No se calla durante más de un día o dos, como mucho una semana, antes de volver a romper el silencio y venirnos con declaraciones dramáticas, cóncavas, muy sonoras, pero con poco significado, además de tener poca credibilidad, si tenemos en cuenta quién habla. Dice, por ejemplo, que Bashar al-Asad «ha perdido la vista y […]
No se calla durante más de un día o dos, como mucho una semana, antes de volver a romper el silencio y venirnos con declaraciones dramáticas, cóncavas, muy sonoras, pero con poco significado, además de tener poca credibilidad, si tenemos en cuenta quién habla. Dice, por ejemplo, que Bashar al-Asad «ha perdido la vista y la visión o que ha recibido instrucciones iraníes que implementa hacia los sirios o la comunidad internacional». Por favor, fíjense en la conjunción «o», que podría poner patas arriba ambas partes de la declaración. Después dice, también a modo de ejemplo, que «el asesino no tiene derecho a hablar del pueblo sirio: Bashar ha destruido Siria y ha obligado a los sirios a irse», y entonces uno imagina que ese que habla es una de las víctimas del régimen, que ha sido perseguido, encarcelado o torturado. Véase también cuando escribe a los presidentes de los países árabes y de queja implícitamente de que lo hayan dejado de lado (lo que llama «apoyarse en el método de descarte y discriminación de las fuerzas y personalidades civiles o de las fuerzas militares que tienen presencia en la escena siria»), y en cambio «hacen guiños a la Coalición Nacional, que ha provocado mayores diferencias en la escena siria».
Hablamos de Abd al-Halim Khaddam, vicepresidente de Siria entre 1984 y 2005, que se convirtió en un «opositor» que exigía un cambio democrático, pero que no se cansa -y es difícil, por cierto que se aburra- de recordar que él, fue vicepresidente, y un baasista hasta la muerte. Si no fuera porque el asunto conlleva una serie de paradojas amargas que tienen que ver con los sufrimientos del pueblo sirio bajo la autoridad de la dictadura hereditaria, la corrupción, el pillaje, la frivolidad, las bravuconadas y la manipulación en todo el país, además de la destrucción actual de Siria y el sometimiento de su pueblo a una guerra salvaje que no hace excepciones con personas ni estructuras, tendríamos derecho a reírnos un buen rato, cada vez que Khaddam hace una nueva declaración que se suma a una cada vez más discordante melodía en el mismo vil tambor.
Es irrisorio, por ejemplo, que Khaddam lance preguntas a sus compañeros baasistas que terminan eximiendo al partido de toda responsabilidad de la situación en el país a la que lo ha llevado un régimen que ha sobrepasado todos los tabúes y ha violado todos los valores, y que decidió «eliminar la vida política y paralizar el papel de las instituciones constitucionales, pasar por encima de las leyes porque su palabra es la Ley, y cometer masacres para conservar su autoridad y su unidad absoluta, expandiendo la corrupción y sembrando el miedo». Khaddam pregunta: «¿Acaso el partido es el que permitió al presidente del régimen Hafez al-Asad dar rienda suelta a la mano de su familia en el país o permitirle practicar la corrupción?» O: «¿Acaso el partido es quien ha permitido al presidente del régimen Bashar al-Asad emitir leyes, decretos y órdenes para permitir a su familia imponer su dominio sobre la economía nacional, las instituciones y las instalaciones públicas?» O, por ejemplo: «¿Acaso el partido es quien ha permitido al presidente del régimen confiscar las libertades, practicar la represión, paralizar la vida política, desvirtuar las instituciones y gobernar sobre las organizaciones populares y sindicales?» Por último: «¿Acaso el partido es quien ha permitido al presidente del régimen ahogarse en el lodo de la corrupción en un tiempo en que la mayoría de ciudadanos no encuentran un bocado para comer?»
Lo cierto es que uno, apoyándose en simples verdades incontestables de la historia, puede responder a todas estas preguntas con un «si» claro, suficiente y fiel a la realidad, incluso aunque quisiera dejar a la discusión todos los márgenes legítimos que indican que el partido Baaz no ha sido el único responsable de dichas desgracias.
¿Dónde estaban todos los valientes baasistas cuando el mundo entero vio la comedia de la sesión del Parlamento sirio, con un estilo carnavalesco más parecido a una función de circo que a una reunión de seres humanos, para cambiar el artículo 83 de la constitución de modo que así se facilitara la sucesión hereditaria por parte de Bashar al-Asad unas horas después de la muerte de su padre? ¿Dónde estaban esos mismos compañeros cuando su máximo líder, que era Khaddam en ese momento, hizo pública la ley número 9 con fecha 11 de junio de 2000, por la cual se modificaba el artículo 83 para que la edad constitucional del presidente de la República fuera semejante a la edad del heredero entonces (34 años), además de elevar a Asad hijo del rango de teniente al de coronel, sin escalas, y nombrarlo Líder supremo de las Fuerzas Armadas?
¿Dónde estaban los baasistas en el IX Congreso Regional del Baaz que tuvo lugar unos días después de este carnaval, para adoptar medidas que rápidamente quedó claro que no tenían más valor que la tinta con la que se escribieron (como decretar, en la vida política, la «necesidad de desarrollar los métodos democráticos actuales de forma que se fortalezca el frente interior y se haga realidad una participación más efectiva y seria de las masas, y activar la vida de los partidos y garantizar las libertades generales que la Constitución y la Ley garantizan, incluida la libertad de opinión y expresión»)? ¿Dónde estaban en esa reunión en la que además se tomaron dos decisiones, las más importantes, como el propio partido dice en su página oficial: «La elección del coronel, el Dr. Bashar al-Asad, líder del destino del partido y el pueblo» y «la elección del coronel Bashar al-Asad secretario regional del partido»?
A pesar de que algunos de los valientes de la oposición siria hoy, en el Consejo Nacional, o en el Comité de Coordinación Nacional, o ambos, siguieron la ola de Khaddam, la mayoría en secreto, cuando «desertó» a finales de 2005, lo abandonaron rápidamente, y se convirtió en un modelo poco común de una personalidad a la que el levantamiento no le reportó nada a cambio de sus pecados anteriores, como sí ha hecho en cierta medida con algunos como Riyad Hijab o Manaf Tlass. Es gracioso, no obstante, que sea el primero que se da cuenta de la cuerda que se ha tensado alrededor de sus huesos y de los pecados capitales de su historia pasada y reciente, pero aún así, no deja de repetir que es vicepresidente, ayer, hoy y mañana.