Traducido del inglés por Beatriz Morales Bastos
Nuestra intención, como dos de los autores de un reciente documento en el que se defiende la solución de un Estado para el conflicto colonial árabe-israelí [1], era generar debate. Como era de esperar, los sionistas condenaron la proclamación considerándola otra prueba del inquebrantable empeño de los intelectuales palestinos – y de algunos israelíes radicales – en la «destrucción de Israel». Algunos activistas pro-palestinos nos acusaron de renunciar a los derechos palestinos inmediatos y críticos en pos de un sueño «utópico».
Inspirada en parte en la Carta de Libertad Sudafricana [2] y en el Acuerdo de Belfast, la mucho más humilde Declaración de Un Estado, de la que son autores un grupo de académicos y activistas palestinos, israelíes e internacionales, afirma que «la tierra histórica de Palestina pertenece a todas aquellas personas que viven en ella y a aquellas que fueron expulsadas o que se exiliaron de ella desde 1948, sin tener en cuenta la religión, el origen étnico o nacional o su actual estatuto de ciudadano». Prevé un sistema de gobierno basado en «el principio de igualdad en los derechos civiles, políticos, sociales y culturales para todos los ciudadanos».
Es precisamente esta insistencia básica en la igualdad lo que es considerado por los sionistas como una amenaza existencial para Israel, que socava sus intrínsecamente discriminatorios cimientos que privilegian a los ciudadanos judíos por encima de todos los demás. El primer ministro israelí Ehud Olmert fue de una franqueza que es de agradecer cuando admitió recientemente [3] que Israel estaría «acabado» si se enfrentaba a una lucha de los palestinos por derechos iguales.
Pero mientras que transformar un régimen de racismo institucional o apartheid en una democracia se consideró en Sudáfrica e Irlanda del Norte un triunfo para los derechos humanos y el derechos internacional, se rechaza de plano en el caso israelí como una violación de lo que es esencialmente un derecho sagrado a la supremacía étnico-religiosa (presentado eufemísticamente como el «derecho de Israel a ser un Estado judío»).
Los palestinos son exhortados por un interminable desfile de enviados occidentales y de charlatanes políticos – el último de los cuales es Tony Blair – a arreglárselas con lo que el Congreso Nacional Africano rechazó con toda razón cuando se lo ofreció el régimen de apartheid de Sudáfrica: un mosaico de bantustanes formado por ghettos aislados que está muy por debajo de los requerimiento mínimos de justicia.
Por motivos morales y pragmáticos, sinceros defensores del fin de la ocupación israelí también han sido críticos severos de la defensa de un Estado. Algunos han argumentado que una propuesta moral se tiene que centrar en el probable efecto que puede tener en el pueblo y particularmente en aquellos que está bajo la ocupación, privados de sus necesidades más fundamentales como comida, hogar y servicios básicos. La tarea más urgente, concluyen, es hacer un llamamiento a acabar con la ocupación, no promover ilusiones de un Estado. Aparte de su bastante paternalista premisa- de que de alguna manera estos defensores saben lo que necesitan los palestinos mejor que nosotros – este argumento es problemático al asumir que los palestinos, a diferencia de cualquier otro ser humano, están deseando perder sus ya antiguos derechos a la libertad, la igualdad y la autodeteminación a cambio de cierto alivio fugaz de su sufrimiento más inmediato.
La negativa de los palestinos de Gaza a rendirse a la exigencia de Israel de que reconozcan el «derecho» de Israel a discriminarlos, incluso ante el asedio por hambre impuesto por Israel con el apoyo de Estados Unidos y la Unión Europea, no es más que la última demostración de la falacia de tales asunciones.
Un argumento más persuasivo expresado más recientemente por Nadia Hijab y Victoria Brittain afirma que en las actuales circunstancias de opresión, cuando Israel está bombardeando y matando indiscriminadamente, encarcelando a miles de personas en condiciones muy duras, construyendo muros para separar a los palestinos entre sí, y de sus tierras y recursos acuíferos, robando sin cesar tierra palestina y expandiendo sus colonias, asediando a millones de palestinos indefensos en enclaves diferentes y aislados, y destruyendo gradualmente el propio tejido de la sociedad palestina, hacer un llamamiento a un Estados laico y democrático equivale a permitir a Israel «salir del atolladero».
Les preocupan que se debilite un movimiento de solidaridad internacional que «en su mayoría está detrás de una solución de los dos Estados». Pero aún ignorando el hecho de que el «Estado» palestino que se ofrece ahora no es más que unos desunidos bantustanes que sigan bajo la ocupación israelí, el problema real de este argumento es que asume que décadas de mantener una solución de los dos Estados no ha dado ningún resultado concreto para detener o siquiera mitigar semejantes violaciones espantosas de los derechos humanos.
Desde que se firmaron los Acuerdos de Oslo entre Palestina e Israel en 1993 se han intensificado y además con total impunidad la colonización de Cisjordania y todas las demás violaciones israelíes del derecho internacional. Esto lo volvemos a encontrar en el reciente encuentro de Annapolis: mientras Israel y los funcionarios de una no representativa y carente de poder Autoridad Palestina cumplen con el formulismo de «conversaciones de paz», continúan creciendo las colonias ilegales de Israel y su muro del apartheid, al tiempo que su atroz castigo colectivo a un millón y medios de palestinos de Gaza se intensifica sin que la «comunidad internacional» levante un dedo como respuesta.
Este «proceso de paz», no paz o justicia, se ha convertido en un fin en sí mismo porque mientras continúe, Israel no se enfrenta a presión alguna para cambiar su comportamiento. La ficción política de que una solución de los dos Estados siempre está a la vuelta de la esquina, pero nunca a nuestro alcance es esencial para perpetuar la farsa y para preservar indefinidamente el status quo de la hegemonía colonial israelí.
Para evitar las dificultades de una mayor división en el movimiento de los derechos palestinos, coincidimos con Nadia Hijab y Victoria Brittain en urgir a los activistas de todo el espectro político, independientemente de sus opiniones sobre el debate acerca de uno o dos Estados, a unirse tras el llamamiento de la sociedad civil palestina al boicot, desinversión y sanciones (BDS, por sus siglas en inglés), como la estrategia de resistencia civil más firme política y moralmente que puede inspirar y movilizar a la opinión pública mundial para lograr los derechos palestinos.
El enfoque basado en los derechos que está en el centro de este llamamiento ampliamente secundado se centra en la necesidad de corregir las tres injusticias básicas que definen juntas la cuestión de Palestina: la negación de los derechos de los refugiados palestinos, entre ellos fundamentalmente el derecho a retornar a sus hogares, tal como lo estipula el derecho internacional; la ocupación y colonización de los territorios de 1967, incluyendo Jerusalén este; y el sistema de discriminación contra los ciudadanos palestinos de Israel.
Sesenta años de opresión y cuarenta años de ocupación militar han enseñado a los palestinos que, independientemente de la solución política que apoyemos, sólo a través de una resistencia popular unida a una presión internacional continua y eficaz podremos tener alguna posibilidad de conseguir una paz justa.
De la mano con esta lucha es absolutamente necesario empezar a plantear y a debatir visiones para un futuro post-conflicto. No es coincidencia que los ciudadanos palestinos de Israel, los refugiados y quienes están en la diáspora, los grupos desposeídos por el «proceso de paz» y aquellos cuyos derechos fundamentales son violados por la solución de los dos Estados hayan desempeñado un papel fundamental en sacar adelante nuevas ideas para escapar del impasse.
En vez de considerar la emergente visión democrática e igualitaria como una amenaza, un trastorno o un desvío estéril, ha llegado el momento de considerarlo como lo que es: la alternativa más prometedora a un ya muerto dogma de dos Estados.
Notas: [1] The One State Declaration Statement, Various undersigned, 29 November 2007 http://electronicintifada.net/v2/article9134.shtml
[2]The Freedom Charter, Adopted at the Congress of the People, Kliptown, on 26 June 1955 http://www.anc.org.za/ancdocs/history/charter.html
[3] «Israel risks apartheid-like struggle if two-state solution fails, says Olmert», Rory McCarthy, Friday November 30, 2007, The Guardian http://www.guardian.co.uk/israel/Story/0,,2219485,00.html
Enlace con el original: http://commentisfree.guardian.co.uk/ali_abunimah_and_omar_barghouti/2007/12/democracy_an_existential_threat.html