Tomo pie en el excelente artículo -de título ciertamente mejorable- de Raúl Bocanegra en Público [1]. Habla Leandro Álvarez Rey, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Sevilla: «[…] En 1933, el Instituto de Reforma Agraria dispuso que se organizara una comunidad de 80 obreros campesinos y que se tomara posesión efectiva» de la finca […]
Tomo pie en el excelente artículo -de título ciertamente mejorable- de Raúl Bocanegra en Público [1].
Habla Leandro Álvarez Rey, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Sevilla: «[…] En 1933, el Instituto de Reforma Agraria dispuso que se organizara una comunidad de 80 obreros campesinos y que se tomara posesión efectiva» de la finca «Las Arroyuelas». Unas 1.200 Ha, ¡unos 12 kilómetros cuadrados!
El duque de Alba, años treinta, presentó recurso judicial. Faltaría más. Obtuvo inmediatamente el apoyo de la derecha política del momento, la CEDA. Los jornaleros andaluces se quedaron sin comunidad y sin tierras. Eran los años del bienio negro. Sólo pudieran ocupar la finca en 1936, tras la histórica victoria del Frente Popular en febrero de ese mismo año.
Cinco meses después la barbarie antiespañola hizo acto de presencia. El golpe fascista de julio del 36 intentó acabar con todo lo decente y digno. Y era mucho lo ya conseguido. De nuevo Álvarez Rey: «[…] Tenemos constancia del trágico final de algunos de los miembros de aquella comunidad de campesinos que la República intentó asentar en Carmona. Varios de ellos fueron fusilados, obteniendo de los militares y falangistas lo que la República no había logrado concederles: un trozo de tierra. Aunque esa tierra no fuera otra que la de las fosas donde fueron enterrados sus cuerpos» [la cursiva es mía].
El cortijo, por supuesto, regresó a la Casa de Alba. España, todo ella, sigue siendo para ellos un enorme cortijo a su entera disposición. Cayetano de Alba, conde de Salvatierra, es el actual propietario de «Las Arroyuelas».
Se cuenta una historia. Falsa probablemente, pero bien hallada. La duquesa se enamoró de unas tierras. Las quería comprar fuera como fuese. Su secretario le advirtió que no era posible. Por qué no, exclamó irritada la duquesa, ofrece lo que sea. Ni con esas, respondió el secretario. Son suyas, no podemos comprarlas.
La historia parece regresar nuevamente al pasado. Cañamero, Gordillo [2], obreros agrícolas, campesinos del SAT, han vuelto a la finca. Reclaman lo esencial, poder vivir de su trabajo (aman el campo, la tierra), ser tratados con dignidad, como personas y no como seres demediados, y no ser insultados y despreciados por el hijo de la duquesa ni por ese político catalán de derecha extrema, que dice defender valores cristianos, llamado Duran i Lleida (Por cierto, uno dice haber comprendido algo tras lo sucedido; el otro, el segundo, no ha dicho esta boca es mía. Rectificar es cosa de sabios, no de Duran).
No es difícil por todo ello entender la importancia que sigue teniendo la II República española en la memoria de los pueblos ibéricos, las lecciones de dignidad, e incluso de heroísmo popular, que aquella situación histórica posibilitó y la línea roja de enlace -inquebrantable, innegociable- que los movimientos de colectivos y ciudadanos indignados hemos establecido, tenemos que seguir estableciendo, con una de las páginas más imborrables de nuestra historia.
No es sólo que la Monarquía borbónica es un sistema no democrático que abonó una Constitución que declara -antidemocráticamente- al Jefe de Estado figura jurídicamente inviolable sino que cualquiera interpretación de la historia de Sefarad no cegada sabe que muchos momentos -no digo todos- de aquella gloriosa República han pasado y ocupan lugar destacado en la historia universal de la dignidad y la rebeldía. Los mismos escenarios que hoy debemos seguir abonando y que los campesinos y jornaleros andaluces, para admiración de todos, están abonando.
PS: Que la emisión de un programa -«Salvados»- y la digna aproximación de un presentador, Jordi Évole, haya provocado un océano de solidaridad y de críticas muestra de nuevo lo mucho que podría conseguirse con unos medios de información que realmente fueran medios informativos con mirada crítica y no apologías insensatas de la barbarie, el servilismo y la idiotez.
Notas:
[1] Raúl Bocanegra, «El conde hace negocios con los jornaleros de Marinaleda». Público, 21 de diciembre de 2011, p. 20.
[2] ¿Tiene alguna importancia que José Manuel Sánchez Gordillo lleve barba o no la lleve? ¿Por qué entonces «el barbudo alcalde de Marinaleda»?
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.