel y los muy atrasados países árabes iba plantear a Israel la tentación de buscar soluciones militares a sus conflictos con los vecinos árabes. La realidad es que Israel en diez años había alcanzado una potencia militar que podía derrotar a cualquier alianza de estados árabes. Finalmente, a finales de los años 60, Israel había conseguido un arsenal nuclear- con tecnología francesa- que le aseguraba recurrir a la solución Sansón ante cualquier potencial amenaza árabe a su seguridad.
Al mismo tiempo, Israel se enfrentaría a la hostilidad de los Estados árabes que alcanzaron la independencia bajo los auspicios del nacionalismo árabe. Era inevitable, ya que la creación de Israel supuso una afrenta a los pueblos islámicos, en particular a los árabes. Con el triunfo de Israel, los musulmanes habían perdido tierras que habían sido islámicas desde el primer siglo del Islam. Más aún, los árabes temían que si permitían que se consolidara, Israel, con el apoyo occidental, trataría de dominar la región con nuevas guerras expansionistas. En el clima de Guerra Fría, los Estados árabes nacionalistas tenían razones para creer que tenían alguna posibilidad de evitar la intromisión de Israel en tierras árabes. En otras palabras, la creación de Israel también marcó, de forma inevitable, la historia de la hostilidad entre ella y sus vecinos.
Bien fuera en respuesta a la hostilidad árabe o bien fuera tomándola como excusa- como algunos pudieran aducir-, para profundizar en sus ataques sobre los árabes, Israel tenía que buscar una nueva «metrópolis» para sustituir a Gran Bretaña y, se volvió entonces hacia Estados Unidos. Se trataba de una elección natural dada la preeminencia de los Estados Unidos y de su gran e influyente población judía. Podría parecer que el compromiso estadounidense con Israel al principio no fue fuerte si se mide por el volumen de su ayuda militar y económica. Israel aspiraba a cambiar esta situación demostrando a Estados Unidos su valor estratégico, lo que ocurrió en 1967, cuando con una guerra preventiva derrotó a la vez a Egipto, Siria y Jordania. La derrota de Egipto y Siria- los dos principales países árabes nacionalistas-, aliados ambos de la Unión Soviética, persuadió a Estados Unidos para asociarse en profundidad, asociación que había de crecer en intensidad con el tiempo al adquirir Israel una mayor influencia sobre la toma de decisiones en Estados Unidos, lo que provocó que el apoyo estadounidense a Israel diera lugar a la hostilidad islámica contra Estados Unidos.
Esta segunda derrota militar de los árabes, tan importante, dio lugar a un nuevo Israel. El Israel, Fase II, que ocupaba el 100 por ciento del antiguo Mandato británico, que incluía los nuevos territorios de Gaza y Cisjordania con un millón cien mil palestinos. Fatalmente, las ambiciones israelíes crecieron para aprovechar las nuevas oportunidades creadas por la guerra de 1967. De inmediato se hicieron planes para conseguir que la ocupación de Cisjordania y Gaza fuera definitiva. Israel empezó a apropiarse de tierras palestinas en los territorios ocupados; y estableció colonias fortificadas en todo el territorio, que controlaban las principales reservas de agua, situándolas en lo alto de las colinas para vigilar las aldeas palestinas.
Tras afrontar una nueva derrota en 1973, Egipto rompió las filas de los Estados árabes y reconoció a Israel a cambio de la devolución del Sinaí y de subvenciones anuales de Estados Unidos. Esta capitulación del principal país árabe pareció dar el golpe de gracia al nacionalismo árabe y, asimismo, fue la señal de partida para el expansionismo de las operaciones militares israelíes. En junio de 1981, aviones israelíes destruyeron el reactor nuclear que Irak estaba construyendo en Osirak. Un año más tarde, invadía Líbano, ocupaba Beirut Oeste, ponía sitio a los campamentos de refugiados y obligaba a la resistencia palestina a abandonar Líbano. Durante el sitio israelí, los falangistas- milicias cristianas aliadas de Israel- masacraron a 3.000 civiles palestinos en los campos de refugiados de Sabra y Chatila.
Por las mismas fechas, en 1982, la Organización Mundial Sionista, publicaba un informe en su órgano oficial, Kivunin, en el que se apremiaba a Israel a anexionarse Gaza y Cisjordania; a volver a ocupar el Sinaí; a convertir Jordania en un Estado palestino; a expulsar a los palestinos al oeste del río Jordán, y dividir a los Estados árabes en micro-estados étnicos y religiosos. Para dominar y controlar esos micro-estados, Israel establecería guarniciones en sus fronteras, y puestos militares avanzados para desplegar su fuerza sobre ellos. Además, esos Estados serían vigilados por milicias locales compuestas por minorías étnicas como las cristianas organizadas por Israel en el sur del Líbano. Una vez ejecutado el Plan, Israel quedaría como la potencia dominante en Oriente Próximo, independiente de Estados Unidos (9). Lo que revela este Plan es el alcance de la dialéctica surgida por la creación de Israel en 1948. En los años 80, la Organización Sionista Mundial, incitaba a Israel a tomar medidas para dominar la región en su totalidad.
4. Los atentados del 11 de septiembre, la invasión de Irak, los planes estadounidense-israelíes para atacar las instalaciones nucleares de Irán, y los planes de Estados Unidos para reestructurar la región, sugieren que la dialéctica que se inició con el ascenso del sionismo político puede haber entrado en una nueva, y quizás definitiva, fase.
Existen muchas fuerzas operando tras las bambalinas de estos acontecimientos, cuyo origen- en varios niveles- puede buscarse en las presiones y estímulos engendrados por el sionismo político. A muchos niveles diferentes, el 11-S es una respuesta al sionismo político y a su principal protagonista durante los últimos 60 años, Estados Unidos. La cólera islámica por la inserción de un Estado judío en tierras del Islam; la limpieza étnica de los palestinos, y su sufrimiento bajo la ocupación israelí de Cisjordania y Gaza; la humillación árabe tras las repetidas derrotas ante Israel; el desmantelamiento del nacionalismo árabe como consecuencia de esas derrotas; el apoyo occidental a los represivos Estados árabes; las sanciones contra Irak; el asentamiento de tropas estadounidenses en la península arábiga tras la Guerra del Golfo y la invasión de Irak: todo ello ha contribuido a la radicalización de un pequeño sector del Mundo Islámico, que frustrado por la inercia de las poblaciones musulmanas, ha adoptado tácticas terroristas que consideran como la única forma efectiva mediante la cual pueden convertir su pequeño tamaño en una fuerza visible.
Aparte de los intereses estratégicos estadounidenses en el petróleo de Oriente Próximo- que siempre constituye el telón de las políticas estadounidenses en la región-, la reciente evolución de esta política hacia un programa masivo de reestructuración del Próximo Oriente, debe mucho a dos fuerzas que llevan mucho tiempo planeándola, pero ha adquirido su importancia capital con la elección de George W. Bush. Por una parte, las fuerzas de los evangelistas cristianos en Estados Unidos, que han tomado impulso con la creación de Israel y sus victorias sobre los árabes, hechos que consideran un preludio necesario para la Segunda Venida del Mesías. Como bloque más importante del voto al Partido Republicano, constituyen en la actualidad la fuerza más poderosa entre los estadounidenses que apoyan a los miembros del Likud, que buscan la expulsión de los palestinos de Israel y los Territorios Ocupados. Los sionistas no sólo han recibido con los brazos abiertos este apoyo sino que se esfuerzan por profundizar su alianza con los evangelistas.
El segundo grupo de actores- pequeño pero influyente- son los neoconservadores de la Administración Bush que desde hace mucho tiempo, pero en especial durante los primeros años 90, presionan para que Estados Unidos haga uso de su superioridad militar para prevenir que surja una potencia rival. Muchos de los más influyentes neoconservadores, de dentro y fuera de la Administración Bush, son judíos (como también lo son la mayoría de los más importantes componentes de la izquierda estadounidense) implicados en los derechistas «laboratorios de ideas» sionistas en Estados Unidos e Israel. Alguno de ellos aconsejaron al gobierno de Netanyahu en 1996 que «rompiera claramente» con los Acuerdos de Oslo (10). Tras el 11-S, los neoconservadores se convirtieron en los principales intelectuales que apoyaron la invasión estadounidense de Irak y el más amplio plan de reestructuración de Oriente Próximo. ¿Podría tener relación con la tardía revelación del plan Kivunin el desmembramiento de Irak que ahora es una posibilidad cercana? Pese a todo, existe una diferencia: al menos, por ahora, Israel va en el asiento de atrás.
Los atentados del 11 de septiembre de 2001- como la decisión de los Jóvenes Turcos en octubre de 1914 de entrar en la Primera Guerra Mundial contra las potencias aliadas-, han supuesto un punto de inflexión en las relaciones entre Occidente y el mundo islámico. La entrada de Turquía en la guerra dio a Gran Bretaña la oportunidad de resolver la vieja cuestión de Oriente Próximo. Lo invadió para desmantelar el Imperio Otomano y poner los cimientos de un Estado judío y un sistema de colonias y estados clientelares en la región. Ahora, después del 11-S, Estados Unidos entra en la zona para, asociado estratégicamente con Israel, reestructurar la región. Se trata de una reestructuración preventiva antes de que las fuerzas anti-imperialistas de la zona adquieran importancia.
En este punto, son pocos los que predicen con seguridad cuáles serán los beneficios y los costes de este intento de reestructuración: o cuáles serán sus resultados no deseados. La ley de las consecuencias no deseadas funciona de forma subrepticia, siempre oculta a la mirada de los partidos más fuertes, en un conflicto en el que su poder y orgullo les ciega para comprender la resistencia y fuerza del espíritu humano. Es improbable que, incluso el más preclaro sionista, hubiese previsto en 1948- después de haber instituido un Estado judío con un 90 por ciento de población judía- que los palestinos iban a estar todavía, cincuenta y siete años después, causándoles «ansiedad existencial», y que se estarían planteando preguntas sobre la legitimidad de Israel como ocurre en estos momentos. Casualmente, Israel también ha sido la consecuencia no deseada del plan de Hitler para exterminar a los judíos. El Estado de Israel no existiría sin los judíos que escaparon a los horrores anti-semitas desatados por los nazis en Europa.
Al preparar sus atentados terroristas contra Estados Unidos, es muy improbable que los islamistas radicales no previeran que pudieran provocar un cambio precipitado de la política de Estados Unidos hacia el mundo islámico. Parece más probable que lo que ha hecho Estados Unidos fuera lo que los islamistas querían que hicieran- invadir el corazón de mundo islámico. Los islamistas esperan convertir esta actuación en una guerra más amplia contra Estados Unidos en territorio islámico. Es posible que Estados Unidos les complazca también en esto, con un ataque contra Siria o Irán. Animada por sus ideólogos neoconservadores, la Administración Bush está impaciente por aceptar este desafío. Esperan servirse de la «guerra contra el terrorismo» para reestructurar el Mundo Islámico, modernizar (léase: neutralizar) el Islam; derrotar a los islamistas y crear un nuevo y más profundo sistema clientelar. Los islamistas confían en derrotar a Estados Unidos en su propio territorio, como hicieron los vietnamitas hace una generación. Llegados a este punto, resulta difícil predecir donde los chips fallarán, y cuáles serán las consecuencias no deseadas para Estados Unidos, Israel y el Mundo Islámico.
M. Shahid Alam, enseña economía en una universidad de Boston. Algunos de sus artículos anteriores están disponibles en su libro Is There An Islamic Problem (IBT Books, 2004). Su dirección es [email protected].
Notas a pie de página
(1). Regina Sharif, Non-Jewish Zionism, Its Roots in Western History (London, Zed Books, 1983).
(2). www.yale.edu/iawweb/avalon/mideast/balfour.htm
(3) www.mideastweb.org/mandate.htm
(4) Lawrence Davidson, America’s Palestine: Popular and official perceptions from Balfour to Israeli statehood (Gainesville, FL.: University of Florida Press, 2001): ch. 8.
(5) Nur Masalha, Expulsion of the Palestinians (Washington, D.C.: Institute for Palestine Studies, 1992): 9.
(6) www.absoluteastronomy.com/encyclopedia/H/Ha/Haganah.htm
(7)La población judía mundial en 1945 era de alrededor de 11 millones; en 1948, los judíos que estaban en Israel eran unos 650.000 <www.jafi.org.il/education/100/concepts/ demography /demtables.html#2
(8) Cuando tuvieron la posibilidad de elegir, los judíos árabes prefirieron emigrar a países occidentales. Casi todos los judíos argelinos se asentaron en Israel.
(9) Oded Yinon, «A strategy for Israel in the 1980s,» Kivunim, A Journal for Judaism andZionism;IssueNo,14–Winter,5742,February1982. www.theunjustmedia.com/the%20zionist_plan_for_the_middle_east.htm
(10) A clean break: A new strategy for securing the realm (Jerusalem: Institute for Advanced Strategic and Political Studies, 1996). www.israeleconomy.org/ strat1.htm
http://www.counterpunch.org/shahid10292005.html