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Siria

La batalla de Quseir: la caída del halo tras el desenmascaramiento

Fuentes: Al-Quds al-Arabi

Si uno no es demógrafo por instinto, mezcla las churras de mañana con las merinas de hoy y ayer sin ton ni son, ni es un partidario ciego del régimen sirio, ni de ninguno de sus aliados, y especialmente Hezbollah e Irán, sin exceptuar naturalmente a Rusia, ni es de «izquierdas» en su sentido más […]

Si uno no es demógrafo por instinto, mezcla las churras de mañana con las merinas de hoy y ayer sin ton ni son, ni es un partidario ciego del régimen sirio, ni de ninguno de sus aliados, y especialmente Hezbollah e Irán, sin exceptuar naturalmente a Rusia, ni es de «izquierdas» en su sentido más banal, ni sigue viendo el levantamiento sirio como una «fabricación sionista-estadounidense» en la que participa Qatar, Al-Qaeda, Arabia Saudí y los estados coloniales y neocoloniales de Occidente, y las fuerzas que quedan de Sykes-Picot, uno que no posea ninguna de esas tendencias o todas ellas juntas imbricadas y entrelazadas, y posee una mínima conciencia y un mínimo raciocinio, no perderá de vista la cobertura de la entrada de Hezbollah en la localidad siria de Quseir con esas imágenes que muestran la total destrucción, y que recuerdan a la destrucción que asoló ciudades como Guernica en España, en 1937 o la ciudad de Huế en Vietnam en 1968.

Si uno es sirio, y no necesariamente oriundo de las aldeas del Golán ocupado, le será difícil obviar las imágenes de destrucción de Quseir a causa de los bombardeos aéreos (más de 80 incursiones directas), con misiles (el régimen no ha dudado en emplear misiles SCUD) y con artillería (con tanques, artillería pesada y misiles de mortero), durante tres semanas, si las comparan con las imágenes de la destrucción de la ciudad de Quneitra a manos de la ocupación israelí durante la guerra de 1973. Aún así hay dos diferencias: en primer lugar, Israel era el enemigo histórico de los sirios y los árabes y el niño mimado de EEUU y el imperialismo internacional, que lo apoyan con armas y dinero; y en segundo lugar, la ciudad fue destruida tras la retirada (de civiles y militares) de la misma, y no sobre las cabezas de los civiles desarmados.

Un «antiimperialista» puede protestar asegurando que la comparación con Israel está fuera de lugar y que no es «patriótica» o simplemente decir que «no es oportuna», incluso aunque se pueda decir que las fuerzas del régimen se han convertido en enemigas del pueblo sirio desde que las protestas pacíficas fueran enfrentadas con munición real, antes de que se pasara al uso de todo tipo de armas. Ello no elimina la pertinencia de la comparación, en el sentido material palpable y obvio, entre destrucción y destrucción, sea cual sea la pertinencia de la polémica sobre el «patriotismo» inherente a la mención mencionar del enemigo israelí frente a las prácticas salvajes del régimen sirio, o sobre la ética de ponerlos a ambos en una misma balanza. Ambos se ponen como objetivo a las personas, las piedrasy los campos y no se abstienen de hacer uso de ningún arma de fuego o capacidad destructora, incluidos los gases venenosos y las armas químicas, para infligir el mayor daño posible al «enemigo», como definen los medios del régimen a la oposición, tanto civil como armada.

Si uno se cuenta entre los 40 mil hijos de Quseir, cuya mayoría son mujeres, ancianos y niños, que quedaron cercados en la localidad durante tres meses, y han presenciado horrores que deberían suponer una vergüenza para cualquiera que tenga conciencia, ¿qué «patriotismo» puede sentir cuando ve a algunos combatientes de Hezbollah a los que previamente había alojado en su casa durante el ataque israelí contra Líbano en el verano de 2006, arrasando el mismo hogar y perpetrar en él masacres y destrucción?

¿Qué va a decir sobre la gente del suburbio sur de Beirut, a las que Quseir les abrió los brazos de sus hijos antes de abrirles sus casas y puertas una y otra vez desde la invasión israelí de 1982, al verles repartir dulces celebrando la destrucción de Quseir? ¿Acaso el ataque israelí dejó a su paso una destrucción en el suburbio sur semejante (algunos dirán mayor) a la destrucción que ha asolado Quseir y los partidarios de Hezbollah repartieron dulces para celebrarlo?

Si la lucha entre Israel y los árabes, especialmente sirios y libaneses, está profundamente arraigada en la historicidad de la cuestión palestina, y en la lucha existencial, o incluso de fronteras -según los gustos-, contra la entidad sionista colonial, agresora y su rebaño imperialista internacional, además de otros elementos de lucha; y si la lucha entre el pueblo sirio y las autoridades securitarias, militares y económicas del «Movimiento Correctivo» han mostrado claramente su naturaleza sin dejar lugar a dudas sobre los límites a los que el régimen puede llegar sobre la base de «Asad o quemamos el país», ¿qué batalla es esa en la que Hezbollah se ha metido de lleno, con total histeria, en esta localidad concretamente: Quseir, refugio de los chiíes del sur de Líbano, Baalbek y el suburbio sur?

Eso sí, que no se le ocurra a ningún árabe hacer uso de su energía para elevarse por encima de las raíces de la doctrina, la confesión, los sentimientos, la solidaridad de grupo o el poso grabado profundamente en la educación familiar y la memoria individual y colectiva, algo que llevaría a no ver la cáida de Quseir en este sentido, ni su salvaje destrucción como una nueva ronda en la lucha suní-chií y los continuos desafíos de una venganzas que se remontan a más allá de 1400 años. No basta con que Nasrallah, líder de Hezbollah, emplee todas sus energías en hacer uso de su retórica en el discurso sobre la integridad de sus partidarios al proteger a los chiíes en su combate dentro de Siria, ni basta con que la pedantería de Naim Qasim, el vicesecretario de Hezbollah, y sus semejantes digan por ejemplo que: Nos enfrentamos a la corriente takfirí porque no representa a los suníes, sino al terrorismo. Estamos dispuestos a forjar las más fraternales relaciones entre suníes y chiíes, y entre todos los musulmanes, relaciones que mantendremos contra la corriente takfirí exaltada.

Basta, por el contrario, que uno escuche las expresiones que repite el público de Hezbollah durante los funerales de sus caídos, expresiones que carecen, necesariamente, de las habilidades orales de Nasrallah y la pedantería negacionista de Qasim, pero que ofrecen la expresión más acertada del esoterismo confesional recargado que renvolvió la marcha de ese muerto a Quseir (y no al santuario de Sayida Zainab, no lo olviden). Y si uno quiere aún más, debe ver el vídeo del general Muhammad Khudur, oficial del ejército del régimen mientras se dirige a algunos de los hijos de los pueblos de Nayyil y Al-Zahra, trabajadores de la zona rural de Alepo, gritando: «¡Lucharemos bajo la bandera de Hussein!» Y ello ante la mirada de los representantes del Estado, el gobernador de la provincia de Alepo y el secretario de la sede del partido Baaz allí (ambos «laicos» según el principio baasista, por no añadir que son suníes).

Pero Quseir no es el capítulo más reciente en el abismo político, ético y humano hacia el que Hezbollah se dirige insistentemente, por razones que ya no solo son claras y no necesitan ninguna pedantería analítica, sino que también conforman la línea divisoria que ha permitido la retirada de ese halo de sacralidad que muchos insistían en considerar una virtud, una necesidad absoluta y eterna de esa asombrosa «resistencia» que ha redirigido los fusiles del enfrentamiento contra el enemigo israelí hacia el combate contra un nuevo «enemigo» llamado pueblo sirio. Y por ello, la batalla de Quseir no se puede clasificar como una «victoria» más que entre los que se corresponden con el tipo de persona descrito en el primer párrafo en este artículo, y no hay necesidad de listar las consideraciones que hacen de la «victoria» del partido en Quseir una derrota en todos los demás frentes, sean militares, políticos o éticos, frente a Israel o frente a la conciencia árabe e islámica suní, que se durante mucho tiempo se ha identificado con Hezbollah, hasta que ha llegado el momento del desenmascaramiento.

Quseir no es la batalla que permitirá al régimen sirio sonreír, como algunos esperaban, o pasar a un contraataque, debido a una razón fundamental que es, sencillamente, que se parecía más a la batalla de un ojo contra un punzón, especialmente después de que Hezbollah desplegara todo su poderío en el enfrentamiento y se arriesgara a perder mucho a cambio de destruir una ciudad de ruinas. Aquí la expresión traiciona al sheij Naim Qassem y desvela que «el peligro inminente» sobre el régimen sirio -y no, en ningún caso, sobre Hezbollah-, es el factor que forzó a la entrada en la batalla, de esta forma tan clara y flagrante: «No defendemos al régimen en Siria, que es responsable de su autodefensa, sino que defendemos el proyecto de la resistencia que representa Siria, y hemos entrado tarde, esperando pacientemente para esperar los resultados, pero cuando vimos que el peligro era inminente desde una perspectiva estratégica, pensamos que nuestro deber era intervenir».

Otra razón, también se sabe que Quseir ha adquirido una dimensión simbólica y un carácter icónico mucho más elevada de lo que se decía de su posición demográfica, o geoestratégica, en el ámbito de la lucha militar entre facciones del Ejército Sirio Libre por un lado, y las fuerzas afines al régimen y Hezbollah por otro. La oposición siria se ha visto arrastrada al aumento de ese simbolismo y ese carácter icónico, partiendo de un entusiasmo erróneo, todo sea dicho, al considerar algunos muy sencillo el hablar de «una batalla decisiva» que determine el destino del levantamiento sirio en su conjunto, como si Quseir equivaliera a la liberación de Alepo, Homs, Lataquia o incluso el mismo Damasco. No hay duda de que la resistencia épica de la gente de Quseir y el heroico combate que llevaron a cabo las brigadas de la resistencia dentro de la localidad y en sus alrededores, no permitió extraer una imagen real del combate, sino que se elevó a altos niveles legendarios.

Del mismo modo que la sonrisa de Bashar al-Asad fue tenue cuando visitó el barrio de Baba Amro en Homs, que sus fuerzas habían destruido tras el ruido de los tambores y las bocinas (fue necesario que Nasrallah echara una mano en ello y dijera algo así como que: en Homs no pasa nada), y que además fue una sonrisa temporal, pues el barrio se liberó de nuevo, cualquier sonrisa similar tendrá el mismo destino, casi seguro, con la diferencia de que esta vez está más cerca de destapar más elementos de crisis de los aliados del régimen, que de sus fuerzas paramilitares, sus aparatos o sus milicias. Igual que la «victoria» del régimen en Baba Amro pedía a gritos que se creyera que el régimen tenía un férreo control militar de cara a las deliberaciones del Consejo de Seguridad en torno al primer proyecto de resolución sobre Siria en aquel entonces, la «victoria» de Quseir pretendía hacer una entrada triunfal en la primera reunión preparatoria para Ginebra 2 por una parte, y el recordar al electorado iraní conservador poco antes de los primeros debates cara a cara entre los candidatos a la presidencia allí, en Teherán, que Hezbollah es el vencedor [1], aquí en Quseir.

Aquí, en Quseir, el ojo sirio se enfrentaba a varios punzones: el régimen, haciendo un uso salvaje de los instrumentos militares iraníes y rusos, sus milicias sectarias, su rebaño de shabbiha y mercenarios, y Hezbollah, llevando a su grado máximo la exposición de las «armas de la resistencia», de las que se decía que nunca se dirigirían contra el interior. Y con ello, Hezbollah ha dado una lección introductoria de la falsedad de esa promesa al utilizarse contra el pueblo sirio, el hermano al que recurrieron su gente y luchadores. También ha utilizado a asalariados sectarios, líderes de la protección de los santuarios espirituales y los «excedentes» que están obsesionados con luchar «bajo la bandera de Hussein».

La lección, no obstante, está en el destino, porque la ecuación no se reduce a la resistencia del ojo contra el punzón, cuando es necesario -como se ha visto en Quseir-, sino que está en un ojo que dirige a las personas hacia delante: es decir, que mira hacia la verdad y el futuro, y en un punzón al que inevitablemente acabará atacando el óxido. 

Nota:

[1] Una azora del Corán dice: «el partido de Dios será el vencedor», y Hezbollah, que lleva esa misma frase en su insignia, se traduce, precisamente como «el partido de Dios».

Traducciones de la revolución siria

Fuente: http://www.alquds.co.uk/?p=51595