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Siria y los perros de la guerra

La diplomacia es la única vía para preservar lo que queda de Siria

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.

«Grita ‘devastación’ y suelta a los perros de la guerra;

que este repugnante hecho apestará sobre la tierra

y los carroñeros se apresurarán a gruñir en el entierro »

Julio César, Acto 3, Escena 1, William Shakespeare-

«Sangre y destrucción», «objetivos espantosos» y «emociones penosas» fue la aguda caracterización que Bard hizo de lo que la guerra inflige a los vivos. Es una descripción que cada vez se parece más a la guerra en curso en Siria, que probablemente empeorará a menos que los protagonistas den un paso atrás y busquen una solución diplomática a una contienda que dura ya diecisiete meses. Desde el estallido inicial a causa del monopolio del poder del Partido Baazista sirio, la guerra se ha extendido al Líbano, Turquía e Iraq, ha incendiado el sectarismo regional, ha involucrado a naciones de todo el planeta y ha dañado la reputación de organizaciones regionales e internacionales.

Una vez desatados, los perros de la guerra se extienden por doquier.

Aunque el régimen de Bashar al-Asad encendió la explosión con su brutal respuesta ante las protestas políticas, gran parte de la culpa de la actual situación la tienen los países que, viendo una oportunidad para eliminar a un enemigo, avivaron las llamas con armamento y ayuda: EEUU, Turquía, Arabia Saudí y Qatar, más un buen número de actores menores de reparto que van desde Jordania a Libia.

Los resultados son casi exactamente los que Rusia y China predijeron cuando advirtieron acerca de intentar forzar un cambio de régimen sin un acuerdo negociado: una oportunidad para los islamistas radicales, una marea de refugiados y una creciente inestabilidad en una región lista para estallar.

La guerra se ha cobrado entre 20.000 y 25.000 vidas y ha causado estragos en buen número de ciudades, incluida la mayor del país, Alepo. Hay grandes disputas alrededor de quiénes son esas víctimas. Aunque no hay duda alguna de que el gobierno de Damasco ha utilizado armas pesadas en zonas urbanas hiriendo y matando a muchos civiles, la oposición ha perpetrado ejecuciones extrajudiciales de soldados sirios y de partidarios de Asad.

«Esta es una guerra asimétrica y se está produciendo un grado de expansión cada vez mayor de las violaciones del derecho internacional por parte de ambos bandos», dice Kristalina Georgieva, la comisionada de las Naciones Unidas para la respuesta a la crisis.

El gobierno de Damasco ha desarrollado su propia versión acerca de las víctimas, afirmando que no son sirios, sino «combatientes extranjeros». No hay duda de que hay implicados «combatientes extranjeros», en su mayoría yihadistas islámicos de Arabia Saudí, Iraq, Libia, Jordania y Turquía, pero la mayoría de los insurgentes son sirios. La verdad es siempre la primera víctima en una guerra, especialmente en una guerra civil en la que no siempre resulta fácil definir a los protagonistas.

Los combates han producido una crisis de refugiados, que aunque no se aproximan a la catástrofe generada por la invasión estadounidense de Iraq en 2003 -cuando cuatro millones de seres se vieron obligados a huir de sus hogares-, ha enviado ya a cientos de miles a los países vecinos de Turquía, Líbano, Jordania e Iraq. En el último recuento, las Naciones Unidas habían registrado casi 250.000 refugiados, unos 80.000 en Turquía, 70.000 en Jordania, cerca de 57.000 en el Líbano y alrededor de 16.000 en Iraq.

El levantamiento ha ido deviniendo cada vez más sectario. Siria tiene una de las mezclas de etnias más complejas del Oriente Medio, aunque respecto a la religión son mayoritariamente musulmanes sunníes. Hay también drusos, una variedad de sectas cristianas y musulmanes alauís. Los alauíes, que han dominado el ejército sirio desde los días del colonialismo francés -la familia Asad proviene de esa secta-, se asocian con el chiísmo, aunque tienen una historia preislámica y están profundamente arraigados en las montañas occidentales del país.

Según las informaciones de los medios extranjeros, los yihadistas están jugando un papel cada vez más importante en los combates. «Los grupos islamistas, que están soberbiamente financiados y equipados por los Estados del Golfo, están apoderándose despiadadamente del poder en la toma de decisiones», dijo a Der Spiegel   Randa Kassis, miembro del opositor Consejo Nacional Sirio. «A los sirios que han tomado las armas contra el dictador pero que no se ponen bajo el mando de los yihadistas se les está acusando de antipatriotas y herejes».

Aunque el Consejo Nacional Sirio y el Ejército Libre Sirio rechazan a los yihadistas más extremistas, éstos los tienen bajo su dominio a causa de los apoyos que reciben de Arabia Saudí y Qatar, las principales fuentes de armas y financiación. El creciente número de atentados con coches-bomba lleva la firma de los grupos afiliados a Al-Qaida, como el Frente Al-Nusra. El líder de al-Qaida, Abu Sayyaf, hizo una serie de declaraciones en Jordania el 9 de septiembre en las que llamó a la yihad contra el régimen laico de Asad.

El cirujano francés Jacques Beres, fundador de la organización humanitaria Médicos Sin Fronteras, que volvió hace poco después de haber estado tratando heridos en Siria, dijo a Reuters que el 60% de sus pacientes eran combatientes extranjeros. «Es algo realmente extraño de ver. Están diciendo directamente que no les interesa la caída de Bashar al-Asad pero están pensando en cómo tomar el poder cuando caiga y establecer un estado islámico con la ley de la Sharia para pasar a convertirse en parte de un emirato mundial».

La aparición del extremismo no se limita a Siria. Iraq se ha visto convulsionado por atentados contra la comunidad chií que se llevaron la vida de unas 300 personas entre el 21 de julio y el 18 de agosto. El 9 de septiembre, en trece ciudades iraquíes hubo casi 400 víctimas entre muertos y heridos. Los alauíes han sido objeto de ataques en Turquía y los chiíes en el Líbano, en este último caso ha sido como una repetición de los ataques sectarios que hace cinco años perpetró en Trípoli el grupo Fatah al-Islam, financiado por los saudíes.

Aunque el Primer Ministro de Turquía, Recep Erdogan, está jugando un papel clave en la guerra por los suministros a los rebeldes, Ankara está descubriendo que los perros de la guerra están acercándose cada vez más a casa. Los kurdos iraquíes, que llevan luchando desde hace mucho tiempo por un estado independiente que estaría compuesto por partes de Turquía, Iraq, Siria e Irán, han intensificado sus operaciones contra el ejército turco, y los turcos se sienten alarmados ante la posibilidad de que los kurdos de Siria puedan unírseles. La preocupación de Turquía respecto a su «problema kurdo» podría explicar por qué Erdogan ha suavizado su retórica contra Siria, aunque la explicación podría ser políticamente sencilla: los turcos de a pie no sienten ningún entusiasmo por la implicación de Ankara en la guerra civil siria.

El conflicto ha perjudicado también a las Naciones Unidas, aunque debido principalmente a las secuelas del papel de la Organización en el derrocamiento del gobierno de Gadafi en Libia. Moscú y Pekín apoyaron la intervención del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en Libia porque les aseguraron que habría un intento de negociar una solución política. La Unión Africana había ya empezado esas negociaciones cuando los franceses empezaron a bombardear y la guerra se disparó a toda velocidad.

La Unión Africana sigue estando muy poco contenta con la actuación de EEUU, Francia y Gran Bretaña en Libia y parece estar cumpliéndose el vaticinio que hizo en su día de que el colapso de Libia podría avivar la inestabilidad en otras áreas del continente. La guerra actual en Mali es consecuencia directa del número masivo de armas que se han derramado por el resto de África tras la guerra libia, así como por la potenciación de al-Qaida en el Magreb islámico, un grupo extremista que jugó un papel en el derrocamiento de Gadafi.

Por muy inextricable que la guerra siria parezca, hay espacio para una resolución política pero sólo si los protagonistas y sus partidarios se calman. El gobierno de Damasco tendrá que reconocer que el gobierno de una única familia es propio del feudalismo y que sus oponentes tienen motivos de queja reales. Por otra parte, la oposición tendrá que abandonar su insistencia en que no va a haber conversaciones hasta que el gobierno de Damasco dimita. Un enfoque de suma cero por cualquiera de las partes se traducirá sencillamente en una guerra continua.

Pero esto significa también que los países que alimentan a la oposición con armas y suministros tendrán que retroceder también. Y esas naciones que constantemente hablan de la amenaza del «terrorismo» han de hacer frente a quienes financian a los extremistas.

«La obsesión de EEUU y de Israel con Irán ha llevado a Washington a hacer la vista gorda ante los peligros que plantea la política saudí», escribe Anatol Lievan, profesor de Estudios sobre la Guerra en el King College de Londres, lo cual «ha contribuido a sentar las bases para el extremismo islamista en Pakistán y otros lugares».

También es preciso incorporar al proceso a otros países afectados por la guerra, incluyendo el Líbano e Irán.

Y, finalmente, es preciso volver a configurar el papel de las organizaciones regionales e internacionales. La guerra libia perjudicó a la Unión Africana, a la Liga Árabe y a las Naciones Unidas porque la OTAN y los enemigos de Gadafi secuestraron el proceso político. La ONU puede jugar un papel clave para conseguir la paz pero no si sirve a los intereses de una de las partes por encima de los de la otra.

«Las potencias occidentales deberían unirse a Rusia y China a fin de presionar al máximo a ambas partes para que dejen las armas y se sienten a la mesa. La diplomacia, y no la guerra, es la única vía para preservar lo que queda de Siria para sus machacados ciudadanos», dice Patrick Seale, un importante experto británico en temas de Oriente Medio.

La alternativa es la muerte y la destrucción, los flujos de refugiados, el extremismo religioso, las minorías intranquilas y una comunidad internacional dividida. Todos esos elementos abonan el terreno para los perros de la guerra. Es hora ya de meterlos en cintura.

 Conn Hallinan es columnista en Foreign Policy In Focus. Pueden leerse sus trabajos en dispatchesfromtheedgeblog.wordpress.com y

[email protected]  

Fuente: http://www.counterpunch.org/2012/09/28/syria-and-the-dogs-of-war/