Hay una vergüenza árabe que se mueve entre Líbano, Jordania e Iraq y cuyo nombre es los refugiados sirios. Solo los palestinos se han salvado de tal vergüenza, no porque sus autoridades hayan adoptado posturas nobles, sino porque los campamentos palestinos en Siria han expulsado de sí la vergüenza de las fuerzas políticas y el […]
Hay una vergüenza árabe que se mueve entre Líbano, Jordania e Iraq y cuyo nombre es los refugiados sirios. Solo los palestinos se han salvado de tal vergüenza, no porque sus autoridades hayan adoptado posturas nobles, sino porque los campamentos palestinos en Siria han expulsado de sí la vergüenza de las fuerzas políticas y el faccionalismo que los tenía dominados desde hace mucho tiempo, convirtiéndose en centros de acogida de los sirios que se han refugiado en ellos, antes de que el aparato destructor del régimen los obligara a participar en la lucha por la defensa de la dignidad de la gente y por el derecho a la libertad y a la vida.
Lo que vemos en estos países vecinos de Siria es una verdadera deshonra moral, una deshonra que no puede justificarse más que con la mezquindad, la bajeza, el miedo y el hecho de protegerse por medio de las solidaridades extremistas sectarias. No hablaremos de Iraq o Jordania, pues hay gente que conoce mejor el tema para hablar de él, hablaré de mi sentimiento personal de vergüenza y humillación resultado de la postura oficial libanesa y las posturas de algunas fuerzas políticas/sectarias de los sirios que residen en Líbano o que se han refugiado ahí huyendo del infierno de la muerte y la destrucción.
Nuestra vergüenza tiene múltiples nombres, pero encuentra su justificación o sus causas en dos cuestiones simultáneas:
La primera cuestión es el racismo, que se materializa en un concepto que se utilizó durante la larga guerra civil, cuando se llamaba a los palestinos y los sirios «extranjeros». Si los palestinos fueron los que pagaron el precio más alto por esta postura racista, especialmente tras la destrucción israelí de 1982, el racismo se materializó y sigue materializándose en la postura que se tiene de los trabajadores sirios y de todos aquellos que tienen la tez morena, especialmente los trabajadores y las trabajadoras asirios. Se trata de una prepotencia que nace de un sentimiento vacío de superioridad cultural y material conformado por una estúpida burguesía, que se ve, en la leyenda política y cultural que se ha creado en torno a Líbano considerado la Suiza de Oriente Medio, el país de las estrellas, como la perfección elitista sin parangón. La lengua secreta, es decir la lengua oral de este racismo libanés, resulta de la mezcla de un doble complejo de superioridad e inferioridad: inferioridad ante la cultura occidental que ha convertido el balbucear en inglés o francés en una característica definitoria de la clase media sea cual sea la secta a la que pertenezca, y superioridad ante el otro, que puede ser extranjero, pero que también puede ser hijo de otra secta. Tal vez la escandalosa forma de tratar con las empleadas domésticas asirias y la violencia reprimida que se vislumbra en ello, sea una de los rasgos de la pérdida del equilibrio moral, y de la caída en prácticas racistas de una obscenidad y un salvajismo sin límites.
La segunda cuestión es el sectarismo, que es concretamente una forma de racismo. Lo que llama la atención es que la clase política libanesa traduce los distintos hechos que suceden en el mundo al lenguaje de sus intereses, considerando que son el centro del universo y que el juego de las minorías sigue siendo la esencia de lo que en el pasado vino a llamarse «la cuestión de Oriente».
Las sectas libanesas respetables han ofrecido su lectura de la revolución siria a la luz de sus estrechos intereses sectarios. Así, hay quien piensa que el levantamiento del pueblo sirio fue para debilitar su influencia en Líbano y fortalecer la influencia de sus enemigos, o que lo contrario es lo correcto. Es como si los sirios y las sirias no tuvieran ningún interés por los centenares de personas que mueren a diario, más que en la medida en que sepan quién se beneficiará de su muerte para robar la red eléctrica de Líbano o para quedarse en su puesto y mantener su influencia.
Desgraciadamente, la sociedad civil libanesa ha demostrado su incapacidad para construir una fuerza social independiente que apoye a la revolución siria. No quiero subestimar las decenas o centenares de iniciativas que muchos activistas sin nombre han puesto en marcha para ofrecer apoyo humanitario a los sirios dentro de Siria y en las zonas de refugio, pero quiero señalar la vergonzosa y triste realidad que el único apoyo efectivo se ha dado en el norte y bajo una bandera sectaria, mientras que el odio, la indiferencia, la persecución y la represión han adoptado otro nombre sectario.
Mientras los sirios luchan para no caer en la trampa de la siniestra guerra civil sectaria a la que el régimen dictatorial les empuja, se traduce la revolución siria en Líbano a dos lenguas: suní y chií. La traducción que hacen los sectarios cristianos por su parte es un eco de las dos anteriores, y adopta la forma del miedo a uno de los dos fundamentalismos, el suní o el chií.
Es esta una realidad que se refleja en el hecho de que el Estado libanés se ha desentendido de su responsabilidad moral hacia los desplazados sirios en Líbano, donde tratarlos médicamente se ha convertido en un problema y el atenderlos de urgencia una cuestión, mientras que la discusión libanesa se ha vuelto siniestra, cerrada y sin ningún significado moral, brillando por su ausencia el deber humano. Incluso pueden escucharse las carcajadas de algunos dueños de hoteles que han subido los precios, y que ríen porque los burgueses sirios que huyen del infierno de la muerte en su país les estén salvando la estación veraniega, en regresión en Líbano debido a que los veraneantes del Golfo han huido por miedo a la falta de seguridad. Esta vergüenza nacida del régimen político y moral libanes ha embarrado a Líbano. Pero la responsabilidad no recae en una única parte, sino que es resultado de la mentalidad reinante que aún vive en las cuevas de la era pre-revoluciones árabes y piensa que puede dominar Líbano por medio del conglomerado sectario racista que protege su poder y evita que se lo roben.
Hay una deshonra que ya no puede soportarse, una deshonra moral, humana y política. No habrá perdón para nadie. La política de auto-aislamiento que siguen las autoridades libanesas en el nivel político por miedo a un deterioro de las divisiones sectarias no significa alejarse de la moral humana. Alejarse del deber que uno tiene hacia los refugiados y maltratados lo condena a uno a la extinción.
Tomado de Traducciones de la revolución siria