Traducido para Rebelión y Tlaxcala por Germán Leyens
Hace unos pocos años, hubo una amarga disputa entre Grecia y una república separada de la antigua Yugoslavia. La nueva nación quería llamarse Macedonia, pero los griegos insistieron enérgicamente en que era un nombre que pertenecía sólo a Grecia. Dijeron a la «Antigua república yugoslava»: llámense como quieran, pero no Macedonia. Para personas ajenas a la situación, podría parecer una actitud absurda, pero James Frazer nos recuerda que todas las tribus y todos los pueblos solían estar convencidos del poder del Nombre.
Me parece que uno de los peores errores cometidos por el mundo árabe fue que no mostró la misma tenacidad que los griegos respecto a Macedonia. Nunca debiera haber aceptado el uso de la palabra «Israel» para describir al Estado establecido en tierras palestinas.
El nombre evoca demasiado: «aquel que lidia con Él», es decir con Dios. Infunde un cierto sentido de aprobación divina. Es una palabra que no aparece sólo en las letanías y oraciones de ortodoxos, católicos y anglicanos, sino también en el Sagrado Qu’ran. Así lo sagrado se transforma en lo diabólico. Y así la Boda de Sangre en Qana llega a suceder – hay que decirlo – ante la indiferencia del mundo ‘civilizado’.
Sin embargo, en medio del aterrador poder y de la destrucción, existe la esperanza. Como dice un sabio proverbio antiguo: «Sé siempre bueno con la gente cuando vayas subiendo, porque podrías volver a encontrarla al ir hacia abajo.»
Consideremos a China en 1900: grandes áreas ocupadas por potencias extranjeras, todo el país saqueado por especuladores y bañado en narcóticos. Comparemos la China de hoy con Gran Bretaña, una de las principales potencias ocupantes de 1900. Aunque probablemente sean demasiado corteses para mostrarlo, muchos chinos deben sentir una cierta satisfacción ante el cambio relativo del poder y el prestigio.
Napoleón fue una vez más poderoso que Bush y Olmert juntos; y llegó el día en el que el Boletín del 29 Ejército anunció «la destrucción del Gran Ejército». Así que es un error, por común que sea, suponer que las potencias intimadoras, arrogantes, de nuestros días seguirán siendo para siempre fuertes y dominantes.
Pero también sería definitivamente erróneo suponer que el Eje de la Idiotez podría haber llegado algún día a someter al mundo musulmán. Este Eje incluye como sus miembros dirigentes a: un país inmenso con profundos problemas sociales y económicos, pero una fuerte industria de armamentos; un pequeño país (ídem); y finalmente a un país aún más pequeño – más pequeño que Nepal. Anglo-USA están empantanados en Iraq y Afganistán, ‘Israel’ está en la misma situación en Líbano. La exitosa resistencia de Hezbolá también debe inspirar esperanzas de emulación, especialmente en Siria, y tal vez incluso en Egipto.
Antes de que los ingleses se volvieran aburridos, fastidiosos y corruptos – recuerdo los ‘trajes vacíos’ del Nuevo Laborismo – érase una vez un inglés muy interesante llamado Sir Richard Francis Burton, el-Hadj Abdullah. Vio las fuentes del Nilo, y peregrinó a las ciudades santas de Medina y Meca. Como miembro del orden sufí seguramente tenía una vena mística, que puede haberlo llevado a la siguiente predicción del futuro, escrita a mediados de los años ochenta del Siglo XIX:
«En cuanto a la restauración de Israel a la Tierra Santa, ese tema favorito de la profecía y la poesía, ese ensueño del judío, por lo menos hasta que encontró un país y un hogar en regiones mucho más felices más allá de sus antiguos lares, no se necesita un don supernatural para señalar el curso natural de los acontecimientos.
El mundo civilizado nunca toleraría la presencia de un credo que dice al hombre: «Odia a tu prójimo a menos que sea uno de los tuyos» … Un año de espectáculos semejantes sería más que suficiente para provocar la cólera y la venganza de la humanidad indignada; la raza, cruel, fiera, tenaz, y desesperada como en los días de Tito y Hadriano, se defendería hasta el fin; el resultado sería un nuevo sitio y captura de Jerusalén, y el «Pueblo Elegido» yacería una vez más postrado en su sangre y sería erradicado de la Tierra Santa.»
Mi buen amigo Anwar me recuerda que las relaciones entre árabes y judíos, y por cierto entre cristianos y musulmanes, fueron en general excelentes en la época en que Burton escribió las palabras mencionadas. Sólo más adelante, después de los días de Balfour, los palestinos llegaron a la escalofriante conclusión de que terminarían por ser suplantados en su propio país.
Es exactamente la misma historia de insidioso desplazamiento que también se vio en el caso de los indios usamericanos. También ellos fueron expulsados por colonos que creían en el Destino Manifiesto, justificados una vez más por una interpretación particular de la Torá y de la Tanach o sea el Antiguo Testamento. La simpatía inicial se convirtió en hostilidad por razones obvias, y no se puede culpar ni a los palestinos ni a los usamericanos nativos por ese cambio natural en su actitud.
Impresiona el bajo porcentaje de racionalidad que prevalece en los asuntos humanos. En Gran Bretaña, la BBC pasa horas advirtiendo sobre un cierto fantástico complot de «islamofascistas», que al parecer quieren derribar aviones reventando botellas de leche. Semejantes cabriolas son extrañas y disparatadas, pero ayudan a que los incautos e ignorantes piensen que la víctima es realmente el malvado.
Pero seguramente llegó la hora de utilizar un poco de tino.
Es hora de que los ciudadanos de ‘Israel’ escuchen y presten atención a Uri Avnery, Gideon Levy y otros espíritus, aún más atrevidos. Hora de hacer T’shuva [penitencia] y pedir perdón a los injustamente tratados palestinos – y libaneses.
De otro modo, la advertencia de Sir Richard se hará realidad algún día. Tal vez antes de lo que cualquiera de nosotros logra imaginar.
Germán Leyens es miembro de los colectivos de Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción es copyleft y se puede reproducir a condición de mencionar al autor, al traductor y la fuente.