Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
Tras haberme tomado un breve respiro de la vida en Damasco, regresé hace unas cuantas semanas. Tengo aquí mi residencia, por tanto ir y venir no me supone realmente ningún problema. Me fui a través de Jordania y regresé a través de Beirut, en ambos casos el viaje en taxi transcurrió sin incidentes aunque hay ahora docenas de controles a lo largo de la carretera; en algunas ocasiones registraban el coche y en otras no aunque, en la mayor parte de los casos, los soldados fueron correctos.
Al dejar Damasco, la carretera hacia Deraa aparecía horriblemente marcada por las cicatrices de la guerra, pero una vez que se sale de los suburbios apenas se notan los dos años de conflicto.
Ni los jordanos ni los libaneses están resolviendo bien la afluencia de sirios, ambas fronteras presentaban un estado caótico al no haber incorporado personal de apoyo para poder enfrentar el estado de cosas. Presencié cómo la policía de fronteras utilizaba las porras para dejar a la gente afuera bajo una lluvia heladora. Se puede pasar por alto la falta de compasión y el aire de desprecio pero no puede ignorarse, no tan fácilmente, la más absoluta incompetencia.
El puesto de control más peliagudo que tuve que enfrentar fue el que estaba situado justo fuera de mi casa. Se considera que la barriada en la que vivo en la Ciudad Vieja es incondicionalmente leal al régimen, por lo que se le han suministrado armas para que pueda protegerse a sí misma. Desde el pasado verano, hay controles en cada esquina de las estrechas calles que llevan a la zona, la milicia está compuesta en su mayoría de vecinos armados con Kalashnikov y walky-talkies, algunos de ellos, como el chico que se ocupa de mi colada, son caras familiares pero otros no. Me saludó con la mano cuando superé a la primera pareja, pero al llegar al último control, a pocos metros de mi casa, no se mostraron tan serviciales, registraron mi equipaje y parecía como si desconfiaran de mi documentación. Finalmente, uno de mis vecinos confirmó que yo llevaba viviendo allí mucho tiempo y cuando más tarde salí otra vez de casa fueron muy amables y uno incluso se acercó para pedir disculpas en nombre de los demás.
Al poco de regresar a casa, la luz se fue. A lo largo del último año, los cortes han durado habitualmente de seis a ocho horas, incluso más en ocasiones. Antes de la crisis, era normal tener cortes de una o dos horas durante el verano, aunque para los ricos no es problema porque disponen de generadores normalmente incluidos en el edificio. Muchas tiendas tienen pequeños generadores portátiles, cuyo zumbido resuena por docenas a lo largo del zoco de al-Hamadiyya, un sonido que rebota contra el viejo techo de hojalata; pero esta vez el corte eléctrico duró tres días enteros y afectó prácticamente a toda la ciudad. Los objetos de los vendedores ambulantes reflejan ya la crisis: los puestos callejeros están llenos de velas, luces LED recargables y hornillos eléctricos de un solo anillo.
La mayor parte de la gente utilizaba gas para cocinar, pero ahora es muy difícil de encontrar y muchísimo más caro que antes. Mi bombona se agotó al mismo tiempo que se fue la luz; después de preguntar por los alrededores conseguí hacerme con una nueva bombona pero cinco veces más cara que al precio habitual.
Si hubo algún aspecto positivo en volver a casa fue el hecho de que los horrendos sonidos de guerra no eran ya tan atronadores como antes de irme, en que los bombardeos y tiroteos eran constantes, los helicópteros y aviones de combate pululaban por los cielos… Las inesperadas explosiones de coches-bomba parecían haberse reducido, aunque no era la primera vez que ocurría y cuando empezabas a pensar que las cosas se estaban por fin calmando, todo volvía de nuevo a empezar.
La seguridad alrededor de la ciudad se había reforzado mucho, había más puestos de control y carreteras cerradas, registro de bolsos y documentación, lo que complica mucho la circulación. La zona central de Mahafazat está casi totalmente peatonizada y los bolsos se registran en cada una de las entradas. Todo el acceso de vehículos a la Ciudad Vieja está ahora estrechamente controlado. Mucha gente había hecho campaña antes para que se prohibiera la circulación de coches por la Ciudad Vieja , pero el gobierno fue incapaz de ponerla en práctica, hasta ahora.
Los uniformes del ejército y los kalashnikovs son habituales por toda la Ciudad Vieja, los controles levantados en las esquinas de las principales intersecciones están cubiertos con plásticos para resguardarlos de los elementos y se han apilado sacos terreros en semicírculo para protegerlos de los ataques. También aparece siempre la bandera siria y los carteles con la imagen del Presidente, para dejar claro quién manda. Esta es por supuesto la seguridad que se puede ver, ni que decir tiene que está también la clandestina. Han empezado a proliferar cámaras CCTV, de vez en cuando el ejército efectúa redadas y registros casas por casa, golpeando con las culatas de los rifles las puertas de metal a las tres de la madrugada. He tenido que recibirles en mi casa en cuatro ocasiones, levemente confundidos al encontrarse con un extranjero; suelen actuar educadamente y la búsqueda de armas no es muy intensa.
A pesar de todo lo anterior, la gente intenta seguir adelante con su vida lo mejor que puede. La Ciudad Vieja aparece siempre llena de ajetreo; hay muchos desplazados por los combates en otros lugares que confían en que los antiguos muros de piedra puedan ofrecerles algo de protección; las parejas de enamorados continúan vagando por las callejuelas y hay un proyecto de restauración que sigue increíblemente adelante adoquinando nuevas calles, en cruda contradicción con lo que está sucediendo en las afueras, unos cuantos kilómetros más allá.
El mercado está lleno de alimentos, incluso hay pescado fresco, aunque los precios están por las nubes. La cuestión de encontrar pan es un poco más problemática, hay largas colas frente a las panaderías subvencionadas. En los supermercados pequeños, hay paquetes de pan a 100 liras, muchísimo más caros que antes, y la búsqueda de productos básicos, como combustible, pan o gas, combinada con la electricidad intermitente, se ha convertido en el pan nuestro de cada día.
El sonido constante de la guerra nunca se aleja demasiado, los agitados suburbios de Qabun, Yobar y Harasta están sólo a un tiro de piedra de Bab Tuma y Bab Sharqi, las antiguas puertas de entrada a la Ciudad Vieja por el límite oriental. En un buen día, puede parecer que se está trabajando en una cantera cercana, con alguna leve explosión y estruendo de vez en cuando, pero la pasada semana las cosas se intensificaron; durante un par de días aumentó el sonido de los lanzamientos de artillería y el ruido de los tiroteos parecía llegar cada vez más ensangrentado. Al tercer día, el bombardeo era casi constante, con el aterrador boom de los cañones sacudiendo la tierra, podía oírse el silbido de los proyectiles como si estuvieran cortando el aire por encima de mi casa y las puertas y ventanas de mi frágil hogar parecían repiquetear de miedo, los aviones de combate chirriaban a través del aire dejando como una especie de guirnalda de margaritas de humo y luces brillantes. Sucios nubarrones y gruesos penachos de humo colgaban del cielo por encima de la ciudad.
Las cosas se calmaron de nuevo durante los siguientes días pero los bombardeos prosiguen igual que han venido haciendo durante meses y meses, los aviones de combate aparecieron de nuevo hoy, con ambas partes reclamando la iniciativa aunque sin sonar muy convincentes.
Los damasquinos son resistentes, continúan yendo al trabajo, a la universidad y al colegio a pesar de las bombas. Hacen colas durante horas para conseguir pan, el barbero afeita a su cliente a la luz de una vela…
Le pregunté hace poco a un amigo cuándo había sufrido Siria una tragedia como ésta. Y me contestó sin dudar que, desde Tamerlán, no habían sufrido algo semejante. Damasco es la ciudad más antigua de la tierra continuamente habitada, sobrevivió a los mogoles en el siglo XIII, sobrevivirá también a la actual tragedia.
John Wreford es fotógrafo. Lleva varios años residiendo en la Ciudad Vieja de Damasco.
Fuente original: http://www.yourmiddleeast.com/features/resilient-damascus_13125