La cuestión de la colaboración entre las izquierdas no puede tener más actualidad, y lo viene siendo desde que hace unos años cambió de forma significativa el panorama político español con la crisis del bipartidismo.
En el seno de las izquierdas se viene discutiendo mucho sobre cómo colaborar, con quienes, y de qué manera formar mayorías más o menos estables frente a la derecha, o más bien, las derechas, donde, aunque de forma menos desarrollada, también parece que hay cierto debate sobre sus propias colaboraciones.
En este sentido, nos acercamos a Jaime Vera porque nos ofrece algunas claves sobre este asunto de las colaboraciones, aunque en un contexto histórico distinto, por lo que debemos ser conscientes de que las aplicaciones automáticas del pasado no se pueden hacer al presente sin más, pero aspectos sobre la flexibilidad de Vera sí nos parecen harto interesantes y a tener en cuenta.
El primer PSOE hasta la Semana Trágica fue eminentemente obrerista, siguiendo las directrices bien marcadas por Pablo Iglesias y la mayoría de los socialistas. El socialismo español vivió aislado desde su fundación hasta el terremoto político que supuso la intensa represión ejercida por Maura a raíz de los hechos del verano de 1909. Los socialistas combatieron, y más cuando se reconoció el sufragio universal y participaron en política, a los republicanos, conocidos como los “partidos avanzados” por considerar que eran burgueses y en los mismos los trabajadores no podrían alcanzar la emancipación, un trabajo que solamente se podía hacer desde un partido obrero. Este combate fue paralelo al que se desarrolló con el anarquismo, aunque por razones distintas, precisamente porque los socialistas consideraban la importancia de la política y abominaban del apoliticismo. El PSOE, además, seguía las directrices básicas de la Segunda Internacional donde se debatió mucho esta cuestión, especialmente, con el cambio de siglo y a raíz de la colaboración de algunos socialistas en las tareas gubernamentales en Francia. Por otro lado, este tema se fue afinando y discutiendo en distintos Congresos del PSOE y siempre hubo voces y agrupaciones que abogaban por algún tipo de colaboración con lo que hoy denominaríamos la burguesía progresista, representada, en distinto grado, por las distintas fuerzas republicanas. Por otro lado, esa diversidad de fuerzas y las malas relaciones endémicas entre ellas constituía una situación que generaba verdadera alergia en el PSOE.
Jaime Vera defendió siempre la necesidad de colaborar con los republicanos, y eso le generó no pocos problemas en el seno del Partido, especialmente cuando se puso en marcha El Socialista, porque, siendo uno de sus impulsores no compartió la filosofía que debía sustentar el periódico de combate hacia todos los partidos y formaciones considerados burgueses. En todo caso, siempre fue socialista, y a partir de 1890 recobró protagonismo, sin olvidar que es autor de uno de los textos socialistas más importantes de la Historia del movimiento obrero español, es decir, su conocido Informe para la Comisión de Reformas Sociales, desde una perspectiva marxista.
Según Juan José Castillo en su introducción a la obra que publicó en Cuadernos para el Diálogo en 1973, ahora hace cincuenta años, y que era una recopilación de escritos de Vera, y que podemos consultar con facilidad en la red, Vera defendía una posición de flexibilidad y de análisis sin esquematismo, que, a juicio del estudioso, podían haber dado más relevancia política al socialismo. Vera era consciente de la debilidad del proletariado español. No renunció al radicalismo, pero criticaba a los que defendían la revolución que predicaban “a toda hora sangre y exterminio”. El radicalismo estaba en las ideas y en la eficacia de los procedimientos, enseñanza que, ciertamente, siempre defendieron los socialistas, y que emplearon más que contra los republicanos, contra los anarquistas.
El reformismo, lógicamente, era una filosofía que permitía la colaboración o alianza con los sectores radicales y progresistas de la burguesía española, especialmente, además, si se tenía en cuenta la fragilidad del proletariado, como hemos apuntado más arriba. Pero no debía olvidarse nunca que los obreros no podían creer en mejoras en el sistema capitalista. Entonces, ¿cómo era posible que defendiese la alianza con un sector de la burguesía? Pues bien, porque en España no se había producido el triunfo claro del capitalismo. Solamente se había producido una especie de revolución de la superestructura y casi de forma falsa. Los obreros debían ser los primeros interesados en liquidar el pasado, lo que podríamos decir en un lenguaje marxista, los resquicios del feudalismo, para que se implantase claramente el régimen capitalista.
Todo esto se refiere, como ya hemos apuntado más arriba, a una realidad política, social y económica muy distinta a la actual, y tiene mucho que ver con la disputa en el seno del socialismo, entre su mayoritario obrerismo, y la minoritaria, aunque con el tiempo más importante, tendencia, digamos, “republicana”.
En todo caso, nos quedamos con la flexibilidad.