Traducido del inglés para Rebelión por J. M.
Niños palestinos encienden velas en conmemoración de su antiguo hogar, la torre nº 4 en Zafer. Antes fue un edificio de apartamentos de 11 pisos, en la ciudad de Gaza, 11 de septiembre de 2014 (Foto: Wissam Nassar / The New York Times)
Apenas unos días antes de las siete semanas de asedio de Gaza en julio y agosto, que dejó unos 2.000 palestinos muertos, 11.000 heridos y 100.000 personas sin hogar, la legisladora israelí Ayelet Shaked, veterana funcionaria del partido Hogar Judío, que forma parte de la coalición que gobierna en Israel, publicó en Facebook que «todo el pueblo palestino es el enemigo… incluidos los ancianos y las mujeres, sus ciudades y sus pueblos, sus bienes y su infraestructura». El mensaje continuaba diciendo que «detrás de cada terrorista hay decenas de hombres y mujeres, sin los cuales no habría podido participar el terrorismo. Todos ellos son combatientes enemigos y la sangre caera sobre sus cabezas. Ahora esto también incluye a las madres de los mártires, que los envían al infierno con flores y besos. Ellas deben seguir a sus hijos, nada sería más justo. Deben ir, como así también sus viviendas en ´las que plantaron las serpientes. De lo contrario criarán más serpientes en ellas».
La página de Shaked en Facebook se compartió más de 1.000 veces y consiguió cerca de 5.000 «me gusta». Unas semanas después, el 1 de agosto, The Times of Israel publicó un artículo de opinión de Yohanan Gordan titulado «Cuando se aprueba el genocidio». Gordan afirmó que «tendrá que llegar un momento en el que Israel se sienta lo suficientemente amenazado como para no tener otra opción más que desafiar las advertencias internacionales». Continuaba: «¿Qué otra manera hay entonces para hacer frente a un enemigo de esta naturaleza que no sea el exterminio completo? El primer ministro Benjamin Netanyahu declaró al comienzo de la incursión que su objetivo era restablecer una tranquilidad sostenible para los ciudadanos de Israel… Si los líderes políticos y expertos militares determinan que la única manera de lograr su objetivo de mantener la calma es con un genocidio, entonces este es admisible para cumplir esa meta».
Haciéndose eco de estos sentimientos, el vicepresidente del parlamento israelí Moshe Feiglin, miembro del Partido Likud de Netanyahu, instó al ejército israelí a matar a los palestinos de Gaza de manera indiscriminada y a utilizar todos los medios posibles para que se marchen. «Sinaí no está lejos de Gaza y pueden marcharse. Este será el límite de los esfuerzos humanitarios de Israel», dijo Feiglin. «El ejército israelí conquistará toda la Franja utilizando todos los medios necesarios para minimizar cualquier daño a nuestros soldados, sin otras consideraciones… A la población enemiga que es inocente de malas prácticas y se separó de los terroristas armados se la tratará de conformidad con el derecho internacional y se le permitirá salir».
Estas convocatorias de limpieza étnica y genocidio están aumentando en frecuencia. El clima político en Israel ha seguido desplazándose tan bruscamente a la derecha en los últimos años que un discurso fascista es ahora palpable en la vida cotidiana del país. En agosto, en Tel Aviv, algunos manifestantes de extrema derecha que golpeaban a los izquierdistas que se manifestaban contra el asedio de Gaza, vestían camisetas con símbolos y fotos neonazis, incluyendo camisetas con el lema Good night left side (Buenas noches, «lado izquierdo»), un eslogan neonazi popular en Europa en conciertos de rock con bandas de extrema derecha, como una respuesta a la consigna antifascista original: Good night white pride (buenas noches, «orgullo blanco»). Casi la mitad de la población judía de Israel apoya una política de limpieza étnica de los palestinos y la mayoría de la población apoya la anexión completa de los territorios ocupados y el establecimiento de un Estado de apartheid, según una encuesta de 2012.
El temor del crecimiento del fascismo en Israel llevó a 327 sobrevivientes, descendientes de los sobrevivientes y víctimas del genocidio nazi judío a publicar una carta abierta en The New York Times el 25 de agosto expresando alarma por «la extrema deshumanización racista de los palestinos en la sociedad israelí, que ha alcanzado un punto de inflexión». La carta continuaba: «Debemos elevar nuestras voces colectivas y usar nuestro poder colectivo para poner fin a todas las formas de racismo, incluido el genocidio en curso del pueblo palestino».
El proyecto sionista puede haberse fundado -ahora lo sabemos por la cantidad de estudios históricos que han surgido en los últimos años- en la limpieza étnica sistemática y el terrorismo contra los palestinos. El artículo II de la Convención de la ONU de 1948 define el genocidio como «actos cometidos con la intención de destruir total o parcialmente un grupo nacional, étnico, racial o religioso». No hay duda de que estamos viendo la actividad pregenocida de Israel en Palestina. ¿Cuáles son las raíces estructurales subyacentes en la economía política israelí que provocan tales presiones genocidas?
Para responder a esta pregunta tenemos que dar un paso atrás unos años para centrarnos en los cambios estructurales más grandes asociados a la globalización capitalista y la integración de Israel y el Medio Oriente en el nuevo orden mundial. La globalización de Oriente Medio a partir de finales del siglo XX cambió radicalmente la estructura social de Israel y la economía política de su proyecto colonial. La reestructuración a la luz de la globalización capitalista ha provocado un cambio importante con respecto a los palestinos en ese proyecto y las condiciones que hacen que sea más fácil el crecimiento en la derecha israelí del espectro del genocidio.
Oslo y la globalización de Israel
La rápida globalización de Israel a partir de finales de 1980 coincidió con las dos intifadas (levantamientos) palestinas y con los Acuerdos de Oslo, que se negociaron desde 1991 a 1993 y naufragaron en los años siguientes. Las elites transnacionales habían argumentado que como la Guerra Fría hundió la economía capitalista global emergente que no se pudo estabilizar y debió asegurarse la acumulación de capital transnacional en medio de los violentos conflictos regionales en todo el mundo, entonces comenzaron a presionar por la agenda de «resolución de conflictos» o la solución negociada de los conflictos agudos regionales, desde América central hasta el sur de África. Respaldados y empujados por los Estados Unidos y las élites transnacionales, así como por poderosos grupos capitalistas israelíes, los gobernantes de Israel entraron en negociaciones con los líderes palestinos en la década de 1990, en gran parte como respuesta a la escalada de la resistencia palestina en la forma de la primera Intifada (1987-1991). El proceso de Oslo se puede ver como una pieza clave en el rompecabezas político provocado por la integración de Oriente Medio en el sistema capitalista global emergente (una integración que también constituye el telón de fondo estructural de la primavera árabe, aunque esa es otra historia).
Los Acuerdos de Oslo, firmados en 1993, concedieron cierta autonomía a la Autoridad Palestina (AP) sobre los bantustanes en los territorios ocupados dentro de lo que se suponía un período de transición de cinco años en los que las negociaciones continuarían hasta llegar al «estatuto final» de los temas en cuestión, entre ellos el estatuto de los refugiados (y su derecho a regresar), Jerusalén, el agua, las fronteras definitivas y una retirada total de Israel de los territorios ocupados. Sin embargo, durante el período de Oslo (1991 a 2003, cuando el proceso finalmente se rompió por completo), la ocupación israelí de Cisjordania y Gaza se intensificó en gran medida. ¿Por qué se quebró el «proceso de paz»?
Hasta que despegó la globalización, a mediados de la década de 1980, la relación de Israel con los palestinos reflejaba el colonialismo clásico, en el que el poder colonial había usurpado la tierra y los recursos de los colonizados y luego los explotaba laboralmente.
En primer lugar, el proceso no estaba destinada a resolver la difícil situación de la mayoría palestina desposeída, sino a integrar a una élite palestina emergente en el nuevo orden mundial y dar a esa élite una participación en la defensa de ese orden y para que asumiera el papel de la vigilancia interna de las masas palestinas en los territorios ocupados. Se ha demostrado, de hecho, que la formación de clases en Palestina durante ese tiempo implicaba el aumento de los capitales transnacionales palestinos para integrarlos con capitales del Golfo en otros lugares y con la esperanza de convertir un nuevo Estado palestino en una plataforma para su propia consolidación de clase. Se esperaba que la AP sirviera para mediar en la acumulación de capital transnacional en los territorios ocupados, manteniendo el control social sobre la población inquieta.
En segundo lugar, la economía israelí globalizada está basada en un complejo militar y de seguridad de alta tecnología cuya importancia se pondrá de manifiesto momentáneamente. Se produjo una compenetración cada vez más profunda del capital israelí con el capital corporativo transnacional de América del norte, Europa, Asia y otros lugares. En efecto, el capital israelí se ha integrado estrechamente en los circuitos globales de capital. Oslo ayudó a lo largo de este proceso, facilitando una presencia capitalista transnacional israelí en todo el Medio Oriente y más allá, en parte, al permitir que los regímenes árabes conservadores levantasen el boicot económico regional de Israel y en parte por la apertura de negociaciones para la creación de un Área de Libre Comercio de Oriente Medio (TLCUE) que inserta la economía israelí en las redes económicas regionales (a lo largo, por ejemplo, de Egipto, Turquía y Jordania) y se integra toda la región mucho más profundamente en el capitalismo global.
Y en tercer lugar, muy relacionado, Israel experimentó un episodio de mayor inmigración transnacional, incluida la afluencia de cerca de 1 millón de inmigrantes judíos, que minó la necesidad de Israel de mano de obra palestina durante la década de 1990, aunque esto cambiaría más tarde en el siglo XXI.
Hasta que la globalización despegó a mediados de la década de 1980, la relación de Israel con los palestinos reflejaba el colonialismo clásico, en el que el poder colonial había usurpado la tierra y los recursos de los colonizados y luego explotaba su fuerza de trabajo. Pero la integración del Medio Oriente en la economía global y la sociedad sobre la base de la reestructuración económica neoliberal, incluida la bien conocida letanía de medidas como la privatización, la liberalización del comercio, la supervisión del Fondo Monetario Internacional de la austeridad y los préstamos del Banco Mundial, ayudó a provocar la propagación de las presiones de las masas de trabajadores y de los movimientos sociales y la democratización de las bases, que se refleja en las intifadas palestinas, el movimiento obrero a través del norte de África y el malestar social, que se hicieron más visibles en las revueltas árabes del 2011. Esta ola de resistencia forzó una reacción por parte de los gobernantes israelíes y sus aliados estadounidenses.
La globalización convierte a los palestinos en «la humanidad sobrante»
La economía israelí sufrió dos oleadas de reestructuración a medida que se fue integrando en el capitalismo global, como Nitzan y Bichler muestran en su estudio, The Global Political Economy of Israel. La primera, en los años 1980 y 1990, fue una transición de la agricultura tradicional y la economía industrial hacia otra basada en la informática y la tecnología de la información (TIC), alta tecnología de las telecomunicaciones, la tecnología de las redes y así sucesivamente. Tel Aviv y Haifa se convirtieron en «puestos de avanzada de Oriente Medio» de Silicon Valley. En el año 2000, un total del 15% del PBI de Israel y la mitad de sus exportaciones se originó en el sector de alta tecnología.
Israel se ha globalizado específicamente a través de la militarización de alta tecnología de su economía.
Luego, desde 2001 en adelante, y sobre todo a raíz del desastre en el año 2000 de las empresas que comercializan por internet y la recesión a nivel mundial, seguido por los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 y la rápida militarización de la política mundial, se produjo en Israel otro giro más hacia un «complejo global de las tecnologías militar, de seguridad, inteligencia y vigilancia contra el terrorismo». Israel ha sido la patria de las empresas pioneras de tecnología en la llamada industria de la seguridad. De hecho, la economía de Israel se ha globalizado específicamente a través de la alta tecnología militar. Los institutos de exportación israelíes estiman que en 2007 había cerca de 350 empresas transnacionales israelíes dedicadas a los sistemas de seguridad, de inteligencia y de control social que se situaron en el centro de la nueva economía política israelí.
«Las exportaciones de Israel relacionadas con los productos y servicios de lucha contra el terrorismo aumentaron un 15% en 2006 y se preveía que creciera un 20% en 2007, por valor de 1,2 millones de dólares anuales», señaló Naomi Klein en su ensayo La doctrina del Shock. «En 2006, las exportaciones de defensa del país alcanzaron un récord de 3.400 millones de dólares (en comparación con 1.600.millones de dólares en 1992), lo que hace de Israel el cuarto traficante de armas del mundo, por delante del Reino Unido. Israel tiene más acciones tecnológicas que cotizan en la bolsa de Nasdaq -muchas de ellas relacionados con la industria de la seguridad- que cualquier otro país extranjero, y tiene más patentes de alta tecnología registradas en los EE.UU. que China e India juntas. El 60% del total de las exportaciones de Israel está relacionado con la tecnología, y en mayor parte, con la industria de la seguridad».
En otras palabras, la economía israelí vino a alimentarse de la violencia local, regional y mundial, los conflictos y las desigualdades. Sus principales empresas han pasado a depender de la guerra y el conflicto en Palestina, en el Medio Oriente y en todo el mundo, y fomenta dichos conflictos a través de su influencia en el sistema político israelí y el Estado. Esta acumulación militar es característica también de los Estados Unidos y toda la economía mundial globalizada. Vivimos cada vez más en una economía de guerra mundial y ciertos estados, como los Estados Unidos e Israel, son engranajes claves de esta maquinaria. La acumulación de militarismo para controlar y contener a los oprimidos y marginados y para sostener la acumulación en la crisis se prestan a las tendencias políticas fascistas o lo que algunos de nosotros hemos denominado «el fascismo del siglo XXI».
La población palestina de los territorios ocupados constituye hasta la década de 1990, una fuerza de trabajo barata para Israel. Pero con incentivos israelíes a la inmigración de judíos de todo el mundo y el colapso de la antigua Unión Soviética, una gran afluencia de asentamiento judío se ha producido en los últimos años, incluyendo 1 millón de judíos soviéticos, a menudo ellos mismos desplazados por la reestructuración neoliberal postsoviética. Además, la economía israelí comenzó a convocar mano de obra inmigrante transnacional de África, Asia y otros lugares, ya que el neoliberalismo produjo crisis con millones de desplazados de las antiguas regiones del Tercer Mundo.
El surgimiento de nuevos sistemas de movilidad laboral transnacional y la contratación han hecho posible que los grupos dominantes de todo el mundo reorganicen los mercados de trabajo y recluten fuerzas laborales transitorias privadas de sus derechos y fáciles de controlar. Si bien este es un fenómeno mundial, se convirtió en una opción particularmente atractiva para Israel, ya que elimina la necesidad de mano de obra palestina políticamente problemática. Más de 300.000 trabajadores inmigrantes procedentes de Tailandia, China, Nepal y Sri Lanka ahora forman la fuerza de trabajo predominante en la agroindustria de Israel, de la misma manera que la mano de obra inmigrante mexicana y centroamericana es en la agroindustria estadounidense y en las mismas precarias condiciones de superexplotación y discriminación. El racismo que muchos israelíes han demostrado hacia los palestinos -en sí mismo un producto de la relación colonial- ahora se ha traducido en una creciente hostilidad hacia los inmigrantes en general, ya que el país se convierte en una sociedad totalmente racista.
Como la inmigración ha eliminado la necesidad de Israel de mano de obra barata palestina, esta se convirtieron en una población marginal sobrante. «Antes de la llegada de los refugiados soviéticos, Israel no podía prescindir ni por un momento de la población palestina de Gaza o Cisjordania; su economía no habría podido sobrevivir sin la mano de obra palestina así como California no podría funcionar sin los mexicanos», Klein ha señalado. «Alrededor de 130.000 palestinos abandonaban sus hogares en Gaza y Cisjordania cada día y llegaban a Israel para limpiar las calles y construir carreteras, mientras que los agricultores y comerciantes palestinos llenaban camiones de mercancías y las vendían en Israel y en otras partes de los territorios».
No es de extrañar, entonces, que precisamente en 1993 -el año en que se firmaron y entraron en vigor los Acuerdos de Oslo- Israel impusiera su nueva política, conocida como de «clausura», es decir, el confinamiento de los palestinos en los territorios ocupados , la limpieza étnica y una fuerte escalada de los asentamientos En 1993, el año en que comenzó la política de «clausura», la renta per cápita en los territorios ocupados se desplomó un 30%. En 2007 las tasas de desempleo y pobreza llegaban al 70%. De 1993 a 2000, supuestamente el año en el que ya se estaría implementando un acuerdo de «paz» que exigía el fin de la ocupación israelí y el establecimiento de un estado palestino, los colonos israelíes en Cisjordania se duplicaron a 400.000, luego a medio millón en 2009 y siguen aumentando. La desnutrición aguda en Gaza está en la misma escala que algunas de las naciones más pobres del mundo, con más de la mitad de las familias palestinas ingiriendo sólo una comida al día. A medida que los palestinos fueron expulsados de la economía israelí, las políticas de clausura y la ampliación de la ocupación destruyeron a su vez la economía palestina.
El colapso de los Acuerdos de Oslo y la farsa de las negociaciones de «paz» en curso, en medio de una ocupación israelí cada vez mayor puede presentar un dilema político a las élites transnacionales y algunos de sus homólogos israelíes que desean encontrar mecanismos para el desarrollo y cooptación de las elites palestinas y los grupos capitalistas. Visto desde la lógica de los sectores dominantes del capital militarizado incrustado en la economía israelí e internacional, esta situación no constituye una trágica pérdida de oportunidad para la resolución de conflictos, sino más bien una oportunidad de oro para expandir la acumulación de capital para desarrollar y comercializar armas y sistemas de seguridad en todo el mundo a través del uso de la ocupación y la población palestina en cautiverio como objetivos de ataque y de pruebas en terreno.
Una vez que atravesamos las cortinas de humo ideológicas y la retórica, son estos poderosos intereses económicos los que han llegado a ejercer una influencia decisiva sobre la política del Estado de Israel. «La rápida expansión de la economía por la alta tecnología de seguridad creó un poderoso apetito dentro de los sectores ricos y poderosos de Israel para el abandono de la paz a favor de la lucha por una continua expansión de la ‘guerra de terror’, observó Klein hace varios años «así como una estrategia clara para reenmarcar su conflicto con los palestinos no como una batalla en contra de un movimiento nacionalista con metas específicas sobre la tierra y los derechos, sino más bien como parte de la guerra global contra el terrorismo, como si fuera una guerra contra las fuerzas fanáticas e ilógicas basadas únicamente en objetivos de destrucción».
En un artículo de opinión en el año 2009 titulado «Israel sabe que la paz no es rentable» publicado en el Haaretz, el «periódico israelí de referencia», Amira Hass, una de las pocas voces críticas valientes en los medios de comunicación israelíes, comentó que «la industria de la seguridad es una importante rama de exportación, armas, munición y mejoras que se ponen a prueba todos los días en Gaza y Cisjordania… la protección de los asentamientos requiere el desarrollo constante de la seguridad, la vigilancia y la disuasión con equipos como cercas, retenes, cámaras de vigilancia electrónica y robots». Hass continúa «Estos son vanguardia de la seguridad en el mundo desarrollado y sirven para los bancos, empresas y barrios de lujo al lado de barrios de chabolas y los enclaves étnicos donde hay que suprimir las rebeliones».
La sociología del racismo y el genocidio: De Ferguson a los Territorios Ocupados
La sociología de las relaciones étnicas/raciales identifica tres tipos distintos de estructuras racistas, es decir, las relaciones estructurales entre los grupos dominantes y las minorías. Una es lo que se ha llamado «minorías intermediarias». En esta estructura, el grupo minoritario tiene una relación de mediación entre el dominante y los grupos subordinados. Esta ha sido históricamente la experiencia de los comerciantes chinos de ultramar en Asia, de los libaneses y sirios en el África occidental, los indios en el este de África, los mestizos en Sudáfrica y los judíos en Europa. Cuando las «minorías intermediarias» pierden su función a medida que cambian las estructuras, pueden ser absorbidas por el nuevo orden o pueden ser convertidos en chivos expiatorios e incluso abocados al genocidio.
Los judíos ocuparon históricamente este papel de «minoría de intermediarios» en la Europa feudal y el capitalismo temprano. La estructura de la Europa feudal asignó a los judíos ciertas funciones vitales para la expansión de la sociedad feudal europea. Estas incluían la gestión del comercio a larga distancia y los préstamos de dinero. Dichas actividades fueron proscritas por la Iglesia Católica y no eran una parte normal de la relación señor-siervo en el corazón del feudalismo, sin embargo eran vitales para el mantenimiento del sistema. Como el capitalismo se desarrolló en los siglos XIX y XX, nuevos grupos capitalistas asumieron las funciones del comercio y la banca, por lo que el papel de los judíos resultó superfluo para las nuevas clases dominantes. Como resultado, los judíos en Europa cayeron bajo intensas presiones a medida que el capitalismo se iba desarrollando y, eventualmente, sufrieron el genocidio, como chivo expiatorio de las dificultades del capitalismo. La pérdida de su papel económico previamente vital, la crisis mundial de 1930 y la ideología del programa nazi.
Un segundo tipo de estructura racista es lo que llamamos «la superexplotación y/o desorganización de la clase obrera». Esta es una situación en la que el sector racial subordinado y oprimido dentro de la clase explotada ocupa los peldaños más bajos de la economía y la sociedad en particular dentro de una clase obrera racial o étnicamente estratificada. Lo que es clave aquí es que la labor del grupo subordinado -es decir, sus cuerpos, su existencia- es necesaria para el sistema dominante, incluso si el grupo experimenta la marginación cultural y social y la privación de derechos políticos. Esta fue la experiencia histórica posesclavitud de los afroamericanos en los Estados Unidos, así como la de los irlandeses en Gran Bretaña, los latinos actualmente en los Estados Unidos, los indios mayas en Guatemala, los africanos en Sudáfrica bajo el apartheid y así sucesivamente. Estos grupos están a menudo subordinados social, cultural y políticamente, ya sea de facto o de jure. Representan el sector de los superexplotados y discriminados, laborales, raciales y étnicamente divididos y situados en las clases populares. Esta fue la experiencia de los palestinos en la economía política israelí hasta hace poco tiempo y en las circunstancias únicas de Israel y Palestina en el siglo XX.
La estructura racista final es la exclusión y la apropiación de los recursos naturales. Esta es una situación en la que el sistema dominante necesita los recursos del grupo subordinado, pero no su trabajo -ni sus cuerpos, ni su existencia física-. Esta es la estructura racista que lo más probable es que conduzca a un genocidio. Fue la experiencia de los nativos americanos en América del Norte. Los grupos dominantes necesitaron sus tierras, pero no su trabajo o sus cuerpos, ya que los esclavos africanos y los inmigrantes europeos proporcionaron la mano de obra necesaria para el nuevo sistema, y por lo tanto fueron víctimas del genocidio. Ha sido la experiencia de los grupos indígenas de la Amazonía. Allí se descubrieron en sus tierras nuevos y enormes recursos minerales y energéticos. Y sin embargo y literalmente, aunque no se los necesita, interponen sus cuerpos en el camino del capital transnacional a los recurso. Así y todo, actualmente hay presiones para activar el genocidio.
Esta es la condición más reciente que los afroamericanos enfrentan en los Estados Unidos. Muchos afroamericanos pasaron de estar en el sector de los superexplotados de la clase obrera a la marginación cuando los empleadores cambiaron la mano de obra explotada afroamericana por la de los inmigrantes latinos que pasaron a ser los superexplotados. Como los afroestadounidenses en cantidad significativa pasaron a estar estructuralmente marginados, son objeto de una creciente privación de sus derechos, de criminalización, de la falsa «guerra contra las drogas», de encarcelamiento masivo y del terror de la policía y del Estado. Son vistos por el sistema como necesarios para controlar una innecesaria y potencialmente rebelde población.
Ahora, igual que los nativos americanos antes que ellos -y a diferencia de los sudafricanos negros- los cuerpos palestinos ya no son necesarios y simplemente están en el camino del Estado sionista, de los grupos dirigentes, los colonos y los aspirantes a colonos que necesitan recursos palestinos, específicamente la tierra, pero no a los palestinos. Para estar seguros, aunque los trabajadores palestinos se están eliminando de la economía israelí, miles de palestinos de Cisjordania todavía trabajan en Israel. Los inmigrantes judíos rusos y otros que sustituyeron la mano de obra palestina en Israel en la década de 1990, continuaron en los años siguientes confiando en su propio privilegio racial para ingresar en la clase media israelí, ya que no quieren ocupar puestos de trabajo relacionados con los árabes. Y así sucedió que los africanos, asiáticos y otros inmigrantes del sur globalizado continuaron llegando a Israel. Este cambio de rumbo para pasar a ser «la humanidad excedente» parece estar más avanzado para los habitantes de Gaza, que permanecen bloqueados y relegados al campo de concentración en que Gaza se ha convertido. Los palestinos de Gaza aparecen como el primer grupo que enfrenta el tormento del genocidio.
Los sionistas y los defensores del Estado de Israel toman como una gran ofensa cualquier analogía entre los nazis y las acciones del Estado de Israel, incluida la acusación de genocidio, en parte debido a que el Holocausto judío es utilizado por el Estado de Israel y el proyecto sionista político como mecanismo de legitimación, por lo que hablar de estas analogías es socavar el discurso legitimador de Israel. Es crucial señalar esto, porque ese discurso ha llegado poco a poco a legitimar las políticas o las propuestas israelíes en curso que demuestran una similitud cada vez más alarmante con otros ejemplos históricos de genocidio.
El notable historiador israelí Benny Morris, profesor de la Universidad Ben Gurion del Negev, que se identifica estrechamente con Israel, dio una larga entrevista al periódico Haaretz en 2004, donde se refirió al genocidio de los nativos americanos en lo que es hoy los Estados Unidos con el fin de sugerir que el genocidio puede ser aceptable. Dijo en la entrevista «incluso la gran democracia estadounidense no pudo haber sido creadao sin la aniquilación de los indios. Hay casos en los que el bien final global justifica actos agresivos y crueles que se cometen en el curso de la historia». A continuación, pasó a pedir por la limpieza étnica de los palestinos, diciendo, «hay que construir para ellos algo parecido a una jaula. Sé que suena terrible. Es realmente cruel. Pero no hay otra opción. Hay un animal salvaje al que hay que encerrar de una forma u otra».
Las opiniones de Morris no representan un consenso dentro de Israel, mucho menos en el ámbito internacional y hay múltiples divisiones, puntos de tensión y contradicciones entre las elites israelíes y transnacionales. También hay un ascendente movimiento mundial de boicot, desinversión y sanciones (BDS) que pone presión sobre los grupos dominantes para llegar a un acuerdo en defensa de sus propios intereses económicos. Este es un momento impredecible. Haya o no presiones estructurales para el genocidio, en realidad la materialización del proyecto de genocidio dependerá de la coyuntura histórica de la crisis, de las condiciones políticas e ideológicas que hacen del genocidio una posibilidad y un agente del Estado con los medios y la voluntad para llevarlo a cabo. Un genocidio a cámara lenta al parecer ya ha comenzado en Gaza, donde ha habido asedios israelíes durante un mes cada pocos años que dejan varios miles de muertos, decenas de miles de heridos, cientos de miles de desplazados y a toda la población privada de las condiciones básicas de la vida, con el asombroso consenso público israelí que apoya estas campañas. Estas condiciones generales para un proyecto de genocidio están lejos de la materialización, pero ciertamente se están filtrando en este momento. Corresponde a la comunidad internacional luchar al lado de los palestinos y los israelíes decentes para evitar tal resultado.
Me gustaría dar las gracias a Yousef Baker y Maryam Griffin por sus comentarios y sugerencias a los borradores anteriores de este artículo.
William I. Robinson es profesor de sociología, estudios globales y estudios latinoamericanos en la Universidad de California en Santa Bárbara. Su libro más reciente es Global Capitalism and the Crisis of Humanity.