Traducido para Rebelión por LB
La enfermedad es maligna y metastásica y se propaga a alarmante velocidad. De Safed a Eilat, a través de Tiberíades y Bnei Brak, una ciudad israelí tras otra está proclamando: soy racista.
Alquilar apartamentos a estudiantes árabes está prohibido en Safed y en Tiberíades, los trabajadores migrantes están siendo expulsados de sus apartamentos en Bnei Brak, donde también se les está cortando el agua y la electricidad. En Eilat no quieren «el mercado negro de trabajo». Esto ya no es simplemente el viejo y perverso odio a los árabes en nombre del miedo y la seguridad; ahora se ha convertido también en destilada xenofobia y violencia.
Un estruendoso silencio se cierne sobre el país. No hay en Israel un gobierno, ni uno sólo, que explique quiénes son esos estudiantes árabes y qué derechos les asisten, o quiénes son esos africanos a los que tanto ansiamos perseguir y mandar a la mierda.
En el colectivo compuesto por refugiados y supervivientes, la humanidad ha llegado a su fin. El discurso público sobre la suerte de los extranjeros sólo se centra en soluciones malévolas, a cual más monstruosa. Uno dice: construyamos una valla; otro dice: vamos a construir un recinto penitenciario gigante; un tercero dice: deportémoslos inmediatamente, o al menos provisionalmente.
Escuchen a los líderes: ninguno de ellos tiene una sola palabra de compasión por estas personas. Nada. El hecho de que sean seres humanos que sufren y padecen ha sido olvidado. Ni siquiera se toma en consideración.
En este punto es pertinente recordar dos acontecimientos seminales. En septiembre de 1957 el presidente estadounidense Dwight Eisenhower despachó a Arkansas la 101 División Aerotransportada para proteger a los nueve estudiantes negros de la Central High School de Little Rock cuando el gobernador del Estado, negándose a acatar una orden judicial federal, les impidió entrar en la escuela. El resto es historia, una historia de mayor igualdad de derechos para el pueblo negro en Estados Unidos.
El segundo acontecimiento se produjo aquí en junio de 1977. El barco israelí Yuvali rescató a varios refugiados de guerra vietnamitas perdidos en el mar. El primer ministro Menachem Begin, un terrible derechista en aquel momento, tomó su primera decisión como líder: traer a los refugiados a Israel y naturalizarlos. Tras ellos se trajeron a [Israel] otros dos grupos de refugiados. Begin recordó entonces aquello que hoy se ha olvidado: que somos refugiados del Holocausto. Y el resto es historia, una historia de racismo y xenofobia rampantes en todo Israel.
No tenemos a un Eisenhower que envíe la 101 división para defender a los oprimidos, la democracia y el imperio de la ley. Tampoco tenemos a otro Begin que nos recuerde de dónde venimos y por qué motivos se estableció [el Estado de] Israel. En su lugar tenemos a Benjamin Netanyahu. Begin rescató a refugiados en alta mar. Bibi está construyéndoles un muro de separación y un campo de prisioneros.
Las manifestaciones de racismo y nacionalismo en las ciudades de Israel reflejadas en la reciente encuesta del Instituto de Democracia de Israel, tal y como informó ayer Haaretz, aún puede ser excusadas y explicadas de alguna manera. Hoy en día también existe xenofobia en Europa. Pero el silencio de los dirigentes israelíes, su colaboración en estos hechos y sus propuestas para resolver el «problema» no pueden ser excusados o pasados por alto.
¿Dónde está el ministro de Educación cuando lo necesitamos? ¿Dónde están los maestros para explicarles a los estudiantes y a sus padres quiénes son estas personas a las que queremos encarcelar y deportar? Para explicarles por qué han venido huyendo aquí, qué es lo que han padecido en el camino, el destino que les espera si son deportados y qué es lo que lleva a un joven desesperado a caminar por el desierto durante 40 días o 40 semanas.
Hemos tocado fondo. Este Estado fue establecido como un centro de acogida para los refugiados judíos. Algunos de los africanos que llaman a nuestra puerta también son refugiados. Puede que no sean judíos, pero ni su religión ni el color de su piel altera el hecho de que sufren persecución. Antes que Europa, antes que Estados Unidos, Israel debería ser el primero en acogerlos.
Los cientos de miles de inmigrantes no judíos de Rusia que absorbimos no han propagado enfermedades, corrompido a nuestras hijas o dañado el carácter del Estado. ¿Por qué? Porque son blancos, como nosotros. No mancharon la pureza de la nación o del Estado. Tampoco tuvieron ningún efecto sobre las siniestras creencias que se expanden desde Safed a Eilat: que nuestra raza es superior y ¡ay de quien trate de integrarse en ella! Bueno, la verdad es que no somos superiores y que tenemos espacio para otros, aunque sean árabes o negros.
La campaña nacional de intimidación contra los extranjeros debe ser detenida desde arriba. Las exaltada gentes de Sabed y los nacionalistas de Eilat deben escuchar también otro mensaje, un mensaje humano. Pero no hay nadie que lo transmita. Cada israelí decente debe preguntarse si este es el tipo de Estado en el que quiere vivir. Un Estado puede tener una política de inmigración, pero no debe hacerse racista o perseguir a los extranjeros, sobre todo cuando ese Estado se llama el Estado de Israel.