Los medios de comunicación nos piden, a nosotros los espectadores impotentes, que no nos preocupemos demasiado por las atroces imágenes de Alepo que nos muestran. Los cadáveres de niños cuyos miembros asoman entre los escombros, o civiles desplazados asesinados junto a sus tristes maletas en las esquinas de las calles destruidas, no son el fin […]
Los medios de comunicación nos piden, a nosotros los espectadores impotentes, que no nos preocupemos demasiado por las atroces imágenes de Alepo que nos muestran. Los cadáveres de niños cuyos miembros asoman entre los escombros, o civiles desplazados asesinados junto a sus tristes maletas en las esquinas de las calles destruidas, no son el fin del mundo. Al contrario, son el precio a pagar para librarnos de unos terroristas que tomaron como rehenes a esas v íctimas durante años, y, por tanto, la muerte espectacular de los habitantes de Alepo es culpa de los terroristas.
Los aviones rusos, los barriles de dinamita de Bashar al-Asad y los francotiradores de Hezbollah se limitan a hacer que llegue más rápido el fin del dominio terrorista de «Daesh y Al-Qaeda». Todos se han convencido de que el régimen de Asad ha logrado vencer al ataque mundial, y tampoco pasa nada si las redes muestran algo de dolor e imágenes de niños con abrigos rojos que ocultan el color de su sangre sobre el suelo para que el mundo vea el gran servicio que Moscú, Teherán y Damasco le están haciendo al deshacerse de esos monstruos del terrorismo.
Me viene a la mente una frase del difunto pensador francés Jean Baudrillard: «Nos presentan Disneyland como si se tratase de un lugar imaginario para convencernos de que el resto del mundo es real». Un truco similar es el que llevan a cabo Vladimir Putin, Ali Khamenei y Bashar al-Asad: Alepo es la excepción, y el resto del mundo disfruta de la paz y la seguridad gracias a los esfuerzos que hacemos en Alepo, el lugar imaginado, para que se quede así, alejado de vosotros, un lugar donde sus terroristas no pueden haceros daño. Sentimos molestaros con las imágenes de sangre y destrucción, y quizá hayamos bombardeado uno o dos hospitales, y hayamos matado uno o diez niños, pero miradlo por el otro lado: e stáis sentados en vuestras casas viendo la televisión. Quizá sintáis pena o rabia, no pasa nada. Aguantaremos vuestra irritación en vuestro propio interés, que conocemos mejor que vosotros.
El Disneyland del mundo contemporáneo, Alepo, debe convencernos de que muere como precio a pagar por nuestro bienestar. Si Disneyland es el lugar al que van nuestros sueños – que vemos sabiendo que no son más que sueños – , y del que saldremos tras una visita previamente pagada al «mundo real», lleno de detalles de la monótona vida cotidiana, lo mismo sucederá con Alepo. Esta matanza terminará pronto y volveremos a nuestra seguridad que le debemos a quien se adelantó a la expansión del terrorismo y lo combatió en su lejano origen antes de que llegara a nuestras casas y amenazara a nuestros hijos.
Sin embargo, esta idea que quieren implantar los profesionales y principiantes de la mentira ignora que la realidad tiene múltiples entradas al margen de su muerte, que anunció Baudrillard, y que la realidad sigue siendo capaz de levantarse y dar un bofetón a quien ha anunciado su muerte, del mismo modo que la historia ha vuelto y ha humillado a quien anunció su final. También ignoran que el terrorismo no es solo lo que vemos en París, Niza, Bruselas y Raqqa, o las víctimas del sur de Beirut, sino que también lo son los asesinatos de los civiles de Al-Gouta con gases venenosos, la destrucción de Homs y Alepo, los cadáveres que fotografió César [1], y el asesinato de los detenidos bajo tortura.
Quien considere que la destrucción de Alepo le va a salvar de un destino similar, que espere, dada la interconexión del mundo y la interrelación de la realidad, la llegada de nuevas formas de destrucción al umbral de su casa. Puede que los aviones Sukhoi y los barriles de dinamita no intervengan en las próximas batallas, pero sus mensajes nos llegarán sin lugar a dudas en los intentos de monopolizar la verdad, ahogar las diferentes voces y dominar impudentemente la verdad a la hora de decidir el destino y el futuro, tal y como vemos en Líbano, con el pretexto de la autoridad que Dios les ha concedido.
[1] Más información, aquí.
Publicado por Traducción por Siria