Traducido para Rebelión por LB
Si no fuera por la barba roja de Mohammed Abu Tir, esto no pasaría de ser una noticia marginal: Israel intenta expulsar de su ciudad natal a cuatro palestinos jerusalemitas afiliados a Hamas.
Hay quienes ven en esta expulsión la demostración de una posición nacional orgullosa, pero el hecho es que ya se está convirtiendo en un boomerang político. Abu Tir está bajo arresto porque no salió de Jerusalén el 19 de junio. Sus colegas -Khaled Abu Arafa, ex ministro de Asuntos Jerusalemitas del gobierno de Hamas del primer ministro Ismail Haniyeh, y Atun Ahmed y Totah Mohammed, ambos miembros del Consejo Legislativo Palestino en representación de una lista islámica identificada con Hamas- han sido trasladados a las oficinas de la Cruz Roja en Jerusalén Oriental.
Hace cuatro años, el entonces ministro israelí del Interior Roni Bar-On (Kadima) les revocó su estatuto de residentes de Jerusalén alegando que habían violado su obligación mínima de lealtad al Estado de Israel, a sus ciudadanos y a sus habitantes. A continuación fueron detenidos, puestos en libertad y clasificados como ilegales obligados a salir de «las fronteras de Israel».
Desde finales de 1995 el Ministerio del Interior israelí, encabezado primero por Haim Ramon (Laborista) y luego por Eliahu Suissa (Shas), ha mantenido una política de revocación masiva de permisos de residencia (con un breve paréntesis bajo el mandato de Natan Sharansky, del partido Yisrael B’Aliyah, pero incluso entonces después de una una intensa controversia pública). El récord se estableció en 2008, cuando el Ministerio del Interior israelí, dirigido a la sazón por Meir Sheetrit (Kadima), despojó de su derecho a residir en su propia ciudad a 4.577 hombres y mujeres.
Sin embargo, al revocar la residencia a estos tres parlamentarios y a un ex ministro del gabinete, Israel ha establecido un récord de un nuevo tipo: hasta ahora las autoridades israelíes revocaban el derecho a residir en Jerusalén exclusivamente en base a pretextos administrativos, por ejemplo por causa de estancias prolongadas fuera de la ciudad.
Estos perversos pretextos son consecuencia de la manera laxa con la que Israel está aplicando la Ley de Entrada a Israel -destinada inicialmente a conceder permisos de residencia a los inmigrantes no judíos- a los habitantes de la Jerusalén Oriental ocupada y anexionada. Sin embargo, los habitantes de Jerusalén Oriental nunca decidieron «entrar» en Israel. Fue Israel quien se «vino» hacia ellos.
El caso actual, sin embargo, tiene la particularidad de ser la primera vez que Israel niega el derecho de residencia en Jerusalén por motivos políticos.
Los Estados Unidos y Europa instaron a Israel a que permitiera a los palestinos celebrar elecciones en 2006. La participación de una lista islámica ligada a Hamas fue una condición públicamente conocida para que aquellas elecciones pudieran celebrarse, incluso en Jerusalén.
Sin embargo, desde el momento en que la lista obtuvo una aplastante victoria Israel desató una campaña de castigo contra sus miembros, especialmente contra los habitantes de Jerusalén que formaban parte de sus filas, acusándoles de «servir» a la Autoridad Palestina.
Esto, en sí mismo, representó una nueva cúspide de cinismo político (y otra bofetada en la cara del presidente de la Autoridad palestina Mahmoud Abbas). Esa cota de cinismo solamente ha sido superada por la ulterior exigencia israelí de que la población ocupada exprese lealtad hacia la fuerza ocupante, so pena de destierro.
Con esta orden de expulsión Israel ha logrado unir a todas las corrientes palestinas. La tienda de campaña que los tres hombres han plantado en señal de protesta en el patio de la oficina de la Cruz Roja se ha convertido en un lugar de peregrinación. Y Abbas ya se ha reunido dos veces con las personas condenadas al destierro por Israel.
El tiempo dirá si la promesa de Abbas de rescindir el decreto [de expulsión] es realizable. En el ínterin, sin embargo, el movimiento político que constituye su principal adversario vuelve a convertirse en símbolo de la lucha nacional y de la perseverancia en la misma.
Incluso aquellos que por razones políticas y culturales son opositores acérrimos del movimiento islámico palestino saben que Israel está sentando un precedente.
Hoy los israelíes expulsan de Jerusalén a los afiliados a Hamas. Mañana, si la Autoridad Palestina se desmorona o se atreve a rechazar los dictados de Israel, serán destacados activistas de Fatah los que serán despojados de su residencia por su «deslealtad con la ocupación».
Después de la incursión contra la flotilla, de las expulsiones de Sheikh Jarrah y de los suntuosos planes para Silwan, esta es otra cerilla que Israel arroja al polvorín. Y es una que incluso a sus amigos le resultará difícil ignorar.
Fuente: http://www.haaretz.com/print-