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Entrevista con Esteban Hernández, abogado y periodista, autor del libro 'El fin de la clase media'

«La clase media era el cortafuegos frente a las tendencias fuertes de cambio»

Fuentes: Diagonal

Hablamos con Esteban Hernández, abogado y periodista, autor del libro ‘El fin de la clase media’, un libro clave para comprender los recientes cambios sociológicos y el auge de Podemos.

¿Cuál fue la función de la clase media en la segunda mitad del siglo XX?

A través de los ejemplos de la América de Ford y de la de Parsons, vemos como esas capas intermedias son las encargadas de asentar el sistema productivo y la misma organización social a partir de la oferta de nuevos elementos de legitimidad: cuentan con mejores salarios, mayores comodidades en la vida cotidiana, y mayor capacidad de autorrealización. Todos estos elementos, y alguno más, fueron ampliamente difundidos por medios y creaciones culturales conformando un imaginario muy útil, por ejemplo, para combatir el comunismo, pero también para incentivar la demanda interna en el consumo y la paz social en lo político. En ese contexto, la clase media era el cortafuegos frente a las tendencias de cambio fuertes, tanto desde la izquierda como desde la derecha, y también la que participaba más activamente en el sistema, votando, pagando impuestos, incluso desinteresándose políticamente a menudo, porque confiaba en él.

Señalas que «las capas sociales que surgieron del Estado de bienestar se han convertido en el problema número para el capitalismo». ¿Por qué?

En primer lugar, porque el capitalismo lo ha decidido así. No se trata de que la clase media, dada la mala situación que está viviendo tras años de crisis, se haya vuelto antisistema, sino que es el capitalismo el que percibe personas, actitudes y valores de clase media como obsoletos y muy costosos, y por tanto como inconvenientes para los tiempos próximos. No es la clase media contra el capitalismo, lo que podrá o no ocurrir, sino que es el capitalismo contra la clase media. Y ha ocurrido porque hemos cambiado de sistema conservando el rótulo. Vivimos en un mundo muy distinto del que tuvo lugar hasta los 70 del siglo pasado, y diferente del que vivíamos hace 15 años, pero nos seguimos manejando con los conceptos que utilizábamos para analizar esos momentos. En las clases medias se reflejan muy bien esos cambios.

¿Nos encontramos ante el fin de la clase media?

Si seguimos por este camino, que es lo previsible, la clase media no sólo tendrá mucho menos integrantes, sino que se convertirá en socialmente irrelevante, por su escasez. Si nos fijamos sólo en términos económicos, es evidente que la clase media está fragilizándose en número y en recursos, pero todavía persiste una suerte de conciencia de clase media que hace que la gente se autoperciba como parte de ese estrato. En concreto, el 72% de los españoles afirmaba en julio de este año ser de clase media, lo cual es irreal si reparásemos únicamente en sus recursos materiales. Pero la gente continúa buscando estabilidad y continuidad en sus vidas, aspira a que las vidas de sus hijos sean mejores que las suyas, cree en la efectividad última de las normas (piensa que a la larga es mejor comportarse correctamente que tener comportamientos ilegales o inmorales), piensa que la democracia es un buen sistema y que basta con cambiar de políticos para que las cosas funcionen cuando se han torcido, y demás ideas que constituyeron el centro de nuestra sociedad en las últimas décadas. Es cierto que el espejo de la realidad no le devuelve una imagen acorde a su visión, pero todavía piensa que esto tiene remedio. Esta contradicción entre aquello en lo que cree, y aquello que espera, y lo que ve a su alrededor todos los días es la mejor definición de ser de clase media hoy.

¿Qué explica el repliegue a lo familiar y a lo afectivo? ¿Por qué dices que buscamos en la vida sentimental la solidez que nos falta en la profesional? Hasta ahora, y quizá los tiempos puedan estar cambiando, lo social y lo político ha interesado poco a los españoles, más allá de la ocasional participación en las elecciones. La mayoría de la gente se preocupa por su trabajo, y por aquello que está en su entorno cercano, pareja, hijos, familia, amigos, y es de ahí de donde extrae las mayores satisfacciones o insatisfacciones de su vida. Lo peculiar es que este alejamiento de lo político parecía proporcional a esa importancia de lo íntimo, en gran medida, porque al descreer de los representantes y de su acción, y al entender la política como un punto viciado, la gente regresaba a lugares donde había algo de verdad y de autenticidad, pero también en los que podía intervenir, en los que su presencia contaba. Esto se retrató muy bien en la música: el indie tuvo que ver con un repliegue sobre sí mismo, sobre las pasiones, los deseos ardientes y la vida interior intensa del artista y de quienes le escuchaban, mientras otros estilos, como ‘la americana’, nos hablaban de la vida cotidiana, de las relaciones entre personas, de las verdades de sentido común. Pero ambos se replegaron hacia lo personal precisamente porque entendían que político y lo social eran, por así decir, impuros y en última instancia, inútiles. Pero esta tendencia también tenía que ver con otro aspecto, a menudo olvidado: en la medida en que nos percibíamos con muy poca capacidad de acción para cambiar las cosas, tendíamos a volver la mirada hacia terrenos en los que sí podíamos recoger el fruto de nuestras acciones. Cuanto más impotentes políticamente éramos, más mirábamos al interés personal o a la vida afectiva. Tu libro, además, se puede leer como una especie de historia del rock y también del cine. ¿Qué te ha llevado a estudiar estos dos fenómenos?

La convicción de que los procesos que veíamos en el mundo cultural, y especialmente en esos dos terrenos, anticipaban lo que después vendría socialmente. En los 60 fue muy evidente, porque del entorno cultural surgió una revolución en las costumbres que iría encajándose en la sociedad años después, pero también porque muchas de las prácticas del sector dieron forma a la visión y la organización que las empresas de mayores dimensiones implantaron a partir de los 80, como bien recogen Boltanski y Chiapello en ‘El nuevo espíritu del capitalismo’. Por tanto, la cultura (la música y el cine) eran campos fecundos para analizar los discursos que ahora están emitiéndose, y para intentar adivinar a su través lo que nos espera socialmente a corto plazo.

Analizas también las novedades que introdujo en este escenario el punk o el hip hop. ¿Cuáles fueron? ¿Cómo las percibió la clase media?

Fueron muchas y a menudo contradictorias. El punk, por ejemplo, significó una revitalización muy potente de las pequeñas unidades de producción, y agitó en buena medida las conciencias de quienes lo escuchaban, pero también fue uno de los pilares favoritos del entorno conservador que sustentaba a Margaret Thatcher para convencer a la población inglesa de que la sociedad iba por el peor camino y que hacían falta enormes reformas. Sid Vicious fue el personaje favorito de Thatcher. En el hip hop ocurre algo parecido, porque además de esa vitalidad, y de la posibilidad expresiva de los guetos, también arrastra una glorificación de valores puramente neoliberales, lo que es evidente en artistas con Kanye West o Jay Z y en movimientos como el gangsta rap, que por otra parte sirvieron para promover políticas securitarias muy intensas.

¿Qué elementos debería recoger una propuesta cultural contrahegemónica?

Habitualmente, suele contemplarse una propuesta cultural contrahegemónica desde la simple construcción de contenidos politizados, que inciten de una forma directa a la conciencia social. Lo que me parece mala idea, desde el punto de vista táctico, e ineficiente desde el punto de vista de su arraigo social. Cualquier creación cultural atraviesa por tres momentos: el de su producción, el de los procesos que la hacen visible y el de su distribución, cómo llega al destinatario final. Dado que el primer movimiento de los actores hegemónicos es estructural, la primera acción de resistencia debería funcionar en ese mismo plano, estableciendo mecanismos de producción, visibilidad y distribución que sean efectivos en un terreno que no les deja espacio. La producción de contenidos que nadie conoce no es contrahegemónica, es perder el tiempo. En segundo término creo que los contenidos directamente políticos son ineficaces. La cultura es cuestión de narrativas, de movilización de emociones y de construcción de sentido, y eso no se hace con canciones de dos minutos que dicen acaba con los políticos o pelea contra la policía. Funcionan bien en determinados ámbitos, que se sienten satisfechos con la difusión de la indignación, pero sólo funcionan en esos espacios, que son minoritarios y autorreferentes.

Al lado de estas formas de resistencia, ¿han surgido nuevas formas de autoridad y de liderazgo?

En realidad, no tanto. Desde el punto de vista empresarial es muy obvio que ha habido grandes cambios en las formas de organización y que, por tanto, han surgido nuevos tipos de liderazgo, pero si rasgas bajo su imagen, te encuentras con formas de dominación nuevas y con una dirección mucho más impositiva y menos colaborativa. La posibilidad de utilizar instrumentos para medir la productividad y la rentabilidad (poco precisos en términos cualitativos, pero que sí pueden establecer cuotas y porcentajes con facilidad), trasladan el control al propio trabajador o al productor por cuenta propia. El emprendedor de sí mismo o el generador de valor añadido, que es el modo de trabajo más frecuente hoy, lo es por su capacidad de autocontrolarse y de dirigirse donde le pide el mercado. El líder, en esos contextos, propicia esa aparente descentralización que no es más que la puesta en manos de cada cual de la capacidad de reajustarse. En la política, por su parte, las necesidades organizacionales continúan, por unos motivos u otros, priorizando estructuras fuertes en lugar de débiles.

¿Podemos ha comprendido que nos encontramos ante el fin de la clase media? Afirmas, además, que «Podemos ha jugado para la política española el mismo papel que la innovación disruptiva para cualquier sector mercantil». ¿Por qué? ¿Esa función no la podían cumplir partidos como el Partido X?

No sé si Podemos lo ha entendido, creo que le falta una comprensión mayor del fenómeno y una mejor manera de acercarse a él. Pero lo que puede decirse es que esa clase media en declive sí ha comprendido a Podemos, hasta el punto de que buena parte de su voto viene de ese estrato social. Lo cual es importante políticamente porque va a ser además la fuerza social dominante en Europa, como estamos notando ya de una manera muy evidente en Europa del Sur, y quien mejor conecte con ese estrato más fácil tendrá gobernar.

Y no, el Partido X no podía cumplir esa función. Ésa es una equivocación muy frecuente, en particular en el mundo activista. Podemos ha cumplido el mismo papel que la innovación disruptiva porque ha conseguido tomar una idea en embrión y minoritaria, y llevarla a lo más alto, que es hoy lo difícil. Cualquiera puede montar un partido político, y cualquiera puede tener buenas ideas, pero lo definitivo no es esa aportación (que viene del mundo de la producción) sino la capacidad de visibilizarla y de distribuirla. En eso Podemos ha sido una formación muy brillante, porque ha sabido entender los tiempos. En lugar de hacer lo de siempre, trabajar en el ámbito de la base, de los movimientos sociales, y luego esperar que eso tomase forma, operaron al revés, tomando una idea, haciéndola visible y popular, y después asentándola a través de la tarea activista. El Partido X se quedó anclado en el pasado, y operó con las ideas que llevan a mucha gente que monta sus negocios a la ruina. Creyó que con una buena idea, con grandes dosis de innovación y con nuevos medios podía llegar muy lejos, cuando esa parte es menos relevante hoy. Tener una buena idea está muy bien, pero si nadie la conoce no sirve de nada.

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