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La construcción de un Estado y la destrucción de un pueblo

Fuentes: Rebelión

En torno al conflicto palestino – israelí se conmemoran todos los años unas fechas muy señaladas para ambas partes, con enorme valor simbólico, pero con significados diferentes. Mientras Israel celebra el 15 de mayo de 1948 el día de la independencia, los palestinos lo tienen marcado como un día negro en su historia reciente. Dos acontecimientos que representan las dos caras de una misma moneda. No existirían refugiados, ni Nakba – catástrofe en árabe – si no se hubiera construido el estado de Israel. Patrick Wolfe, uno de los principales estudiosos del colonialismo de asentamientos, argumenta que este tipo de proyectos coloniales se basan, y están sostenidos, por lo que él llama “la lógica de la eliminación”.

Durante la segunda mitad del siglo pasado se cometieron dos terribles crímenes contra la Humanidad: el Holocausto judío y la Nakba palestina. El Holocausto, tragedia perpetrada por los Nazis, forma parte de la memoria humana y evoca una más que justificada repulsa internacional. Afortunadamente, muchos países legislaron para condenar a quienes cuestionan este crimen contra la Humanidad, como es el caso de la «Ley Gayssot» en Francia. Dicho de otra manera: no existe el derecho a negar la existencia de crímenes contra la Humanidad y, en especial, el Holocausto.

En cambio, sí que se desarrolla una intensa actividad para suprimir la Nakba palestina del discurso político, como si nunca hubiese tenido lugar; el parlamento de Israel legisla precisamente para condenar a cualquiera que conmemora este crimen.

Hasta el momento, en los libros de texto  de Israel no se menciona en absoluto la historia de la otra parte del conflicto, los palestinos, menos aun lo que les ha sucedido: la Nakba. Por el contrario, en el relato oficial del estado israelí siempre se los presenta como los únicos responsables de haber abandonado sus casas voluntariamente. Esta insistencia en «la milagrosa evacuación» de la tierra palestina, es la forma mas cínica  de negar su responsabilidad y, por lo tanto, de no asumir el cumplimiento con la legalidad internacional que insta a la aplicación de la resolución 194 de la Asamblea General de las Naciones Unidas. El componente esencial del último plan de Trump  es el cese de la financiación de la agencia UNRWA, es una forma de dejar de reconocer la existencia de los  refugiados palestinos  y sus necesidades.

El Holocausto es un hecho del pasado pero ocupa un lugar central en la historia judía. La Nakba palestina, la limpieza étnica y la colonización de su territorio es sin embargo el presente, un proceso que no ha concluido. El genocidio de los judíos no concierne solo a los judíos, sino a todos los seres humanos; es una enseñanza moral que todos debemos aprender, de la misma manera que la Nakba tampoco incumbe solo a los palestinos. Este es el interrogante permanente sobre nuestra condición como especie y nuestra responsabilidad respecto al día a día de  los palestinos.

La Nakba sigue siendo su realidad cotidiana y representa la desintegración, la dispersión de la sociedad y la fragmentación del pueblo.

A lo largo de la historia hemos aprendido que los procesos de la limpieza étnica suelen ser actos de expulsión rápidos y absolutos, pero en este caso el hecho no está circunscrito solo a lo sucedido en 1948, sino  viene desarrollando desde entonces.

El desalojo es continuo y se produce por medio de la fuerza y la confiscación de su territorio para la colonización israelí. La mayoría de los palestinos, más de 700.000, se convirtieron en refugiados.

La cifra de refugiados podía parecer modesta en comparación con los millones de desplazados por la Segunda Guerra Mundial y posteriores conflictos violentos pero, en cifras relativas, nos estaríamos refiriendo al 70% de la población nativa de Palestina, que vio además destruidos más dela mitad  de sus pueblos y ciudades. Después de un trabajo de recopilar memorias y documentos acerca de lo que había sucedido, historiadores palestinos como Walid Khalidi  a la cabeza y otro grupo israelí, conocidos por los nuevos historiadores revisionistas, sostienen que la expulsión de los palestinos, y la limpieza étnica, no es el resultado de la guerra 1948, sino fue llevada a cabo de forma intencionada y programada, siguiendo un plan previo a 1947. Ilan Pappe, judío y prestigioso historiador, escribe que un grupo de once personas se reunieron  antes del comienzo de la guerra para dar los últimos retoques a su plan.

Las órdenes fueron acompañadas de una detallada descripción acerca de los métodos que habrían de emplear para desalojar por la fuerza a los habitantes de los lugares señalados: intimidación a gran escala, asedio y bombardeo de aldeas y centros poblacionales, incendios de casas, propiedades y bienes, expulsión, demoliciones y minas colocadas entre los escombros para impedir el regreso de cualquiera de los expulsados. El resultado final fue la mencionada expulsión de más de 700,000 palestinos y la incautación por parte de Israel  de todas sus propiedades, muebles e  inmuebles. Negocios particulares, bancos, hoteles, restaurantes, talleres, hospitales y escuelas: todo fue confiscado y controlado por el nuevo estado; un país entero destruido y transferido a unos nuevos inquilinos.

El poeta palestino Darwish lo resumió con sorna: “con unas cuantas matanzas, el nombre del país, de nuestro país, paso a ser otro”.

Ante las atrocidades cometidas, Israel ha  emprendido la política de ocultamiento  de sus crímenes. El Fondo Nacional Judío comenzó inmediatamente una actividad de forestación, mediante la implantación de miles de árboles europeos que ocultarían las  más de de «521» aldeas y pueblos  recién destruidos.  Esa actitud de embellecimiento de los lugares esconden detrás de cada árbol una destrucción y huellas palestinas que se querían borrar.

Par afianzar el nuevo estado se creó un “comité gubernamental  de nombres”, cuya misión era la de dotar a los lugares palestinos recién ocupados de nombres judíos. Se puede citar muchos ejemplos como Nahal – en lugar de Mahlul -, Kefar  Yehushua –sustituyendo a Tal al – Shuman – …etc . No existe un solo lugar construido en toda Palestina que no tuviera antes una historia y una población árabe. Esta apropiación masiva del patrimonio palestino brindó a los colonizadores judíos la oportunidad de reivindicarse como pueblo autóctono.

Esta «hebrizacion» no se destinó exclusivamente a los lugares y a las casas palestinas enterradas bajo los  bosques de pinos plantados por el Fondo Nacional Judio, sino también alcanzaron a los nombres y apellidos de los líderes políticos israelíes  con el objetivo de otorgarles una identidad hebrea supuestamente consolidada. Por citar algunos nombres conocidos, encontramos por ejemplo a Shimon Peres, antes Szymon Perski; Yitzhak Rabin había nacido como Rubitzov….etc. No es anecdótico añadir que, de los veinticinco miembros que formaban el comité que declaró la independencia del estado de Israel, ninguno había nacido en Palestina. Todos formaban parte de la empresa colonial de asentamiento recién aterrizada.

Hay un refrán árabe que dice no hay derecho que se pierde, mientras hay alguien que lo reivindica. Los palestinos siguen conservando intacta en su memoria y en su vida cotidiana aquella tragedia. Si acudimos a un campamento de refugiados, observamos una llave colgada en la pared o en la puerta de entrada de las viviendas. Esta llave resume toda la tragedia: miles de ciudadanos palestinos tuvieron que abandonar sus casas. Y  pese al largo tiempo mantienen su fe y su esperanza  en el derecho internacional. La historia de un pueblo que reivindica su derecho al retorno a su casa de donde fue violentamente expulsado.

Fragmento de su último libro La segunda Nakba palestina : el proceso de paz