Traducido para Rebelión por Loles Oliván
El gobierno jordano, estrecho aliado de Estados Unidos, ha extraído la lección equivocada de las revoluciones radicales que tienen lugar en el mundo árabe. En lugar de [favorecer la] apertura, el gobierno ha tomado medidas enérgicas contra un emergente y pacífico movimiento juvenil que exige reformas y libertades democráticas.
La juventud jordana emuló a sus iguales, en particular a los de Túnez y Egipto, al convocar una concentración indefinida para exponer sus reivindicaciones y sus aspiraciones. En tan solo 24 horas el gobierno soltó a sus matones armados con piedras y a la policía antidisturbios para disolver la concentración. Más de 100 personas resultaron heridas y una murió cuando el gobierno anunció la prohibición de las concentraciones que dijo «podrían perturbar la vida» en la capital.
Con ello, el gobierno jordano ha cometido el mismo error que otros regímenes que se han enfrentado a disturbios sociales: ha respondido con violencia y amenazas alienando así a amplios sectores de la sociedad y alimentando aún más la ira y la frustración.
Esta reacción no sólo es un error sino que marca una grave y errónea interpretación de la situación. A diferencia de otros países, en Jordania se ha producido un consenso para apoyar la continuidad de la monarquía hachemí, pues si bien los jordanos exigen un cambio con determinación, no se trata de un cambio de régimen sino que lo que persiguen son más bien cambios en el régimen.
Conflicto de intereses
Incluso los jóvenes que iniciaron el movimiento 24 de marzo, como ellos lo denominan, dejaron claro que apoyaban al rey Abdulá pero que rechazaban la dominación que ejercen los servicios de seguridad en el ámbito de los medios de comunicación y de la política del país.
La represión y su posterior celebración por parte de los autodefinidos «leales» indican claramente que algunas fuerzas del interior del país se oponen al cambio por temor a perder su control del poder.
Los jordanos no exigen la caída del régimen sino básicamente libertad y justicia. Las reivindicaciones del pueblo son claras: una nueva ley electoral que reemplace la ley arcaica que limita la representación de la oposición, elecciones libres y justas, el fin de la corrupción rampante en las altas esferas de gobierno y un ejecutivo responsable que rinda cuentas.
Pero tales demandas requerirían una serie de transformaciones esenciales que el régimen ya ha señalado están fuera de los límites. El gobierno jordano está especialmente preocupado porque crece la exigencia de que se establezca una monarquía constitucional, lo que implicaría la reducción de los poderes del rey Abdulá de manera que no sería él quien nombrase ni disolviese los gobiernos ni los parlamentos, prerrogativas a las que parece reacio a renunciar.
Para muchos jóvenes empoderados por los logros de los jóvenes de otros países árabes es difícil aceptar que los jordanos no puedan elegir su propio gobierno.
El rey ya ha prometido una nueva era y el gobierno ha iniciado un diálogo nacional aceptando incluso la necesidad de discutir enmiendas constitucionales que podrían ser el preludio de un gobierno más representativo cuando no más elegido.
Así que la represión de los manifestantes causó sorpresa porque pareció una señal de retorno al tipo de mentalidad de asedio que ha definido los anteriores gobiernos de Jordania, motivado, quizá, por el temor de que la concentración condujese a la creación de un movimiento popular que desafiara el poder ejecutivo del rey.
Demografía del cambio
Su acusación de que la Hermandad Musulmana, el grupo de oposición más influyente del país, había suscitado las protestas pareció estar dirigida a dividir a la población apelando al temor por el hecho de que supuestamente los palestinos dominan la Hermandad frente a los jordanos de descendencia transjordana. Al hacerlo ha conseguido profundizar una crisis latente y socavar más la cohesión social en el país.
Los jordanos de origen palestino constituyen alrededor de la mitad de los seis millones de habitantes del país y esta dinámica explica en parte por qué los jordanos han evitado pedir un cambio de régimen; los hachemíes se consideran mayoritariamente como garantes de la estabilidad frente a la extremista exigencia israelí de establecer en Jordania un Estado palestino sustituto.
Por el momento, el rey Abdulá, a diferencia de muchos otros dirigentes, no ha sido el blanco de la ira del pueblo jordano. El hecho de que el régimen sea mucho más tolerante con la disidencia que los países vecinos con la propia, como Siria, sin duda ha ayudado. Pero los jordanos aspiran a algo mejor y no pueden limitarse simplemente a comparar su situación con los que están en peores condiciones.
El sangriento enfrentamiento del viernes, 25, ha asestado un duro golpe a la unidad nacional y ha socavado aún más el compromiso declarado del gobierno con las reformas económicas y políticas. Ahora prevalece una atmósfera de tensión y sospecha que amenaza un fuerte potencial para reformas pacíficas y democráticas.
El pueblo jordano ha hablado en voz alta y de forma inequívoca pero ya no está seguro de que se le esté escuchando.
Fuente: http://english.aljazeera.net/