Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
En muchos aspectos, Turquía se parece mucho a Indonesia -sobre el papel el crecimiento económico del país es verdaderamente impresionante-, pero hablad con la gente y os dirán que el lugar colapsa, que se hace inaguantable vivir en él, que es demasiado caro y que la vida diaria es extremadamente brutal. En ambos países, una buena parte de la riqueza desaparece en los profundos bolsillos de las súper-ricas elites gobernantes: en muelles y dársenas de yates obscenamente ostentosos esparcidos alrededor de Estambul y en los deslumbrantes centros comerciales de Yakarta.
Hay cólera y frustración reprimida en las calles de Estambul. Un buen amigo escritor resultó herido recientemente en un autobús público cuando dos buses se lanzaron a una carrera por las estrechas calles, con total desprecio por los pasajeros a bordo. Anoche presencié que una mujer con velo fue casi aplastada por las puertas del metrobús; rogó y gritó que la soltaran mientras el conductor parecía disfrutar con su agonía, y todo a plena vista de los pasajeros. Había varias personas cerca de las puertas, pero nadie acudió a ayudarla.
Aquí la gente no grita, pero se da de codazos, se choca en las aceras y a menudo muestra un desprecio absoluto hacia otros ciudadanos. En general hay ‘mal humor’ por doquier en el ámbito callejero; hay una evidente disminución de la gentileza, algo que solo podría definirse como fatiga crónica.
Si vas de turista, a ver las grandes mezquitas antiguas y palacios, museos y baños tradicionales, te enamorarás de la ciudad en un instante, pero si vives en ella una temporada es probable que pronto te sientas agotado y derrotado.
Estambul es una ciudad ferozmente dividida. Existe una clara distinción entre los que piensan que el mayor derecho humano es poder emborracharse al aire libre, en mesas colocadas directamente en la acera, y alos que eligen la fe por sobre los placeres mundanos.
Para ser preciso la ciudad está dividida entre las clases seculares (que históricamente han gobernado aunque no en los últimos tiempos), la clase alta y la clase media y sus odiados adversarios: los musulmanes practicantes de Turquía, la mayoría de la nación.
«Las mujeres que llevan velo no tienen cerebro», me grita una conocida autora turca, y sobra decir, ‘secular’. Estamos a la orilla del Bósforo en un sitio público, un café. La gente nos mira y me siento embarazado. Ni siquiera existía la menor posibilidad de comenzar a argumentar con ella. Le había dado uno de esos ataques típicos de Estambul, un estallido familiar de: «No siento ninguna simpatía, no me sirve para nada la religión musulmana. ¿Ha leído el Libro?».
Lo había hecho. Y hace pocos días tuve el gran placer de discutir el Libro con el gran erudito musulmán británico Ziauddin Sardan en Londres. Más vale que me guarde el hecho para mí, por temor a que me descuarticen y arrojen mis pedazos a la oscuridad de la legendaria vía fluvial que divide Europa y Asia.
No es la única persona que conozco en Estambul que sufre esos ataques. Mostrar desdén hacia el Islam y los musulmanes practicantes en la «Ciudad de los Sueños» es claramente una «contraseña» secreta comúnmente utilizada para ingresar en el universo que es aceptable aquí como inteligente y en la onda.
Mientras ella habla, un Ferrari acelera a lo largo de la estrecha calle que conecta dos vecindarios elegantes en las orillas del Bósforo, Arnavutköy y Bebek. Solo reduce la velocidad cuando se enfrenta a un atestado autobús público. Si pudiera torpedear al bus, lo haría. Despojado de su silenciador, el coche suelta un rugido intolerable que asusta a las gaviotas, a los niños y a los ancianos que caminan por la calle. Obiviamente, el hombre que lo conduce no es un tipo religioso, luce un corte de pelo al rape y el aspecto de un aburrido actor italiano de los años sesenta, a su lado va sentada una mujer con los cabellos flotando al viento, con una blusa sin mangas, gafas designer sobre la frente y un cigarrillo entre sus dedos delgados.
Turquía está segregada. De cierto modo está más dividida que Israel o Sudáfrica antes del colapso del apartheid. Pero aquí nunca se oye que alguien mencione el tema.
Tengo tres libros traducidos y publicados en lengua turca; varias estaciones de televisión turcas me han entrevistado frecuentemente. Conozco a muchos hombres y mujeres en Estambul. Algunos son seculares, otros musulmanes; pero nunca los veo ‘mezclándose entre ellos’. La mayoría de los seculares que conozco aquí desprecian al Islam; y se aseguran de demostrar que son muy occidentales, muy pro occidentales, muy europeos. Según ellos el hecho de ser religioso equivale a ser degenerado, idiota e incluso ‘antipatriótico’.
Tratad de definir a Turquía como un país de Medio Oriente y perderéis a todos vuestros amigos y conocidos en un instante.
Los que despotrican contra los musulmanes no ocultan sus ideas, en realidad las hacen públicas; se animan entre ellos en lo que para un extraño puede parecer fácilmente un caso de intolerancia.
Ni mi editor ni los demás escritores conocidos o los intelectuales pro occidentales invitaron alguna vez a cenar a alguna persona religiosa. Ni una vez tuve la oportunidad de hablar en Estambul con una mujer que llevara velo. Los musulmanes practicantes son ‘no-gente’ en todos esos círculos ‘literarios’ e ‘intelectuales’; no se les incluye, no se habla con ellos, no se les consulta. «No se puede aprender nada de ellos», me dijo una vez un poeta ‘secular’ en un café elegante que domina el Bósforo.
Para mí todo esto es particularmente chocante, porque durante gran parte de mi vida he vivido en el Sudeste Asiático y en África Oriental, dos lugares en los que la gente se mezcla fácilmente. Ser malasio es ser malayo, chino o indio; musulmán, budista o hindú o secular. Por cierto, incluso allí no es fácil, no deja de haber molestias, hay estallidos de intolerancia e incluso de discriminación institucionalizada, especialmente hacia la minoría india. Pero definitivamente no hay ‘segregación’. Y si alguien ataca u ofende a otras nacionalidades o creencias religiosas en general, a esa persona se le considera ‘anticuada’ o muy mal educada. No se toleraría, especialmente en compañía de gente educada.
Lo repito: Solo he visto una segregación semejante en Estambul, en Sudáfrica antes del colapso del apartheid (y en algunas partes del país después del colapso), en diversas partes de Israel, y por otros motivos en Australia Central.
Los seculares señalan a los musulmanes y acusan al actual gobierno religioso de eliminar sus ‘sagradas’ libertades (incluido el citado derecho citado frecuentemente de emborracharse a plena vista de los peatones).
Pero se pueden detectar problemas mucho más serios.
Por ejemplo Occidente ha sido patrocinador del actual régimen turco del primer ministro Recep Tayyip Erdogan y del presidente Abdullah Gul. Ha habido masivos arrestos y desapariciones de numerosos altos generales e intelectuales kemalistas, incluidos los que han estado exigiendo que Turquía rompa con el dictado político y militar de EE.UU., en lugar de forjar alianzas en Oriente.
Por lo tanto tenemos una paradoja que se comprende poco en Occidente, incluso entre algunos intelectuales bienintencionados y con tendencias izquierdistas: mientras promueve ideales islámicos, el actual gobierno recibe órdenes directas de Occidente, destruyendo a intelectuales antiimperialistas y a los máximos responsables militares.
Mientras prohíbe los establecimientos donde se bebe al borde de la calle y alienta a las mujeres a cubrirse el actual gobierno ayuda a entrenar la fuerza aérea israelí en territorio turco y arma y entrena a la denominada ‘oposición siria’ en campos especialmente designados.
No solo el presente de Turquía es complejo; también lo es su pasado. Turquía guarda muchos agravios de épocas pasadas. Al mismo tiempo se la acusa de infligir dolor a muchos en la región. No se puede decir que haya respuestas simples a los problemas históricos.
Uno de los más ardientes y controvertidos es el del PKK o el ‘problema kurdo’: ¿realmente los kurdos son víctimas de discriminación, brutalidad y abandono por parte de los turcos? ¿O son aliados de Occidente y ellos mismos perpetradores del impulso de fragmentar y desestabilizar la región, lo que incluye al Estado turco (a menudo se cita el caso del Kurdistán iraquí pro occidental)? La opinión común de Occidente es que los kurdos son víctimas, pero si se habla con intelectuales y analistas de izquierdas en Estambul o en Medio Oriente se oirá que el potencial Gran Kurdistán (con sus semillas en Irak) no es otra cosa que un siniestro complot occidental.
También es verdad que los combatientes más dedicados contra el imperialismo occidental son los generales seculares, altos oficiales e intelectuales, muchos de ellos encarcelados actualmente, en su mayoría sin acusaciones o procesos.
La realidad turca con frecuencia es paradójica.
«La sociedad debería orientarse al bienestar de todo su pueblo. Es absurdo discriminar a los ciudadanos por que sean kurdos, creyentes o no creyentes, ateos o islamistas. Esas cosas deberían carecer de importancia y distraen la atención de los verdaderos problemas que enfrenta el país: asuntos como la privatización incontrolada de la riqueza nacional del país; el aumento vertiginoso de los precios y el deterioro de las condiciones de la gente de a pie, así como los intereses imperialistas en la región», declara Sezer (hasta él prefiere no utilizar su nombre completo), un intelectual turco que cree en la unidad de Turquía y que apoya los ideales de Kemal Ataturk, cuyas ideas nacionalistas, dice, nunca se basaron en el origen étnico del pueblo, sino en su ciudadanía; en su pertenencia al país.
No importa cuán nobles sean sus ideas, parece que solo resuenan en la mente de una ínfima minoría de esta fragmentada nación. Sezer expresa puntos de vista progresistas, seculares, urbanos. Pero hay muy poca comunicación y entendimiento entre las ciudades turcas y el campo, entre los vecindarios elegantes de las orillas del Bósforo y las humildes viviendas de los desposeídos, entre las personas que rezan cinco veces al día y llevan velo y las que beben vino en cafés demasiado caros y elegantes sentados con las piernas cruzadas y ataviados con ropa designer de importación.
Es probable que al padre fundador del Estado turco, Mustafa Kemal Ataturk, le costase ajustarse a la nación que trató tan concienzudamente de unir. No importa cuán seculares hayan sido sus creencias, es poco probable que se uniera a la clase alta, al coro antiislámico del Bósforo y del Ferrari.
Pero también es seguro que Ataturk discreparía del actual gobierno, que combina prácticas religiosas con servilismo hacia Occidente. De hecho, ambos campos serían renuentes a aceptar a Ataturk por lo que verdaderamente creía. En el mundo actual su nacionalismo se consideraría inconveniente. Ambos lados -el gobierno islámico y las elites seculares- colaboran de dos maneras diferentes con Occidente.
En realidad es probable que, si viviera ahora, Ataturk terminaría como muchos otros valerosos oponentes tucos al imperialismo occidental, en la cárcel.
Andre Vltchek (http://andrevltchek.weebly.com/) es un novelista, cineasta y periodista de investigación. Ha cubierto guerras y conflictos en docenas de países. Su libro sobre el imperialismo occidental en el Sur del Pacífico es llamado Oceania y está en venta en http://www.amazon.com/Oceania-André-Vltchek/dp/1409298035. Su provocador libro sobre Indonesia post Suharto y su modelo fundamentalista de mercado, se titula Indonesia: The Archipelago of Fear, http://www.plutobooks.com/display.asp?K=9780745331997. Recientemente produjo y dirigió el documental de 160 minutos Rwandan Gambit sobre el régimen pro occidental de Paul Kagame y su saqueo de la República Democrática del Congo, y One Flew Over Dadaab sobre el mayor campo de refugiados del mundo. Después de vivir muchos años en Latinoamérica y Oceanía, Vltchek vive y trabaja actualmente en el Este de Asia y África.
Fuente: http://www.counterpunch.org/2012/10/05/blaming-it-all-on-muslims/
rCR