En la populosa república de los intelectuales moran gentes de todo tipo, pero a la hora de establecer una tipología básica yo marcaría una línea divisoria para definir el mínimo común denominador de las dos subespecies principales: intelectuales con conciencia e intelectuales sin ella. A partir de esa división inicial se pueden establecer muchas más […]
En la populosa república de los intelectuales moran gentes de todo tipo, pero a la hora de establecer una tipología básica yo marcaría una línea divisoria para definir el mínimo común denominador de las dos subespecies principales: intelectuales con conciencia e intelectuales sin ella.
A partir de esa división inicial se pueden establecer muchas más en función de variables tales como destreza dialéctica, grado y orientación del compromiso político, repercusión mediática, carisma, beligerancia, poder de influencia sobre la opinión pública, etc.
Hoy propongo detenernos en el estudio de la subvariedad más nociva y despreciable de toda la escala tipológica de la gran familia de los intelectuales sin conciencia. Cierto es que los ejemplares de esa subespecie abundan (de hecho, son ellos los que copan los órganos corporativos de propaganda consagrados al embellecimiento mediático y perpetuación del actual orden político-económico-guerrero), pero para no dispersarnos demasiado nos referiremos exclusivamente a uno de los representantes más conspicuos, refinados y glamurosos de esta notable variedad de intelectual. Me refiero concretamente a ese incomparable y logorreico sionista con foulard llamado Bernard-Henri Lévy.
No se trata de hacer un repaso a la trayectoria de esta luminaria del pensamiento acomodaticio occidental, sino simplemente de poner de relieve el grado de mendacidad, pedantería, arrogancia y nulo sentido del ridículo al que puede llegar el tipo de intelectual que encarna esta figura señera de la intelligentsia chic galoisraelí. Pasemos directamente a los hechos.
El día 19 de enero el diario El Mundo publicó a dos páginas, con entradilla en portada, un verboso reportaje pergeñado por Bernard-Henri Lévy titulado «Gaza no es Sarajevo». Como el propio título indica, la intención del sabio parisino es demostrar que la destrucción y mortandad perpetradas en Gaza por las tropas sionistas no es equiparable a la que perpetraron los serbios en Sarajevo. Admito que el punto de arranque es de lo más estimulante desde el punto de vista intelectual, aunque tal vez cabría preguntarse a santo de qué viene la comparación, así como, ya puestos, si el verdadero problema que aflige a los gazatíes que deambulan por entre pilas de ruinas y cadáveres es saber si su situación debe o no ser equiparada a la de los bosnios de Sarajevo. Ya me los imagino sentados sobre montones de escombros, el mentón hamletianamente apoyado sobre una mano mientras que con la otra rebuscan despreocupadamente entre las ruinas los restos de algún familiar calcinado, aplastado o reventado por las bombas israelíes, absortos en la resolución del profundo enigma henrilévyano: «¿Será por ventura Gaza como Sarajevo?«. Confieso que yo sigo sin verle el más mínimo fuste a la pregunta, pero seguramente se trata de un problema personal de cortedad mental o de ofuscación ante la voz del genio, fulgurante llamarada cuyo resplandor me ha debido de dejar ciego para captar la sutileza de la interrogante.
Una vez establecido el punto de partida (y de llegada) de su investigación periodística, el reportero del foulard se apresta a demostrar su tesis personándose en el mismísimo lugar de autos (la audacia siempre caracterizó al verdadero intelectual parisino). Para ello elige naturalmente la modalidad de incursión más arrojada y periodísticamente más susceptible de imprimir credibilidad a su relato: empotrarse en una unidad de élite del ejército israelí. Podría haberse empotrado en una unidad de élite de la Media Luna Roja, de la Cruz Roja, de la UNRWA o de una ONG, pero para qué andarse con chiquitas: si hay que ir al meollo se va al meollo y punto, así sea montado a lomos del mismísimo diablo. Ahora bien, digamos en honor a la verdad que ni siquiera el propio Henri Lévy parece demasiado satisfecho con su elección, puesto que se toma la molestia de explicarnos que sabe perfectamente, «por haberlo evitado toda la vida, que el punto de vista del embebded [del periodista empotrado] no es jamás la buena perspectiva«. ¿Un arranque de honestidad? ¿Una prudente venda antes de la herida? ¿Un vestigio de pudor intelectual? Si desea conocer la respuesta, siga leyendo.
Bien, tenemos pues al esforzado investigador de la rive gauche empotrado en una unidad de élite de un ejército que acaba de asesinar metódicamente a 410 niños, dispuesto a contarnos lo que realmente ocurre en Gaza, ese territorio que algunos desaprensivos parece que se empeñan en…. ¿bombardear salvajemente? No, no, en comparar con Sarajevo.
Ésta es la secuencia de los hechos.
Cae la noche del martes 13 de enero del 2009. Tropas de la brigada de élite Golani del ejército israelí se abren paso cautelosamente hacia los suburbios de Gaza City, concretamente en dirección al barrio Abasan Al-Jadida, «un kilómetro al norte de Jan Younes«. En su seno viaja un grupo integrado por el comandante Guido Kfirel, cuatro reservistas y el intrépido Henri Lévy, que viaja embutido en chaleco antibalas y casco reglamentario, blandiendo una libreta de notas y decidido a contarnos a los pusilánimes que no nos atrevemos a abandonar la butaca del salón lo que realmente ocurre en Gaza.
He aquí el estremecedor relato de este John Reed del siglo XXI:
«está claro que puedo equivocarme, pero lo poco, lo poquísimo que veo (edificios sumidos en la oscuridad, pero en pie, huertos abandonados, la calle Jalil al-Wazeer con sus comercios cerrados) habla de una ciudad abatida, transformada en una ratonera, aterrorizada, pero no arrasada en el sentido en el que lo fueron Grozni o algunos barrios de Sarajevo. Y esto es, una vez más, un hecho«.
Un hecho irrebatible y espeluznante, añado yo. Reflexionen si no sobre las circunstancias que lo rodean: tenemos a un intelectual parisino que penetra en medio de la noche en un barrio de la ciudad de Gaza empotrado en una unidad del ejército atacante y dispuesto a contarnos lo que ve. Ahora bien, es noche cerrada (*). No hay alumbrado público (si alguna vez lo hubo lo han pulverizado los atacantes), de modo que no se ve ni cascorro. Para más inri (o Henri), el audaz reportero carece, entre sus muchos atributos innatos, del don de la visión nocturna, no digamos el de la ubicuidad. Ahora bien, ¿bastarán esas irritantes circunstancias adversas para arredrar a nuestro reportero? ¡Jamás! Henri Lévy es de esas personas que ante las dificultades se crecen, más o menos como la rana ante el buey de la fábula. Así pues, lejos de amedrentarse, el hombre escruta las penumbras decidido a iluminar con su mirada felina los secretos que le esconde una noche más negra que la pez. Sus titánicos esfuerzos al fin obtienen recompensa: en medio de la oscuridad el reportero vislumbra algunas sombras y, en el colmo de lo asombroso, ¡incluso llega a ver «edificios sumidos en la oscuridad...»! ¡Eureka! ¡Lo consiguió! ¡Ha penetrado gallardamente y sin intermediarios en la verdadera realidad de Gaza! Ahora, pertrechado con la aplastante evidencia que ha recabado de su exhaustiva inspección ocular, ya puede corroborar su tesis inicial: Gaza no está «arrasada en el sentido en el que lo fueron Grozni o algunos barrios de Sarajevo. Y esto es, una vez más, un hecho!«
¡Di que sí, Henri! ¿Acaso alguien va a negarte que sea un hecho aquello que confiesas explícitamente no haber visto porque la oscuridad de la noche te impedía literalmente ver nada? Habría que ser un bellaco para objetar algo a una inspección ocular de semejante enjundia y sofisticación, no digamos ya para refutar el espectacular corolario que de ella derivas con esa extraordinaria souplesse dialéctica que es la marca de fábrica de la legión de intelectuales y agitadores filosionistas consagrados a lo largo de estas últimas semanas a la tarea de demostrar, con igual soporte empírico, que, efectivamente, «Gaza no es Sarajevo«.
Por desgracia, no todo el mundo aplica en su trabajo los rigurosos estándares que aplica para el suyo el señor Henri Lévy. Sin ir más lejos, ayer mismo leí una información recopilada por personal de la ONU que trabaja sobre el terreno según la cual habría ya contabilizados 5.000 edificios arrasados y 20.000 dañados como resultado del masivo bombardeo israelí. Se trata de una estimación provisional que probablemente aumentará en los próximos días a medida que se reorganice la infraestructura civil y se actualicen los datos.
Tras conocer la estricta metodología científica de Henry Lévy uno no puede sino escandalizarse ante el ejercicio de irresponsabilidad y manipulación perpetrado por los funcionarios de la ONU, que en lugar de plantarse en mitad de la noche en un exiguo rincón de Gaza para escrutar sombras y deducir corolarios sobre cosas que no ven porque la oscuridad se lo impide, tienen la desfachatez de computar el número de las casas gazatíes destruidas y dañadas por los israelíes ¡contándolas una por una en toda la superficie de la Franja de Gaza a plena luz del día! ¡Escandaloso! ¡Inaudito! ¡Intolerable! ¿No habrá en toda la comunidad internacional nadie que proteste ante este atropello? ¿Vamos a tolerar semejante provocación a la inteligencia y al decoro? ¿Hasta cuándo vamos a seguir soportando esta ralea de intoxicadores antisemitas que azuzan con sus arteras tergiversaciones el odio contra el Estado de Israel?
Apuesto a que también para esas preguntas tiene respuesta el camarada Lévy.
* * *
Adenda:
Frente a la cháchara infame de intoxicadores profesionales consagrados a la tarea de maquillar, edulcorar y ocultar los crímenes sionistas tras vaharadas de retórica y mendacidad, se alzan repletas de contundencia y sobriedad las simples cifras. Las que nos conciernen son éstas:
Víctimas palestinas, según servicios hospitalarios en Gaza:
– 1.205 muertos, que incluye:
– 410 niños y adolescentes (menos de 16 años)
– 108 mujeres
– 113 ancianos
– 14 doctores
– 4 periodistas
– 5.300 heridos
Víctimas israelíes, según servicios hospitalarios de Israel:
– 13 muertos en combates en Gaza o alcanzados por cohetes, que incluye:
– 10 soldados (nueve en combates, uno abatido por un cohete)
– tres civiles por cohetes
– decenas de heridos
Daños económicos y en infraestructuras:
– 2.500 objetivos atacados por la aviación y la marina israelíes en Gaza, que incluye:
– cuatro escuelas gestionadas por la ONU
– un complejo de la Agencia de la ONU de Ayuda a los Refugiados Palestinos (UNRWA).
– dos edificios de la prensa
– 16 centros médicos
– 16 ambulancias
– 767 cohetes y morteros disparados por militantes palestinos desde Gaza contra Israel, que en su mayoría impactaron sobre viviendas, pero también varias escuelas y una guardería.
Desperfectos en Gaza (datos de la Oficina de Estadísticas palestina):
– 475,9 millones de dólares en desperfectos en las infraestructuras
– 500 millones de dólares estimados para tareas de limpieza y retirada de escombros.
– 4.000 edificios de viviendas destruidos
– 16.000 edificios residenciales dañados
– 1.500 instalaciones comerciales dañadas, incluido fábricas y tiendas.
– 51 edificios gubernamentales destruidos, incluido ministerios y centros policiales.
– 18 escuelas y otros centros educativos destruidos – 20 mezquitas destruidas
– 50 kilómetros de carreteras destruidas
Datos tomados de: http://www.nodo50.org/csca/
(*) Así lo atestiguan tanto las fotografías que acompañan al reportaje como el propio relato de Lévy.