Cerca de 200 mil víctimas, la destrucción de un cuarto de las viviendas del país y la emigración forzada de un 40% de la población no bastan para confeccionar una «causa siria». La causa siria no es la suma del dolor de los sirios, sino que ese es tan solo el significado humano que los […]
Cerca de 200 mil víctimas, la destrucción de un cuarto de las viviendas del país y la emigración forzada de un 40% de la población no bastan para confeccionar una «causa siria». La causa siria no es la suma del dolor de los sirios, sino que ese es tan solo el significado humano que los sirios sacarán de su dolor o que relacionarán con él, el significado que quedará unido a su lucha, haciendo de su nombre y su tragedia un símbolo que otros puedan recuperar para su propia lucha.
Tampoco basta que los datos y la información identifiquen como responsable de esta gran tragedia histórica al régimen asadiano. Ciertamente, podría haberse evitado la tragedia humana, material y psicológica que se ha cernido sobre el país, si los líderes del Estado asadiano hubieran tenido la tibieza de Hosni Mubarak. Pero durante estos 40 meses, en la lucha siria han entrado grupos islamistas suníes que ni hicieron estallar la revolución ni participaron en ella durante meses, pero que hoy conforman una parte importante de las fuerzas armadas enfrentadas. Y junto a ellas y en su contra, hay fuerzas islamistas chiíes no enfrentadas entre sí y que además están del lado del régimen. En su conjunto, estos grupos suníes y chiíes dan lugar a dos problemas interconectados: el problema sectario y las posturas que adoptan los grupos religiosos y confesionales en los diversos países, y después, el problema religioso islámico y la situación del islam en los estados y sociedades donde domina. Y parece que esos dos problemas son anteriores a la revolución siria, aunque hayan aparecido con especial fuerza a raíz de esta.
En un segundo plano de la lucha y camuflándose con ella, e incluso pasando a primer plano en ocasiones, está el papel estructural israelí y estadounidense, continuo y firme. Su papel no puede eliminarse, ni tampoco puede reducirse su importancia, aunque no siempre se vea o participe directamente en la lucha. Súmese a ello que la situación de nuestro país y nuestra región no puede entenderse sin tener en cuenta la larga alianza entre los señores internacionales y regionales. Los escasos datos que tenemos nos dicen que la administración estadounidense ha adoptado la visión israelí de cara a la revolución siria, según se puede dilucidar de las memorias de Hillary Clinton publicadas recientemente. Israel prefiere un régimen cuya política hacia él sea tan predecible como si de un libro abierto se tratase. Si eso no es posible, entonces que se prolongue la lucha en Siria hasta que quede desangrada material, política y psicológicamente (la versión israelí de «Asad o quemamos el país»).
Este papel que tampoco podemos exagerar ha aumentado la complejidad y podredumbre de la lucha siria. Los dos aliados están apoyando al asesino y las fuerzas de destrucción contra todos los sirios que se han levantado contra él. Así, se encuentran en el mismo bando que Irán, con quien intentan lograr acuerdos a costa del cuerpo sirio lacerado. Esta realidad no puede ignorarse, ni desde el conocimiento de la situación, ni desde la política y la efectividad de la acción política, ni tampoco desde los valores y los principios de la justicia.
La situación actual de la lucha en Siria está conformada por el conjunto de la interacción de tres fuerzas sin ley: el estado asadiano y sus aliados, los grupos islamitas combatientes y enfrentados y la alianza israeli-estadounidense. Todo ello hace de esta lucha algo trágico, porque la cuestión no tiene que ver con un único enemigo de la liberación de los sirios, que sería el régimen, ni con dos enemigos -el régimen y los islamistas-, sino que se les une el dúo hegemónico internacional y regional: EEUU e Israel. Y de una lucha de liberación en el marco nacional, la cuestión siria hoy tiene una dimensión regional básica, pero también internacional. Ello es lo que hace de esta causa, en principio, una causa de liberación regional y mundial.
Las tres dimensiones tienen sus prolongaciones internacionales e históricas, pues el régimen sirio forma parte de la alianza regional sectaria que engloba a Irán y su séquito, como Maliki o Hezbollah, que se retrotrae a una dimensión histórica y mitológica que llega hasta los primeros tiempos del islam. Mientras, las fuerzas políticas islámicas y militares están unidas por una red regional suní que engloba a estados del Golfo, grupos y organizaciones, y se trata de una red que también se retrotrae a su propia dimensión histórica y mitológica que llega hasta los inicios del islam. En cuanto a EEUU e Israel, son dos fuerzas hegemónicas internacional y regional con una extensa y amplia prolongación internacional dominante en Occidente, y una prolongación histórica de las antiguas doctrinas apocalípticas y promesas legendarias. Se trata de dos fuerzas donde la conciencia sectaria propia de sus élites no se debilita nunca, sobre todo si se trata de nuestra región. El sectarismo, en cualquier nivel ideológico es autoridad y clase, y no una religión o una ideología identitaria.
Pero esta triple condición es lo que hace de la construcción de un significado claro de la lucha algo muy complicado. Hablábamos con razón de una revolución contra un régimen dictatorial y despótico. Con la aparición de los grupos islamistas que ejercen la autoridad sobre el terreno y repiten las acciones del régimen contra la población, nos encontramos ante una lucha compleja, que supone una mezcla entre la liberación política y la liberación religiosa. Pero nos sigue faltando un concepto para llamar a esta lucha, y la cosa se complica más cuando se tiene en cuenta el papel estadounidense e israelí, como una especie de destino funesto e inevitable que gobierna sobre nuestras vidas. Así, al no poderse construir la cuestión siria sin tener en cuenta esta realidad tridimensional, la calificación de tragedia para una lucha en tres frentes dificulta enormemente la construcción de su significado.
El concepto o valor que puede unir esta lucha es la adopción de la liberación política, de la que parten después la liberación espiritual y la independencia de la voluntad de todo individuo de la de la voluntad general. Nuestra lucha en Siria es una mezcla de un movimiento de liberación nacional en lucha con una nueva generación de colonialistas -Irán y sus instrumentos, e ISIS y sus semejantes-, y no solo los antiguos colonialistas, una revolución democrática y un movimiento de liberación religiosa.
Pero mientras podría ser posible enfrentarse a un solo enemigo mediante la guerra, enfrentarse a dos exige ejercer la política también, y enfrentare a tres enemigos exige una cultura de partida. O tal vez lo que exige sea una refundación: refundarnos a nosotros mismos de forma que no nos aislemos del mundo ni nos situemos en un enfrentamiento absurdo con él, como hacen hoy los islamistas, una posición que no esté por debajo de nuestras aspiraciones de jugar un papel a nivel mundial que esté a la altura de nuestra sed por la dignidad colectiva. Decir que la cultura es donde hemos de refundarnos no supone que esa refundación sea un acto de meditación, sino que es un acto de lucha, aunque no esté dirigido exclusivamente hacia la efectividad política. Todo lo que tiene valor cultural en nuestra era ha venido de la participación directa en la lucha y no de meditaciones proféticas desde la distancia. La cultura es una política intensiva según el dicho de Lenin de que la política es una economía intensiva.
La construcción de nuestra causa como una de emancipación humana general puede constituir una respuesta seria contra la destrucción de nuestro país.
Traducciones de la revolución siria