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Kitsch de altura

Fuentes: Rebelión

Traducido del inglés por Carlos Sanchis y revisado por Caty R.

Habría sido el colmo de la política kitsch.

Benjamín Netanyahu y diez de sus ministros iban a celebrar una reunión conjunta con Angela Merkel y diez miembros del gabinete alemán.

¿Para qué? Para demostrar el amor de Alemania por Israel.

A última hora, Netanyahu anunció que estaba enfermo y la reunión se anuló. Me imagino que a Netanyahu no le entristeció mucho. ¿Qué necesidad tiene? De todos modos, el gobierno israelí ya consigue de Alemania cualquier cosa que quiera.

Un periodista alemán me preguntó sobre la reacción en Israel a la visita del nuevo ministro alemán de Exteriores, Guido Westerwelle. Tuve que desilusionarle: la mayoría de los israelíes ni siquiera se enteraron. Otro dignatario depositando flores en el Yad Vashem. Otro atasco de tráfico en Jerusalén.

Como ocurre a menudo, no hay igualdad en este casamiento. La novia alemana ama el novio israelí mucho más de lo que él la ama.

De vez en cuando, la relación entre Alemania e Israel necesita una revisión.

Los alemanes no olvidan el Holocausto. Están inmersos en este asunto todo el tiempo. Aparece en los programas de televisión, en las disertaciones culturales y en el arte.

Es como debe ser. No debemos permitir que este crimen monstruoso se deslice de la memoria. Los jóvenes alemanes deben preguntarse una y otra vez cómo llegó a suceder que sus abuelos y abuelas fueran cómplices de este ingente acto; los que tomaron parte en él, los que lo aceptaron en silencio y los que callaron por miedo o por indiferencia.

El gobierno alemán, tanto el actual como todos sus predecesores, extraen del Holocausto una conclusión inequívoca: Israel, «el Estado de las víctimas», debe ser mimado. Todas sus acciones deben apoyarse sin reservas. No debe permitirse ni una sola palabra de crítica.

Cuando se fundó la nueva república alemana, ésta fue una política calculada. La guerra terrible que impuso a la humanidad Adolf Hitler acababa de llegar a su fin. Los crímenes de los nazis estaban frescos en la memoria de la humanidad. Alemania era una nación paria. Konrad Adenauer decidió que el apoyo masivo a Israel (además de las indemnizaciones individuales pagadas a las víctimas) abriría al país las puertas del mundo.

Encontró un socio leal en su colega Israelí. David Ben-Gurion creyó que la consolidación del Estado de Israel era más importante que los recuerdos del pasado. Suministró a la «Otra Alemania» un certificado kosher Israelí a cambio de la ayuda masiva alemana a Israel.

Desde entonces, ha pasado mucha agua por el Rin y el Jordán. Ha llegado el momento de formular algunas preguntas:

Pregunta 1: Puesto que la amistad alemana con nosotros es un imperativo moral, ¿tiene que incluir el apoyo a acciones inmorales?

He oído más de una vez el argumento: «Después de las cosas terribles que hizo el pueblo alemán a los judíos, nosotros, los alemanes, no tenemos ningún derecho a criticar al Estado Judío. ¡Los descendientes de los autores no pueden criticar a los descendientes de las víctimas!»

Lo he dicho antes: hay algo en estas frases que me perturba mucho. De algún modo me recuerdan la palabra alemana Sonderbehandlung («trato especial»), que tiene asociaciones terribles. En los campos de concentración era la palabra codificada para las ejecuciones.

La actitud del gobierno alemán hacia Israel es un Sonderbehandlung. También dice: los judíos son algo especial. El «Estado Judío» debe tratarse de manera diferente a todos los demás Estados. Es decir, los judíos son diferentes de todos los demás pueblos, su Estado es diferente a los demás Estados, su moral es diferente a la de los otros.

Un público alemán se divirtió mucho cuando recientemente hablé sobre una manifestación de comunistas en Nueva York. Los policías llegaron y empezaron a golpearles. Alguien gritó: «¡No me golpeen! ¡Soy anticomunista!» A lo que el policía le contestó: «¡No me importa clase de comunista es usted!» Los extremos filo-semitas me recuerdan a los extremos antisemitas. Uno se pregunta si alguien que recibe un trato especial también tiene que tratar de manera especial.

¿Tratamiento especial? No, gracias. No era ésa nuestra intención cuando fundamos este Estado. Quisimos ser un Estado como los demás Estados, una nación como las demás naciones.

Pregunta 2: ¿Qué significa realmente la amistad?

Cuando un amigo está borracho e insiste en conducir su automóvil, ¿se le debe animar a hacerlo? ¿Ésa es la expresión de la verdadera amistad? ¿O la amistad obliga a decirle: Escucha, estás destrozado, acuéstate hasta que se te pase?

Los alemanes inteligentes saben que nuestra política actual es desastrosa para Israel y para todo el mundo. Conduce hacia la guerra permanente, al empoderamiento del Islam fundamentalista radical a lo largo de la región, al aislamiento de Israel del mundo y a un Estado de ocupación en el que los judíos acabarán siendo una minoría opresora.

Cuando tu amigo ebrio conduce derecho hacia un acantilado, ¿qué te dice tu amistad que hay que hacer?

Pregunta 3: Amistad con Israel, pero, ¿qué Israel?

Israel está lejos de ser una sociedad monolítica. Es una mezcla vibrante, el fermento de una mezcla de muchas tendencias, desde la extrema derecha a la extrema izquierda. En la actualidad tenemos un gobierno de extrema derecha, pero también existe un campo de la paz. Hay soldados que se niegan a desmantelar colonias, pero también hay soldados que se niegan a protegerlas. Un buen número de personas dedican su tiempo y energía a la lucha contra la ocupación, a veces exponiéndose a peligros físicos en la acción.

Por supuesto, un gobierno tiene que tratar con los gobiernos. El gobierno alemán tiene que tratar con el gobierno Israelí. Pero de ahí a las cursiladas como una jornada conjunta de los dos gabinetes, hay una gran distancia.

El gobierno de Netanyahu promete de boca para afuera el principio de los dos Estados y lo viola todos los días. Ha rechazado la congelación total de la actividad colonizadora en los territorios ocupados, los mismos territorios que todos los gobiernos -incluido el alemán- están de acuerdo en que debería convertirse en el Estado palestino. Construye a una marcha loca en Jerusalén Este, que -del mismo modo, según el gobierno alemán- debe convertirse en la capital de Palestina. Está llevando a cabo en Jerusalén Este algo que está muy cerca de la limpieza étnica. ¿Debe abrazar la señora Merkel a este gobierno y ahogar su cara a besos?

Hay muchas maneras de que el gobierno alemán demuestre su amistad al «Otro Israel», al Israel que busca la paz y los derechos humanos para todos. Lástima que no lo haga.

Hay otra vía alemana. Hace dos semanas la vi.

En un auditorio de varios cientos de personas reunidas en Berlín para una ceremonia en la que me concedieron el «Premio Planeta Azul». El nombre refleja el hecho que desde el espacio exterior la tierra se ve como un globo azul.

El premio fue otorgado por la Fundación Ethecon, que cree que los ideales de la paz, los derechos humanos, la conservación del planeta y una economía ética deberían unirse en un todo. También es mi punto de vista.

La concesión del premio de este año a un activista israelí por la paz expresa, creo, la verdadera amistad por Israel; la amistad de la Otra Alemania por el Otro Israel. La repugnancia por los crímenes nazis ha conducido a estos alemanes a comprometerse en la lucha por un mundo mejor, un mundo más moral, en que el no haya lugar para el racismo que asoma su cabeza en muchos lugares de Europa.

Que nos lleva, por supuesto, a lo que acaba de suceder en la tierra de Guillermo Tell.

Los suizos han decidido por referéndum prohibir la edificación de minaretes. Eso es malo. Es abominable.

El antisemitismo, al parecer, se ha movido de un pueblo semita a otro. En la Europa del post-Holocausto es difícil ser antijudío, por lo que los antisemitas se han convertido en antimususlmanes. Como decimos en hebreo: la misma dama con una túnica diferente.

Desde el punto de vista estético, es una decisión estúpida. En todas las antologías de los edificios más hermosos del mundo, la arquitectura islámica ocupa un lugar de honor. Desde la Alhambra de Granada al Domo de la Roca en Jerusalén, por no mencionar el Taj Mahal, cientos de creaciones de la arquitectura islámica suscitan la admiración. Un minarete o dos podrían hacer maravillas en el paisaje urbano de Berna.

Pero ésta no es una cuestión de arquitectura, sino de racismo brutal y primitivo, del que los alemanes están escapando. Los suizos también, tienen mucho que reparar. Sus abuelos y sus abuelas también se comportaron de forma abominable durante el Holocausto, cuando afirmaron que «el barco está lleno» y devolvieron a los judíos que se las arreglaron para alcanzar la frontera Suiza a los verdugos nazis.

(Este recuerdo nos debería inducir a los israelíes a protestar contra el comportamiento de nuestro propio gobierno con respecto a los desesperados refugiados sudaneses que consiguen alcanzar nuestras fronteras desde Egipto. Los devuelve a los egipcios, quienes, en más de una ocasión, les han disparado).

A propósito, el referéndum suizo debería hacer reflexionar a quienes estén tentados de pensar que el sistema de referéndums es preferible al sistema parlamentario. Un referéndum abre las puertas a las demagogias más soeces, a los discípulos de Joseph Goebbels, quien una vez escribió: «Debemos apelar de nuevo a los instintos más primitivos de las masas.»

Jean-Paul Sartre dijo una vez que todos somos racistas. La diferencia, afirmó, está entre los que lo reconocen y luchan contra su racismo y quienes se rinden a él. La mayoría de los suizos, es triste decirlo, ha fracasado en esta prueba. ¿Y nosotros?

Fuente: http://zope.gush-shalom.org/home/en/channels/avnery/1260035333