Hace unos 3 años tuve la ocasión de entrevistar a una mujer kurda iraní, que vivía exiliada en Suecia. Era de unos 40 años, había participado de joven en una guerrilla comunista kurda iraní, conocida como Komala. Contactó con el partido de joven porque Irán se había convertido en una cárcel para las mujeres y […]
Hace unos 3 años tuve la ocasión de entrevistar a una mujer kurda iraní, que vivía exiliada en Suecia. Era de unos 40 años, había participado de joven en una guerrilla comunista kurda iraní, conocida como Komala. Contactó con el partido de joven porque Irán se había convertido en una cárcel para las mujeres y sus ideas progresistas y libertarias le atraían. Pronto tuvo que exiliarse al norte de Iraq, y pasó a integrar a la guerrilla.
En el norte de Iraq, el Partido Comunista Iraní – Komala (nombre de la guerrilla kurda iraní de izquierdas) puso en práctica un verdadero sistema de democracia socialista en las zonas que controlaban, era totalmente participativo, la gente decidía las cosas en asamblea; y la mujer gozaba de verdadera igualdad y libertad con respecto al hombre, que no ha vuelto a respirar ni siquiera en Europa.
En una ocasión, tuve la oportunidad de que me mostrara su carnet de identidad de la guerrilla. Tenía dos: uno escrito en kurdo y otro escrito en persa, adornados con una estrella roja internacionalista, acompañada de una hoz y un martillo, símbolo de la lucha obrero-campesina, en el centro del emblema.
Por supuesto, símbolos religiosos como el velo habían sido erradicados de sus vidas. Ponía cara de rechazo cuando con sólo mencionarle el tema del «islam», de la «religión», o del «velo», en una actitud muy auténtica. Me confesó que ella había notado como bajo el capitalismo europeo, en un país como Suecia, la gente no respiraba esa misma libertad que ella tuvo la ocasión de experimentar allí. Se vendía una falsa libertad entre hombre y mujer, en apariencia, que en realidad no era cierta. En realidad, el machismo seguía presente en la sociedad, y la mujer era presa de la imagen. Además sufría represalias e inferiores derechos laborales como contraparte a la posibilidad de baja por maternidad. Así mismo, en el plano social, la gente padecía el mal de la división de la sociedad en clases sociales. Dependías de un empresario que te diera tu sustento y trabajabas la mayor parte del tiempo para él, no para la sociedad. No era una sociedad, por tanto, igualitaria ni libre.
Cuando le preguntaba sobre el rumbo de las revoluciones árabes, su talante adquiría un ademán de preocupación, serio, y su respuesta era tajante: por desgracia -me confesó-, preveía que las «revoluciones» en el Mundo Árabe terminarían igual que la revolución iraní, porque la única fuerza o partido de oposición verdaderamente organizado para hacer frente a los viejos regímenes y sus residuos, así como a partidos seculares vinculados y relacionados con éstos, eran los islamistas. Ello le infundía tristeza, y aunque esperaba que no ocurriese de ese modo; la historia no ha venido sino a darle la razón.
Sólo en Egipto, y después de un año y medio de mandato del islamista Mursi, el movimiento tamarrud derribó al presidente que pretendía llevar a la carta constitucional y aumentar en la vida pública la presencia de la sharí`a, o ley islámica. El 29 de Julio de 2013, 30 millones de personas se manifiestan por todo el país, abarrotando las calles céntricas de las dos principales ciudades, El Cairo y Alejandría, y dando lugar a la bancarrota del gobierno de Mursi. En respuesta el régimen militar organiza un golpe de Estado, el 3 de Julio, para mantener el «orden» político-burgués asido y prevenir una salida revolucionaria por izquierda que pueda afectar a los intereses del régimen. Ahora han impuesto allí un mandato militar similar al de Mubârak, pero al menos laico: el del general Al-Sîsî.
Los egipcios han sido capaces de elegir entre una dictadura religiosa y una dictadura militar, no teocrática, laica, decantándose con esta última; pero no de aplicar el programa democrático-social y obrero que la revolución exigía. Muchas de las esperanzas de esta revolución han quedado aplazadas, trastocadas y pospuestas.
En el resto de países que fueron cuna del proceso revolucionario en 2011, el resultado son las bandas de grupos yihadistas como Estado Islámico, disputándose el poder ora con el viejo régimen o con partidos de oposición sectaria «moderada», como en Siria, ora con el nuevo régimen neoliberal. En Túnez, mientras se suceden las protestas y las huelgas obreras, organizadas por la izquierda y por los sindicatos, se mantienen en el gobierno los islamistas, que no dudan en reprimir las manifestaciones como lo hicieran los viejos regímenes.
El tiempo le ha dado la razón. La entrevista constituye, por tanto, un documento histórico de envergadura, que será publicado en breve.
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