Traducido para Rebelión y Tlaxcala por Caty R. y revisado por Juan Vivanco
La conferencia sobre el genocidio hitleriano organizada por Teherán, como era de esperar, originó una avalancha de protestas indignadas. Gran operación mediática, esta iniciativa provocadora pretendía, a todas luces, lanzar un órdago simbólico. En el enfrentamiento verbal con Occidente, el régimen iraní la emprendió con uno de sus principales tabúes y después de la crisis de las caricaturas, ha infligido a los occidentales los rigores de la ley del talión: «ustedes insultan lo más sagrado que tenemos, así que no se sorprendan si nosotros hacemos lo mismo».
Evidentemente, el blanco privilegiado de esta ofensiva simbólica no se ha escogido al azar. La brutalidad de la represión israelí alimenta diariamente el rechazo hacia Israel en el mundo árabe y musulmán. Pero sobre todo, la impunidad de la que disfruta el ocupante [de Palestina] gracias a la complicidad occidental, acredita la idea de que el remordimiento por el holocausto equivale a un cheque en blanco. «Hoy el holocausto se ha convertido en un fetiche para las superpotencias, el pretexto para agredir y amenazar a los países de la región», resume Mahmud Ahmadineyad
¿Cómo podríamos negarlo? La memoria de la Shoah se ha convertido, en las manos de Israel y sus aliados, en un arma temible de intimidación masiva: persuade a los israelíes de que la violencia que ejercen contra los demás no es reprochable, paraliza cualquier veleidad de oposición a la política israelí en el seno del mundo occidental y coloca de nuevo en las filas del «Bien absoluto» a un estado judío nacido para reparar el «Mal absoluto».
Ese es el esquema ideológico que ha querido desenmascarar la iniciativa iraní. Como subrayaron sus promotores, la conferencia no se refería tanto a la realidad histórica de la Shoah como a su uso simbólico en provecho de Israel. No importa si el genocidio hitleriano se produjo como acredita la historia oficial, sino el hecho de que ese acontecimiento proporcionó una poderosa justificación moral al proyecto sionista. Sacándola del registro de la historia profana, la Shoah ha convertido al estado judío en una entidad metafísica.
La memoria de esta tragedia espantosa creó, en provecho de Israel, un cordón sanitario infranqueable. Artefacto colonial incrustado a la fuerza en las ruinas de la Palestina árabe, Israel se convirtió en un santuario inviolable, el brillante símbolo de una dominación legítima que devuelve a todo Occidente el reflejo narcisista de su propia superioridad. Ante el espectáculo de las conquistas israelíes, el hombre occidental se siente complacido doblemente: alivia su conciencia moral oprimida por el holocausto, a la vez que experimenta el orgullo de una supremacía, la de la civilización sobre la barbarie.
Naturalmente, era absurdo convocar a Robert Faurisson para apoyar este análisis. Además de moralmente dudoso, el flirteo con el charlatán de Lyon es un error político. Poniendo en duda la existencia de las cámaras de gas, la fábula negacionista acaba por arrojar dudas sobre la duda misma. Entonces no nos queda más que un páramo donde la realidad se desvanece y las palabras no quieren decir nada. ¿Quién impedirá mañana a otros negacionistas negar la existencia de los 10.000 presos árabes que se pudren en las cárceles israelíes?
Hábilmente subrayada por los medios de comunicación dominantes, esta ambigüedad de la conferencia iraní no minimiza su significado, pero está claro que la causa palestina no tiene nada que ganar con ella. Esta confusión de los géneros apenas afecta a su legitimidad, pero enturbia extrañamente el mensaje. En una palabra, no hay ninguna necesidad de acreditar las tesis negacionistas para poner en solfa la legitimidad de un estado que encubre su fascismo vistiéndose con el traje de rayas de los deportados.
Además de la cuestión del negacionismo, el otro asunto propuesto por la iniciativa de Tehéran es el antisionismo. ¿Podemos profetizar hoy la desaparición del Estado de Israel? ¿La radicalidad del mensaje no tiene connotaciones de encantamiento? Desdeñando estas cuestiones, el comentario predominante utiliza exclusivamente el registro moral y lanzando un anatema sobre el presidente iraní, elude oportunamente la pregunta esencial: ¿por qué precisamente Israel es el único estado cuya existencia plantea problemas?
Para esta pregunta conocemos de memoria la respuesta oficial. Teorizada por los intelectuales que tienen allí sus intereses, se resume en una palabra: antisemitismo. El abracadabra, la palabra mágica que lo dice todo, que condensa en un fogonazo las angustias del mundo moderno. Apenas proferida, impone la circunspección y paraliza el pensamiento crítico. Blandida como una amenaza, prescribe el silencio como si algo terrorífico y sagrado estuviera en juego, condenando a todos a vigilar sus declaraciones para no blasfemar.
Porque para la ideología dominante, el rechazo a Israel no tiene nada de político, es sencillamente una enfermedad del espíritu. Disfrazada con los ropajes del antisionismo, es una forma comprobada de sida mental. Hablando con propiedad no hay antisionistas, sólo antisemitas rencorosos y retorcidos, eternamente al acecho del judío. El sumo sacerdote de esta nueva inquisición, Alain Finkielkraut, los ve por todas partes, ¡esos antisemitas!, los acosa sin descanso, los bombardea con anatemas. A semejanza de BHL (Bernard Henri Lévy), amasa las regalías de una notoriedad que se sustenta exclusivamente en esta paranoia mantenida a golpe de perogrulladas sentenciosas.
¿Antisemitas las familias palestinas de la franja de Gaza reducidas a cenizas por los obuses del ejército israelí? Los «Faurisson» proisraelíes querrían convencer de esto al mundo entero. Como dice el historiador israelí Zeev Sternhell, es mucho más fácil denunciar a los antisemitas que preguntarse cómo reaccionarían los israelíes si sufrieran en sus carnes una ocupación militar desde hace 40 años. ¿Esos tanques destructores, de la estrella de David, enviados a tierra árabe para sembrar el terror en nombre del estado judío, no tienen nada que ver con el rechazo a Israel?
Fuera de los círculos de la intelectualidad parisina, la descalificación del antisionismo por asimilación con el antisemitismo, en realidad, no tiene ningún sentido. Frente al mundo real, la condena abstracta del antisemitismo cae en el ridículo: ¿antisemitas los misiles antitanques de Hezbolá?, ¿antisemitas los kalashnikov de Hamás? Si usted combate al estado de Israel, que se proclama «el estado judío», usted se convierte inmediatamente en un vulgar un antisemita.
Pero que Israel transforme la Franja de Gaza en el Oradour-sur-Méditerranée [2] no choca con los supuestos morales de los comentaristas occidentales. Y la entrada en el gobierno israelí de un fascista moldavo no impide que los dirigentes europeos le hagan reverencias. Hace ya veinte años, el profesor Yeshayahu Leibowitz calificó la política israelí como «judeonazi». ¡Fuera Leibowitz! Hoy tenemos omnipresente a Finkielkraut, para quien la palabra «apartheid» para designar la ocupación israelí es una obscenidad con connotaciones genocidas.
La jactancia de los perdonavidas del antisemitismo es un discurso obsesivo que tiene como única misión, a todas luces, la negación de la realidad. En cuanto al principal acicate del antisionismo, es el mismo estado de Israel. ¿A quién le puede extrañar, por otra parte, que el rechazo de la empresa sionista tome cada vez un cariz más radical? «Cuando dije que Israel iba a desaparecer, expresé lo que los pueblos tenían en el corazón», confiesa el presidente iraní. ¿De quién es la culpa? Negando el intercambio de paz por territorios, Israel se expone deliberadamente a una guerra interminable.
Con su obstinación, Israel está instruyendo su propio proceso. Niega categóricamente el derecho de regreso de los refugiados. Ha convertido la Jerusalén reunificada en su capital eterna. Ha declarado irreversible la implantación de los principales bloques de colonias en Cisjordania. Acaba de proclamar que la anexión del Golán sirio también es definitiva. Es decir, no hay nada que negociar. Y pretende que el mundo árabe deje de ser antisionista, y renuncie a la lucha contra un estado que prospera esquilmándolo…
Las ridículas «faurisonerías» de unos y otros apenas enmascaran una realidad que se deja ver en los puestos de control de Cisjordania, en el espectáculo de Líbano devastado, en el inmenso suburbio de la Franja de Gaza: el corazón del mundo árabe víctima de un terrorismo de estado que las potencias occidentales aplauden como expiación secreta de un crimen cometido en masa hace sesenta años. Si la conferencia de Teherán tiene por lo menos una virtud, es devolver a la memoria amnésica de Occidente el recuerdo de aquella ingente aberración histórica.
[1] http://es.wikipedia.org/wiki/Robert_Faurisson
http://es.wikipedia.org/wiki/Esc%C3%A1ndalo_Faurisson
[2] http://es.wikipedia.org/wiki/Matanza_de_Oradour-sur-Glane
Texto original en francés: http://oumma.com/spip.php?article2291
Caty R. y Juan Vivanco pertenecen a los colectivos de Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a los autores y la fuente.