Traducción para Rebelión de Loles OLiván
La reciente reunión entre el presidente de EEUU, Barack Obama y el primer Ministro israelí, Benjamin Netanyahu ha generado especulaciones sobre el futuro de las relaciones entre EEUU e Israel, y sobre una política potencialmente distinta por parte estadounidense hacia el conflicto palestino-israelí. Los analistas de derechas y de izquierdas comentan una nueva y endurecida posición estadounidense caracterizada por fuertes exigencias de EEUU a Israel. Sin embargo, bajo la coreografía diplomática se encuentra una angustiosa realidad que no ha merecido sino un breve comentario por parte de Obama y el silencio de Netanyahu: la continua devastación de la población de Gaza.
Gaza es ejemplo de una sociedad que ha sido deliberadamente reducida a un estado de miseria abyecta; la que fuera en otro tiempo una población productiva se ha transformado en otra indigente que depende de la ayuda. Este contexto es innegablemente el de un sufrimiento masivo, en gran medida creado por Israel pero con la complicidad activa de la comunidad internacional, especialmente de EEUU, de la Unión Europea y de la Autoridad Palestina en Cisjordania.
El sometimiento de Gaza comenzó mucho antes de la reciente guerra de Israel en su contra. La ocupación israelí -ahora en gran parte olvidada o negada por la comunidad internacional- ha devastado la economía de Gaza y a su pueblo, especialmente desde 2006. Aunque en realidad las restricciones económicas aumentaron antes de la victoria electoral de Hamas en enero de 2006, el riguroso régimen de sanciones y el asedio impuesto por Israel y por la comunidad internacional, intensificado más tarde cuando Hamas tomó el control de la Franja en junio de 2007, han destruido la economía local. Si ha habido un tema reiterado por los muchos palestinos, israelíes e internacionalistas con los que me he entrevistado en los últimos tres años, este ha sido el temor por los daños [causados] a la sociedad y a la economía de Gaza, tan profundos que se necesitarán miles de millones de dólares y generaciones para hacerles frente -un temor que ya se ha hecho realidad.
Tras el ataque israelí de diciembre pasado, las ya peligrosas condiciones de Gaza se han convertido prácticamente en inhabitables. Los medios de subsistencia, las viviendas y la infraestructura pública fueron dañadas o destruidas a una escala que incluso el ejército israelí admitió que era indefendible. En Gaza hoy no se puede hablar de sector privado ni de industria. El 80% de los cultivos agrícolas de la Franja fueron destruidos e Israel sigue disparando contra los agricultores que intentan plantar y extender sus plantaciones cerca de la bien cercada y patrullada frontera. La mayor parte de la actividad productiva se ha extinguido.
Una impactante expresión de la muerte económica de Gaza -y de la indomable voluntad de los gazíes para abastecerse a si mismos y a sus familias- es su floreciente economía de túnel emergida hace tiempo como respuesta al bloqueo. Miles de palestinos están empleados en la actualidad en la excavación de túneles hacia Egipto -hay constancia de la existencia de unos mil túneles aunque no todos están en funcionamiento. Según economistas locales, el 90% de la actividad económica de Gaza -en otro tiempo considerada como economía de ingresos medios-bajos, junto a la de Cisjordania- se dedica en la actualidad al contrabando.
Hoy, el 96% del total de la población de Gaza (1.4 millones de personas) depende de la ayuda humanitaria para cubrir sus necesidades básicas. Según el Programa Mundial de Alimentos, la Franja de Gaza necesita un mínimo de 400 camiones diarios para hacer frente únicamente a las necesidades nutricionales básicas de la población. Sin embargo, a pesar de una decisión tomada por el gobierno israelí el pasado 22 de marzo para levantar todas las restricciones sobre los productos alimenticios y otros suministros a Gaza, durante la semana del 10 de mayo, por ejemplo, sólo se permitió entrar 653 camiones de alimentos y otras provisiones, lo que supone, en el mejor de los casos, el 23% de las necesidades requeridas.
Israel únicamente permite que entren en Gaza entre 30 y 40 productos comparados con los cuatro mil aprobados antes de junio de 2006. Tal como informa la periodista israelí Amira Hass, a los gazíes se les sigue denegando muchos productos básicos (una política, desde luego, muy anterior al ataque de diciembre): materiales de construcción (incluida madera para ventanas y puertas), aparatos eléctricos (como frigoríficos y lavadoras), piezas de repuesto para automóviles y maquinaria, telas, hilos, agujas, velas, cerillas, colchones, sábanas, mantas, cuberterías, vajillas, tazas, vasos, instrumentos musicales, libros, té, café, embutidos, sémola, chocolate, sésamo, nueces, leche, lácteos en paquetes grandes, la mayoría de los productos para hornear, bombillas, lápices, ropa y zapatos.
Teniendo en cuenta estas limitaciones, entre muchas otras -incluyendo el desorden interno de la dirección palestina- una se pregunta cómo será posible [llevar a cabo] la reconstrucción a la que se refirió Obama. No hay duda de que se tiene que ayudar a la gente de manera inmediata. Los programas destinados a paliar el sufrimiento y a restablecer cierta apariencia de normalidad están en marcha pero a una escala totalmente marcada por las limitaciones extremas en la disponibilidad de bienes. En este contexto de ocupación represiva y de mayores restricciones, ¿qué significa reconstruir Gaza?, ¿cómo es posible, bajo tales condiciones potenciar a la gente y construir instituciones sostenibles y resistentes que sean capaces de soportar las conmociones externas que se avecinan? Sin un fin inmediato del bloqueo israelí y sin la reanudación del comercio y la circulación de personas fuera de la cárcel en que Gaza se ha convertido hace tiempo, la crisis actual crecerá enormemente de manera más grave. A menos que la Administración estadounidense esté dispuesta a ejercer una verdadera presión sobre Israel para que lo aplique -y lo visto hasta ahora sugiere que no va a ser así- poco cambiará. No es de extrañar que, a pesar de las promesas internacionales de [donar] 5.2 mil millones de dólares para la reconstrucción de Gaza, los palestinos que en la actualidad reconstruyen sus casas lo hagan usando barro.
Recientemente hablé con algunos amigos de Gaza y las conversaciones resultaron tremendamente inquietantes. Mis amigos se refirieron a la carencia muy sentida de cualquier fuente de protección -ni personal, ni comunitaria, ni institucional. Pocas cosas de la sociedad tienen legitimidad y el consenso sobre las normas se diluye en una comprensión erosionada de para qué sirven.
El trauma y el dolor abruman el paisaje a pesar de las manifestaciones de resistencia. El sentimiento de abandono entre la gente se muestra total, entendido quizá en su creciente incapacidad para identificar cualquier sentido de lo posible. Lo más impactante de la conversación fue este comentario: «ya no es la ocupación, ni siquiera la guerra lo que nos consume sino la constatación de nuestra propia irrelevancia».
¿Qué beneficio puede derivarse de una Gaza cada vez más empobrecida, insalubre, densamente poblada y furiosa al lado de Israel? La injusticia terrible de Gaza no solo amenaza la seguridad de Israel y de la región sino que socava la credibilidad de EEUU y aliena nuestras pretensiones de prácticas democráticas e imperio de la ley.
Si se niega a los palestinos de manera continua lo que queremos y exigimos para nosotros mismos -una vida normal, dignidad, medios de subsistencia, seguridad y un lugar donde puedan crecer sus hijos- y si se les fuerza, de nuevo, a hacer frente a la destrucción de sus familias, el resultado inevitable será una mayor y más extrema violencia en todas las facciones, tanto las antiguas como las nuevas. Lo que se avecina es nada menos que la pérdida de toda una generación de palestinos. Y si eso ocurre -quizá ya ha ocurrido- nosotros soportaremos los costes.
* Sara Roy es investigadora del Center for Middle Eastern Studies de la Universidad de Harvard. Es autora de A falta de la Paz: Gaza y el conflicto palestino-israelí.