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La causa siria y el antiimperialismo

Fuentes: Al-Jumhuriya English

Traducida del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.

(Juventud Roja)

En memoria de Michael Seurat, nuestro mártir.

En algún momento de los diez días que estuve en Estambul me encontré con un comunista turco que me explicó que lo que estaba pasando en Siria no era más que una conspiración imperialista contra un régimen progresista y antiimperialista. La conversación del camarada turco no aportaba información o análisis nuevo alguno que pudiera sugerir algo útil sobre mi país, y todo lo que intenté decirle pareció ser igualmente inútil. Yo era un sirio que había salido de su país por vez primera a la edad de 52 años para aprender lo que realmente estaba aconteciendo allí de labios de alguien que probablemente habría visitado Siria, en el mejor de los casos, alguna que otra vez.

Incidentes como este se repiten con frecuencia tanto en el mundo real como virtual: un activista alemán, británico o estadounidense le discutirá a un sirio lo que realmente está sucediendo en Siria. Parece como si supieran más sobre la causa siria que los sirios mismos. Se nos niega «capacidad y voluntad epistemológica», es decir, competencia para aportar hechos bien informados y análisis matizados sobre nuestro país. O no se le concede valor a lo que decimos o se nos confina a los dominios inferiores del conocimiento, convertidos en meras fuentes de citas que un periodista o «experto» occidental puede añadir al conocimiento que él produce. Puede que nos acepten como fuentes de alguna información básica, y pueden referirse a algo que nosotros, los nativos, dijimos para que suene auténtico, pero en raras ocasiones echan mano de nuestros análisis. Esta jerarquía del conocimiento está muy extendida, y es muy poco criticada, en Occidente.

Hay artículos, investigaciones y libros escritos por académicos y periodistas occidentales sobre Siria que no hacen referencia ni a una sola fuente siria, sobre todo a alguna que se oponga al régimen de Asad. Siria parece ser un libro abierto de país; cualquiera que tenga un interés pasajero por él conoce toda la verdad sobre el mismo. Sabe sobre todo mucho más que los disidentes, a quienes a menudo piden que se cuestionen y de los que continúan prácticamente negando su existencia, algo que constituye ya su destino en su patria. En consecuencia, se nos niega capacidad y voluntad política de forma tal que no hacen sino apuntalar la obra del régimen de Asad, que durante dos generaciones enteras nos ha despojado de cualquier mérito político o intelectual en nuestro propio país. Ya no somos importantes para nuestra propia causa. Este punto de vista se aplica a la izquierda antiimperialista global, a la corriente principal centrista en Occidente y, por supuesto, a la derecha.

La corriente dominante occidental se aproxima a Siria (y a Oriente Medio) a través de uno de estos tres discursos: un discurso geopolítico, que se centra en la seguridad israelí y prioriza la estabilidad; un discurso culturalista o civilizacionista, que gira básicamente en torno al Islam, a los islamistas, al terrorismo islámico y los derechos de las minorías; y un discurso de los derechos humanos, que considera a los sirios como meras víctimas (detenidos, víctimas de tortura, refugiados, necesitados de alimento, de servicios sanitarios, etc.), ignorando totalmente las dimensiones políticas y sociales de nuestras luchas. Estos tres discursos tienen una cosa en común: están despoblados (Kelly Grotke), carecen de personas, individuos o grupos. Están desprovistos de un sentido de vida social, de aquello por lo que la gente vive y sueña.

Los primeros dos discursos, el geopolítico y el culturalista, son también compartidos por la derecha occidental.

Pero, ¿qué ocurre con la izquierda? El elemento central en la definición de la izquierda antiimperialista es el imperialismo y, por supuesto, su combate. Se piensa que el poder imperialista es omnipresente en EEUU y en Europa. En el resto del mundo o no existe o está sólo presente en cantidades ínfimas. En las luchas internacionalistas, lo más importante es combatir el imperialismo occidental. Los conflictos secundarios, las causas insignificantes y las vagas luchas locales no deben ser fuente de distracción. Este discurso despoblado, que no tiene nada que ver con las experiencias vividas de las personas, y que demuestra no necesitar conocimiento alguno sobre los sirios, ha considerado poco importante conocer algo más sobre la historia de nuestras luchas locales.

La causa palestina, que fue descubierta por la mayor parte de los antiimperialistas sólo a lo largo de la década de 1990, ha desempeñado paradójicamente un papel en la hostilidad que sienten hacia la causa siria. Desde su lejana y trascendente posición en las metrópolis imperialistas, tienen la impresión general de que Siria está contra Israel, que ocupa territorio sirio. Por tanto, si Siria está con Palestina y contra Israel, está contra el imperialismo. Es decir, que estos camaradas están del lado de los asadistas, porque Siria lleva casi medio siglo bajo el gobierno de la familia Asad. A grandes rasgos, este es el núcleo de la línea política de pensamiento que podemos denominar antiimperialismo desde la torre de marfil. Que los sirios hayan sido sujetos de una palestinización extrema por un Israel brutal e interno, y que sean susceptibles de aniquilación física y política, al igual que los palestinos, es algo que queda de hecho fuera del enfoque geopolítico desnortado e insípido de esos distantes antiimperialistas, que ignorantemente separan la política, la economía, la cultura, la realidad social de las masas de la historia real de Siria.

Esta forma de vincular nuestro conflicto con una gran lucha global, que supuestamente es la única real en el mundo, niega la autonomía de cualquier otra lucha política y social que se produzca en el mundo. Los antiimperialistas, especialmente los que viven en las metrópolis supuestamente imperialistas, sienten que son los más capacitados para decir la verdad sobre todas las luchas. Y que quienes están directamente implicados en esta o aquella lucha apenas saben en realidad lo que está pasando, su conocimiento es parcial, «no científico», cuando no totalmente reaccionario.

Durante la Guerra Fría, los comunistas ortodoxos conocían los verdaderos intereses de las masas, así como el curso final de la historia. Esto era razón suficiente para que la cosmovisión comunista tuviera siempre razón, de forma infalible. Pero esta posición, que desprecia la historia, se ha situado en una posición excesivamente exaltada en relación con las masas y sus vidas reales, y en relación a las batallas sociales y políticas sobre el terreno. De hecho, esta posición puede describirse con exactitud como imperialista: se expande a costa de otros conflictos, se apropia de ellos para sí misma y muestra poco interés en escuchar a quienes están involucrados en ellos o en aprender algo sobre los mismos. Este rasgo distintivo de la mayor parte de los antiimperialistas occidentales hace que no tengan más que vagas impresiones sobre la historia de nuestro país; posiblemente no sepan nada sobre su potencial adhesión al -o incumplimiento con- curso de la historia. Esto hace que su intromisión en nuestros asuntos sea una intervención imperialista en todos los sentidos de la palabra: injerencia desde arriba; nos priva de voluntad y capacidad para representar nuestra propia causa; promulga una posición de poder en la que ocupamos la posición de los débiles que nada importan; y, finalmente, hace gala de la ausencia más absoluta del sentimiento de camaradería, solidaridad y asociación.

Esto sigue siendo cierto incluso cuando la izquierda antiimperialista apoya las revoluciones egipcia o tunecina. Se mantiene a su lado en base a los discursos estereotipados o simplistas heredados de la era de la Guerra Fría. El camarada antiimperialista está a favor de las revoluciones en Túnez y Egipto por la misma razón que le lleva a «resistir» junto al régimen sirio: oponerse a las inmensas cantidades de poder imperialista que se concentran en la Casa Blanca y en el 10 de Downing Street. Pero ya sea en Túnez, Egipto o Siria, las personas son invisibles y sus vidas no importan nada. Seguimos estando al margen de cualquier otra cuestión, de la única que de verdad importa: la lucha contra el imperialismo (una lucha que, irónicamente, no está siendo sólo combatida por estos antiimperialistas, como expondré a continuación).

La izquierda antiimperialista recuerda de la época de la Guerra Fría que Siria se situaba junto a la Unión Soviética, por lo cual se la vincula con este régimen supuestamente antiimperialista. Por tal motivo, quienes resisten frente a este régimen son «objetivamente» proimperialistas. Referenciar el poder imperial como algo que sólo existe en Occidente atribuye a los antiimperialistas una tendencia céntrica occidental que no es menos grave que la de los mismos imperialistas de línea dura.

La respuesta a este discurso no necesita de apuntar la verdad: que el Estado asadista no está contra el imperialismo en modo alguno. Ante todo hay que subrayar y separar la autonomía de nuestras luchas sociales y políticas por la democracia y la justicia social de ese gran esquema abstracto. Debería decirse que este modo particular de análisis, que pertenece al antiimperialismo trascendental, es una despreciativa tendencia imperialista frente a la que hay que resistir. En base a un esquema así de abstracto, no hay forma, por ejemplo, de negarle a los norcoreanos el derecho a oponerse a su régimen fascista. Por el contrario, tal esquema sólo puede servir para silenciarlos, que es lo mismo que hace su régimen.

Es absolutamente necesario reconstruir la base política e intelectual para la crítica y la búsqueda del cambio en el mundo, pero el antiimperialismo metropolitano no es apto para esa tarea. Ha absorbido las tendencias imperialistas de subordinación, está plagado de eurocentrismo y carece de contenido auténticamente democrático. Un mejor punto de partida para criticar y cambiar el mundo sería mirar los conflictos reales y las relaciones reales entre las partes en conflicto. Esto podría implicar, por ejemplo, reflexionar sobre cómo la estructura de un primer mundo occidental globalmente dominante ha sido recreada en nuestros propios países, incluida Siria. Tenemos un «primer mundo interno» constituido por las elites políticas y económicas asadistas, y un tercer mundo interno vulnerable que el Estado es libre de disciplinar, humillar y exterminar. La relación entre el primer mundo de Asad y el tercer mundo de los «sirios de color oscuro» explica perfectamente la palestinización de Siria. El imperialismo como tal se ha transformado de una esencia existente en Occidente a un aspecto importante de estructuras locales de poder domesticadas. Irónicamente, las elites del poder que protegen este neoimperialismo se valen bien de la retórica clásica antiimperialista para desacreditar a la disidencia local y suprimir potenciales cismas políticos. Esto es especialmente así en Oriente Medio, la región más intensamente internacionalizada del mundo. Se caracteriza por una presencia imperialista amplia y agresiva que tiene como objetivo principal suprimir la democracia y el cambio político.

Desde esta perspectiva, trabajar para derrocar el Estado asadista es una lucha fundamental contra el imperialismo. Al contrario, la victoria del Estado asadista sobre la revolución es una victoria del imperialismo y una consolidación de las relaciones imperialistas en Siria, en Oriente Medio y en el mundo. Mientras tanto, los antiimperialistas trascendentales continúan siendo meros parásitos que apenas saben nada, contribuyendo prácticamente a la victoria del imperialismo al oponerse a la revolución siria.

En definitiva, hay que afirmar que las luchas individuales son autónomas y que hay que entender sus historias y estructuras internas en vez de descartarlas y subordinarlas a una lucha abstracta que menosprecia sociedades enteras y las vidas de las personas. Sólo entonces sería importante afirmar que no hay nada dentro del Estado asadista que sea verdaderamente antiimperialista, aunque definamos el imperialismo como un eje enclavado en Occidente. Ni hay nada popular, liberatorio, nacionalista o pro-tercer mundo en el régimen sirio. Sólo hay un gobierno dinástico fascista, cuya historia, que se remonta a la década de 1970, puede resumirse como la formación de una neoburguesía obscenamente rica y atrozmente brutal, que se ha demostrado dispuesta a destruir el país con tal de permanecer en el poder para siempre. Como acabo de mencionar, en su relación con sus súbditos, este régimen reproduce la estructura de la dominación imperial; esto es mil veces más revelador que cualquier retórica antiimperialista. Es significativo que exista una fuerte predisposición racista, inherente a la estructura de esta neoburguesía y a su ideología, que celebra la modernidad materialista (la modernidad de la apariencia externa y no la de las relaciones, derechos, valores, etc.). Esta clase privilegiada mira a los sirios pobres -a los musulmanes suníes en particular- del mismo modo que los judíos askenazis miran a los palestinos árabes musulmanes (e incluso a los judíos sefardíes, en un primer momento) y del mismo modo que los blancos de Sudáfrica consideraban a los negros en el siglo pasado. Los grupos colonizados son atrasados, irracionales y salvajes, y su exterminio no tiene importancia; puede ser incluso deseable. Esta actitud no caracteriza exclusivamente a la elite asadista. De hecho, el régimen y sus partidarios se han envalentonado al identificarse con un sistema político y simbólico internacional en el que la islamofobia es una tendencia global al alza.

Es bien sabido que el Estado asadista ha sucumbido a lo largo de su historia ante lo que puede asumirse que son preferencias imperialistas: guardar las fronteras con Israel desde 1974, asegurar la estabilidad en Oriente Medio, debilitar la independencia de la resistencia palestina, tratar a los sirios como esclavos y destruir todas las organizaciones políticas, sociales y comerciales independientes. En efecto, el Estado asadista es parte integral de lo que yo llamo el «sistema del Oriente Medio», fundado en la seguridad israelí, la estabilidad regional y la privación de derechos políticos y desposesión de los individuos de nuestros países. Aquí yace el secreto del excepcionalismo árabe/islámico con respecto a la democracia, en contraste con las interpretaciones populares de los críticos culturales de Occidente. La autoconfiguración imperialista en ese régimen, o la reproducción del imperialismo en él, invalida la noción convencional de que el poder imperialista sólo existe en EEUU, o en Europa y EEUU. Esto sugiere que la izquierda antiimperialista tiene profundas tendencias antidemocráticas y patriarcales y sufre de primitivismo intelectual.

Tenemos nuestros propios comunistas antiimperialistas locales que se adhieren al Estado asadista, los bakdashistas. Reciben el nombre de Khalid Bakdash, que fue secretario general del Partido Comunista Sirio oficial, alineado con Moscú, desde principios de la década de 1940 hasta su muerte en los primeros años de la década de 1990 (su esposa Wisal Farha heredó su cargo tras él, y su hijo Ammar lo heredó asimismo después de que ella falleciera). Estos comunistas son exactamente los fieles seguidores de la Unión Soviética dentro del comunismo sirio durante la Guerra Fría. Hoy en día, los bakdashistas son apparatchiks de clase media que disfrutan de un estilo de vida globalizado y viven en centros urbanos completamente separados del sufrimiento social de las masas y carentes de toda creatividad. Aunque todo un conjunto diverso de sirios había sido objeto de arrestos, humillaciones, torturas y asesinatos a lo largo de dos generaciones, entre 1970 y 2010, los bakdashistas persistían en reciclar la misma insulsa retórica antiimperialista y no han pagado precio alguno por su ceguera ante la gravísima situación de su país. Esta grave situación ha incluido una transformación patriarcal y sultánica del régimen, el resultado de la cual fue convertir Siria en lo que denomino Estado asadista, un país que es propiedad privada de la dinastía Asad y de sus allegados. Esto muestra un claro ejemplo de la colusión del antiimperialismo trascendental con el imperialismo doméstico.

En tercer lugar, i.e., tras subrayar la autonomía y especificidad de cada conflicto y enfatizar que no hay nada antiimperialista en el Estado asadista, debería cuestionarse a los antiimperialistas por su propia lucha contra el imperialismo. No conozco ni un ejemplo de alguien en los círculos antiimperialistas de Occidente que haya sido sometido a arresto, tortura, discriminación política y jurídica, prohibición de viajar, despido del trabajo o prohibición de escribir en su «imperialista» país. Creo que estas privaciones no pertenecen a su mundo en absoluto, y que quizá no saben lo que posiblemente significa la prohibición de viajar, la imposibilidad de escribir o la tortura. Son justo como el africano que no sabe qué es la leche, como el árabe que no sabe qué es tener opinión, como el europeo que no sabe lo que son las privaciones y como el estadounidense que no sabe qué significa el «resto del mundo», en el famoso chiste en el que a cuatro personas se les pide su opinión sobre la escasez de alimento en el resto del mundo. No he oído nunca de un camarada antiimperialista resentido, perseguido, personalmente atacado o sometido a campañas de difamación por el imperialismo. El asesinato real y moral fueron prácticas imperialistas habituales hasta la década de 1970. Y especialmente en el tercer mundo, pero también en cierta medida en Occidente. Me vienen a la cabeza, entre otros, nombres como Guevara, Patrice Lumumba, Mehdi Ben Barka y Angela Davis.

Tampoco parece que estos camaradas sean conscientes de lo privilegiados que son comparados con nosotros, los sirios. No pretendo suscitar un sentimiento de culpa en los izquierdistas tradicionales de Occidente. Estoy sencillamente pidiéndoles un poco de humildad, que bajen su mirada hacia la gente del pueblo en Siria y otros lugares, no hacia asesinos como Bashar al-Asad y su panda, y no hacia un puñado de hipócritas periodistas occidentales que crecieron aburriéndose en Londres, París, Berlín, Roma y Nueva York, y ahora encuentran divertido cambiar de escenario en Damasco, El Cairo y Beirut, sabiendo que su salario mensual de varios miles de dólares les permite vivir donde les apetezca.

Como sirios demócratas que somos, no deseamos que pierdan el derecho a viajar ni la libertad de expresión de que disfrutan. Pero, ¿cómo no pedirles que sean solidarios con nosotros, que estamos privados de esos derechos y que denuncien a la junta que persiste en subyugarnos?

Lo que estoy argumentando en base a los tres puntos expuestos arriba es que nuestros camaradas están cometiendo tres errores importantes, todos ellos imperdonables: se apropian de nuestra lucha contra un régimen, con el cual la soberanía imperial en Oriente Medio está perfectamente en paz, en aras de una supuesta lucha contra el imperialismo a la que ni siquiera remotamente se acercan, en apoyo de un bloque extremadamente brutal y reaccionario sobre el que no tienen ni idea. Concluiré diciendo que sus tendencias antiimperialistas significan un forma identitaria deseable para esos grupos, no un modo de acción real con el que estén comprometidos. La izquierda antiimperialista trascendental de hoy en día no es sino una secta pequeña y prejuiciada que no sólo es incapaz de tomar el poder sino que también es arrogante, reaccionaria e ignorante. Gramsci se merece mejores herederos.

La raíz de estos tres errores radica, bajo mi punto de vista, en la agotada naturaleza de la teoría existencialista del imperialismo, que reduce este a la hegemonía occidental. Esta teoría fracasa a la hora de reconocer el imperialismo como un sistema de relaciones internacionales que se manifiesta en formas diferentes a través de las diversas esferas del conflicto social y político que abarca a todos los países y regiones. Los sirios viven en una de las formas más crueles de este sistema de relaciones, privados de libertades políticas y expuestos a una junta criminal y corrupta que ha convertido Siria en una monarquía hereditaria propiedad de una dinastía de asesinos.

* * *

Antes he mencionado a que hay algo imperialista inherente en el antiimperialismo izquierdista. La lucha siria es un buen ejemplo de esto.

La administración estadounidense, junto con el régimen autocrático de Rusia, niega que la lucha siria sea independiente de la guerra contra el terrorismo. El gobierno de Obama ha hecho todo lo posible para evitar hacer algo de lo que los sirios pudieran beneficiarse en su lucha, incluso después de que Bashar al-Asad traspasara la línea roja de Obama. ¿Por qué? Porque esta administración prefería la supervivencia de Bashar al-Asad -el candidato favorito de Israel para gobernar Siria- a una transferencia de poder que no pudieran controlar del todo. No estaban a favor de que los ciudadanos sirios dirigieran el cambio político en su país. EEUU ha estado implicado militarmente en Siria desde septiembre de 2014, para atacar al Daesh y al-Qaida. Sin embargo, los antiimperialistas no parecen poner objeciones a esta guerra, como sí hicieron cuando la administración Obama estuvo considerando castigar a Bashar al-Asad por violar la línea roja (no por matar a sirios, dicho sea de paso) en agosto de 2013. Esto a pesar del hecho de que las autoridades estadounidenses corrieron a decir que el ataque sería limitado; John Kerry afirmó en Londres a principios de 2013, que: «¡El potencial ataque sería limitado en tiempo y alcance!»

La causa-raíz de todo esto es que la administración estadounidense ha anexionado el conflicto sirio a su propia guerra contra el terror. Ha intentado de imponer su batalla a los sirios para que abandonen su propia batalla contra la tiránica y discriminatoria junta asadista: Esto sí es lo que el imperialismo ha hecho.

A este respecto, los promulgadores antiimperialistas del concepto de terrorismo no comprenden que la guerra contra el terror gira alrededor del Estado; es una concepción estatalista del orden mundial que refuerza a los Estados y debilita a las comunidades, organizaciones políticas, movimientos sociales e individuos. Es además una guerra en la que a Bashar al-Asad, en conflicto directo con su pueblo, se le ha hecho socio desde hace dos años en una causa que favorece la continuada dominación de los poderosos del mundo. Pero quizá no se trate sólo de comprender o no comprender. Hay un componente estatalista inherente en la estructura de la izquierda antiimperialista, originado en la época de la Guerra Fría. Esta cualidad estatalista confirma la observación de que el típico izquierdista antiimperialista tiene una mentalidad geopolítica. Quizá es por eso que los trotkistas y anarquistas, que se centran menos en el Estado y se orientan más hacia la sociedad, están al lado de los sirios en su lucha.

En la crónica de esta inacabable lucha contra el terrorismo no ha habido ni un solo éxito, pero sí hay hasta ahora tres países que han quedado devastados por ella (Afganistán, Iraq y Siria). Sin embargo, no es un registro que resulte sorprendente, considerando que esas fuerzas imperialistas se caracterizan por la arrogancia, racismo e impunidad frente a los crímenes que perpetran y la destrucción que dejan tras ellos en sociedades lejanas.

La izquierda antiimperialista, al igual que el imperialismo mismo, ha complementado la lucha siria por otra cosa: el «cambio de régimen». Desde el punto de vista de los camaradas antiimperialistas, el cambio de régimen en Siria parece ser una trama imperialista. Esto es cien veces peor que cualquier error. Esto es un insulto a los sirios, a nuestra lucha de más de dos generaciones y a cientos de miles de víctimas. Eso es un insulto a una lucha de la que la mayoría de esos camaradas no saben nada.

Lo repetiré: el imperialismo, y los estadounidenses en particular, no han querido cambiar el régimen en ningún momento. Tras la masacre con armas químicas de agosto de 2013, se esforzaron en inventar razones para no herirlo, a pesar del hecho de que en aquel momento tenían una justificación muy fuerte si hubieran querido cambiar -o simplemente hacer algún daño- al régimen de Asad. El cambio en Siria es iniciativa nuestra, es nuestro proyecto. Hasta puede que los antiimperialistas nos consideren agentes del imperialismo. Y algunos hay que no están muy lejos de expresarlo de forma tan directa: hace pocos meses, un grupo de «camaradas» italianos atacó una exposición donde se mostraban fotografías de las víctimas de la industria de matar de Asad. Si no, cualquier cambio en cualquier régimen será algo malo y servirá al imperialismo. Pero, ¿acaso no es esa una estupenda definición del reaccionarismo?

La anexión es un aspecto fundamental del imperialismo, y los activistas antiimperialistas que niegan la autonomía de nuestra lucha y la convierten en complementaria de su pseudolucha no se diferencian de las potencias imperialistas. Las dos partes encuentran una causa común en negar nuestra lucha, nuestra capacidad política y nuestro derecho a la autorepresentación. Están diciéndonos, prácticamente, que son ellos quienes pueden definir qué luchas son justas; asimismo, que nosotros no estamos a la altura de las revoluciones ni de la producción de conocimiento. Pero, ¿acaso no es esa una maravillosa definición del imperialismo?

Merece la pena mencionar que subordinar nuestra lucha a otra ha sido la característica que define al gobierno asadista. Durante casi medio siglo, y en nombre de otra pseudolucha contra Israel, el régimen de Asad no ha cesado de suprimir los derechos y libertades de sus súbditos y de aplastar todos sus intentos de asumir capacidad y voluntad política en su país. Mientras tanto, ha mostrado una gran disposición a emprender dos guerras calientes dentro de Siria, la primera de las cuales causó decenas de miles de muertos, y la segunda cientos de miles de muertes, hasta ahora. Además, subordinar nuestra lucha a otra cosa es también un rasgo de los islamismos que se han esforzado en apropiarse de la lucha siria por la capacidad política (libertad) en nombre de algo externo a esta causa (la ley de la Sharia, la estatalidad islámica y un califato realmente imperial).

Tenemos, pues, cuatro casos específicos de subordinación de nuestra causa: el gobierno estadounidense y sus seguidores, Rusia y sus seguidores e Irán y sus seguidores, todos ellos convirtiendo nuestra revolución en secundaria de la inacabable guerra contra el terrorismo; la izquierda antiimperialista occidental, haciendo de nuestra oposición algo secundario de su lucha contra el imperialismo, entendido como algo que sólo practican las potencias occidentales; el gobierno asadista, convirtiendo nuestras aspiraciones de emancipación en algo secundario de una lucha con Israel en la que nunca se ha implicado; y los islamistas, convirtiendo nuestra lucha común en secundaria de sus propias tendencias sectarias. Los cuatro casos tienen una cosa en común: un punto de vista patriarcal. Cada uno de esos poderes actúa como padre arquetípico que lo sabe todo y decide en solitario lo que es adecuado para nosotros, los críos. Quienes rechazan ser infantilizados de esta forma son considerados ignorantes, agentes del enemigo o infieles, carentes de discurso y acción política. Incluso pueden verse privados de la propia vida, aniquilados por armas químicas, bombas de barril, hambre o una organizada industria de la muerte en prisiones y hospitales.

La base de estas actitudes patriarcales reaccionarias de nuestros compañeros antiimperialistas contiene dos cuestiones importantes. La primera es la transformación de la izquierda comunista y sus herederos en clases medias educadas que están separadas del sufrimiento humano y son creativamente incapaces, al igual que nuestros bakdashistas locales. Esto se debe en parte a las transformaciones económicas en los países capitalistas centrales, a la desindustrialización, a la descomposición de la clase trabajadora industrial y a la aparición de la «izquierda de campus», que no hace nada y sabe muy poco, a pesar de su posición dentro de la academia. Ya no hay nada revolucionario o emancipador en la formación de la izquierda contemporánea y no está involucrada en ningún conflicto real. La segunda cuestión importante subyacente en estas actitudes patriarcales son los mapas intelectuales que han heredado de la Guerra Fría (conocimiento en función de los recuerdos, en seguimiento del método platónico), añadidos a la esterilidad intelectual y a una grave carencia de creatividad.

Entre las principales fuentes de conocimiento sobre Siria de esta izquierda figuran los tipos del estilo de Robert Fisk, el periodista empotrado que acompañaba a los tanques del régimen cuando asaltaron Daraya y asesinaron a cientos de sus habitantes. Su trabajo evolucionó más tarde pasando a entrevistar a asesinos infames como el general Jamil Hasan, de la Inteligencia de la Fuerza Aérea. Fisk publica sus artículos en lo que al parecer se consideran plataformas independientes prodemocráticas, como The Independent. Otra fuente principal de información es Patrick Cockburn, el socio de Fisk en la amistad hacia la junta asadista, de quien dudo mucho que conozca a un solo disidente de izquierdas sirio, al igual que Fisk. También entre sus filas figura Seymour Hersh, tan mimado tras recibir el Premio Pulitzer que se ha dedicado únicamente ya a pensar en la «alta política» y en no ver nada por debajo. De hecho, el propio Bashar al-Asad es una fuente de conocimiento para esta izquierda, ya que es frecuentemente entrevistado por los medios occidentales y visitado por delegaciones de la izquierda occidental (y también por fascistas y miembros de las extrema derecha cristiana occidental), disfrutando de un estatus que no se habría atrevido ni a soñar antes de asesinar a cientos de miles de sus súbditos.

Esa izquierda ya no tiene una causa evidente de ningún tipo. Se limita a entrometerse en causas como la nuestra, sobre la que apenas sabe nada y a la que en definitiva hace un enorme daño. Esta izquierda se siente culpable porque no le falta de nada, por eso dirige su desordenada ansiedad hacia Merkel, Teresa May, Obama y Trump. Se mantiene al lado de Bashar al-Asad tras haberse convencido a sí misma de que esta vil persona está contra los políticos occidentales. Siente muy poca curiosidad por conocer el destino de los súbditos de Bashar al-Asad, de quienes no tiene más que impresiones confusas que extrae de ver la televisión o leer los periódicos.

***

Nada de lo anteriormente expuesto sugiere que los izquierdistas occidentales no deban interferir en nuestros asuntos ni comentar lo que decimos sobre nuestros conflictos. Queremos que interfieran. A su vez, queremos e interferiremos en sus asuntos. Vivimos en un único mundo y en cualquier análisis y acción debemos defender la universalidad. Lo único que esperamos es que puedan llegar a ser un poco más humildes y que estén dispuestos a escuchar, que no estén tan ansiosos por dar lecciones y que puedan desarrollar conocimientos que no estén basados en los recuerdos. Esperamos que sean democráticos, que no pretendan que nuestro conflicto es secundario de otros, que tengan en cuenta nuestras opiniones sobre nuestros asuntos y que acepten que somos sus iguales y pares.

Tampoco estoy sugiriendo que nosotros, los demócratas sirios que nos oponemos al Estado asadista, tengamos razón en todo lo que decimos únicamente porque nuestra causa es justa, o que no aceptemos las críticas de otros. Queremos que nos critiquen y aconsejen, pero nuestros críticos no parecen saber nada sobre nosotros ni siquiera ofrecer críticas o consejos. Porque no nos ven en absoluto. Sus altísimas perspectivas nos vuelven invisibles. Si a lo largo de los años hubieran estado más abiertos a las realidades del conflicto sirio, a sus dinámicas y transformaciones, habrían estado en una posición mejor para sintetizar percepciones más informadas y ofrecer críticas más matizadas. Nuestros socios de izquierdas en Occidente, una multitud de demócratas radicales, socialistas, anarquistas y trotkistas se han acercado más a los sirios de base y han escuchado las narrativas sirias. Ninguno de ellos ha estrechado las manos manchadas de sangre y pillaje de Bashar al-Asad y de los asesinos y ladrones que constituyen su círculo.

No somos simplistas y no reducimos nuestra lucha a la dimensión única de derrocar a la junta asadista. Hay otra dimensión, la lucha contra las organizaciones islamistas nihilistas. Pero sólo entre nosotros, las personas involucradas en la lucha siria a partir de una base democrática y emancipadora, puede formarse una política democrática radical respecto a los islamistas. No aprobamos el odio esencialista a los islamistas, que puede estar alimentado por una clase o secta y que es definitivamente reaccionario y muy probablemente racista. La posición más óptima para luchar contra el islamismo es sin duda la posición democrática revolucionaria que resiste también al fascismo asadista.

Una vez dicho esto, somos conscientes de una tercera dimensión de nuestra lucha, relacionada con las diversas intervenciones de centros imperialistas convencionales o emergentes; intervenciones que se llevan a cabo directamente o a través de apoderados regionales en forma de Estados u organizaciones subestatales. Aquí también encontramos que la posición más coherente y radical contra el imperialismo es aquella que tiene en cuenta la colonización interna asadista y toma partido por los débiles y desamparados, en Siria y en la región en general. Aquellos que piensan que Bashar al-Asad y su junta apoyan la lucha contra el imperialismo son, en el mejor de los casos, unos locos insensibles y, en el peor, racistas antidemocráticos.

Esta lucha tridimensional es la que para nosotros define la universalidad y tal vez el mundo como un todo.

Además, no estoy sugiriendo que no tengamos defectos ni que lo que decimos sobre estas causas y otras sean la última palabra. Trabajamos y aprendemos. Nuestra mayor limitación es que estamos dispersos y nuestras fuerzas están desarticuladas. Esto se ha visto exacerbado por las condiciones de detención y muerte bajo tortura que se han cebado principalmente en la base social de la revolución; por la situación de desplazamiento y la extensa destrucción de la sociedad siria por parte de la tiránica y sectaria junta asadista y sus socios imperialistas; y, finalmente, por las organizaciones islamistas nihilistas. Nuestros esfuerzos chocan constantemente con los extremos traumáticos y sin precedentes que ha alcanzado la tragedia siria. Pero continuamos trabajando.

En síntesis, para nosotros, los izquierdistas y demócratas sirios, la lucha es un combate por la independencia. En primer lugar, buscamos la independencia de nuestro país de las potencias coloniales, que se han colocado máscaras falsas que alardean de soberanía, unidad territorial, pluralismo o guerra contra el terror, al igual que han hecho todas las potencias coloniales a través de la historia. En segundo lugar, buscamos independizar nuestra lucha de otros colonialistas, que también llevan enfundadas falsas máscaras, como el antiimperialismo, y también de la guerra contra el terror, que nos exige que permanezcamos en silencio o actuemos como copias locales de ellos.

Esta crítica hacia la izquierda antiimperialista occidental y no occidental es también una contribución a la lucha por la independencia, es decir, por la libertad, y un esfuerzo para defender la autoridad sobre nuestro propio discurso. Permanece abierta a cualquier asociación basada en la camaradería y en la igualdad.

(Traducido del árabe al inglés por Yaser Azayat)

Yassin al-Haj Saleh (nacido en Raqqa en 1961) es un destacado escritor e intelectual sirio. En 1980, cuando estudiaba Medicina en Alepo fue encarcelado por sus actividades políticas permaneciendo tras las rejas hasta 1996. Escribe sobre temas políticos, sociales y culturales relacionados con Siria y el mundo árabe para varios periódicos y revistas árabes fuera de Siria, colaborando de forma regular con el periódico Al-Hayat, editado en Londres, la revista egipcia de izquierdas Al-Bosla y el periódico sirio online The Republic.

Fuente: http://aljumhuriya.net/en/critical-thought/the-syrian-cause-and-anti-imperialism

Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y a Rebelión.org como fuente de la misma.