Jamás se podrá aspirar a una transición energética y ecológica sin construir antes una sociedad justa. Defender el clima implica defender a los más vulnerables.
Protesta pacífica contra el homicidio de George Floyd. REUTERS/Alyson McClaran
Fue un homicidio. Así lo concluye tanto la autopsia oficial como la encargada por la familia. George Floyd y su «no puedo respirar» han puesto en evidencia que, por muchos avances sociales y tecnológicos habidos, en 2020 las desigualdades siguen siendo una dolorosa e inaguantable realidad. Unas desigualdades que el cambio climático se encarga de agravar. Aún más.
La crisis climática, el mayor reto al que se enfrenta la humanidad en este siglo, es racista y se ceba con los que menos recursos tiene precisamente porque el sistema -capitalista- que lo alimenta lo es, tal y como apuntaba estos días el meteorólogo Eric Holthaus en The Correspondent. Solo el 10% más rico del planeta es 60 veces más responsable de las emisiones de dióxido de carbono que se emiten a la atmósfera que el 10% más pobre. Unos datos que sirven para reflejar que la inacción climática todas estas década es fruto del deseo de los más interesados en mantener su statu quo.
A principios de año, un estudio evidenciaba que las olas de calor urbano -más frecuentes, intensas y duraderas por el cambio climático- son mucho peor en los barrios de Estados Unidos donde viven comunidades afroamericanas y personas sin apenas recursos. ¿El motivo? Históricamente, estos barrios han sufrido una mala planificación de viviendas, urbanismo y servicios públicos, en un ejemplo de injusticia racial. Y una prueba más de que resulta imposible mejorar el clima si no se aborda al mismo tiempo otras luchas fundamentales.
No habrá justicia climática hasta que haya justicia social. Lo ponía en evidencia a finales de año el estallido del pueblo chileno con sus reivindicaciones sociales. Jamás se podrá aspirar a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y alcanzar una economía descarbonizada sin construir antes una sociedad justa. La transición energética y ecológica sólo pueden hacerse bajo este pensamiento.
La crisis climática, reflejo de la sociedad actual
«Incluso en el mejor de los casos, cientos de millones se enfrentarán a la inseguridad alimentaria, la migración forzada, las enfermedades y la muerte. El cambio climático amenaza el futuro de los derechos humanos y corre el riesgo de deshacer los últimos cincuenta años de progreso en materia de desarrollo, salud mundial y reducción de la pobreza». Así de contundente se mostraba Philip Alston, relator especial de la ONU sobre la pobreza extrema, en un informe de Naciones Unidas sobre cambio climático y pobreza.
El último Índice de Riesgo Climático Global, elaborado por el grupo de expertos medioambientales Germanwatch y presentado durante la Cumbre del Clima celebrada en Madrid, mostraba que en los últimos 19 años, los países más pobres han tenido que hacer frente a impactos climáticos mucho más graves: siete de los diez territorios más afectados en este período fueron países en desarrollo con bajos o medianos ingresos per cápita.
Unos eventos climáticos extremos (huracanes, ciclones, incendios forestales, olas de calor y de frío, etc.) que también están cambiando en frecuencia y potencia debido al cambio climático. Estos causan importantes pérdidas humanas, pero también grandes daños en infraestructuras, ya de por sí precarias en las zonas más empobrecidas. En este sentido apuntaba un estudio publicado en mayo de este año en la revista Cancer Journal for Clinicians. En él, se sostiene que a causa de los fenómenos meteorológicos extremos aumenta exponencialmente el riesgo a padecer cáncer porque la población pierde sus recursos para la detección del cáncer así como su capacidad de tratamiento.
Desastres naturales que se encargan, además, de evidenciar que hay clases y clases. En septiembre del año pasado, durante el huracán Dorian, se vivió un episodio de ‘apartheid’ climático. Lo denunciaba el exprocurador de las Bahamas, Alfred Sears, señalando la forma «dispar, lenta y discriminatoria» en que se están llevando a cabo los rescates de quienes habían sobrevivido a Dorian. «Solo funcionarios del gobierno, ejecutivos de grandes compañías, los heridos graves, ciudadanos estadounidenses o los que tienen contactos están siendo evacuados de Ábaco», afirmó el exprocurador a través de una carta.
Fruto de estos fenómenos meteorológicos extremos surgen las migraciones climáticas, un problema que afecta especialmente a las mujeres. La mayoría de estos desplazamientos son internos, aunque a veces también son transfronterizos. En todo el año pasado, hubo cerca de 22 millones de migraciones internas en todo el mundo como consecuencia de eventos hidrometeorológicos. Para 2050, el Relator Especial sobre los derechos humanos y el medio ambiente de la ONU calcula que “los efectos del cambio climático podrían haber provocado el desplazamiento de 150 millones de personas o más a causa de fenómenos meteorológicos extremos de evolución lenta”.
Asimismo, enfermedades como la provocada por el virus del Ébola también pueden ver aumentado su rango de mortalidad debido a la crisis climática. En octubre de 2019, un estudio publicado en la revista Nature Communicationsconcluía que el cambio climático, junto a otros factores socioeconómicos, serán responsables de que aumente el riesgo de que el virus del Ébola se extienda más y con mayor rapidez, llegando incluso a zonas que nunca antes se habían visto afectadas. En el peor de los escenarios estudiados, la zona de riesgo de brotes de enfermedades podría aumentar en un 14,7%, más allá de la actual zona endémica de África central.
Quienes niegan todos estos problemas, quienes niegan la crisis de clima, suelen ser los mismos que niegan el coronavirus -o su gravedad-; son los mismos que niegan que exista el racismo o las desigualdades por el simple hecho de ser mujer o por la clase social a la que se pertenece. Por tanto, si la ciudadanía quiere mitigar el cambio climático y adaptarse a unos efectos ya visibles, la única opción es hacerlo mediante acciones antirracistas, antifascistas y feministas, así como tener una clara conciencia de clase.
La crisis climática es una batalla tan grande e importante precisamente porque afecta a otras muchas. Defender el clima significa defender, ante todo, una sociedad más justa e igualitaria.
Fuente: https://www.climatica.lamarea.com/crisisclima-antifascista-antirracista/