Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
En los últimos años ha habido un fuerte resurgimiento del apoyo entre los palestinos a la solución de un solo Estado que garantice iguales derechos a palestinos e israelíes en toda la Palestina histórica.
Se podría esperar que cualquier apoyo a un solo Estado por parte de los judíos israelíes viniera de la izquierda y de hecho ahí es donde se encuentran los más prominentes paladines judíos israelíes de la idea, aunque en pequeñas cantidades.
Recientemente las propuestas de conceder la ciudadanía israelí a los palestinos de Cisjordania, incluyendo el derecho a votar para el Knesset [Parlamento israelí] han emergido desde una dirección sorprendente: incondicionales de la derecha como el presidente del Knesset Reuven Rivlin y el ex Ministro de Defensa Moshe Arens, ambos del partido Likud del Primer Ministro Benjamin Netanyahu. Más soprendentemente todavía, la idea ha sido promocionada por destacados activistas del movimiento de colonos en Cisjordania que fueron el tema de una reseña de lectura obligada de Noam Sheizaf en Haaretz («Endgame», 15 de julio de 2010).
Sus visiones siguen estando muy lejos de lo que cualquier defensor palestino de un solo Estado consideraría justo: las propuestas israelíes insisten en mantener, al menos simbólicamente, el carácter del Estado como un «Estado judío», excluir la Franja de Gaza y no tratar el problema de los refugiados. Y los colonos sobre una tierra que con frecuencia se ha expropiado a los palestinos difícilmente parecerían obvios defensores de los derechos humanos y políticos palestinos.
Aunque los detalles varían y en algunos casos son anatema para los palestinos, lo que es más relevante es que este debate está teniendo lugar abiertamente y en los círculos menos probables.
Los miembros del Likud y los colonos defensores de una solución de un solo Estado con [derecho de] ciudadanía para los palestinos se dan cuenta de que Israel ha perdido el argumento de que la soberanía judía se puede mantener para siempre a cualquier precio. Un statu quo en el que millones de palestinos viven sin derechos, sometidos a control por medio de una violencia israelí cada vez mayor es insostenible incluso para ellos. Al mismo tiempo, la partición de la Palestina histórica (lo que ellos llaman Eretz Yisrael) en dos Estados es inaceptable y ha demostrado ser inalcanzable, en gran parte debido al propio movimiento de colonos.
Algunas personas en la derecha israelí reconocen ahora lo que el geógrafo israelí Meron Benvenisti lleva años diciendo: la Palestina histórica ya es un «Estado binacional de facto» indivisible excepto a un coste que ni israelíes ni palestinos están dispuestos a pagar. Sin embargo, la relación entre palestinos e israelíes no es una relación entre iguales, sino una relación entre «caballo y jinete», como expresó gráficamente un colono en Haaretz.
Desde la perspectiva de los colonos, la repartición significaría un desarraigo de al menos decenas de miles de los 500.000 que hay actualmente en Cisjordania y esto ni siquiera solucionaría la cuestión nacional. ¿Los colonos que permanecieran en Cisjordania (la vasta mayoría de ellos según todas las actuales propuestas de dos Estados) estarían bajo soberanía israelí o bien Israel seguiría ejerciendo el control sobre la red de colonias que jalonan todo el supuesto Estado palestino? ¿Cómo podría existir un verdadero Estado palestino en semejantes circunstancias?
El peligro más grave es que Cisjordania se convierta en una docena de franjas de Gaza con amplia población civil israelí hacinada entre amurallados ghettos palestinos superpoblados. El Estado palestino a retales sólo sería libre para administrar su propia pobreza y estaría azotado por rachas regulares de baños de sangre.
Incluso una retirada total israelí de Cisjordania (algo que no aparece ni remotamente en la agenda de paz) dejaría Israel con un millón y medio de ciudadanos palestinos dentro de sus fronteras. Esta población ya se enfrenta a una discriminación, hostigamiento y exigencia de pruebas de lealtad cada vez mayores. En un enfurecido y ultranacionalista Israel reducido por el trauma de abandonar las colonias de Cisjordania estos ciudadanos no judíos sufrirían cosas mucho peores, incluyendo una clara limpieza étnica.
Sin progreso alguno hacia la solución de dos Estados a pesar de décadas de esfuerzos, la única alternativa sionista que se ofrece ha sido la clara expulsión de los palestinos, un programa defendido durante mucho tiempo por el Ministro israelí de Asuntos Exteriores Avigdor Lieberman del partido Yisrael Beitenu, que ha visto como su apoyo aumentaba de forma constante.
Israel está en un punto en el que tiene que mirarse al espejo, e incluso a miembros de la línea dura del Likud como Arens al parecer no les gusta lo que ven. La plataforma Yisrael Beitenu es «disparatada», declaró Arens a Haaretz, y simplemente «imposible de hacer». Si a Israel le parece que ahora es un paria, ¿qué ocurriría después de otra expulsión masiva de palestinos?
Dadas estas realidades, «la peor solución… aparentemente es la correcta: un Estado binacional, anexión completa, ciudadanía completa», en palabras del activista colono y ex asesor de Netanyahu Uri Elitzur.
Este despertar se puede relacionar con lo que les ocurrió a los blancos sudafricanos en la década de 1980. Para entonces estaba claro que había fracasado el esfuerzo del gobierno de la minoría blanca de «solucionar» el problema de la privación a los negros del derecho al voto creando homelands independientes, los bantustanes. Estaba aumentando la presión desde la resistencia interna y desde la campaña de boicot, desinversión y sanciones.
Para mediados de la década de 1980 la inmensa mayoría de los blancos comprendió que el statu quo del apartheid era insostenible y empezaron a considerar propuestas de «reforma» que estaban muy lejos de las reivindicaciones del Congreso Nacional Africano de sufragio universal: una persona, un voto en una Sudáfrica interracial. Las reformas empezaron con la introducción en 1984 de un parlamento con tres cámaras separadas para los blancos, personas de color e indios (ninguna para los negros) y con los blancos reteniendo el control total.
Hasta casi el final del sistema de apartheid las encuestas demostraron que la vasta mayoría de los blancos rechazaban el sufragio universal, pero estaban dispuestos a conceder algunas formas de reparto de poder a la mayoría negra mientras los blancos conservaran un poder de veto sobre las decisiones clave. Como ya he argumentado anteriormente, lo importante es que no se podía predecir el resultado final de las negociaciones que en1994 acabaron originando a una Sudáfrica plenamente democrática basada en lo que el público y las elites blancas dijeron que estaban dispuestos a aceptar («Israeli Jews and the one-state solution», The Electronic Intifada, 10 de noviembre de 2009).
Una vez que los judíos israelíes admitan que los palestinos deben tener iguales derechos, no podrán imponer unilateralmente ningún sistema que mantenga privilegios excesivos. Un Estado conjunto satisfaría los legítimos intereses colectivos de los judíos israelíes, pero tendría que hacer lo mismo equitativamente para cualquier otra persona.
La propia aparición de la solución de un solo Estado de la derecha sugiere que Israel está sintiendo la presión y experimentando una relativa pérdida de poder. Si sus defensores pensaran que podrían «ganar» a largo plazo no tendrían que buscar maneras de satisfacer los derechos palestinos. Pero los judíos israelíes ven devaluarse su legitimidad moral por todo el mundo mientras que demográficamente los palestinos están a punto de convertirse de nuevo en una mayoría en la Palestina histórica.
Por supuesto, los judíos israelíes siguen manteniendo una enorme ventaja de poder sobre los palestinos que aunque se está erosionando, probablemente dure un tiempo. La principal ventaja de Israel es un casi monopolio sobre los recursos de violencia, garantizados por Estados Unidos. Pero no se pueden ganar la legitimidad y la estabilidad por medio de la dependencia de la fuerza bruta: ésta es la lección que se está empezando a asumir entre algunos israelíes mientras el país se está quedando cada vez más aislado después de sus ataques a Gaza y a la Flotilla de la Libertad. La legitimidad sólo puede venir de un acuerdo político justo y equitativo.
Quizá los defensores de un solo Estado pertenecientes a la derecha reconocen que el mejor momento para negociar una transición que proporcione salvaguardas para los legítimos intereses colectivos de los judíos israelíes es mientras son relativamente fuertes.
A la luz de experiencias en situaciones comparables no debería sorprender que propuestas de un solo Estado provengan de la derecha israelí En Sudáfrica no fueron los tradicionales críticos liberales blancos del apartheid quienes supervisaron el desmantelamiento del sistema, sino el Partido Nacional que había sido el primero en construir el apartheid. En Irlanda del Norte no fueron los unionistas y nacionalistas «moderados» David Trimble y John Hume quienes finalmente hicieron el reparto de poder según los Acuerdos de Belfast de 1998 , sino los que siempre lo rechazaban, el Partido Unionista Democrático de Ian Paisley y el nacionalista Sinn Fein, cuyos dirigentes tenían estrechos vínculos con el IRA.
Las experiencias de Sudáfrica e Irlanda del Norte demuestran que transformar la relación entre colono y nativo, amo y esclavo o «caballo y jinete» en una realción entre ciudadanos iguales es un proceso muy difícil, incierto y prolongado. A lo largo del camino hay muchos pasos atrás y rodeos, y el éxito no está garantizado. Exige mucho más que una nueva constitución; la redistribución económica, la restitución y la justicia reconstituyente son esenciales y se encuentran con una resistencia significativa. Pero esta transformación no es, como insisten muchos críticos de la solución de un solo Estado en Palestina, «imposible». Es más, la esperanza reside ahora en el espacio que hay entre lo que es «muy difícil» y lo que se considera «imposible.»
Por muy inadecuadas e incluso ofensivas que parezcan en muchos aspectos, las propuestas de la derecha israelí añaden un poquito a esta esperanza. Sugieren que incluso aquéllos a quienes los palestinos consideran comprensiblemente sus enemigos más implacables pueden mirar al abismo y decidir que el camino en adelante ha de ser radicalmente diferente.
Debemos observar cómo evoluciona este debate, y entablarlo y fomentarlo cuidadosamente. Al final lo que importa no es cómo se denomine la solución, sino si satisface los derechos fundamentales e inalienables de los palestinos.
Ali Abunimah es cofundador de The Electronic Intifada y autor de One Country: A Bold Proposal to End the Israeli-Palestinian Impasse. Este artículo se publicó originalmente en Al-Jazeera English y se reproduce con permiso.
Fuente: http://electronicintifada.net/
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