Entre otras muchas cosas, algunas de ellas recordadas y comentadas en anteriores conversaciones aquí publicadas, Joaquín Miras Albarrán es miembro-fundador de Espai Marx y autor de Repensar la política y Praxis política y estado republicano. **** Nos habíamos quedado en este punto. Te cito: «La libertad es propiedad ontológica, a la vez, inherente a la […]
Entre otras muchas cosas, algunas de ellas recordadas y comentadas en anteriores conversaciones aquí publicadas, Joaquín Miras Albarrán es miembro-fundador de Espai Marx y autor de Repensar la política y Praxis política y estado republicano.
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Nos habíamos quedado en este punto. Te cito: «La libertad es propiedad ontológica, a la vez, inherente a la actividad y consecuencia de la actividad, y esta actividad es comunitaria». Pero, si es así, ¿no puede restringirse o anularse esa libertad si la comunidad se rige, involuntariamente si quieres, por imposición de una minoría, de un sistema político autoritario?
Si una minoría impone su voluntad a los demás, sea cual sea la concepción política que adoptemos, será acción represiva. La definición que yo aduzco simplemente señala que la libertad no depende de las leyes solo, sino del ethos, porque el ser humano, su vivir, la parte fundamental del mismo, que abarca la totalidad de la vida cotidiana y el trabajo, etc. es producida, y reproducida por el ethos. Con esto, por el contrario, podemos percatarnos más y mejor de cuáles son las formas mediante las que se ejerce la liquidación de la libertad de los individuos, pues podemos entonces analizar cómo se nos construye un vivir en común y un saber vivir que se nos impone sin permitirnos intervenir en su elaboración. Y podemos ver cómo se nos niega la libertad desde el ethos cuando se afirma que somos libres porque la ley no nos coacciona. Pero, en el mundo actual el ethos, nuestra forma de vida, es construido por la minoría capitalista, por la producción par el consumo. Esta es la ventaja que nos proporciona esta otra concepción del mundo: que sabe ver que la libertad es asunto ontológico, y cultural, y esto nos arma mejor para saber luchar contra la tiranía, nos permite comprender que lo de sentirnos libres porque, individualmente, la ley no nos impone un vivir -cosa que está muy bien- es falso. Esa otra interpretación liberal es una interpretación enajenada, una enajenación, porque sentimos como realidad ajena, como entidad natural, ese saber vivir, que generamos a partir de la actividad de todos. Como percibimos que no obedece a nuestra voluntad -obedece a las decisiones voluntarias adoptadas por los capitalistas con el fin de hacer crecer su capital- lo consideramos natural. Sin embargo, es lo que determina, lo que impone, nuestro modo de vivir, de desear, nuestra antropología subjetiva.
Dices que todas las corrientes republicanas están de acuerdo en dar al individuo lo que le toca. ¿Y cómo sabemos lo que le toca? ? ¿Quién o quienes lo calculan? ¿Con qué criterios?
Ahí es donde entraría el debate res publicano. Pero solo las corrientes republicanas se plantean la reflexión sobre lo que la comunidad debe dar a cada individuo, porque para ello hay que aceptar previamente que lo producido es creación en común, que el ser humano es ser cívico social -zoon politikon-. Para el liberalismo, para el individualismo antropológico, este debate no tiene sentido. O se inventan una coda o epílogo forzado a su discurso, como respuesta polémica, y cuentan que «vicios privados, virtudes públicas», y que cuanto más egoístamente propietarista sea cada individuo y más y mejor vele exclusivamente por «lo suyo», más beneficioso será para los demás, etcétera. Dentro del res publicanismo, todo él comunitarista -donde el término significa lo que significa y no lo que el liberalismo dice que significa-, la democracia proponía la igualdad como proporción adecuada, las republicanismos no democráticos, los aristocráticos, proponían el acceso desigual a los bienes producidos por la comunidad, e inventaban recursos anti democráticos -ellos, y también los liberales- para evitar que la mayoría pudiese adoptar la resolución de imponer la igualdad: «medidas contramayoritarias», con esta expresión cínico canalla se denomina a estas medidas que imponen la desigualdad social.
Por cierto, que para el liberalismo, «comunitarismo» es «totalitarismo», y «medidas contramayoritarias» es «la libertad». Pues, nada: que actualmente vivimos en el mundo «libre» de las más radicales «medidas contramayoritarias», una orgía de libertad; no sé cómo los parados, los que pierden su vivienda, los que no son atendidos en los centros médicos saturados, quienes no pueden estudiar por carecer de la posibilidad de pagar la matrícula, no lo entienden y resultan tan desagradecidos.
Vuelvo a citarte: «Todo pensamiento humano se fundamenta en una interpretación o concepción del mundo dentro de la cual posee lugar privilegiado la concepción de la ontología del ser humano». ¿Po qué esa prioridad? ¿Por qué resulta imprescindible conocer la hipótesis onto antropológica que lo inspira?
La interpretación de lo que constituya la antropología humana, de lo que somos, condiciona nuestra forma de hacer, de actuar sobre nosotros mismos y sobre los demás y con los demás. Por supuesto, la praxis va siempre por delante de la experiencia de nuestro hacer, y de nuestro eventual nuevo hacer. Esa experiencia es la que se constituye en el objeto de auto reflexión, de reflexión o de saber segundo que se denomina filosofía. Pero la elaboración filosófica nos gobierna en nuestra orientación práxica. No tener elaborada conscientemente nuestra filosofía, o estar influido, a la par, por otras, incluso tener en la mente mezclas contradictorias de filosofías, condiciona nuestra praxis, la bloquea en un sentido, la impulsa en otro. Somos seres conscientes y el pensar orienta el hacer. Si pienso que el comportamiento humano mayoritario en una sociedad no me gusta pero es natural, innato, esto condiciona, limita mi comportamiento ante las injusticias: «siempre habrá pobres y ricos», «el pez chico se come al grande», etcétera.
En cambio, si nosotros somos capaces de concebir que el ser humano es un ser social que vive en comunidad gracias a la praxis común que se genera intersubjetivamente y que es la que produce la cultura material de vida y los recursos u objetivaciones materiales, a la par que genera la nueva subjetividad y su antropología. Si somos capaces de hacernos una idea de la totalidad de lo que somos, y que está constituida por el elemento social y sus relaciones sociales de poder, el elemento del ethos o saber hacer-saber vivir, y el elemento de la subjetividad individual, los tres orgánicamente relacionados entre sí, no cometeremos errores muy graves a la hora de pensar qué hacer, cómo organizar la sociedad. Evitaremos, por ejemplo, el error utilitario, utilitarista, de pensar que el mundo no es sino individualidad cuyo innato deseo y cuya innata capacidad de producir y apropiarse es lo único existente. El error legislativista que ya percibe que los individuos son seres en sociedad, pero que trata de resolver los problemas solo mediante la ley, porque no sabe comprender qué elementos componen lo social: que la sociedad está constituida por una comunidad social activa, que genera un ethos, mediante cuya puesta en obra crea el mundo objetivo y, a la par, nuestra antropología subjetiva. Y esto induce a pensar lo social y las alternativas, la intervención sobre lo social como creación de un nuevo orden, de un nuevo ethos, de unas nuevas relaciones sociales, y no como sola y simple creación de leyes y de la administración gubernativa. El error del «parcialismo ético», de quien puede llegar a comprender por experiencia que el vivir se fundamenta en un ethos, pero solo comprende y afirma aquella parte del ethos que lo constituye y afecta a él, su particularismo, frente a las partes de ethos que afectan y determinan las vidas de los demás…o que no comprende que si el ethos existente lesiona la individualidad de sujetos que coparticipan de nuestra comunidad social, debemos poder Reconocer sus necesidades, y debemos reelaborar ese mundo ético entre todos, creando para ello instancias que posibiliten la deliberación sobre el ethos y la capacidad de acción creativa voluntaria, en común, de nuevo ethos, de forma que sus necesidades antropológicas sean tenidas en cuenta, etcétera -pero sobre todo esto versan, precisamente, los capítulos cinco, seis, siete y ocho de la Fenomenología del Espíritu, de Hegel-. Por tanto, si no tenemos claridad intelectual sobre lo que somos, intervendremos políticamente en nuestra sociedad de forma errónea, no comprenderemos cuáles son las causas de nuestras desgracias ni los medios potenciales para crearles alternativas de vida.
Hablas del marxismo a cuya filosofar pertenece este texto. Me voy un poco de tema pero te pregunto: ¿qué es entonces para ti el marxismo hoy, a principios del siglo XXI? ¿Qué de singular o específico tiene ese filosofar al que tú asocias a la práctica filosófica aristotélica y hegeliana?
Todo filosofar ha sido saber segundo elaborado a partir de la experiencia de vida para reflexionar y darse razón del vivir y del mundo que lo genera. Todo filosofar es saber de la experiencia de la consciencia, saber reflexivo a partir de esa experiencia práxica de vida, que es histórica.
En los filosofares históricos ha habido mayor o menor consciencia experiencial de que esos mundos dependían de nuestro hacer y que nuestro hacer era común, social, deliberado por nosotros, no individual. Los ha habido, desde luego, que han elaborado concepciones filosóficas en las que la actividad humana era concebida como determinada biológicamente, innatamente. Y otros que han elaborado la noción opuesta, que el ser humano es un zoon politikon práxico.
El filosofar que surge con Aristóteles interpreta que el ser humano es un ser social, prioridad ontológica de la comunidad sobre el individuo –Política-. Y que el mundo humano existe por la actividad de los individuos organizados de esa comunidad: praxis y poiesis. Una actividad que elabora el saber hacer que aplica, el ethos -Ética Nicomáquea, Eudemia, Magna Ética -, y que todo ello es lo que posibilita el buen vivir, la vida buena o Eú zen de cada individuo, que dentro de esa comunidad práxica de vida, adquiere libertad, y puede deliberar y decidir cómo vivir, siempre que esto lleve inherentemente la participación en la praxis social, en la política, etc. Aristóteles propone un modo de buena vida, el Escipión de Cicerón en el diálogo titulado De Republica, propone otra, etc.
Los filosofares se fundamentan siempre, están siempre relacionados con la experiencia de vida que el mundo existente genera en el autor -y por tanto, están relacionados con la experiencia concreta de la «parte del mundo» que le ha tocado en suerte vivir a cada ser humano, ser rico, ser más rico, ser pobre, la parte de sociedad que él constituye como resultado de las relaciones sociales que la organizan, de las correlaciones de fuerza. Esa experiencia de vida históricamente determinada es el fundamento de la reflexión que genera la filosofía, la reflexión filosófica sobre la propia experiencia, que todo ser humano genera. Esto, por supuesto, incluye las concepciones del mundo elaboradas dentro de la religión. Una religión no es sino un filosofar elaborado desde el que se concluye -se concluía- cómo vivir, y que interviene -intervenía- en la creación de un vivir, un ethos; un filosofar cuya concepción del mundo -cuya weltanschauung elaborada- se hace dependiente, se justifica -heteronomía- como voluntad de un ser trascendente que impone un vivir, y un hacer, porque determina lo que es el bien y el mal. Por tanto, los pobres también tenían, instancias de elaboración de experiencia de vida, y filosofías. Todo hombre es filósofo, decía Gramsci, y es así. La autoconsciencia no es privilegio de los aristoi, es universal en el ser humano.
Permíteme interrumpirte aquí. Nos quedamos en esto, que está muy bien aunque pueda parecer una obviedad: La autoconsciencia no es privilegio de los aristoi, es universal en el ser humano.
Prosigo con la Revolución francesa.
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