Traducido para Rebelión por Ricardo García Pérez
Como habitantes del sudeste de Asia sentimos en nuestras carnes el dolor y el sufrimiento que atenazan a la antigua tierra santa. Nuestra región ha sido cruce de caminos de diferentes culturas y religiones. El Islam y su rico legado cultural forman parte de muchas sociedades del sudeste asiático desde hace siglos. La región alberga el país islámico más grande, Indonesia, pero hay también centenares de millones de musulmanes que son ciudadanos de otros países de la zona.
Nuestro propio país, Filipinas, acoge a una numerosa comunidad musulmana que se concentra sobre todo en Mindanao y Sulú. Pero no es sólo a la población de Malasia, Indonesia y Brunei (otros países de la región con mayoría musulmana) a la que preocupa el conflicto palestino-israelí. De hecho, el conflicto tiene relevancia inmediata para los millares de familias indonesias y filipinas cuyos parientes trabajan como empleados domésticos o de la construcción en Israel, Gaza y Cisjordania.
Palestina y la conciencia global
La difícil situación de los palestinos está arraigada en nuestra mente y su tormento y agonía viven grabados en nuestra conciencia. Tal vez una de las pocas ventajas de la globalización sea que se pueden recordar a la gente de todos los rincones del mundo las atrocidades que Israel y Estados Unidos cometen en Oriente Próximo y otros lugares. Para nosotros, y para centenares de millones de personas de todo el mundo, la situación de Palestina representa la cima de la injusticia en un mundo dominado por el cálculo interesado imperialista y el realismo más despiadado.
La herida abierta de Palestina lleva irrumpiendo en la conciencia global desde hace más de medio siglo. Sin embargo, todavía tenemos que ver una resolución justa del conflicto palestino-israelí. En este momento de reflexión y encuentro, la pregunta que debemos plantear es a quién sino al «Imperio» debemos atribuir la responsabilidad de una tragedia humanitaria tan prolongada. La Historia, el testigo más valioso de los grandes delitos y atrocidades, nos dice que la justicia y la paz han sido las víctimas eternas de unos propósitos imperiales que han presidido Asia occidental durante siglos. En los últimos 200 años, los colonos franceses y británicos han dividido la región en ámbitos de influencia aislados; de hecho, el imperialismo occidental es un fenómeno viejo en Oriente Próximo. A principios del siglo XX, los británicos sentaron los cimientos de la aparición de un Estado «sionista» excluyente, proceso que gozó del apoyo y colaboración activos del ejército francés. El nacimiento en 1948 del Estado colono y colonial de Israel fue ideado por Estados Unidos, aunque se produjera bajo los auspicios de las Naciones Unidas. La ocupación flagrante de tierras por parte de Israel durante la Guerra de los Seis Días, en 1967, y la Guerra del Yom Kippur, de 1973, no podrían haberse llevado a cabo sin el apoyo incondicional de Estados Unidos.
El apoyo incondicional de Estados Unidos
El sangriento papel de Israel en la Guerra Civil del Líbano, que culminó en las matanzas de Sabra y Chatila y de Qana, así como los recientes ataques contra una Gaza sitiada y muy poblada siguen siendo testimonio de la fuerza bruta de la maquinaria militar israelí respaldada por Estados Unidos. No es poco realista suponer que la agresión militar ha acabado convirtiéndose en realidad en la continuación de la política exterior israelí por otros medios. Las conversaciones de paz y las negociaciones insinceras, cuando no carentes de sentido, se han convertido en un barniz político confortable para un régimen israelí intransigente que para coaccionar a perpetuidad a los palestinos se ha basado, de hecho, en la superioridad de la maquinaria militar, gran parte de la cual ha suministrado Washington. La presión que ejerce Estados Unidos sobre Israel es la clave para la resolución del conflicto. Israel sabe muy bien que su «supervivencia» y estabilidad están supeditadas al apoyo estadounidense pleno, sostenido y expansivo.
Lo que más condenamos es la impunidad con la que Israel realiza sus depravadas acciones militares en Palestina, gracias al apoyo estadounidense inamovible, ciego e incondicional. Es precisamente esta cultura de la impunidad la que desemboca en el azote incesante de los hogares palestinos y en la masacre de individuos inocentes en Líbano, Gaza y Cisjordania. Además, lo que debemos denunciar es la hipocresía imperial. ¿Cómo puede hablar la «poderosa» y «benévola» Estados Unidos de «democratizar» Oriente Próximo (invadiendo Afganistán e Iraq) cuando vuelve la vista ante los crímenes contra la humanidad perpetrados por su aliado ideológico en la región, Israel? Sabemos lo frustrante que puede ser la situación de Oriente Próximo, pero debemos recordar que, más allá de la guerra y la violencia, el verdadero camino para una paz duradera en la región es una resolución justa, pacífica y duradera del conflicto palestino-israelí.
En su célebre «Discurso de El Cairo», el presidente Barack Obama prometió una nueva era para las relaciones de Estados Unidos con el mundo islámico. Fue una alocución que reavivó en mil millones de musulmanes de todo el mundo las esperanzas en una «paz justa» en Oriente Próximo. Hay que reconocer que el presidente Obama es uno de los pocos mandatarios estadounidenses de los últimos años que se ha interesado por el «proceso de paz» de buenas a primeras, mostrando una visión más constructiva para la región. Sin embargo, la elocuencia de Obama todavía se debe traducir en un fin sustancial a décadas de apoyo automático a Israel. Todavía tenemos que ver a la Casa Blanca ejerciendo presión diplomática «efectiva» y «sostenida» sobre los representantes de la línea más dura (Netanyahu, Lieberman y sus acólitos), que se han apoderado del aparato del Estado israelí.
La decadencia imperial y el pánico sionista
Sin embargo, nuestra esperanza de un mundo más justo y más libre debería estar anclada en un cambio favorable: la «decadencia imperial», que ha debilitado la arrogancia de Estados Unidos. La crisis económica mundial ha revelado los frágiles cimientos de la «economía real» de Estados Unidos. Durante décadas, la «economía friedmaniana» ha dominado unos Estados Unidos post-keynesianos, cuyos mercados financieros sin restricciones han servido como motor del crecimiento. Mientras se sumía en el éxtasis del hiperconsumo postindustrial, Estados Unidos potenció su poderío militar superando el gasto militar de todos los demás países juntos. La desintegración de la Unión Soviética inauguró una etapa unipolar de la política mundial. En el periodo posterior a la Guerra Fría, dejándose guiar por el orgullo imperial y por los cálculos estratégicos realistas, Estados Unidos amplió su alcance militar por todo el planeta. Hoy, no obstante, atrapado en lo que resulta ser estancamiento permanente, exceso de jurisdicción militar y polarización en el interior del país en torno a líneas ideológicas muy enfrentadas, Estados Unidos tiene que avenirse a un mundo multipolar emergente donde ha dejado de ser «el único». El fin de la fase «unipolar» de Estados Unidos se acerca, si es que no ha llegado ya.
En el contexto de Oriente Próximo, «la decadencia de Estados Unidos significa un Israel sionista en estado de pánico». Lo que estamos presenciando hoy no es sólo el declive paulatino del poderío estadounidense, sino también el creciente aislamiento de Israel. El auge en Irán de los representantes de la línea anti-israelí más dura, el creciente descontento con los gobiernos serviles en la denominada «calle árabe («Arab Street») de Singapur y la emergencia de una Turquía más «asertiva» están modificando de manera esencial el equilibrio de fuerzas en Oriente Próximo. La decadencia de Estados Unidos está generando un vacío político regional inmenso, que cada vez más rellenan otras potencias de la zona (principalmente Irán, Turquía, e incluso Qatar), aun cuando otras, como la India, han utilizado el fundamental papel que desempeñan para reforzar la influencia estadounidense en la región. El agravamiento de la crisis de la Palestina ocupada, la inestabilidad de Iraq y Afganistán y la proliferación de la piratería y el terrorismo por toda la región han animado a algunas potencias locales a intervenir y resolver conflictos por cuenta propia, empleando medios más matizados, con mayor perspectiva a largo plazo y, esperemos, más constructivos. Lo que estas potencias regionales entienden es que, aunque Estados Unidos puede marcharse cuando las cosas se ponen feas (como demostró en la Guerra de Vietnam), no le queda más remedio que afrontar los riesgos de inestabilidad desencadenados por las intervenciones imperiales en la región. En pocas palabras, se ve obligado a gestionar el caos generado por Estados Unidos. Es este hallazgo aleccionador lo que está impulsando a las potencias locales a pensar en la posibilidad de crear un marco de seguridad y resolución de conflictos más constructivo, concebido para llevar la estabilidad y una «paz justa» a la región.
Nuevas evoluciones
En opinión de muchos, el auge de una Turquía con iniciativa desde el punto de vista diplomático y constructiva desde el punto de vista político, gobernada por el Partido Justicia y Desarrollo (AKP) y con el liderazgo de Ahmet Davutoglu, su Ministro de Asuntos Exteriores, representa el cambio más positivo de los últimos años. Turquía no es sólo un puente entre Oriente y Occidente desde el punto de vista geoestratégico, sino también un agente fiable e influyente que podría contribuir enormemente a una resolución efectiva y justa del conflicto palestino-israelí. Como la gran potencia regional emergente de Turquía es al mismo tiempo un miembro relevante de la OTAN, socio de Israel a largo plazo hasta hace poco, la economía más importante de la región, un eje tecno-industrial de la región, una democracia en ciernes y un candidato a integrarse en la Unión Europea, ocupa una posición privilegiada en los asuntos de la región, sobre todo en el proceso de paz. Su actitud crítica hacia Israel tras la matanza de la Flotilla de la Libertad envió a Israel el mensaje contundente de que ya no podía seguir actuando con impunidad sin costes rigurosos para la región. Ha llegado el momento de que la comunidad internacional reconozca que Turquía es un actor importante en el proceso de paz palestino. Las medidas actuales de Israel, como la extensión de los asentamientos o «colonias» ilegales y las agresiones militares continuas contra la población civil de Gaza y Cisjordania enfurecerán más a una opinión pública turca que simpatiza profundamente con el sufrimiento de sus correligionarios palestinos.
Por desgracia, lo que vemos hasta el momento es más sumisión estadounidense ante los grupos de presión israelíes. Es terrible y lamentable ver que unos cuantos grupos de presión poderosos, bien organizados y bien financiados, como el Comité de Asuntos Públicos Estados Unidos-Israel (AIPAC, American Israel Public Affairs Committee), determinan con eficacia la política exterior estadounidense hacia Oriente Próximo para que apoye todo lo que los sionistas hacen y no le dé más que un cachete por todo lo relativo a las violaciones de los derechos humanos. En los últimos días, por ejemplo, para salvar la última ronda de conversaciones de paz, el presidente y la Secretaria de Estado Hilary Clinton se han limitado a suplicar a Israel que mantenga la moratoria de las actividades de construcción ilegales en Cisjordania, en lugar de ordenar a Tel Aviv que lo haga.
El apoyo de Washington fomenta la expansión de los asentamientos ilegales de Israel en Cisjordania, la coacción y estrangulación de Gaza y las aventuras piratas como el infame ataque contra la Flotilla de la Libertad con destino a Gaza.
La aquiescencia de los Estados árabes
Los países árabes vecinos también desempeñan un papel esencial y central en la resolución justa y pacífica del conflicto palestino-israelí. Recordemos que varios países árabes acabaron involucrados en el conflicto palestino-israelí, cuya influencia culminó en tres guerras árabe-israelíes en 1948, 1967 y 1973. El conflicto árabe-israelí global hunde sus raíces en el nacimiento del Estado de Israel en 1948, que coincidió con la expulsión de centenares de miles de palestinos, hostigados y asesinados por bandas de milicias israelíes. El apoyo de los Estados árabes a los palestinos no fue homogéneo, pero fue el acuerdo de paz de 1979 entre Egipto e Israel lo que inclinó radicalmente el equilibrio de fuerzas en favor de una Israel en ascenso respaldada por la OTAN. Desde entonces, bajo la presión estadounidense casi todos los países árabes han normalizado sus relaciones con Israel. En la Iniciativa de Paz Árabe de 2002, muchos países árabes suscribieron casi la aquiescencia absoluta, manifestando cierta urgencia por reconocer al Estado de Israel a cambio de determinadas concesiones. Mientras tanto, Israel no dio ni un solo paso para comprometerse con algún tipo de negociación sobre asuntos como el «derecho de retorno» de millones de refugiados palestinos de todo el mundo, la división de Jerusalén Este o la creación de un Estado palestino independiente fundado en las estipulaciones de los Acuerdos de Oslo o en el Plan de Partición original de las Naciones Unidas. Esto explica por qué en la última década países como Irán o Turquía han aflorado como «vanguardias» de los derechos palestinos mientras las principales potencias árabes como Egipto y Arabia Saudí han ido perdiendo cada vez más influencia en la gran comunidad islámica.
Curiosamente, mientras Estados Unidos predica la «democracia» y los derechos humanos en Iraq y Afganistán, o en Irán, apenas dice nada sobre las burdas violaciones de los derechos humanos en autocracias árabes aliadas como Egipto o Arabia Saudí. Es precisamente esa hipocresía la que ha frustrado a un número cada vez mayor de jóvenes árabes, incluso de clases medias cultas, hasta el extremo de radicalizar su actitud contraria a Estados Unidos. Para muchos árabes, Estados Unidos no es el heraldo de la democracia, sino un patrono de las autocracias brutales de Oriente Próximo. Aunque los autócratas árabes parecen reticentes a plantar cara a Israel sobre la cuestión palestina, la denominada Calle Árabe de Singapur no está en paz ni se muestra indiferente. Millones de árabes de toda la región albergan sentimientos calurosos hacia los palestinos y son muy críticos con las relaciones normalizadas, cuando no «cordiales» de sus gobiernos con Estados Unidos y, especialmente, con Israel. Aunque el destino final de la democratización en el mundo árabe dista mucho de estar claro, el apoyo sostenido del imperio hacia unos regímenes árabes autocráticos pero aquiescentes no llevará más que a dosis mayores de una represión auspiciada por el Estado y a una reacción popular cada vez más violenta.
Los nuevos actores y el futuro
Pero, aun cuando los Estados árabes seguían siendo sumisos a Israel, la aparición de un nuevo agente en el Líbano, Hizbulá, ha alimentado las esperanzas. Las dos derrotas militares infligidas por Hizbulá a Israel (primero en 1992, cuando le obligó a retirarse del Líbano, y después en el verano de 2006, cuando derrotó al ejército Israelí invasor), sirvieron para revitalizar el orgullo árabe. En verano de 2006 estuve en Beirut en una misión de paz y fui testigo del desbordante apoyo testimonial que se rinde por todo el Líbano a Hasan Nasrala, líder de Hizbulá. Y lo más importante: las victorias de Hizbulá subrayaban a Israel que la ecuación militar está cambiando y que la única esperanza para la supervivencia de Israel en última instancia reside en una solución justa y negociada de la cuestión palestina.
Después de todo lo sucedido, el crepúsculo del imperio, el creciente aislamiento de Israel, el ascenso de Irán y Turquía, la incipiente radicalización de los pueblos árabes y la aparición de nuevos agentes como Hizbulá y Hamás contribuirán a llevar a la región hacia una solución justa y viable a largo plazo para el conflicto palestino-israelí. Sin embargo, a menos que el presidente Obama empiece a castigar a los defensores de la línea más dura de Israel, es muy improbable que se alcance una solución justa y pacífica a corto plazo. Esta es la oportunidad que tiene Obama para demostrar que su elocuencia no se basa en palabrería, sino en un compromiso auténtico para alumbrar una paz justa y duradera para la región.
Estamos junto al pueblo palestino en su resistencia inquebrantable ante el impulso genocida de Israel para aniquilarlo como pueblo y apelamos a la comunidad internacional para que reclame que ya basta.
Walden Bello es miembro de la Cámara de Representantes de Filipinas por el partido Akbayan y director ejecutivo de Focus on the Global South. Encabezó misiones de paz a Iraq en 2003, poco antes de la invasión estadounidense, y a Beirut en el verano de 2006, cuando Israel invadió el Líbano. Richard Javad Heyderian es un miembro de su oficina especializado en asuntos de Oriente Próximo. Este artículo es una adaptación de una conversación reciente que Bello mantuvo en la Conferencia por una Paz Justa en Palestina [Conference for a Just Peace in Palestina] celebrada en Nueva Delhi, la India.
rCR