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La determinación del pueblo yemení

Fuentes: Al Ahram Weekly

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

El estancamiento en que se encuentra actualmente el Yemen no se puede políticamente mantener. La intransigencia del presidente en el poder, Ali Abdullah Saleh, está creando allí una paralización política sin precedentes. Tal parálisis está absorbiendo la energía de todo el país y creando una atmósfera rayana en la anarquía. Y la responsabilidad de todo ese caos recae directamente en el presidente, por su falta de voluntad para comprometerse o retirarse del poder.

La administración pública está patas arriba por todas partes. Las ya frágiles instituciones civiles están trabajando muy por debajo de su potencial capacidad, de lo que se deriva el limitado acceso a los servicios públicos en la mayoría de los lugares o la carencia de los mismos. Estas limitaciones en la entrega de servicios vitales, deliberadamente fomentadas por el régimen, están haciendo pagar un precio muy alto a los ciudadanos normales y corrientes, como se pone de evidencia en la escasez de combustible, agua, electricidad y otras prestaciones básicas.

Sin embargo, a pesar de todo lo anterior, el pueblo yemení ha mostrado una determinación poco común para continuar su pacífica lucha por los derechos humanos. Gracias a su coraje, han podido mostrarle al mundo entero la forma en que defienden su dignidad. Su extraordinaria serenidad y paciencia han trastocado muchos de los profundamente enraizados estereotipos y equivocadas ideas occidentales acerca de los árabes y los musulmanes.

La naturaleza pacífica de sus protestas pone de relieve, a pesar de las muchas provocaciones del gobierno, la firme resolución de los yemeníes a recuperar sus legítimos derechos civiles sin acudir a la violencia o a medios ilegales. Como queda tipificado en el eslogan «salmiya ila nihaya», paz hasta el final, tales actitudes son significativas en muchos sentidos. Este aspecto colectivo de autocontrol es aún más admirable porque el Yemen es probablemente el país más fuertemente armado per capita del mundo, y el incidente alrededor del líder tribal Al Ahmar no fue sino un mero paréntesis en un compendio más amplio de cosas.

Por tanto, el levantamiento yemení nos ha enseñado una lección inestimable sobre la inexactitud de las presunciones antropológicas y de las extrapolaciones sociológicas sin fundamento empírico de los académicos complacientes. Ha servido también para revelar las limitaciones y la falta de rigor de ciertas herramientas, supuestamente científicas, de evaluación normativa que predominan en muchos de los círculos académicos y think tank occidentales.

El despertar yemení ha demostrado que incluso en una tierra dividida por el sectarismo, el tribalismo y el regionalismo, los pueblos pueden aún unirse sobre un terreno común y que están predispuestos a trascender un sentido limitado de identidad siempre y cuando puedan identificarse con un ideal común. Por tanto, cuando un ideal nacional aparece claramente definido, o a la mayoría le parece coherente, la solidaridad tribal o el esprit de corps (al-asabiya) se convierte ipso facto en algo de importancia secundaria. Esas circunstancias y sensibilidades parroquiales devienen más o menos irrelevantes: es decir, que no constituyen ya ningún obstáculo para la transformación democrática.

Por otra parte, la actual revolución popular en el Yemen ha evidenciado una vez más que la ideología homicida defendida por Al-Qaida y sus afines, muy al contrario de ciertas suposiciones orientalistas occidentales, no atraen ni inspiran, en absoluto, a la mayoría de los jóvenes árabes. Muy al contrario, tal desviacionismo, con excepción de unos pocos suicidas desesperados que se inclinan por causar estragos, era, y es, un culto repugnante a los ojos de la abrumadora mayoría. Esto es lo que realmente importa a la hora de acabar con los prejuicios y los estereotipos.

Sin rebajar la importancia de una clase media urbana educada que suele servir de ancla para la democracia, es sin embargo importante mostrar la siguiente lección de la revuelta de los ciudadanos del Yemen: la ausencia de una gran clase media, o la prevalencia de la pobreza, no es necesariamente un obstáculo importante para el despertar político. Es más, si en un país asolado por la pobreza como el Yemen, se comprueba que la gente tiene muchas ganas de ejercer sus derechos políticos, esto demuestra que la conciencia política no es una prerrogativa exclusiva de una determinada clase social.

En el curso de muchas décadas, el presidente Saleh ha transformado lo que podría haber sido un modelo de éxito en el Oriente Medio en un estado casi fallido. Bajo su prolongado mandato, el país se ha convertido en el prototipo de un caso perdido árabe.

Sin embargo, el Yemen no padece carencia de recursos o falta de mano de obra. A diferencia de otros países del Golfo, el país tiene otros potenciales además del petróleo. El primero de todos es su importante capital humano en una región por otra parte muy poco poblada. Es una tierra antigua dotada de una clase tradicionalmente emprendedora y comerciante; tiene un rico patrimonio cultural y una próspera y antigua diáspora; y disfruta de una posición geográfica central en una importante zona geoestratégica.

Pero en vez de utilizar estos activos para levantar un estado moderno y funcional, Saleh se ha dedicado a socavar el proceso de construcción de una nación con tal de lograr su deseo de mantenerse en el poder. Y para hacerlo no ha dudado en poner a una región contra otra o explotar cínicamente las tensiones sectarias o sacar provecho del deseo de EEUU y otras naciones occidentales de combatir a los musulmanes radicales exagerando la amenaza de Al-Qaida en el Yemen.

Incluso algo aún peor, Saleh ha cultivado la corrupción a niveles sin igual. Para poder comprender la profundidad del nepotismo bajo su gobierno, ahí van unos cuantos ejemplos ilustrativos, aunque parciales: la guardia republicana tiene al frente al coronel Ahmed Ali Abdullah Saleh, el hijo mayor del presidente; el vicepresidente del órgano de la seguridad nacional es el coronel Amar Mohamed Abdullah Saleh (un sobrino); el comandante de las fuerzas centrales de seguridad es el coronel Yahya Mohamed Abdullah Saleh (otro sobrino), que es también un importante accionista de la Almas Company for Petroleum Service y de una compañía china de electrónica por cable, Huaiwai. El hermanastro del presidente, Ali Saleh Al-Ahmar, dirige la fuerza aérea y es accionista de la Hashdi Petroleum Company.

Esos son sólo unos cuantos ejemplos, pero el dominio de los parientes del presidente abarca todo tipo de actividades. Desde los altos cargos del sector público a puestos importantes en el sector privado (compañías petroleras, agricultura, telecomunicaciones, etc.), su codicia de monopolios no tiene límites. Pero el control del poder de Saleh no hubiera durado tanto sin la ayuda exterior.

La política exterior de Arabia Saudí rara vez ha sido de utilidad para sus vecinos. Con la posible excepción de Qatar, las inversiones en el Yemen por parte de los países del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) han sido prácticamente inexistentes hasta hace bien poco. Arabia Saudí está hablando de la necesidad de un Yemen unido y estable, pero no hace mucho tiempo que presionaba sobre las principales compañías petroleras para impedirles que exploraran los campos petrolíferos del país. También impone un régimen draconiano de visados de entrada a los ciudadanos yemeníes con urgente necesidad de trabajar.

En lugar de mediar entre el gobierno y los rebeldes houthi durante las últimas y recientes insurrecciones, Arabia Saudí prefirió apoyar la mal asesorada estrategia de los Saleh, impulsando por tanto las tensiones sectarias y la potencial inestabilidad. Debido a la oposición popular en el Yemen hacia la I Guerra del Golfo, exprimió financieramente al país durante años, impidiendo casi cualquier tipo de inversión, y esto además de expulsar a cientos de miles de ciudadanos yemeníes en represalia por la posición de su gobierno. Sudaneses, palestinos y mauritanos sufrieron la misma terrible experiencia, además de innumerables árabes de otras nacionalidades.

En la actualidad, Arabia Saudí está jugando un papel ambiguo en la crisis yemení: por una parte, hace llamamientos para una transición política moderada, mientras que por la otra está animando a Saleh para que persista en su testaruda intransigencia facilitándole medios militares y financieros para que suprima la revuelta ciudadana en curso.

Lo último que la dinastía que gobierna en Arabia Saudí querría ver ante su puerta es un pueblo árabe capaz de expresar libremente su voluntad a través del mecanismo democrático de la autodeterminación. No hay mayor amenaza para una monarquía, que se describe a sí misma como inspirada por Dios, que el poder soberano de la vox populi.

La ayuda en el campo de la seguridad que EEUU ha proporcionado a Saleh ha alimentado también su resiliencia, que está utilizando ahora para retrasar la transición política en Yemen. Aunque supuestamente Saleh le ha sido útil a EEUU al facilitarle una plataforma de lanzamiento para su guerra contra el grupo Al-Qaida en la Península Arábiga (AQPA), ese apoyo tenía un precio y ese precio es una espada de doble filo utilizada por el régimen de Sanaa para aplastar a sus opositores políticos.

Al exagerar la amenaza de Al-Qaida, Saleh ha podido desviar una ayuda hipotéticamente proporcionada para combatir el terrorismo a conseguir sus objetivos políticos personales. Así, ha contado con el apoyo estadounidense para suprimir la insurrección de los houthis, combatir al movimiento en el sur y ajustar viejas cuentas con las facciones tribales rivales. Esto a su vez ha ayudado a exacerbar los problemas que han dado origen a la actual inestabilidad.

Los muy tímidos llamamiento hechos por Washington a Saleh para que dimitiera carecían de la fuerza de las exigencias de dimisión de la Casa Blanca ante aliados como el ex presidente tunecino Zine Al-Abidine bin Ali o el ex presidente egipcio Hosni Mubarak tras las revueltas populares en Túnez y Egipto, respectivamente.

Además, al haber confiado de forma excesiva para la cooperación en los aspectos de seguridad utilizando aviones de combate y ataques con aviones no tripulados, a EEUU le ha alienado el apoyo popular en el Yemen y ha empeorado todas las cosas. Repetir la estrategia ya fracasada que EEUU ha puesto en marcha en Pakistán sólo servirá para inflamar la situación y fertilizar el terreno para que el extremismo y la radicalización avancen. A la luz de los recientes cambios que han tenido lugar en el mundo árabe, es urgentemente necesario que Washington revise su política hacia la región. Cambiar la estrategia irá en interés de los estadounidenses y de la región como un todo.

El paso más importante que puede ahora dar EEUU a este respecto es apoyar un estado palestino viable e independiente. No hay duda de que esto haría más por sus intereses geoestratégicos y de seguridad nacional a largo plazo que todos los ataques con aviones no tripulados que está perpetrando en Pakistán y en Oriente Medio y todas las onerosas operaciones clandestinas que la CIA está llevando a cabo por todo el mundo.

Fuente:http://weekly.ahram.org.eg/2011/1063/re172.htm