Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Casi un año después del levantamiento sirio y de más de 7.500 muertos, el prolongado conflicto continúa sin entenderse ni informarse del todo bien a pesar de toda una avalancha de escritos. La mayoría hace un seguimiento rápido de los acontecimientos sin pararse a elaborar un análisis serio de la política y la realidad siria. En los primeros momentos, el argumento dominante era que el régimen iba a venirse rápidamente abajo; después, que el régimen iba para rato. Rara vez aparece una visión a largo plazo. Y cuando lo hace, desgraciadamente, lo más normal es que aduzca factores culturales intemporales, acudiendo sobre todo al sectarismo, para explicar el aparente estancamiento.
Ningún factor único se constituye en el secreto para comprender las causas de los levantamientos ni sus perspectivas. Sin embargo, hay una verdad básica y pertinaz: El régimen ha permanecido hasta ahora unido y cohesivo, mientras que la sociedad es heterogénea y, hasta cierto grado, se presenta dividida. Naturalmente, el régimen lleva décadas trabajando duro para reproducir y exacerbar las divisiones, ya sean de secta y etnia, clase o región. Y, mientras tanto, el régimen se ha esforzado en fortalecer la unidad en la cima, construyendo un ejército y unos servicios de seguridad cuyos destinos están entrelazados con los del régimen. Pero lo que ha estado consistentemente ausente de los análisis sobre Siria es otra de las estratagemas del régimen: Desde comienzos de los setenta, el régimen ha ido forjando redes de capital que vinculan a los actores empresariales de elite con los funcionales estatales, ya que estos últimos, y sus descendientes, se aventuraron por el dominio comercial. Esos lazos han pagado dividendos en tiempos de crisis, tanto en el pasado como en el presente.
Tras llegar al poder en 1970, Hafiz al-Asad entró en contacto con los grandes empresarios conservadores ubicados en las grandes ciudades, especialmente Damasco y Aleppo, que habían quedado muy debilitados por la oleada baasista de nacionalizaciones de la década de los sesenta. Los vínculos se originaron en las conversaciones mantenidas en las cámaras de comercio e industria, bajo control estatal, y se convirtieron en bilaterales mientras el régimen se iba emparejando con selectos empresarios que disponían de capital importante, pericia esencial o relaciones con compañías extranjeras. Esos empresarios tenían diversos orígenes. Algunos pertenecían a la vieja burguesía, la clase comerciante que había dominado la política de Siria durante los años cincuenta y otros eran figuras ascendentes asociadas con empresas mixtas del sector público que se habían beneficiado del boom del petróleo después de 1973. La mayoría de esos empresarios había actuado a la sombra del estado, presentando ofertas para licitaciones en el sector público, pero a otros se les fue reclutando a medida que las redes iban multiplicándose.
El acercamiento dio réditos políticos a finales de los setenta y principios de los ochenta, cuando el régimen tuvo que enfrentarse a una revuelta dirigida por los Hermanos Musulmanes. Asad había promulgado una serie de políticas que perjudicaban los intereses de los cuadros e integrantes de los Hermanos en el tradicional suq (mercado) y los de otros pequeños comerciantes y artesanos.
En resumen, el estado había diezmado el negocio de los comerciantes modestos con los productos de las grandes empresas de propiedad estatal subvencionados por los países árabes del Golfo en medio del boom del petróleo posterior a 1973. Esas fábricas se extendieron por todo el país y causaron un resentimiento especialmente profundo en los barrios conservadores suníes de las ciudades sirias, donde al régimen se le consideraba ya represor y herético (debido a que estaba dirigido por alauíes). Para empeorar aún más las cosas, se ofreció un trato a una «troika» de hombres, a quienes, bajo el ojo vigilante del estado, se les permitió lanzar las primeras empresas privadas a gran escala de la era baasista. Esa troika estaba compuesta por Sa’ib Nahhas, Uzman al-Aidi y Abd al-Rahman al-Attar. Su trato con el régimen se convirtió en el modelo para asociaciones empresariales con el estado, mientras las tensiones entre el estado y los propietarios de pequeños negocios de tendencia islamista sunní seguían intensificándose.
La confrontación con los Hermanos Musulmanes duró más de seis años. Los comerciantes urbanos sunníes privilegiados por el estado que habían seguido el modelo de la troika cerraron filas junto a Hafiz al-Asad. Badr al-Din al-Shallah, entonces presidente de la unión de cámaras de comercio sirias, aseguró a Asad en una reunión histórica en 1982 que las grandes empresas, cuya lealtad él encabezaba, estarían junto al régimen. El régimen procedió entonces a aplastar el levantamiento en la ciudad noroccidental de Hama, donde al menos 15.000 de sus habitantes murieron asesinados. El brutal asalto con tanques y artillería sobre Hama mostró ser una dura derrota para los Hermanos Musulmanes. También soldó el futuro de Shallah y sus iguales al destino del régimen.
Después de 1982, la asociación informal empresarial-estatal continuó floreciendo. Los grandes empresarios consiguieron toda una variedad de privilegios especiales, incluyendo comisiones para proyectos en el sector público, exención de impuestos y protecciones comerciales para determinados productos. La asociación maduró a finales de los ochenta ejerciendo una influencia desproporcionada sobre la política económica. La institución principal se llamaba originariamente Comité de Orientación, una entidad compuesta de funcionarios estatales y empresarios «privados» encargada de elaborar la política económica por encima de los comités que redactaban, nominalmente, los planes quinquenales socialistas. Lo «privado» había adquirido un nuevo significado porque muchos de esos empresarios eran ellos mismos funcionarios estatales o sus parientes o socios. Con los hacedores y «tomadores» de la política componiendo las mismas empresas, o en ocasiones habitando la misma estructura corpórea, la corrupción en la política económica alcanzó niveles históricos. En los años noventa, el núcleo de ese esquema fue la oficina del primer ministro Mahmoud al-Zubi. La mayoría de los funcionarios del estado que entraban en los negocios optaban por el beneficio rápido, lo que les guiaba en dirección al comercio más que hacia la industria y hacia zonas urbanas en vez de zonas rurales. Además de muchos otros, los Zubis prosperaron poderosamente, al igual que los Khaddams (Abd al-Halim era entonces vicepresidente) y los Tlasses (Mustafa era entonces ministro de defensa), al frente de concesionarios de automóviles y rapiñando productos exclusivos de consumo. Los nuevos magnates, sobre todo Rami Makhlouf, el sobrino de la mujer del presidente, también consiguieron enormes rendimientos en el sector del turismo, las zonas del libre comercio y, posteriormente, las telecomunicaciones.
A finales de los noventa, la comunidad empresarial que los Asad habían creado a su imagen y semejanza había transformado Siria de un estado semisocialista en un estado compinche del capitalismo por excelencia. La liberalización económica que empezó en 1991 había redundado en gran medida en beneficio de los magnates con vínculos con el estado o de quienes eran socios de los altos cargos estatales. El sector privado sobrepasó al sector público, pero los miembros más enriquecidos del sector privado eran los funcionarios estatales, los políticos y sus familiares. El crecimiento económico registrado a mediados de los noventa fue mayoritariamente un impacto de corta duración en el consumo, como pone de manifiesto la caída repentina de finales del siglo pasado. Las tasas de crecimiento que habían sido del 5-7% cayeron al 1-2% de 1997 a 2000 y en adelante.
Una vez que Bashar al-Asad sucedió a su padre en 2000, los arquitectos de la política económica siria trataron de revertir la recesión liberalizando aún más la economía, por ejemplo, reduciendo los subsidios estatales. Por primera vez en casi cuarenta años, se permitieron los bancos y el mercado bursátil estaba prácticamente sobre el tapete. Después de 2005, los vínculos entre el estado y las empresas se reforzaron tras el anuncio de una Economía Social de Mercado, una mezcla de enfoques estatales y de mercado que, en última instancia, privilegiaba al mercado, pero un mercado sin instituciones sólidas ni rendición de cuentas. De nuevo, el régimen había consolidado su alianza con las grandes empresas a expensas de los negocios más pequeños, así como de la mayoría de sirios que dependía del estado para los servicios, subsidios y asistencia social. Se perpetuaba el amiguismo y el nepotismo pero vestido con un nuevo atuendo. Las familias asociadas con el régimen de una forma u otra llegaron a dominar el sector privado, además de ejercer un control considerable sobre los activos económicos públicos. Esos clanes incluyen a los Asads y Makhloufs, pero también a las familias de los Shalish, al-Hassan, Najib, Hamsho, Hambouba, Shawkat y al-As’ad, entre otras. La reconstituida comunidad empresarial, que ahora incluye a funcionarios del régimen, a partidarios cercanos y una gruesa franja de la burguesía tradicional, ha conformado una polarización más profunda (y, para el régimen, más peligrosa) de la sociedad siria en función de los ingresos y las regiones.
Años sucesivos de escasez de lluvias y la sequía a partir de 2003 han provocado inmigraciones rurales masivas a las ciudades -en 2009, más de un millón de personas se había trasladado-, ensanchando aún más las brechas regionales y sociales. Ciudades importantes, como Damasco y Aleppo, absorbían esa migración más fácilmente que las pequeñas, que presentaban cada vez problemáticas sociales más graves debido a la ausencia de inversión en infraestructuras. Ciudades de provincia como Diraa, Idlib, Homs y Hama, junto con sus zonas rurales, son ahora el principal campo de batalla de la rebelión. Los que viven en las áreas rurales han visto como sus medios de vida desaparecían debido a la reducción de los subsidios, la desinversión y los efectos de la urbanización, así como por décadas de corrupto gobierno autoritario. Los levantamientos tunecino y egipcio les animaron a expresar su descontento de forma abierta y conjunta.
Sin embargo, no ha habido defecciones importantes desde las filas de las grandes empresas, por lo menos no en Damasco y en Aleppo. No son solo los parientes con sangre presidencial como Makhlouf los que se han mantenido leales. Otros actores importantes provenientes de las familias mencionadas se han mantenido firmes junto al régimen, financiando sus orquestados mítines masivos y campañas de relaciones públicas, así como ayudando a reflotar la moneda siria. La mayoría de los descontentos se limitan a sacar el capital del país y a expresar deseos de cambio de régimen en privado. Quienes apoyan el levantamiento lo hacen en silencio y con un cuidado extremado, asegurándose mucho de la lealtad de sus interlocutores.
Los magnates saben muy bien que su suerte está ligada a la del régimen en virtud de sus entrelazadas inversiones y también por sus años de auto-enriquecimiento a instancias del régimen. Cambiar de bando sería por tanto hacer una enorme apuesta por la tolerancia de la oposición. El apoyo de las grandes empresas no es el único responsable de la resistencia del régimen, habría sido difícil para el régimen haber aguantado en Damasco y Aleppo si esos intereses monetarios hubieran decidido explícitamente compartir su suerte con los manifestantes. La alianza régimen-empresariado fue tomando forma a lo largo de décadas y es poco probable que se rompa hasta el mismo último momento. Las deserciones públicas de los grandes empresarios serían un buen indicador de que los días del régimen están contados. Hasta entonces, todos los ojos están puestos sobre el campo de batalla.
Bassam Haddad es Director del Programa de Estudios sobre Oriente Medio y profesor del Departamento de Asuntos Internacionales y Públicos de la Universidad George Mason, y es también profesor visitante de la Universidad Georgetown. Es autor, entre otros libros, de «Business Networks in Syria: The Political Economy of Authoritarian Resilience» (Stanford University Press). Es co-fundador y editor de Jadaliyya; co-productor y director del film «About Bagdad»; ha dirigido recientemente una película sobre los emigrantes árabes/musulmanes en Europa titulada «The ‘other’ thread», etc.
Fuente: http://www.merip.org/mer/mer262/syrian-regimes-business-backbone