Han aparecido numerosos libros que dicen explicar la crisis económica y hasta plantean propuestas para salir de ella. Para elegir los más idóneos habría que plantear las siguientes condiciones: Que estén elaborados por autores que advirtieron de la crisis y cuyas propuestas no fueran las aplicadas hasta ahora. No debemos ser tan estúpidos como para […]
Han aparecido numerosos libros que dicen explicar la crisis económica y hasta plantean propuestas para salir de ella. Para elegir los más idóneos habría que plantear las siguientes condiciones:
Que estén elaborados por autores que advirtieron de la crisis y cuyas propuestas no fueran las aplicadas hasta ahora. No debemos ser tan estúpidos como para pensar que algún experto económico que nunca habló de crisis nos quiera contar ahora cuál es la solución.
Que se comprenda. Parece una obviedad, pero todavía tenemos el complejo de pensar que si no entendemos un libro de economía es porque no estamos suficientemente cualificados en la materia cuando la realidad es que el autor no tiene suficiente capacidad pedagógica, o lo que es peor, tiene como objetivo contar las cosas de manera que su discurso aparente poseer la virtud de la infalibilidad técnica a costa de abrumarnos con su vocabulario y circunloquios.
Que el autor deje claro en todo momento que por encima de la economía está el ser humano.
Pues bien, Juan Francisco Martín Seco cumple esas condiciones en el libro que nos ocupa. Este ex Interventor General de la Administración del Estado y Secretario General de Hacienda no obvia los elementos internacionales de la crisis, pero aporta las características propiamente españolas que ayudan a identificar a los culpables. Algunas aportaciones son de sobra conocidas: avaricia de los banqueros, burbuja inmobiliaria, pero otras resultan doblemente interesantes porque desmontan tópicos, Uno de ellos el de considerar la devaluación de la moneda como un mal en sí misma, cuando, en realidad, según sus palabras, el mal se encuentra en las condiciones económicas que la hacen necesaria. Es decir, es la medicina, no la enfermedad. Y aquí entra su demoledora crítica a la unión monetaria que ha imposiblitado la devaluación de la moneda nacional con lo que la catástrofe sólo se ha aplazado para terminar siendo peor.
Nuestro autor incluye también una reflexión, mitad económica mitad filosófica, en torno al concepto de libertad, la paradoja de la libertad. Esa libertad de la que nadie discutía la necesidad de limitarla en el ámbito político y social (al fin y al cabo la propiedad privada consiste en limitar la libertad de todos para apropiarnos de lo que se considera de uno), los neocons la consideraron ilimitada en la economía. De modo que el neoliberalismo impuesto a partir de los ochenta nos llevó al siglo XIX. Con el agravante de que la globalización económica nos ha abocado a unos mercados globalizados con un poder político recluido en el ámbito del Estado y, por tanto, sin capacidad de actuación. Esta desproporcion de poder requiere, «o bien un gobierno mundial, lo cual no parece demasiado factible, o bien devolver a los Estados nacionales el poder y la capacidad de limitar la libre circulación de capitales». Para el autor -y para cualquiera que aplique un mínimo sentido común-, «resulta insostenible un sistema económico en el que las empresas pretendan producir en los países con salarios bajos y y protección social y laboral inexistentes, y vender después sus productos en otros en los que el nivel de vida sea elevado».
Otro tópico neoliberal que desmonta es la obcecación por el déficit público, sobre todo en quienes nunca mostraron preocupación por el endeudamiento privado, sin duda porque les permitía continuar su enriquecimiento mediante el préstamo y la hipoteca bancaria y mediante un consumo privado -en el caso español, inmobiliario- que sólo estaba retrasando la explosión de una burbuja.
Todos los parámetros sagrados son desmontados brillantemente por Martin Seco. El aumento del PIB español fue una falacia porque la población también aumentó (en cinco millones) y la renta per capita no indica lo ricos que somos porque depende de cómo va a cada uno la fiesta, y menos todavía si la mayor parte del sueldo se debe destinar a conseguir una vivienda.
En conclusión, la reivindicación de Martín Seco, no por reiterada desde la izquierda menos necesaria, es la de insistir en que el poder político -democrático- debe estar por encima del económico. De que si un Estado de Derecho es el que proporciona seguridad jurídica, un Estado social debe garantizar la seguridad económica y social. Y para ello no se puede dejar al poder económico en total libertad. Las recientes medidas económicas planteadas por Rodríguez Zapatero sólo han mostrado que eso es lo que ha sucedido, que hace mucho que los políticos dejaron de gobernar. El dilema es si querrán recuperar ese poder que en democracia debería ser de todos y ahora está en los dueños del dinero, o querrán parecer decentes bajándose el sueldo un 5% mientras dejan que los banqueros se lo tripliquen.
Juan Francisco Martín Seco. «La trastienda de la crisis. Lo que el poder económico quiere ocultar«. Península. Madrid, 2010
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.