Traducido del francés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos.
«En aquel momento, nadie se peleaba por editar este tipo de libros». ¿Qué editor hubiera querido poner sobre el papel las desgarradoras palabras e imágenes del genocidio de los campos de refugiados de Sabra y Chatila? Así es cómo Jacques-Marie Bourget empieza su turno de palabra en la Librería Résistances, de París. El sábado 22 de septiembre presentó junto con Marc Simon la obra Sabra & Chatila, au cœur du massacre [Sabra y Chatila, en el corazón de la masacre]. Desde 1982, un año de desgracias para los palestinos, ha corrido mucha sangre y poca tinta. La indiferencia ha enterrado las masacres de refugiados palestinos de los campos de Sabra y Chatila, en Beirut, en el centro del cementerio de los genocidios olvidados. Ambos periodistas vienen a hablar de ello de la mano de la editorial Encre d’Orient. Vienen a contar la historia de una matanza que los Estados y los medios de comunicación han elegido silenciar. ¿No hay suficientes palabras? ¿No hay suficiente interés? Después de treinta años, sacan los clichés de las fotos de los cajones y echan mano de su memoria, a veces sin siquiera tener la necesidad de mirar sus viejas notas dado lo fuertes e impresionantes que son sus recuerdos, para poner la verdad ante nuestros ojos.
«Uno se ahoga durante mucho tiempo cuando se vive algo como esto»
En 1982 Jacques-Marie Bourget ya había cubierto conflictos como la Guerra de Vietnam, la Guerra de los Seis Días, y seguía estando muy embebido en una cultura político-judicial, propia de las páginas de sucesos. Lo que descubre en los campos de refugiados de Sabra y Chatila le abre las puertas de otro mundo. «Uno se ahoga durante mucho tiempo cuando se vive algo como esto. Es imposible de expresar, de sintetizar. Uno se dice simplemente que no es verdad». ¡Pero lo es! Al salir de este periodo, solo unas pocas personas se interesarán por el genocidio hasta el punto de escribir obras y reportajes. Es muy poco ante un vacío inmenso, un vacío total aunque en diciembre de 1982 las Naciones Unidas reconocieran como genocidio este sangriento acontecimiento. Y Jacques-Marie se pregunta, precisamente, qué pueden pensar los palestinos, víctimas de la historia y de los hombres. «Un palestino me había dicho que Sabra y Chatila eran como todas las demás masacres que han conocido los palestinos». Como una costumbre desgraciada. «¿Sabe? Si ha costado tiempo publicar este libro es también porque en 2000 los israelíes tuvieron la brillante idea de dispararme una bala en el pulmón. Así que no quise que esta obra pareciera un venganza por mi parte, una vendetta«. Treinta años después Jacques-Marie ve este genocidio como si hubiera ocurrido ayer mismo.
«Era como una investigación. Yo había recuperado unas pruebas fotografiándolas»
En la década de 1970, cuando era estudiante en Toulouse, a Marc Simon ya le interesaba la cuestión palestina. Debuta como freelance en Beirut, adonde llega en agosto de 1976, un año que conoce la masacre de Tall al-Za’tar. Como fotógrafo de la revista VSD hace muchos viajes entre Líbano y Francia. «Viví de muy cerca la salida de los fedayins de Arafat en 1982, pero también la invasión de Beirut oeste por Israel. Y, sobre todo, el genocidio de Sabra y Chatila. Pero cuando se trabaja como fotógrafo, lo más frecuente es cubrir un acontecimiento y luego pasar a otra cosa. Se pasa página. Durante todos esos años, ese fue el caso para las masacres en los campamentos palestinos». Además, en 1982 la actualidad estaba marcada por otro hecho, la muerte de Grace Kelly. Estas información fue portada en los periódicos mientras que la muerte de miles de palestinos no se destacó. ¿Los clichés de sus fotos? Los guardó en el fondo de un cajón. No los archiva por falta de tiempo. Cuando Jacques-Marie le pide que se sumerja en sus recuerdos, recupera esos instantes que han quedado fijos. «Era como una investigación. Yo había recuperado unas pruebas fotografiándolas»
«Bastaba con que un hombre tuviera tres pelos en el mentón, un turbante y babuchas para que se le llamaran terrorista»
En 1982 Israel sabe, participa en los acontecimientos. Jean Genet*, al que también interesa este genocidio, aportará las pruebas de la huida de las fuerzas internacionales en la Bahía de Beirut. Dirá que los tanques del Tsahal [ejército israelí] bloqueaban todos los accesos a los campos de refugiados para hacer mejor una carnicería a cielo abierto. Y, sobre todo, Jean Genet demostrará que los comandos asesinos volvieron varias veces, como para retomar un trabajo sin terminar…Hoy unos documentos que están en posesión de un profesor de la Universidad de Columbia demuestran que Israel presionó a los estadounidenses y a Ronald Reagan. Ariel Sharon, ministro de Defensa israelí, apoyaba el hecho de que si Estados Unidos no se decidía a expulsara a los 2.000 supuestos terroristas, entonces el Tsahal se ocuparía de ello. También insistía en que los Falangistas Cristianos también podían intervenir en este asunto. «Bastaba con que un hombre tuviera tres pelos en el mentón, un turbante y babuchas para que se le llamaran terrorista» , afirma Jacques-Marie. ¡Así es la argumentación de Ariel Sharon, que veía terroristas en todas partes! Ambos periodistas, con sus bolígrafos, sus carnets, un taxi y un intérprete sienten esta presión israelí, este ambiente que huele a muerte. Desde los barrios cristianos hay flechas que señalan la dirección a los campos de Sabra y Chatila, como para ayudar a los falangistas a ejecutar esta sanguinaria empresa. Foto: hay flechas para señalar el camino de acceso a los campos palestinos…
Unos acuerdos garantizan la seguridad de los refugiados…
Ambos periodistas tienen la particularidad de haber vivido todo desde dentro, de haber leído en los rostros de los cuerpos que cubrían las calles la barbarie de los falangistas cristianos, de los israelíes y la indiferencia internacional. En un contexto en el que unas semanas antes Menham Begin había emprendido la intervención militar «Paz en Galilea» que causó muertos, heridos, personas mercadas de por vida, discapacitadas… Cuando se logra un alto el fuego, Israel tiene un deseo, que los fedayines palestinos, la OLP y Yasser Arafat abandonen Beirut. Unos acuerdos garantizan la seguridad de los refugiados… Pero, ¿quién puede confirmar verdaderamente que los palestinos no tienen nada que temer, sobre todo cuando las potencias internacionales estadounidense, italiana y francesa que estaban sobre el terreno deciden partir?
«Uno puede sentirse culpable, pero al principio solo se veía lo que había en nuestro campo de visión. Después caímos en el horror»
«Estábamos presentes el viernes 17 de septiembre después de haber pasado la noche en casa de una familia en otro barrio. Aquella noche habíamos visto bengalas a lo lejos, donde estaban Sabra y Chatila. Cuando al día siguiente acudimos a los campos, no se veía una masacre masiva, pero teníamos un presentimiento, un presentimiento muy malo. Queríamos dormir ahí la noche del viernes al sábado y Marc me dijo que si no queríamos morir, no debíamos quedarnos ahí». El sábado 18 de septiembre, después de pasar la noche en el hotel vuelven a los campos temprano por la mañana. Ahí se cruzan con hombres y mujeres que huyen sin hablar, sin decir lo que habían visto ni lo que otros habían sufrido. Jacques-Marie lo recuerda. «Se iban aterrorizados, alelados, sin expresarse. Se iban sin un verdadero testigo, sin un periodista. Uno puede sentirse culpable, pero al principio solo veía lo que había en nuestro campo de visión. Después caímos en el horror. Era aberrante porque el Estado de Israel se había comprometido a no tocar a la población palestina de Beirut que estaba indefensa puesto que la OLP se había ido de Beirut a Túnez. Pero, en realidad, ¿quién habría podido verificar que esto era cierto, que ellos respetaban lo que se había acordado?» ¡Nadie! Marc Simon todavía tiene una imagen en la cabeza, la de un muchacho que acompaña a un anciano… «No tenía la cámara de fotos a mano en aquel momento. El chico tenía una mirada fría. Su cara me marcó…».
Un bebé aplastado a martillazos, a pedradas o a culatazos. Una pared con impactos demuestran que se ha fusilado a varios hombres. Los cuerpos se hinchan con el calor. Continúa lo increíble…
La barbarie humana va in crescendo en medio de estos cuerpos. Al hilo de las páginas del libro Jacques-Marie y Marc los describen todo. Unos hombres han sido emasculados. Las huellas sobre sus cuerpos demuestran que los han arrastrado con los pies y las manos atados. «Al llegar aquí estábamos preparados para descubrir cadáveres. El periodista es el contable de la muerte de los demás». Los carniceros han asesinado con cuchillos, violado. Aquí le han cortado los senos a una madre. Los adolescentes mueren a balazos. Un bebé ha sido aplastado a martillazos, a pedradas o a culatazos. Una pared con impactos demuestra que se ha fusilado a varios hombres. Los cuerpos se hinchan con el calor. Continúa lo increíble … Han destripado a una mujer embarazada, a un niño pequeño lo han cortado en dos y un jirón de carne todavía contiene la otra mitad del cuerpo. Una anciana ha muerto de pie, sujeta por su ropa en las púas de un alambre de espino, «colgada como un Cristo sin cruz». Después aparecen dos montañas de cuerpos de niños. Se ha separado a las niñas de los niños. Les han abierto la cabeza a hachazos. Ha tenido lugar una limpieza étnica… Torturados, despedazados, destrozados.
Hoy Jacques-Marie no tira la piedra, ni tampoco Marc. En realidad, con perspectiva, todo el mundo es culpable de no haber dicho nada, de haber filmado a los falangistas saliendo de los campos después de haber cometido lo irreparable. «Un reportero noruego había acudido a todos los periodistas que estaban ahí para recuperar algunos rushes**. Hizo un montaje con ellos y obtuvo esta imagen, la de entre veinte y treinta milicianos saliendo por un agujero hecho en la pared. Los culpables».
Así, estos dos periodistas, estos dos testigos, han contado a su manera cómo los palestinos padecieron uno de los genocidios más olvidados de la historia a manos de los israelíes y de los falangistas cristianos y con sus armas… Un genocidio… Uno más en el mundo… Y, sobre todo, para los palestinos. «Una sola frase dicha de paso para marcar la injusticia. Aunque ni un solo palestino participó en los pogromos o en los campos nazis, ¿por qué se castiga así a este pueblo, se le martiriza así? A finales del siglo XIX, los ancestros cercanos de quienes hoy fueron asesinados en Sabra y Chatila vivían en sus hogares en una Palestina que contaba con 470.000 habitantes. De ellos, 24.000 personas de confesión judía eran ciudadanos como los demás y sin historia en este país del Libro. Hasta que los Balfour, Rothschild, Churchill y otros banqueros y petroleros decidieron convertir a Palestina en una colonia encargada de velar por los intereses de Occidente».
*N. de la T.: Jean Genet, Quatre heures à Chatila. Hay una traducción al castellano de Antonio Martínez, Cuatro horas en Chatila, Madrid, Nación Árabe, 2002. Disponible en http://www.nodo50.org/csca/palestina/genet_7-01.html
** N. de la t.: Los rushes es el material filmado sin editar.
Siham Touil es una periodista independiente cuyo blog es À l’encre de ma plume http://alencredemaplume.com/