En las últimas cuatro décadas, concretamente desde 1973, los vientos árabes han sido favorables para Israel de una u otra manera. Hasta en momentos críticos que han supuesto una amenaza estratégica directa, como cuando Tel Aviv estuvo expuesta a los misiles iraquíes a comienzos de los noventa, la esencia de las evoluciones ha sido favorable […]
En las últimas cuatro décadas, concretamente desde 1973, los vientos árabes han sido favorables para Israel de una u otra manera. Hasta en momentos críticos que han supuesto una amenaza estratégica directa, como cuando Tel Aviv estuvo expuesta a los misiles iraquíes a comienzos de los noventa, la esencia de las evoluciones ha sido favorable a los intereses israelíes. Por primera vez después de un largo periodo de tiempo, la región árabe vive cambios radicales, también en Egipto, que no favorecen a Israel, y junto a los que Occidente solo puede colocarse pero no enfrentarse. Israel está desconcertado, errando a ciegas y entrando en una etapa de extravío porque se ha desplomado la columna sobre la que se apoyó durante las pasadas décadas para conservar su superioridad estratégica regional, y esa columna no es otra que el régimen de Mubarak. En una declaración sincera con la que conmocionó a la opinión pública árabe, el ministro de Industria y Comercio israelí, Binyamin Ben-Eliezer, decía que «Mubarak era un tesoro estratégico para Israel». Y desde el punto de vista de Israel, el Egipto de Mubarak desempeñaba papeles muy importantes desde el punto de vista estratégico. No hay necesidad de hacer una relectura de la historia cercana o conocida pero hay muchos que justifican que Ben-Eliezer calificara a Mubarak de «tesoro estratégico para Israel». En la era Mubarak se concedió a Israel el mayor ámbito espacial y geográfico posible de seguridad estratégica y económica y prácticamente a cambio de nada. El riesgo de una guerra global tradicional desapareció de Israel mientras que se duplicó para los árabes. Y la paz prometida sólo se hizo realidad para Israel cuando los escenarios de guerras y ataques se hicieron realidad para casi todos sus vecinos árabes. Israel atacó el reactor nuclear de Tamuz en Iraq, devastó Líbano en 1982, reprimió de forma salvaje la primera Intifada palestina a finales de los ochenta, asesinó a líderes palestinos en Túnez en esos mismos años, reprimió la segunda Intifada en el año 2000 y más: atacó un reactor nuclear sirio en 2007, devastó Gaza en 2008 e incluso asesinó a una líder de Hamás en Dubai el año pasado. Y esto sin tener en cuenta las secretas situaciones pendencieras de sus servicios de inteligencia, tal vez incontables, en las que se apropiaron de la soberanía de la mayor parte de los países árabes, incluido el propio Egipto, a través de redes de espionaje o interviniendo de forma descarada en sus asuntos internos.
Desde el punto de visto económico, los años del «tesoro estratégico» supusieron un descenso de los presupuestos israelíes en armamento del 30% de su PIB aproximadamente, a menos del 10%. También concedieron a Israel y a su economía más de tres décadas de crecimiento económico y permitieron que alcanzase niveles de países desarrollados. Y por si este regalo estratégico económico no fuera suficiente, el «tesoro estratégico» hizo una donación terrorífica a costa de las riquezas de Egipto a través de un acuerdo de gas quimérico, con el que la mayor parte de los israelíes no habían ni soñado, que suministra el gas de Egipto a Israel a un precio que está por debajo del precio de los costes mundiales, lo que reporta a la economía israelí, según algunas estimaciones, cerca de 10.000 millones de dólares anuales (aquí hay que recordar que todo Egipto está supeditado a la voluntad estadounidense a cambio de menos de 2.000 millones de dólares en ayudas anuales). Y estos días hemos descubierto el enigma que intranquilizó a todos en relación a este acuerdo de gas de mala reputación cuando unos documentos de la seguridad del Estado destaparon que Gamal y Alaa Mubarak percibían grandes cantidades de dinero al año de este acuerdo, éstos que eran considerados parte de ese tesoro estratégico. Desde un punto de vista práctico, el régimen de Mubarak operó como un muro de protección del Estado hebreo concediéndole espacios para estirarse, respirar y moverse con libertad y sin miedo a renuncias árabes individuales o colectivas porque el régimen de Mubarak operaba para absorberlas como hemos visto claramente en todas las etapas del bloqueo sobre Gaza y en la guerra contra la franja.
La primera repercusión de la nueva situación está en el fin de la ecuación del trato de Israel a las dictaduras árabes, por no decir de su dependencia de ellas a costa o en contra de la opinión pública árabe. En las últimas cuatro décadas hemos visto un Estado levantado sobre los partidos y la política parlamentaria y centrado en la opinión pública popular y electoral (judía) que ha tratado, en la guerra y en la paz, con varios regímenes dictatoriales árabes a los que no preocupa la opinión pública de sus ciudadanos. Terminamos a nivel práctico en una ecuación política muy desarrapada y humillante cuya esencia es el interés, no sólo israelí sino también internacional, centrado en las orientaciones de la opinión pública israelí por influir en las decisiones de cualquier gobierno de Tel Aviv, frente a la negligencia y al menosprecio total hacia la opinión pública árabe, la egipcia y la jordana vecinas, y después el resto, por su falta de efecto en las decisiones de cualquier régimen. Basta recordar el ejemplo reciente de la cuestión de la congelación de asentamientos y cómo Netanyahu se refugió en la opinión pública de los votantes de derechas que podían haber hecho caer su gobierno y cómo todo el mundo entendió sus pretextos. En todas las etapas la opinión pública israelí ha sido un factor importante y central mientras que la opinión pública árabe no se ha considerado importante. Y la razón de esto ha sido que «tesoro estratégico» y los «tesoros estratégicos» en otros países árabes decidían, y siguen decidiendo, sobre los asuntos públicos estratégicos o marginales con una dictadura absoluta y sin tener para nada en cuenta lo que los pueblos opinan y quieren.
La segunda repercusión es la radicalización de las opciones árabes individuales o colectivas hacia Israel. El paseo temporal y estratégico a largo plazo durante el cual Israel ha logrado imponer su visión y determinar los elementos esenciales en el trato con él a nivel regional ha terminado. El Egipto de Mubarak ha terminado y en su lugar vamos a ver un Egipto «Erdoganista» con una política exterior nacionalista hacia Israel.
La tercera repercusión de esta nueva situación es la caída de la leyenda de Israel en la figuración y comercialización de Israel como única democracia de Oriente Próximo sobre la que ha trabajado la propaganda sionista durante décadas con gran éxito. Cuando se vendían los ejemplos de Líbano y Turquía como democracias de Oriente Próximo que rompían la exclusividad de esta definición para Israel, estas palabras eran poco escuchadas.
La cuarta repercusión, que no la última, está firmemente vinculada a lo anterior y gira sobre la pregunta semi esencial a la que Israel se enfrenta ahora y que plantean muchos políticos y pensadores israelíes, a saber, si la existencia de Israel está condicionada por la existencia de dictaduras árabes y por la ausencia de cualquier voluntad libre del pueblo, en tanto en cuanto estas dictaduras operan como un muro de protección entre Israel y los pueblos árabes. Nuevamente la historia de la región en la mitad del siglo pasado en lo relativo a la lucha arabo-israelí y a sus consecuencias actuales apunta a lo que venimos diciendo en esta sinopsis: que la relación entre el proceso de paz y la democracia en la zona árabe era una relación compleja, con el consiguiente sacrificio de la segunda si se quería que del primero, o sea, del proceso de paz, resultaran acuerdos de paz con los países árabes. Cuando se producían estos acuerdos, por ejemplo con Egipto y Jordania, el Knesset tenía que darles el visto bueno y aprobarlos mientras que cualquier mecanismo de supervisión de la parte árabe estaba siempre ausente, y su ausencia era una ausencia además requerida. Esto se aplicó a las relaciones económicas, a las oficinas comerciales que abrieron en algunas ciudades árabes, a las relaciones y a la inauguración de una Embajada en Mauritania. Todo esto se producía de acuerdo a una ecuación preservadora del sistema regional general cuya piedra angular era el despotismo que imponía a la opinión pública cualquier política, orientación, paz, o lo que fuera, con Israel. También sabemos que la mayoría de las relaciones con Israel, económicas o comerciales, entraba en la esencia de un complejo proceso de chantaje con EEUU o más bien del soborno a éste último a través de un acercamiento a Israel, porque el camino a Washington pasa por Tel Aviv, con el fin de lograr objetivos o apoyar a un determinado régimen. No pretendemos hacer ver que las repercusiones arriba mencionadas sean completas o excepcionales, solo que están adaptadas al contexto.
Original en árabe: http://www.al-ayyam.ps/znews/site/default.aspx?Date=3/28/2011 (Traducido por Alfanar Traductores)
Fuente: http://www.boletin.org/control/product/~category_id=ESP_ROOT/~product_id=PAY-0114-03-11