El artículo Oposición responsable versus crispación en términos de rentabilidad electoral, de la profesora de la Universidad Complutense de Madrid, Teresa Mata López, realiza unas reflexiones sobre 3 momentos recientes de nuestra historia. Me parecen muy interesantes y certeras, a las que incorporaré otras mías, así como datos para reafirmar su argumentación.
Numerosos trabajos, empezando ya por Dahl en 1966, han analizado la actuación parlamentaria de la oposición en las democracias occidentales, que tiene dos opciones. La del conflicto para marcar las diferencias con respecto al gobierno, y la de la cooperación, motivada por el deseo de participar e influir en las decisiones políticas.
Si nos centramos en la actitud en la oposición del PP en nuestra democracia, observamos tres momentos claros en los que no sólo imposibilitó el consenso, sino que eligió, como han corroborado muchos, la crispación. Y la estamos constatando en los momentos actuales. El objetivo es muy claro, avivar el conflicto para mantener la tensión e instaurar un clima político y social irrespirable.
Así ocurrió en la última legislatura de González (1993-1996), en la primera de Rodríguez Zapatero (2004-2008) y en los gobiernos de Sánchez, el de después de la moción de censura y el posterior a las elecciones del 20-N en 2019. En estos tres periodos el PP ha desarrollado desde la oposición una estrategia que puede definirse como la búsqueda del enfrentamiento en cuestiones políticas fundamentales, mediante una campaña de destrucción del adversario político basada en la ofensa y en el insulto, así como en la exageración y el alarmismo. De manera que no sólo se niega la legitimidad de las acciones del adversario, sino también la del propio adversario, visto como enemigo.
Durante el último gobierno de González, tras varios escándalos de corrupción económica y de guerra sucia con ETA, los ataques desde la oposición se centraron en la corrupción, la economía, la política antiterrorista y la capacidad del Gobierno. Pero en cuanto a la política antiterrorista, las críticas no se circunscribieron a los casos de guerra sucia, sino que hubo otras medidas, como las políticas de reinserción (empleadas posteriormente por los gobiernos populares), que generaron si cabe aún mayores críticas por parte del PP, que contó con el apoyo mediático.
Lo podemos constatar en la revista Tiempo, de 23 de febrero de 1998, que lleva en portada la imagen desafiante de un Luis María Anson que mira al lector con gesto altivo. Aquella fotografía y el titular que le dedica la revista, La confesión, suponen un verdadero golpe de efecto incontrolado, que vuelve a poner al periodista en el centro del debate político y mediático.
Anson concedió una larga entrevista al periodista Santiago Belloch, hermano del ex ministro Juan Alberto Belloch, en la que cuenta y destripa las intrigas de varios periodistas para acabar con Felipe González mediante una operación en la que, dice textualmente dando la razón al ex presidente socialista, «se rozó la estabilidad del Estado». «González ganó tres elecciones por mayoría absoluta y volvió a ganar la cuarta cuando todo indicaba que iba a perder». «Hubo que elevar la crítica hasta extremos que a veces afectaron al propio Estado. González bloqueaba algo vital en una democracia: la alternancia. Si llega a ganar las elecciones del 96, con la bonanza económica no hubiera habido quien lo echase hasta el 2004. No salimos de 40 años de Franco para entrar en 30 años de González».»La capacidad, de comunicación, la fuerza política, la habilidad extraordinaria que tuvo siempre González», «hizo darse cuenta a muchas personas, que era preciso que concluyera su etapa. Como los ataques a González, muy fuertes en el 92-93, no terminaron con él, (…) vimos que era necesario elevar el listón de la crítica. Entonces se buscó ese mundo de las irregularidades, de la corrupción… No había otra manera de quebrantar a González». «Aun así, perdió las elecciones por menos de 300.000 votos… (…) A pesar de haber lanzado contra él una de las mayores ofensivas que se hayan desencadenado contra un político».
En el primer gobierno de Zapatero, en uno de los momentos de mayor debilidad de ETA hasta la fecha, la crispación estuvo centrada en la política antiterrorista y la política territorial, hasta entonces dos supuestas cuestiones de Estado, alcanzando unas cotas de enfrentamiento, incluso mayores que las registradas bajo el último Gobierno de González. M. Rajoy a ZP: «Usted está traicionando a los muertos y vigorizando una ETA ya moribunda».
Y el mismo recogiendo firmas contra el Estatuto de Cataluña, así como el recurso de inconstitucionalidad contra el Estatuto de Cataluña, que había sido aprobado por cerca del 90% de los parlamentarios catalanes, había sido llevado y revisado por las Cortes en Madrid y posteriormente ratificado en referéndum por el electorado catalán. Mas, a Rajoy no le importó, a pesar de algunas advertencias muy claras, como la de una institución de la derecha catalana, el Círculo Ecuestre, cuyo presidente Manuel Carreras, le manifestó a Rajoy unas palabras muy duras: “No nos gusta ver al PP en los extremismos, se debe evitar la fractura entre Cataluña y España, aunque le reporte votos en otros lugares”.
Lo mismo que a González a Zapatero se le atacó brutalmente desde la prensa, cuyas cabezas más representativas fueron Federico Jiménez Losantos, Luis Herrero, Cesar Vidal desde la COPE en programas como La Linterna o La Mañana.
Durante los gobiernos de Pedro Sánchez los ataques por parte del PP-se han incorporado VOX y el moribundo Cs- se han circunscrito en su mayoría al terrorismo y a la cuestión catalana, acusando a los socialistas, una vez más, de querer romper España. Ahora con la oposición a la reforma del delito de sedición, la malversación, sobre algunos problemas de la Ley “Solo sí, es sí”.
Como también por parte de la derecha judicial que ha paralizado la labor legislativa en las Cortes Generales, atrincherada en el Consejo General del Poder Judicial y el Tribunal Constitucional. De ello, hay un claro responsable: el Partido Popular y muy especialmente su líder Alberto Núñez Feijóo, que hace un par de meses se rindió al ala más extrema de su partido haciendo detonar un pacto con el gobierno que tenía como finalidad –ni más ni menos– cumplir con la Carta Magna.
Primero fue Casado en esa estrategia de afirmar que no se podía pactar nada con un gobierno ilegítimo y ahora es Feijóo con la excusa de la tramitación de las leyes de sedición y malversación. Mañana será porque llueve, luego porque hace frío, o por haber perdido España en el Mundial.
Y el exdirector de Correos tiene la desfachatez de aducir que el recurso ante el TC es para defender la democracia. Hace falta tener la cara más dura que el cemento armado. Ya vale. Ya está bien. Uno ya está harto de que nos tomen por imbéciles. Y con eso no quiero insultar a los miles, cientos de miles de compatriotas que se tragan todos los días la basura que la derecha y la ultraderecha vierten sobre nuestras cabezas, con el apoyo mediático de los Herrera, Quintana, Griso, Vallés, Marhuenda…. ¡Vaya periodismo que tenemos en España! La estrategia de crispar, mentir sin sonrojarse, lanzar hipótesis catastróficas y memes constantes está haciendo que una parte del país viva en un constante estado de excitación esperando que llegue o un movimiento sísmico o la justicia divina caiga sobre la cabeza del actual gobierno.
El nivel de crispación que se ha instalado en la sociedad española es de tal calibre que puede explotar en cualquier momento. Me recuerda la primavera de 1936. Un artículo del historiador Eduardo Fernández Calleja, Los discursos catastrofistas de los líderes de la derecha y la difusión del mito del ‘golpe de Estado comunista’ describe los acontecimientos de 1936 entre febrero, con el triunfo del Frente Popular y julio, con el golpe militar. Sorprenden las similitudes de la actuación de la derecha política y mediática de entonces con la actual.
Durante la primavera de 1936, los voceros de las distintas formaciones de derechas, José María Gil Robles y, sobre todo, José Calvo Sotelo, en connivencia con la prensa monárquica, como el ABC o El Debate, señalaron la ilegitimidad del gobierno republicano surgido de las elecciones de febrero, cuestionando primero los resultados electorales del triunfo del Frente Popular, y luego denunciando dos aspectos clave e íntimamente relacionados en la mentalidad del conservadurismo español de los años treinta: su incapacidad para resolver el problema del orden público, que fue sobredimensionado por las derechas, y su papel como antesala de una acción revolucionaria de tipo comunista, pura invención de las derechas. Estos procesos de encuadramiento serían clave para conseguir la movilización de amplia base que dio cobertura al golpe de Estado del 18 de julio y legitimó a posteriori al régimen franquista.
Quizá alguno pueda llegar a pensar que mi comparación es excesiva. Una advertencia. La democracia no podemos darla por conquistada ni es eterna. Poco ha se ha producido la detención de 25 presuntos terroristas de extrema derecha, a los que se atribuye la planificación de un golpe de Estado en Alemania. Los arrestados, Ciudadanos del Reich, de ideología neonazi, pretendían tomar por las armas el Parlamento, secuestrar a los diputados, formar un Gobierno militar de transición y desmontar las instituciones de la República Federal.
Vinculados con el movimiento QAnon, promotor de delirantes teorías conspiratorias, las semejanzas del complot con el asalto al Capitolio de Estados Unidos son claras. Que dos de los países más avanzados del mundo se enfrenten a estos hechos es una prueba de los peligros para la democracia. Entre los sospechosos hay antiguos oficiales del Ejército, un expolicía, una juez y exdiputada del partido ultra Alternativa por Alemania (AfD) Birgit Malsack. La infiltración de neonazis en las instituciones del Estado son evidentes. ¿Existe en España infiltración de la extrema derecha en Ejército, Policía, Justicia, Política y Medios? Si existe, los peligros son claros. Avisados estamos, no vayamos a retornar a periodos tenebrosos de nuestra historia.
Son tres escenarios con evidentes diferencias entre sí, pero con cosas en común. Los tres vinieron precedidos por una presunta victoria inesperada de los socialistas, la de 1993, la de 2004 y la 2019. Y las tres se han centrado en temas que están por encima o al margen de la habitual contraposición ideológica entre izquierda y derecha, como el terrorismo y la cuestión territorial, cuestionando la capacidad del Gobierno, y con una constante descalificación de éste y del presidente.
Una actitud que ha sido retroalimentada y potenciada también por los medios de comunicación, como he comentado ya, muy politizados en España que no sólo han incurrido en el negativismo mediático –primar el ataque al rival más que la defensa del candidato o partido más próximo–, sino que han aprovechado esta polarización para aumentar sus niveles de audiencia; visto el incremento de las tertulias políticas, llegando a ocupar las franjas prime time, y la virulencia que suelen tomar. La actitud desarrollada por el PP ha sido muy dañina. Una oposición desleal, que no respeta ciertos límites, puede desgarrar el sistema político.
No obstante, esta estrategia de la crispación del PP basada fundamentalmente en estos temas (terrorismo y Cataluña), además de poco ética, le ha sido poco eficaz electoralmente. ZP venció claramente en las elecciones de 9 de marzo de 2008 y Sánchez en las del 20-N de 2019.
El PP siempre ha mantenido un discurso especialmente duro, e incluso beligerante, en el tema del terrorismo. Mas, dejando sus declaraciones, la legislación antiterrorista desarrollada por PSOE y PP demuestra que las diferencias son solamente relativas. Ambos han negociado y han llevado a cabo traslados a Euskadi. Y lo más importante, que uno de los aspectos que los españoles más han valorado en este campo ha sido el acuerdo. Hoy ETA solo preocupa al PP. Manuel García-Margallo admitió en prime time televisivo cuando trasladó su confesión de un miembro del PP vasco: «Desde que no nos matan, no tenemos proyecto». En absoluto preocupa a la gran mayoría de la sociedad española, que se siente muy satisfecha de la desaparición de esa pesadilla.
Una de las encuestas en los meses anteriores a las elecciones (CIS de enero de 2019) mostró que la actitud del electorado español en relación con la «situación de Cataluña» es mucho más moderada que la mantenida por el PP durante la campaña electoral. Para el 72% de los españoles la solución debe incluir el diálogo con Cataluña en lugar de la «política de mano dura».
Por lo expuesto, considero que el PP debería reflexionar sobre su estrategia de crispación.