Traducido para Rebelión por Sinfo Fernández
No sirve de nada negarlo: en el primer round del partido entre Barack Obama y Binyamin Netanyahu, Obama salió derrotado.
Obama había pedido que se congelara toda actividad de ampliación de los asentamientos, incluidos los existentes en Jerusalén Este, como condición para convocar una cumbre tripartita tras la cual pudieran comenzar unas negociaciones aceleradas que abocaran a la paz entre los dos estados: Israel y Palestina.
Como dice un antiguo proverbio, un viaje de miles de kilómetros se inicia con un simple paso. Netanyahu ha hecho que Obama tropiece en su primer paso. El Presidente de los Estados Unidos se ha equivocado.
No obstante, la cumbre tripartita fue y se celebró. Pero en vez de un logro brillante, lo que consiguió la nueva administración estadounidense fue ofrecer una humillante demostración de debilidad. Una vez que Obama se vio obligado a darse por vencido en su petición de congelar los asentamientos, la reunión quedaba ya vacía de contenido.
Es verdad que, a pesar de todo, Mahmoud Abbas llegó hasta allí. Le llevaron a rastras contra su voluntad. El pobre hombre no podía negarse a una invitación de Obama, su único apoyo. Pero va pagar un alto precio por ese vuelo: los palestinos, y todo el mundo árabe, han presenciado su debilidad. Y Obama, que había empezando su mandato con un vibrante discurso dirigido al mundo musulmán desde El Cairo, ahora se parece a un junco partido.
El movimiento pacifista israelí ha sufrido otro golpe penoso. Había puesto sus esperanzas en la firmeza del presidente estadounidense. La victoria de Obama y la congelación de asentamientos eran esenciales para mostrar al pueblo israelí que la negativa política de Netanyahu estaba llevándonos al desastre.
Pero Netanyahu ha ganado y ¡de qué manera! No sólo ha sobrevivido, no sólo ha mostrado que no es un «imbécil» (una palabra que utiliza todo el tiempo), ha demostrado a su pueblo -y a todo el mundo en general- que no hay nada que temer: Obama no es más que un tigre de papel. Los asentamientos pueden seguir expandiéndose sin estorbos. Cualquier negociación que pueda empezarse, si es que algo con ese nombre empieza, puede seguir adelante hasta la llegada del Mesías. Nada saldrá de ella.
Resulta difícil entender cómo Obama se ha permitido a sí mismo meterse en esta embarazosa situación.
Maquiavelo nos enseñó que uno no debe desafiar a un león a menos que pueda matarlo. Y Netanyahu no es siquiera un león, es sólo un zorro.
¿Por qué Obama insiste en la congelación de asentamientos -una propuesta razonable en sí misma- si no puede mantenerse firme, o, en otras palabras, si no podía imponérsela a Netanyahu?
Antes de meterse en tal berenjenal, un hombre de estado debe sopesar el conjunto de fuerzas: ¿Con qué poder cuento? ¿Qué fuerzas son las que están frente a mí? ¿Qué voluntad tiene la otra parte? ¿Qué medios estoy dispuesto a utilizar? ¿Hasta donde puedo llegar utilizando mi poder?
Obama tiene toda una legión de competentes asesores, encabezados por Rahm Emanuel, cuyos orígenes (y nombre) israelíes se supone que le dan una perspicacia especial. Se daba por sentado que George Mitchell, un diplomático duro y experimentado, le proporcionaría valoraciones serias. ¿Cómo es que todos fracasaron?
La lógica nos dice que Obama, antes de meterse en la refriega, debería haber decidido qué instrumentos de presión emplear. El arsenal es inagotable: desde la amenaza de que EEUU no protegería más con su veto al gobierno israelí en el Consejo de Seguridad, hasta retrasar el próximo envío de armas. En 1992, James Baker, el Secretario de Estado de George Bush padre, amenazó con no conceder avales estadounidenses a los créditos de Israel en el exterior. Eso fue suficiente para arrastrar hasta a Yitzhak Shamir a la conferencia de Madrid.
Parece que Obama ni ha querido ni ha podido ejercer esas presiones, ni siquiera de forma secreta, ni siquiera por detrás de las bambalinas. Esta semana permitió que un buque estadounidense dirigiera importantes maniobras conjuntas de guerra con la Fuerza Aérea israelí.
Algunos esperaban que Obama utilizara el informe Goldstone para presionar a Netanyahu. Tan sólo una indirecta de que EEUU podía no utilizar su veto en el Consejo de Seguridad habría sembrado pánico en Jerusalén. En lugar de hacerlo, Washington publicó un comunicado sobre el informe, ateniéndose obedientemente a la línea propagandística israelí.
Resulta complicado, en efecto, que EEUU condene crímenes de guerra que son similares a los que sus propios soldados están cometiendo. Si se lleva a los comandantes israelíes a La Haya, los generales estadounidenses serán los siguientes en la cola. Hasta ahora, sólo los perdedores de las guerras han sido culpados. ¿Qué sería del mundo si quienes permanecen en el poder fueran también acusados?
La innegable conclusión es que la derrota de Obama es consecuencia de una valoración errónea de la situación. Sus asesores, a quienes se considera políticos expertos, se equivocaron en cuanto a las fuerzas que estaban en juego.
Eso ha sucedido ya en el crucial debate sobre la seguridad sanitaria. La oposición es mucho más fuerte que lo que pensaban las gentes de Obama. Para salir de alguna manera de ese caos, Obama necesita el apoyo de todos y cada uno de los senadores y congresistas a los que pueda dar algo. Eso fortalece automáticamente la posición del lobby pro-israelí, que ya tiene una influencia inmensa en el Congreso.
Lo último que Obama necesita en este momento es una declaración de guerra por parte del AIPAC [*] y compañía. Netanyahu, experto en asuntos internos estadounidenses, se olió la debilidad de Obama y la explotó.
Obama no pudo hacer nada más que rechinar los dientes y recoger velas.
Esa debacle es especialmente penosa en estos precisos momentos. La impresión que va ganando rápidamente terreno es que Obama es, en efecto, un orador brillante con un mensaje elevado, pero un político débil, incapaz de convertir su visión en realidad. Si esta visión se confirma, puede que proyecte una sombra sobre todo su mandato.
Pero, desde el punto de vista israelí, la política de Netanyahu, ¿es una política acertada?
Bien puede acabar todo resultando una victoria pírrica.
Obama no desaparecerá. Tiene por delante tres años y medio de mandato y, a partir de entonces, quizá cuatro años más. Eso le da mucho tiempo para planear una venganza a alguien herido y humillado en un momento tan delicado como el comienzo de su período en el poder.
Uno no puede saber, por supuesto, lo que está ocurriendo en las profundidades del corazón de Obama o en el fondo de su mente. Es un introvertido que guarda sus cartas junto a su pecho. Sus muchos años como joven negro en EEUU le han enseñado probablemente a guardarse sus sentimientos para él.
Puede sacar la conclusión siguiente, siguiendo las huellas de todos sus predecesores desde Dwight Eisenhower (excepto Bush padre durante el corto período de Baker como encargado del trabajo sucio): No Juegues Con Israel. Con la ayuda de sus socios y sirvientes dentro de EEUU, puede causar daños de extrema gravedad a cualquier Presidente.
Pero también puede llegar a la conclusión opuesta: Espera a la oportunidad adecuada, cuando tu posición a nivel interno sea sólida y véngate con creces de Netanyahu. Si tal sucediera, el aire de victoria de Netanyahu bien podría resultar prematuro.
Si pidieran mi consejo (no se preocupen, tal no sucederá), les diría:
Forjar la paz israelo-palestina puede significar un giro histórico, el cambio de una tendencia de 120 años. Esa no es una operación fácil, no se puede emprender a la ligera. No es un asunto para diplomáticos ni secretarios. Necesita de un líder determinado con corazón fuerte y pulso firme. Si uno no está preparado, no debería ni siquiera intentarlo.
Un Presidente estadounidense que quiera emprender esa tarea debe formular un plan de paz claro y detallado, con un calendario estricto y prepararse para invertir todos sus recursos y todo su capital político en su logro. Ente otras cosas, debe prepararse para enfrentarse cara a cara con el lobby israelí.
Esto no va a suceder a menos que la opinión pública en Israel, Palestina, el mundo árabe, EEUU y el mundo entero se preparen a conciencia con anticipación. No tendrá éxito sin un eficaz movimiento pacifista israelí, sin un apoyo fuerte de la opinión pública estadounidense, especialmente de la opinión judía-estadounidense, sin un liderazgo fuerte palestino y sin la unidad árabe.
En el momento apropiado, el Presidente de EEUU debe llegar a Jerusalén y dirigirse al pueblo israelí desde las tribunas de la Knesset, como Anwar Sadat y el Presidente Jimmy Carter antes que él hicieron, así como desde el parlamento palestino, como el Presidente Bill Clinton.
No sé si Obama es el hombre. Algunos en el campo de la paz ya han prescindido de él, lo que significa que de hecho han perdido las esperanzas en la paz. Yo aún no estoy preparado para eso. Una batalla raramente decide una guerra y un error no presupone el futuro. Una batalla perdida puede haga que el perdedor se arme de valor, un error puede enseñar una lección valiosa.
En uno de sus ensayos, Karl Marx dijo que cuando la historia se repite a sí misma, «la primera vez es una tragedia, la segunda es una farsa».
La cumbre tripartita del 2000 en Camp David fue un drama enorme. Muchas esperanzas se desvanecieron con ella, el éxito parecía estar al alcance de la mano pero al final se vino abajo, con los participantes culpándose los unos a los otros.
La cumbre de 2009 del Waldorf-Astoria ha sido una farsa.
N. de la T.:
[*] AIPAC: Siglas en inglés de Comité de Asuntos Públicos entre Estados Unidos e Israel, se describen a sí mismos como «Lobby Pro-Israel en Estados Unidos».
Uri Avney es un escritor israelí y activista por la paz con Gush Shalom. Ha contribuido en CounterPunch con el libro: «The Politics of Anti-Semitism«.