Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Shir Hever, un economista radical israelí, escribió recientemente un artículo en el que planteaba la siguiente cuestión: «¿Por qué Israel continúa ocupando a los palestinos?» Esa es una de las principales preguntas que se hace en su nuevo libro, una obra ambiciosa sobre la economía política de la ocupación.
Hever es un académico/activista de la izquierda israelí con una perspectiva coherentemente crítica sobre el estado de Israel. Como investigador del Centro de Información Alternativa en Jerusalén, puede disponer de gran cantidad de fuentes para este inmensamente bien documentado relato de las dinámicas económicas de la ocupación israelí. Proporciona una perspectiva histórica valiosísima, trazando la evolución experimentada desde 1967, cuando Israel amplió masivamente su ocupación sobre la tierra palestina. Aunque pueda resultar sorprendente teniendo en cuenta el tema de que se trata, el libro de Hever resulta bastante accesible para quienes no estén muy duchos en economía.
El análisis trata de abordar algunas preguntas importantes: ¿Por qué los palestinos de los Territorios Ocupados viven en tan terrible situación de pobreza? ¿Se beneficia Israel de la pobreza palestina? Si es así, ¿de qué manera? Entre los aspectos más destacables del libro es que Hever evita hábilmente caer en simplificaciones. Se centra sobre todo en «los aspectos económicos de las relaciones entre las autoridades israelíes y los palestinos ocupados», aunque señalando que se descuidan, frecuentemente, aspectos tan importantes como los militares y geopolíticos. Sin embargo, rechaza la idea simplista y reduccionista de que Israel trata de mantener su ocupación únicamente por factores económicos estrechamente concebidos. La realidad es más compleja. Insiste en que «sólo a partir de los beneficios no pueden explicarse las acciones de tantos actores que perpetúan o resisten la ocupación».
La desigualdad económica es un tema recurrente. Si bien es cierto que «determinados políticos y hombres de negocios palestinos son mucho más ricos que ciertos israelíes de las clases socioeconómicas más bajas», entre israelíes y palestinos subyace principalmente una desigualdad global. La pobreza más extrema se extiende por los Territorios Ocupados; se impide el desarrollo de la economía palestina en su conjunto como parte de un proceso más amplio de explotación y sometimiento.
Hever nunca pierde de vista el hecho de que está escribiendo sobre una parte del mundo que, aunque muy pequeña, es foco de una atención global inmensa. Israel es archiconocido por ser receptor de una suma inmensa de «ayuda exterior» estadounidense, mientras que para los muchos palestinos desesperadamente pobres se necesita una ayuda internacional de alcance muy distintp. La política israelí hacia Gaza ha consistido en «mantener constantemente a la Franja al borde de la catástrofe humanitaria», como política deliberada que persigue suprimir la resistencia y la auto-organización. Pero Hever hace también hincapié en las persistentes y esencialmente irracionales contradicciones de la política israelí, que están configurando las contradicciones y la irracionalidad tanto del capitalismo en general como de las particularidades de la ocupación.
Por ejemplo, aunque la ocupación es realmente ahora poco rentable desde el punto de vista de la economía y la sociedad israelí en su conjunto, hay muy específicos intereses militares y empresariales a los que les va muy bien con ella. Por lo demás, Israel permitió a veces en el pasado que aumentara en cierta medida el nivel de vida de los palestinos a fin de «hacerles más dóciles», para lanzar después «brutales ataques que destruyeron y siguen destruyendo toda la infraestructura necesaria para la supervivencia de la población palestina». A Israel le parece muy bien la ayuda internacional a los ocupados palestinos, porque así se alivia de alguna de sus responsabilidades. Pero después Israel erige toda una variedad de obstáculos ante esta ayuda, y en la actualidad está impidiendo que llegue a quienes va destinada.
Hever evita también abordar la economía de la ocupación como algo atemporal e inmutable. Más bien todo lo contrario: le ha fascinado descubrir cómo han ido evolucionando las relaciones económicas a lo largo de cuarenta años, o desde que se ocuparon la Franja de Gaza y Cisjordania, aunque en general es un desdichado relato de deterioro de las condiciones de vida de los ocupados palestinos. Después de 1967 hubo un período de relativa prosperidad, influido por el hecho de que Israel prefirió cultivar la cooperación palestina en vez de tratar de someterles violentamente. En esa etapa, el consentimiento fue más importante que la coerción. Sin embargo, Israel impidió que se desarrollara una economía palestina independiente y viable, asegurándose de que la población ocupada dependiera en gran medida de las importaciones israelíes, de las instituciones financieras israelíes y del empleo por parte de empresas israelíes. Hever escribe:
«Las autoridades israelíes suprimieron las fuentes locales palestinas de ingresos, convirtiendo en principal fuente de ingresos las remesas que enviaban los trabajadores palestinos que vivían en Israel, en los asentamientos judíos en los Territorios Palestinos Ocupados y en los Estados del Golfo.»
En la década de 1980 se produjo un cambio a peor. La caída de los precios del petróleo hizo que cayera la demanda de trabajadores emigrantes palestinos desde los Estados del Golfo. Un colapso en el mercado de valores israelí creó un sin fin de problemas para los trabajadores palestinos en Israel: disminución de los ingresos combinada con el endurecimiento de las condiciones de trabajo, acompañados de abusos y discriminación. El crecimiento de los asentamientos judíos dentro de los Territorios Ocupados supuso el saqueo de las tierras palestinas, dañando la economía local. Y la política israelí se fue haciendo más beligerante, alejándose de la búsqueda de consentimiento y acuerdo. Todos estos factores influyeron en el estallido de la primera intifada, el levantamiento combativo de los palestinos contra la opresión, que empezó en 1987.
Después se avanzó velozmente hacia el proceso de Oslo, que empezó en 1993. Un proceso que no hizo nada por la economía palestina; en efecto, hubo un retroceso en los niveles de vida, que fue el factor que (de nuevo) hizo brotar la resistencia con el comienzo de la segunda intifada en 2000. Un problema importante en esos años fue el cada vez mayor recorte de las oportunidades de empleo para los palestinos que buscaban trabajo dentro de Israel. La creciente pobreza y la discriminación alimentaron la amargura y la desilusión.
Un abismo se abrió durante los años de Oslo (1993-2000): mientras la economía israelí experimentó un auge, la economía palestina se contrajo. La pobreza y el desempleo crecieron entre los palestinos. Después de 2000, los niveles de vida cayeron aún más cuando los palestinos de Gaza y Cisjordania pasaron a depender cada vez más de la ayuda exterior para evitar el desastre humanitario. En Cisjordania, la Autoridad Palestina no ha logrado siquiera mejorar marginalmente las condiciones de la población local, pero ha actuado a menudo en connivencia con las políticas de la ocupación israelí. Neve Gordon se ha referido a menudo a esto, en un giro de frase evocador, como «la externalización de la ocupación de Israel a la Autoridad Palestina».
Hever subraya lo cara que resulta actualmente la ocupación, especialmente en términos del inmenso gasto que origina un complejo aparato de seguridad. Una valoración de los costes y beneficios de la ocupación llega a la conclusión de que hay tres grupos que pagan su mantenimiento: los ciudadanos israelíes (a través de los impuestos), los palestinos (a través de la explotación de mano de obra barata) y los EEUU (donando la «ayuda» que sostiene la frágil economía israelí). Pero también se cosechan beneficios. No supondrá sorpresa alguna saber que «tras los ataques del 11 de septiembre de 2001, se produjo un rápido aumento en el mercado de valores y negocios del sector de vigilancia militar de la economía israelí». Las grandes compañías internacionales petroleras, los fabricantes de armas y la industria de la «seguridad» han conseguido todos sustanciosos beneficios de la ocupación.
En un sentido más general, la ocupación y las políticas israelíes de estos últimos años han demostrado ser excelentes para hacer negocios: «Las políticas neoliberales del gobierno israelí posibilitaron que las grandes compañías obtuvieran altos beneficios con reglamentaciones e impuestos mínimos, compraran muy baratos activos del gobierno mientras éste se abocaba a toda prisa a la privatización. Aquellos que se benefician de la crisis israelí no tienen interés alguno en resolverla».
En su conclusión, Hever esboza las características de una solución con dos estados y una solución con un estado, examinando específicamente las dimensiones económicas de la cuestión. Y se inclina firmemente hacia la solución de un estado, i.e. un único estado laico y democrático que abarque a la totalidad de la Palestina histórica. Se muestra realista frente a los problemas y expone que al menos se debería crear el marco y herramientas necesarias para poder hacer frente a muchas de las actuales injusticias económicas.
También alaba los esfuerzos del movimiento por el boicot internacional, señalando como un precedente importante el movimiento antiapartheid en relación a Sudáfrica. Puede resultar eficaz porque el sector empresarial israelí depende en gran medida del comercio internacional. El movimiento del boicot es vital para trabajar por «la sustitución del sistema represor existente por un estado democrático que represente a todos los que viven en la zona actualmente controlada por Israel».
Shir Hever: «The Politican Economy of Israel’s Occupation: Repression Beyond Exploitation» (Pluto Press, 2010), 240 pág.
Fuente: