El pasado 4 de diciembre de 2009, viernes, hubo una lectura del articulado de la Constitución en el Congreso de Diputados. Lo de cada año: algunos «famosos», discursos del muy español ex ministro de Defensa y actual presidente de la Cámara, palabras de impacto: «huellas de la barbarie» = agujeros de bala de los golpistas […]
El pasado 4 de diciembre de 2009, viernes, hubo una lectura del articulado de la Constitución en el Congreso de Diputados. Lo de cada año: algunos «famosos», discursos del muy español ex ministro de Defensa y actual presidente de la Cámara, palabras de impacto: «huellas de la barbarie» = agujeros de bala de los golpistas del 23-F… Nada sustantivo, nada que suene a novedad.
Ese día fueron invitados un centenar de estudiantes de secundaria que leyeron ante sus compañeros y demás asistentes artículos constitucionales. De los centros escolares invitados, dos de ellos cuanto menos, eran privados concertados: un centro católico, el colegio Asunción Cuestablanca, y el colegio de «Los Sauces». El primero define su «finalidad pedagógica» esencial del modo siguiente: «Para educar a personas capaces de comprometerse en la TRANSFORMACIÓN de la sociedad plural y cambiante con la fuerza del EVANGELIO» [2]. El segundo lo hace como supraconfesional y suprapolítico, pluralista y sin discriminación de raza, sexo o país y establece como punto básico de su ideario «el respeto mutuo a la conciencia y creencias de cada uno, poniendo el máximo empeño en el cultivo de valores humanos y en la creación de hábitos de estudio, trabajo y convivencia» [3]. Llamarse «los sauces» imprime otro carácter.
Dejemos para otra ocasión comprobar la composición detallada de los otros centros invitados al Congreso y pongamos en situación «de espera» la reflexión sobre lo que puede significar la presencia de aquellos colegios en un acto institucional como éste: cuanto menos, por decirlo suavemente, dar carta de naturaleza «constitucional» a estos singulares centros escolares privados, que llamamos «concertados», generosamente abonados con medios públicos y que en su momento fueron «vendidos» como estrictamente provisionales. No es éste el punto; giremos la mirada hacia el lugar común que señale el conservadurismo de nuestros jóvenes actuales frente a la arriesgada osadía rebelde de nuestros mayores cuando fueron jóvenes
A un estudiante del primer colegio, el católico concertado, le correspondió leer el artículo 28.2 de la Constitución: «Se reconoce el derecho a la huelga de los trabajadores para la defensa de sus intereses. La Ley que regule el ejercicio de este derecho establecerá las garantías precisas para asegurar el mantenimiento de los servicios esenciales de la comunidad». No se paró en ello y añadió un comentario de cosecha propia: «Debo añadir que me da pena y vergüenza que los sindicatos no ejerzan este derecho en los tiempos que corren y que se dediquen a bailar el agua al señor presidente del gobierno». La vicepresidenta de la Cámara, la señora Teresa Cunillera, le llamó al orden suavemente cuentan las crónicas. El estudiante no se dejó perseguir ni apabullar por las cámaras.
Algo más tarde, otro alumno, éste del colegio concertado aconfesional o supraconfesional (que por lo que parece no debe ser un centro para familias con escasos medios económicos), leyó otro artículo y añadió también un comentario personal: «Me gustaría recordar a todos aquellos que, como mi abuelo, tuvieron que abandonar en algún momento España por circunstancias políticas y económicas». La vicepresidenta fue esta vez mucho más enérgica. «Lea su artículo por favor» le espetó.
No es seguro que la primera de estas intervenciones esté realizada desde ninguna cosmovisión de izquierda; ni siquiera en el segundo caso está asegurado. Pero dice algo, aunque sea un mero indicio, que dos estudiantes de secundaria rompan normas fijadas en un marco que cohíbe a muchos mayores, hagan referencia pública -deseo y quiero pensar- al exilio republicano y a la emigración española forzada, y señalen como inconsistente o «poco deducible» del articulado constitucional la escasa voluntad, la excesiva prudencia, de algunos sindicatos obreros para hacer notar la voz, la palabra y el grito de las clases trabajadores en momentos en que la ciudadanía vive y malvive con una de las mayores crisis de la historia del capitalismo cargada a sus ya maltratadas espaldas.
Las informaciones de la sesión no dicen nada sobre la intervención de estudiantes de centros públicos. También eso puede dar pistas sobre la situación. Y, desde luego, las interrupciones y amonestaciones de la vicepresidencia del Congreso hablan por sí mismas de la inhibida y olvidaba rebeldía de tantos y tantos políticos profesionales, sean del equipo A o del A’.
PS: 19 de noviembre de 2009, resultado de una votación en el Congreso de diputados: por 318 votos contra 23 se rechaza una propuesta que insta al Gobierno a reconocer a los familiares de militantes de organizaciones político/militares -EGI Batasuna, MIL, ETA y FRAP-, muertos o torturados por el franquismo, los mismos derechos que al resto de las víctimas de ese régimen, incluido el de la reparación económica. Al día siguiente, 20-N, al igual que en años anteriores, concentraciones, manifestaciones y misas de sectores nostálgicos recordaron el régimen fascista. Muestras, ambas, de la insoportable desmemoria que campa a su antojo y sin apenas límites por territorios e instituciones de un país que fue bombardeado por la aviación nazi y fascista, efectos, seguramente no calculados, de los pactos de silencio y concesiones serviles de la abyectamente mitificada transición-transacción.
Notas:
[1] Tomo la información de Público, 5 de diciembre de 2009, p. 21.
[2] http://cuestablanca.
Si quieren asombrarse pueden leer la pastoral de la página:
http://cuestablanca.
[3] http://www.colegiolossauces.
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