En esta sociedad tan sumisa de la que formo parte, con una dosis menos que homeopática de rebeldía, el amo practica sin ataduras un sadismo psicopático con los excluídos. Los occidentales subidos al bienestar y al consumo durante mucho tiempo hemos sido muy indolentes con la exclusión forzosa de los pueblos empobrecidos o de los […]
En esta sociedad tan sumisa de la que formo parte, con una dosis menos que homeopática de rebeldía, el amo practica sin ataduras un sadismo psicopático con los excluídos. Los occidentales subidos al bienestar y al consumo durante mucho tiempo hemos sido muy indolentes con la exclusión forzosa de los pueblos empobrecidos o de los indigentes. Ahora que la crueldad nos acierta con sus zarpazos, mil frenos nos atenazan para ejercer alguna forma de insurrección y los pataleos miran más las pequeñas pérdidas al «nosotros» que las grandes explotaciones al «losotros» de siempre.
Las ansias de hueco propio en el sistema excluyente son mayores que los anhelos de una transformación para recoger a los marginados; el cuidado de nuestras satisfacciones personales o familiares es más esmerado que el estudio de la maquinaria de la frustración; la atención de los deseos individuales llega más hondo que nuestro compromiso con el bien común; a lo más que llegamos en nuestros impulsos de indignación es a la manifestación mansa de la mano de los agentes sociales o a una espontánea acción con el miedo de sobrepasar los límites porque la represión espera al lado de la línea; reclamando la devolución del oasis en medio del desierto.
No lo digo como una queja del redactor de estas líneas al resto de los mortales, sino más bien como un lamento de que el instinto popular de lucha por un mundo mejor está muy exhausto. El capital ha perfeccionado las fuerzas de producción y los canales de la acumulación al mismo tiempo que ha ajustado las herramientas de dominación, anulando las facultades de contrapoder o de poder autónomo.
Últimamente pregunto a las personas que no llevan su indignación (normalmente por algo que le toca más de cerca) más allá de la tertulia de café o del coro de los centros de trabajo por qué no participan en las acciones espontáneas de protesta y constitución de grupos de acción o iniciativas de autonomía. Me expresan su falta de ilusión en obtener algo con ese sacrificio, negativa a participar en algo que consideran (erróneamente) ilegal o su miedo invencible de que ocurra algo fatal, cuando no algún impedimento de la rutina (uno diferente cada vez). Rutina, miedo, errónea urbanidad, desencanto colectivo. Al lado de las respuestas que me dan, tengo la sensación de que no hay una conciencia colectiva extendida del camino que hay que tomar, como si las décadas de hipnosis del sufragio y la delegación nos impidieran hacer caminos propios.
Algunas fuerzas políticas se han proclamado como la referencia de la rebelión en el momento de la oposición y en las campañas. Luego, con capacidad de influir, nos han explicado que la rebelión consiste en apoyar o incorporarse a gobiernos que eligen las políticas antipopulares con cara de «yo no fui». Ese caso muestra tristemente la verdadera energía de la rebelión, erradicada del lenguaje de las mayorías y entonada sólo en las palabras por las minorías visibles.
En este ambiente de indiferencia social y de aferramiento a un capitalismo en transición hacia fórmulas cada vez más excluyentes en el occidente donde alcanzó alguna inclusión por medio de la democracia, el bienestar y el consumo de las masas, es inaudito encontrar iniciativas de verdadera rebelión. Es obvio que el sistema absorbe sin ningún despeine las huelgas generales, las manifestaciones masivas, las campañas informativas. De hecho, muchas de ellas más que críticas con los consensos del régimen son más bien instrumentos para propiciar el cambio de turno en el bipartidismo.
La expropiación de alimentos
En este ambiente de dominación, nos ha sorprendido la acción del Sindicato Andaluz de los Trabajadores, que han entrado en grandes superficies a expropiar alimentos de primera necesidad para repartirlos. Gaspar Llamazares lo ha calificado de «acto simbólico de denuncia«. El mismo Juan Manuel Sánches Gordillo lo considera una «mini expropiación» (Entrevista al Alcalde de Marinaleda). Diego Valderas coincide en el fondo, pero no en las formas.
¿Es esto rebelión?. Desde luego, se aproxima más a la rebelión que la fórmula promovida por Diego Valderas y secundada por Izquierda Unida en Andalucía. Entrar en un gobierno en el que no sólo no se van a dar pasos hacia alguna forma de socialismo, sino que se alejan incluso de los principios del capitalismo con bienestar social con las decisiones y ejecuciones de recortes, desde luego no es ninguna forma de rebelión.
Con todo el mérito que esto tiene en los tiempos que corren, donde la lógica del sistema atrapa hasta los que convocan a la rebelión, hay que decir que en los términos en los que se plantea la «miniexpropiación» no es tampoco rebelión. Por su intención de denuncia, de simbolización, de reconocida casuística. No es rebelión porque una golondrina no hace verano. Pero tampoco le corresponde a la golondrina hacer el verano y a la golondrina simplemente le toca acercarse cuando el verano llega.
Sería rebelión si eso ocurriera muchas veces, constantemente, hasta poner al capitalismo de las grandes empresas en entredicho y en una situación de incertidumbre contraria a su acumulación tranquila actual. O fue otro amago de rebelión quedarse en las plazas cuando las instituciones habían ordenado al pueblo allí presente que se fuera a casa, donde se estaba más cómodo. O habría rebelión si el paseo por el Congreso del 25S cuaja y las calles le demuestran a las instituciones que algunas veces la alineación de planetas, razones, conciencia, organización… da al pueblo un poder capaz de forzar cambios.
Una erosión del sistema. Quiero decir que las expropiaciones de alimentos o las ocupaciones de inmuebles vacíos para vivir o crear centros culturales (Kukutza) o de tierras abandonadas que nunca se reparten con una reforma agraria pueden formar parte de la rebelión. Es la actuación directa y colectiva contraviniendo la aplicación de la ley que el sistema hace (en otro artículo explicaré que estas acciones pueden tener cabida en la ley actual). Es una acción contra la aplicación convencional de la ley pero dentro de los patrones morales de la izquierda, repartir renta de forma autónoma y directa desde grandes empresas hasta excluídos (lo que debería hacer el Estado si el gobierno no estuviese colonizado por la oligarquía). Es una acción en la que los actores asumen el riesgo de que el sistema use la ley para reprimir, una acción valerosa.
Un sistema en paralelo. Se me ocurre que puede ser minusvalorada por quienes no reconocen el valor de las acciones parcelarias desde la autonomía de los grupos. Cada vez tengo menos reparo en asumir la enorme capacidad y belleza de las acciones autónomas, sin esperar una eternidad que venga un Estado conquistado por los humildes. Estas acciones de contravención de la aplicación regimental de las leyes son hermanas de las acciones emprendidas para producir alimentos fuera de la red capitalista, difundir información alternativa, cooperativas de crédito, … mucho por hacer.
Un cambio de sistema. No son contradictorias, sino complementarias, con las metodología de crear conciencia, organización, participación para cambiar gobiernos, leyes y constituciones.
Estamos tan huérfanos de rebelión que todos los tientos serán recibidos por mí con una bienvenida. Puede ser que la rebelión no venga jamás o que llegue y equivoque el rumbo, pero siempre hay que llamarla y pedirle que tenga la inteligencia de integración global de pueblos, géneros, generaciones y personas. Lo que está claro es que la sumisión presente nos lleva ordenadamente hacia el caos, más para unos que para otros.
Samuel García Arencibia, autor del blog Utópico terminando el prólogo