La cúpula dirigente de Arabia Saudi, octogenaria y conservadora, intenta controlar una sociedad en la que la media de edad son 25 años y que, como define el activista de derechos humanos, Walid Abu al-Jair, tiene «hambre de libertad«; pero no resulta verosímil que pueda escapar de los vientos de cambio. El proceso será largo […]
La cúpula dirigente de Arabia Saudi, octogenaria y conservadora, intenta controlar una sociedad en la que la media de edad son 25 años y que, como define el activista de derechos humanos, Walid Abu al-Jair, tiene «hambre de libertad«; pero no resulta verosímil que pueda escapar de los vientos de cambio. El proceso será largo y costoso si Arabia Saudí sigue reprimiendo la disidencia con el silencio cómplice de Estados Unidos y Occidente, preocupados por otros asuntos de la política y el poder regional; pero todo parece indicar que esa represión seguirá promoviendo la unión de una oposición (chiíes, mujeres y jóvenes) cuyo mensaje converge en el rechazo hacia la estricta política religiosa del país, a la que han perdido el miedo. Arabia Saudí está obligada a adaptarse ante las demandas de reforma cada día más audibles; de su capacidad para asimilarlas dependerá que el salto de la población a la calle no sea abrupto y genere una Primavera Árabe que desbarate los planes oficiales de extender su visión teocrática en la región con la esperada caída de Siria.
Walid Abu Abu al-Jair declaraba en The Washington Post que ha comenzado a celebrar las reuniones de café y debate en su casa porque, desde la detención en febrero del bloguero saudí Hamza Kashgari por cuestionar al profeta Mahoma, las autoridades han intensificado el acoso a infieles y disidentes por los cafés de Yidda. La lista de los presos de opinión crece: Mikhlif Al-Shammari, escritor y conocido defensor de los derechos humanos, fue detenido este mes cuando intentaba cruzar a Bahréin y se le ha prohibido viajar durante los próximos 10 años. Mohammed Albajady, cofundador de la Asociación de Derechos Políticos y Civiles saudíes (ACPRA), arrestado en marzo de 2011 en al-Bassin, ha sido condenado por un tribunal secreto a cuatro años de prisión y cinco de inhabilitación para moverse. El propio Walid no puede salir del país por «razones de seguridad». Incluso al abogado egipcio, Ahmed el-Gizawi, lo llevaron a prisión este mes de abril directamente desde el aeropuerto de Yidda acusado de difamar al rey saudí en una entrevista de televisión y piden para él un año de prisión y veinte latigazos. Grupos independientes prodemocrácticos denuncian que entre 12.000 y 30.000 ciudadanos podrían estar en la cárcel aunque el Ministerio del Interior niega esas cifras.
Pero no es la tendencia natural volver al silencio cuando se ha comenzado a hablar. Hasta la Princesa Basma bint Saud bin Abdulaziz, sobrina del rey Abdalá bin Abdellaziz al-Saud ha entrado en el debate público pidiendo reformas concretas: de Constitución, de la ley del divorcio, de los sistemas sociales y del sistema educativo, así como el fin de la política de acompañamiento de la mujer. No es la primera vez que la princesa cuestiona la línea desfasada y arcaica del régimen que sostiene la familia real, al-Saud, a la que pertenece. En enero criticó la corrupción y cuestionó las estrictas reglas que dirigen la vida social, especialmente, de las mujeres incapacitadas para tomar decisiones por sí solas por el sistema de guardaespaldas: necesitan el permiso de un hombre para actividades básicas como viajar, estudiar o trabajar.
Durante este mes el debate ha estado centrado en la participación de las mujeres en competiciones deportivas internacionales, un derecho que tienen prohibido las mujeres saudíes. El príncipe Nawaf bin Faisal, que había sido ambiguo en su mensaje y había abierto la esperanza de que se produjera un nuevo paso hacia la independencia femenina en el país, finalmente ha declarado que no «promoverán» la participación de mujeres en los Juegos Olímpicos de Londres de este verano, aunque dejan abierta la posibilidad a que lo hagan las saudíes residentes en el extranjero. La lucha de las mujeres saudíes no ha hecho más que comenzar, y necesitarán tiempo para derribar un sistema incrustado en la vida social y que todavía justifica y apoya gran parte de la población. Esto no ha mermado la cada vez más activa organización de dichas mujeres, que están liderando la convocatoria de protestas, sobre todo, en los centros universitarios.
Las nuevas mentalidades están empujando a Arabia Saudí a pensar algo más que en su poderío en la región; los problemas internos giran en torno a la política autocrática, pero su raíz es social y refleja el distanciamiento entre las nuevas generaciones y su clase gobernante. El periodista saudí Badr al-Ibrahim, publicaba este 23 de abril en el periódico libanés al-Jabar un artículo sobre las estadísticas de suicidios en el país. No se trata de un hecho sino de «un fenómeno inquietante«, que apunta a algo más que un descontento, sobre todo porque el 84% de los suicidas son jóvenes menores de 35 años (el 58%, varones y el 42%, mujeres). Pero esos datos no parecen tener relevancia para el poder saudí, enfrascado como está en su maniobra geopolítica y su discurso sectario, que sirve para sostener esa maniobra, pero que nada tiene que ver con las demandas humanas y sociales de su población.
Fuente original: http://www.aish.es/index.php/component/content/article/178-claves-arabia-saudi/2896-arabia-saudi-030512-la-piramide-saudi-la-base-se-separa-de-la-cupula