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A pesar de su poderío militar, Israel es un Estado débil y agonizante

La autodefensa del suicidio

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Como si fuera un eco del Líbano en 2006, la gente de Gaza es matada salvajemente por pilotos asesinos de un Estado asesino. Fuerzas terrestres pronto matarán salvajemente a muchos más. La repetición ampliamente esperada de la violencia en gran escala de Israel es realizada después de un prolongado proceso provocado cuando Israel evacuó unilateralmente sus asentamientos y su presencia en tierra en Gaza sólo para crear lo que ha sido descrito como un zoológico humano a control remoto. Israel mantiene un control total sobre las fronteras de Gaza, su espacio aéreo y marítimo, su economía, su electricidad, sus suministros de alimentos y de medicinas. La gente de Gaza es hambreada, humillada y constantemente intimidada. Sin embargo, si la retirada fue bien intencionada o no tiene poco que ver con los motivos de los disparos desafiantes de cohetes contra las localidades israelíes de Sderot, Ashkelon y Beer Sheva.

Más allá de lograr un alivio a muy corto plazo de los ataques de cohetes la escala de la violencia de Israel provoca preguntas e invita a la reflexión. Las acciones de Israel, justificadas con la retórica de «ninguna alternativa» (ein brera) y de la «autodefensa», pueden poner fin temporalmente al volcán de odio alrededor y al interior de Israel pero, después del choque y del pavor iniciales, seguramente llevarán a producir mucha más violencia.

El asesinato de miembros individuales de Hamas, incluso el derrocamiento de la organización, la destrucción de sus infraestructuras y edificios, no destruirán la oposición legítima a la arrogante y farisaica entidad sionista. Ningún ejército, por bien equipado y entrenado que esté, puede ganar un combate sin aumentar la cantidad de personas a quienes ya no les importa morir. Hubo odio contra los israelíes antes de la matanza de Gaza, el odio después de ella será de un diferente orden de magnitud.

Ante el seguro fracaso de los intentos de lograr estabilidad mediante la violencia, la intimidación, el hambre y la humillación, ¿qué diantres motiva al Estado israelí? ¿Qué se imaginan los israelíes que lograrán con esta matanza? Tiene haber algo que reprimido en todo esto. Sólo puede ser así, para que los israelíes, puedan creer que pueden existir y defenderse, mediante la patología de provocar un estado permanente de violencia en su contra. ¿Qué clase de fariseísmo condiciona este deseo autodestructivo de ser odiado?

Gaza misma nos ofrece una pista. Muchos de los palestinos que viven en Gaza son descendientes de 750.000 refugiados que fueron expulsados en 1948 de lo que es ahora el Estado judío. Ashkelon fue construida sobre las ruinas de la aldea palestina de al-Majdal cuyos habitantes fueron expulsados en 1948, muchos de ellos hacia Gaza. Sólo mediante una tal limpieza étnica pudo establecerse un Estado con una mayoría y carácter judíos. Toda realización justa del retorno de los refugiados, reconocido por el derecho internacional significaría efectivamente el fin del proyecto sionista. Los que decidieran retornar no sólo amenazarían la mayoría judía. Al retornar, es seguro que presentarían demandas para igualdad ciudadana. Al hacerlo, cuestionarían la premisa discriminatoria fundacional del Estado judío, que asigna una diferente participación en el Estado a todos los que pasan una prueba de carácter judío, vivan en el país o en otro sitio. Por lo tanto, por el mismo motivo por el que Israel discrimina contra sus propios ciudadanos árabes no-judíos, impedirá el retorno de los refugiados.

La proliferación y la dominación del discurso de la autodefensa y de su subproducto – la aceptación sin crítica de la legitimidad del Estado israelí – logran ocultar el hecho de que el propio Israel es un Estado de Apartheid que se basa en una premisa de Apartheid (separación). En nombre de la premisa de Apartheid la ocupación, el desposeimiento y la discriminación afectaron a todos los palestinos en Gaza, en Cisjordania, en el propio Israel y por cierto en todo el mundo.

Por lo tanto, lo que en realidad se «preserva» es la falta de voluntad, o más bien la incapacidad, de los israelíes de cuestionar el fundamento de Apartheid de su propio Estado. El mantra encubridor sobre los disparos de cohetes de Hamas contra la autodefensa legítima de Israel recluta cínicamente tanto a los palestinos de Gaza como a los israelíes de Sderot. La protección de la falta de disposición del Estado judío para encarar el sionismo colonial y racista es más importante que todos ellos.

La aceptación del derecho de Israel a existir en seguridad como Estado judío se ha convertido ahora en el parámetro de la moderación política. Obama ya corea la canción. Los sionistas igualitarios que cuestionan ese derecho no pasan la prueba fácilmente. Esa voz antisionista es inclusiva y moderada. Insiste en que las injusticias contra los palestinos provienen de la premisa misma de la condición de Estado en la que se basa Israel. Las injusticias hacia los palestinos abarcan toda la Palestina histórica de una manera que no puede ser dividida en partes para que sean visibles sólo en los territorios, incluida Gaza, que Israel ocupó en 1967- Rompamos, entonces, la charlatanería insustancial sobre la autodefensa que sólo aplana «críticas» contra Israel pero que al hacerlo lo legitima: el origen de la violencia en Gaza está íntimamente vinculado a la manera como llegó a ser el Estado israelí y a la continua tolerancia de la premisa del Apartheid en su esencia misma. Israel no debe ser «reformado» o «condenado» sino reemplazado por una sola estructura igualitaria en toda Palestina histórica.

Israel necesita un ciclo continuo de violencia. Mientras ese ciclo sea provocado mediante la opresión diaria, los israelíes pueden sustentar ese refugio en el que se pueden unir tras su incapacidad de examinar su mentalidad de Apartheid. La violencia mantiene una zona en la que la antigua amenaza existencial asfixia toda posibilidad de verdadera empatía y autoreflexión igualitaria. Al mismo tiempo, la violencia es un medio necesario para afianzar la pretendida legitimidad de lo según ellos constituye la única alternativa a esa violencia. Esa alternativa no es otra cosa que el «sorprendentemente,» fracasado «sano», «razonable» y «moderado» «proceso de paz» hacia dos Estados, un proceso que apunta a legitimar de una vez por todas el Estado del Apartheid. El discurso ha sido secuestrado de tal manera que los llamados urgentes por un cese inmediato de la violencia resucitan esa imposibilidad, ese proyecto esencialmente injusto de dos Estados que asegurará la continuación de la violencia.

Lamentablemente, la patología de la generación de violencia contra uno mismo, violencia que suspende la reflexión sobre el núcleo del Apartheid, tiene éxito al precio de generar un odio inmenso. La patología israelí resultará, oculta y trascendentalmente, en aquello que los israelíes temen más. No existe, indudablemente, «ninguna alternativa» para el proyecto nacionalista de las víctimas eternas fuera de cometer suicidio junto con aquellos que oprimen.

El deseo sionista sublimado de ser odiados es el combustible para la unidad y el fariseísmo de Israel. Esa naturaleza autodestructiva, oculta como un deseo de autodefensa, proviene de fuerzas profundas y antiguas de las que el sionismo sólo es un síntoma y un indicio. Lo que preservan esas fuerzas autodestructivas asegura que el proyecto nacionalista de Apartheid de las eternas víctimas sea un fenómeno efímero. Cuando es detenida en simple nacionalismo, la mentalidad primordial de víctima se autopreserva generando el suicidio colectivo de ese proyecto nacionalista. La autodefensa del suicidio destaca la particularidad del Apartheid israelí. Tanto la retórica de la falta de alternativa como la de la autodefensa contienen una escalofriante crónica de suicidio anunciado. A pesar de su poderío militar, Israel es un Estado débil y agonizante que desea autodestruirse. Las naciones más poderosas del mundo contribuyen a ese proceso suicida y este hecho exige ser urgentemente considerado.

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Oren Ben-Dor creció en Israel y enseña Filosofía Legal y Política en la Escuela de Derecho, Universidad de

Southampton, Reino Unido. Su último libro: «Thinking About Law: In Silence with Heidegger,» fue publicado en 2007 por Hart Publishing, Oxford. Para contactos: [email protected]

http://www.counterpunch.org/dor01012009.html