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La destrucción del transporte por parte de Israel incrementa el número de víctimas mortales en Gaza

Fuentes: Voces del Mundo

Una mañana de finales de marzo de 2024 en Jan Yunis, al sur de Gaza, Yasmin Siam, de 24 años, sintió un dolor agudo en el estómago. Había comenzado el parto. El tiempo se agotaba. Pero no había forma de llevarla al hospital.

Las ambulancias se habían vuelto escasas tras meses de ataques israelíes, demasiado pocas para responder a todas las llamadas de auxilio. Los ataques aéreos continuaban y Gaza había quedado totalmente inmovilizada. No había coches. No había combustible. Y las ambulancias, a menudo blanco de los ataques, habían sido destruidas o incendiadas en su mayoría.

Sin otra opción, la familia de Siam la subió a un carro tirado por un burro, el único medio de «transporte» que quedaba en una época en la que el movimiento había desaparecido. El trayecto hasta el Hospital Nasser, que debería haber durado 20 minutos, se prolongó durante más de una hora debido a los escombros, los cráteres y las carreteras derrumbadas que había en Jan Yunis.

Cuando llegó, Siam sangraba peligrosamente. Su presión arterial estaba cayendo en picado. Los médicos hicieron todo lo que pudieron con lo poco que tenían. Pero entonces llegaron las palabras que la destrozaron: «Tu bebé no ha sobrevivido».

Era su primer hijo.

El niño no murió a causa de las heridas de guerra, sino porque el movimiento en toda Gaza se ha visto diezmado.

La desgarradora historia de Yasmin Siam es sólo una de las muchas que se producen en medio de la crisis generalizada que afecta al sistema de transporte de Gaza. Durante el alto el fuego temporal que duró unos 60 días, desde finales de noviembre de 2023 hasta finales de enero de 2024, los residentes desplazados del norte de Gaza, que habían huido al sur y permanecido atrapados lejos de sus hogares destruidos durante más de un año, comenzaron a regresar al norte. Durante este periodo, la ocupación israelí designó días específicos para caminar y otros días para permitir el paso de vehículos a los palestinos que regresaban al norte. Pero los palestinos no podían esperar; el miedo a que se reanudara la guerra los consumía. Por eso, muchos regresaron a pie, caminando más de 30 kilómetros.

El agua es escasa en Gaza. La buscamos en lugares lejanos y luego la llevamos a casa por caminos difíciles y agotadores. Incluso un sorbo de agua se ha convertido en un viaje de dolor.

Entre ellos estaba la familia de mi tío Iyad, que había huido a Jan Yunis. Me contó la historia de un anciano, de unos 80 años, que se derrumbó de repente mientras caminaba y murió de camino a casa. No pudo soportar el largo viaje y el agotamiento; murió antes de llegar a un lugar seguro. La historia era desgarradora, pero sentí que el mero intento de regresar le proporcionó una pequeña dosis de alegría después de un año de tristeza. Para este hombre, volver a casa era un sueño. Sin embargo, nunca lo consiguió: su cuerpo era más débil que su voluntad.

Pero la historia más dolorosa, la que presencié con mis propios ojos y nunca olvidaré, ocurrió durante el asedio terrestre impuesto por las fuerzas israelíes en febrero de 2024.

Durante esos días aterradores, cerramos todas las ventanas. Sin sonido. Sin luz. Cualquier signo de vida podía traer la muerte a todos los vecinos. Pero alrededor de las 7:00 a.m., escuché a un joven llorar débilmente: «Tengo sed». Me acerqué sigilosamente a la ventana y miré por una estrecha rendija. Afuera, lo vi: un joven que había estado montando en bicicleta. Un tanque le había disparado y le había alcanzado en el hombro.

No era una herida mortal. Podría haber sobrevivido. Estaba tirado justo debajo de mi casa, llorando y pidiendo agua. Oí cada palabra. Pero no me moví, no pude moverme. Sabía que salir significaba la muerte. No sólo para mí, sino para todos los que estaban en la casa. Todavía me siento culpable. No lo salvé, aunque podía oír cómo moría. Pero en mi corazón también sabía que, durante el asedio, nunca llegaban ambulancias. No era posible ningún rescate. Incluso la herida más pequeña se convertía en una sentencia de muerte.

Siguió sangrando durante horas, su voz se fue debilitando… hasta que desapareció. Tres días después, tras la retirada del ejército israelí, los vecinos encontraron su cuerpo y lo enterraron en el patio de la escuela Al-Qahira, en Al-Rimal. Ya no había entierros dignos. Los cementerios estaban llenos. No quedaba ningún medio de transporte para llegar hasta ellos. En Gaza, incluso el acto de enterrar a los muertos se ha convertido en un lujo. Los patios de las escuelas y los hospitales son ahora nuestras fosas comunes.

«Mis pies palpitaban de agotamiento mientras estaba sentada en la parte trasera de un autobús quemado que funcionaba como ambulancia y que seguía en movimiento, transportando personas y bolsas». (24 de mayo, Dalia Abu Ramadan)

El sufrimiento causado por la falta de transporte no cesa, sino que continúa de innumerables formas. Cuando se distribuye la ayuda, suele ser cerca del puesto de control de Netzarim, la línea divisoria entre el norte y el sur de Gaza. Las personas de ambos lados caminan más de 15 kilómetros sólo para llegar hasta allí, a pie. Pero caminar requiere fuerza. ¿Y quién de nosotros tiene aún fuerzas después de más de año y medio de hambre y desnutrición? Imaginen a alguien caminando 15 kilómetros para llegar hasta la ayuda, y luego otros 15 kilómetros de vuelta, y a menudo regresando con las manos vacías.

Tomemos como ejemplo a mi padre. Ha perdido más de 20 kilos, no sólo por la falta de alimentos, sino por las interminables caminatas. Cuando hay suministros básicos disponibles, camina y camina para conseguirlos y vuelve completamente agotado. ¿Y qué hay de los ancianos? ¿Los que llevan pesados bidones de agua a la espalda porque no hay transporte que les ayude? El agua es escasa en Gaza. La buscamos en lugares lejanos y luego la llevamos a casa por caminos difíciles y agotadores. Incluso un sorbo de agua se ha convertido en un viaje doloroso.

Lo que sufrimos hoy en día es indescriptible: incluso los carros tirados por burros están desapareciendo. Los carros tirados por caballos desaparecieron hace mucho tiempo, la mayoría de ellos fueron atacados y destruidos, como si no debiéramos tener ningún medio de transporte. Los pocos burros que sobrevivieron ahora están muriendo lentamente de hambre. Ver un animal vivo en las calles de Gaza se ha convertido en algo raro. El 28 de junio de 2025, lo vi con mis propios ojos: un burro se había derrumbado en la carretera, demasiado débil para mantenerse en pie, mientras su dueño luchaba impotente por levantarlo. Lo intentó todo -tirando, llamándole, suplicándole- pero nada funcionó. El animal estaba simplemente demasiado débil, demasiado hambriento para moverse.

Si incluso nuestro último medio de transporte se derrumba en la calle, ¿qué esperanza les queda a los humanos que aún necesitan correr?

Si incluso nuestro último medio de transporte se derrumba en la calle, ¿qué esperanza les queda a los humanos que aún necesitan correr?

Imaginen a un padre corriendo por una calle silenciosa de Gaza, con su hijo sangrando en sus brazos. «Aguanta», le susurra. «Llegaremos al hospital». Pero no hay coches. No hay ambulancias. Ni siquiera un carro. Sólo el sonido de sus pasos y la respiración cada vez más débil de su hijo. El niño muere, no sólo por la herida, sino por la brutal realidad de que no hay forma de desplazarse.

En Gaza, la vida ha muerto en todas sus formas. No hay hogares. No hay hospitales. No hay calles. No hay transporte. Lo único que queda son tiendas de campaña y cuerpos agotados que mueren lentamente, en silencio, de todas las formas en que Gaza nos enseña a morir.

Dalia Abu Ramadan es una narradora palestina y aspirante a graduada de la Universidad Islámica de Gaza que comparte poderosas historias que reflejan la fuerza, la resiliencia y los retos de la vida en Gaza.

Texto en inglés: Truthout, traducido por Sinfo Fernández.

Fuente: https://vocesdelmundoes.com/2025/07/15/la-destruccion-del-transporte-por-parte-de-israel-incrementa-el-numero-de-victimas-mortales-en-gaza/