Para los habitantes del sur de Líbano, el alto el fuego desde el 27 de noviembre es un espejismo. Es el caso de Kfar Kila, un pueblo libanés adosado al muro de separación y reducido a escombros por el Ejército israelí. El recrudecimiento de ataques, que alcanzó ayer Beirut, no invita al optimismo.
El sur de Líbano, que ha pasado desapercibido para la actualidad internacional desde la caída del régimen de Bashar al-Assad en Siria, sigue bajo el fuego: desde hace semanas, las fuerzas israelíes estacionadas a lo largo del muro de separación multiplican las ofensivas para mantener a la región bajo presión.
Una política deliberadamente incendiaria no exenta de consecuencias. En dos ocasiones en los últimos días, el Ejército israelí ha derribado cohetes lanzados desde territorio libanés. Si bien Hizbulah ha negado categóricamente tener que ver con los ataques, y a pesar de las advertencias de la Fuerza Provisional de las Naciones Unidas en Líbano (Fpnul), el fuego israelí no tardó, una vez más, en caer sobre el sur de Líbano. Peor aún, ayer se emitió una orden de evacuación para un edificio en los suburbios del sur de Beirut, la primera desde la firma del alto el fuego, lo que hace temer lo peor. Tras la ruptura del alto el fuego en la Franja de Gaza, ¿corre el País de los Cedros el riesgo de verse envuelto en el conflicto?
Para los habitantes del sur de Líbano, no hay ninguna duda y tienen su razón para creerlo: el alto el fuego, desde su firma hace cuatro meses, se parece más a un espejismo que a una realidad.
En Kfar Kila, aldea que contaba con unos 5.000 habitantes antes del 7-O y situada a la sombra del muro de separación, Hassan Jamil Shami, de 65 años, continúa en estado de shock.
El hombre está de pie en lo que parecía ser la antigua calle principal del pueblo, convertida ahora en un mar de polvo y escombro en el que el asfalto está en el fondo. Poseía tres casas en el pueblo; dos forman ahora parte de ese océano mientras que la otra está patas arriba. En una habitación destrozada de esta última, sin paredes ni ventanas y sobre una colchoneta colocada en el suelo, intenta dormir por la noche. Un regreso temporal de unos días en forma de prueba que se impone regularmente desde el pasado 27 de noviembre: «No hay agua ni electricidad ni comida. Nadie puede vivir aquí, los israelíes han querido borrarnos del mapa y, lo que es peor, impedir a la vida renacer aquí».
El hombre saluda a un pequeño grupo de sexagenarios, que también están de paso por el pueblo. Resulta difícil saber qué han venido a hacer realmente. En Kfar Kila, las casas no solo están destrozadas por los ataques aéreos, sino que han quedado reducidas a ruinas. Para muchos, recuperar sus pertenencias personales en este mar de escombros es un milagro.
Abddallah Mraae, un agricultor de unos treinta años, estima sus pérdidas en unos 100.000 dólares: «500 cabras, 200 acres para agricultura, y eso sin contar nuestras casas».
A su lado, una persona que pide permanecer en el anonimato interviene: «Lo saquearon todo, hasta las sillas de plástico y el generador de electricidad del municipio». Se baja la bragueta con pudor y señala una herida apenas suturada. «Quería ir a ver el estado de mis olivos cerca de la muralla, y los soldados israelíes me dispararon en la pierna».
El grupo se muestra cauto, atento. Según ellos, los tiradores israelíes, emboscados a lo largo del muro de separación, apuntan regularmente a las personas que se acercan a unos cientos de metros. Un dron de observación zumba en el cielo, sigue nuestros más mínimos movimientos. Un hombre, cómicamente, se pone una peluca. Desde que regresaron al pueblo, todos han aprendido a desenvolverse y sobrellevar la constante videovigilancia.
SOLDADOS ISRAELÍES EMBOSCADOS
Un poco más lejos, el muro de separación roza los edificios en ruinas, donde se pueden ver numerosas pintadas en hebreo. Estamos en el corazón de una «zona de amortiguación» de unas pocas decenas de metros, que ofrece una panorámica cuanto menos sorprendente. En un improvisado triángulo, los militares israelíes emboscados tras pesados escudos, las tropas de la Fuerza Provisional de las Naciones Unidas atrincheradas en su base y algunos soldados libaneses que descansan de manera apática sobre un montón de escombros, se miran con recelo.
Un vehículo con una familia libanesa a bordo pasa cerca. La tensión aumenta un poco: por la ventanilla, las mujeres hacen el signo de la victoria con los dedos, destinado a los israelíes que observan la escena con binoculares.
Al final de la calle, en una zona supuestamente a salvo de posibles disparos israelíes, un vecino que también ha pedido permanecer en el anonimato, comenta: «Kfar Kila ha quedado desatendida. A cinco kilómetros de aquí, el Ejército libanés ha hecho un gran esfuerzo, ayuda a la población a reasentarse, intenta resolver los problemas de electricidad… Pero aquí parece que el lugar es demasiado sensible y, aparte de estos pocos soldados, nadie ha venido a apoyarnos».
Abdallah Mrae lo interrumpe: «Estamos totalmente abandonados a nuestra suerte. Para conseguir comida o agua hay que ir a Marjayoun, a unos diez kilómetros. En cuanto a la reconstrucción, solo para poner una tienda de campaña hay que registrarse ante las autoridades libanesas, y está claro que existe una voluntad política de mantener el statu quo. Se iban a entregar aquí cientos de casas prefabricadas, pero no han llegado porque los israelíes, evidentemente, están presionando a las Fuerzas Armadas libanesas».
«HAN MATADO HASTA NUESTRO MIEDO»
En todo Kfar Kila, las banderas del Partido de Dios, plantadas en medio de los escombros, saturan el paisaje. Aunque oficialmente Hizbulah ya no ejerce ningún control sobre la zona, no es ningún secreto. El movimiento político-militar lleva demasiado tiempo arraigado en el sur de Líbano como para perder su control, y mucho menos su popularidad.
«La resistencia ha derramado más sangre que nadie para proteger nuestras fronteras. Si los combatientes no hubieran frenado el avance terrestre israelí, habrían llegado hasta Dahieh (los suburbios del sur de Beirut)», clama un lugareño.
Para los habitantes de Kfar Kila no importa si la formación político-militar chií fue la que inició, el 8 de octubre de 2023, la apertura unilateral de un frente de apoyo a Hamas desde el sur de Líbano. Hizbulah, con su cadena de mando decapitada y muy debilitado militarmente, sigue brillando en los corazones de los lugareños.
Abdallah Alaoui, de 55 años, ha venido «por enésima vez» a inspeccionar las ruinas de su casa. El hombre muestra su antigua morada y la tienda de comestibles contigua que poseía. Ha perdido a 15 familiares originarios del pueblo en esta guerra. «Catorce en los combates, y el decimoquinto, mi primo, a finales de noviembre, al día siguiente del alto el fuego, alcanzado por disparos israelíes. Hemos pagado un precio muy alto. Mataron a todos, incluso al miedo que podíamos sentir. Que nos disparen si quieren, estamos dispuestos a morir», comenta.
Abir Shan, una mujer de unos 40 años envuelta en una abaya negra, observa en lo alto de la ciudad, desde el cementerio situado en una colina lo que queda de Kfar Kila. Casi todas las tumbas han sido dañadas y los soldados han dejado numerosos mensajes en las paredes circundantes.
Nos lleva a las ruinas de su casa. «La construyó mi abuelo -dice con ojos llorosos-. Teníamos un hermoso jardín e incluso un búnker debajo. En 2006 nos refugiamos allí. Ya no queda nada que recuperar, ni siquiera un par de zapatos». Muy afectada, se vuelve hacia el cementerio: «Era un lugar de paz, donde descansan nuestras familias. A menudo venía a visitarlos, como hoy». La luz del sol declina sobre Kfar Kila y el cielo se tiñe de tonos anaranjados. «Estos atardeceres ya no son los mismos, Kfar Kila ya no existe», lamenta.
48 horas después de nuestra visita, el Ejército israelí abatió con un dron a una de las personas que conocimos y difundió las imágenes del ataque en sus redes. Filmado mientras cargaba armas ligeras en su camioneta, estaba, evidentemente, sacándolas de Kfar Kila.
Los ataques mantienen la tensión pese al alto el fuego y a las palabras, cuanto menos tranquilizadoras, del presidente, Joseph Aoun, quien aseguró que «Hizbulah está cooperando en el sur del Líbano».
Si hay algo evidente es que la ruptura del alto el fuego en Gaza tendrá consecuencias en el País de los Cedros en las próximas semanas. Con o sin frente de apoyo a Hamas desde Líbano.
Sigue la sangría en Gaza, que se queda sin sangre
Los ataques israelíes contra la Franja de Gaza mataron en las últimas horas a al menos 38 personas, 14 de ellas en el bombardeo durante la madrugada de un edificio en el barrio Zeitun de la capital gazatí. Decenas más resultaron heridas.
La agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (Unrwa) alertó de la creciente acumulación de residuos en Gaza, lo que está «poniendo en riesgo la salud y la vida de las personas». Muchas familias viven actualmente en tiendas de campaña entre pilas de basura al haber perdido sus casas.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) denunció que los suministros médicos en Gaza van camino de agotarse nuevamente tras el bloqueo total a la entrada de ayuda humanitaria ordenado por Israel desde hace más de tres semanas, una situación que podría evitarse porque hay suministros listos para entrar. Uno de los más urgentes son las unidades de sangre. En los bancos de Gaza quedan menos de 500 unidades y se necesitan al menos 4.500 unidades mensuales para atender el aumento de casos de trauma, cirugías y partos complicados, señaló el jefe de la operación de la OMS en los territorios palestinos ocupados, Rik Pepperkorn.