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El alcalde salmantino manipula las palabras que Unamuno lanzó en 1936 contra los fascistas

La fuerza contra la razón

Fuentes: El Periódico

La rebelión militar del 18 de julio de 1936 no obtuvo el éxito inmediato que esperaban sus impulsores y, a finales de julio, sólo había triunfado en los territorios no peninsulares –salvo Menorca–, en un tercio de las guarniciones (Galicia, cuenca del Duero y cuenca alta del Ebro) y en las ciudades de Pamplona, Vitoria, […]

La rebelión militar del 18 de julio de 1936 no obtuvo el éxito inmediato que esperaban sus impulsores y, a finales de julio, sólo había triunfado en los territorios no peninsulares –salvo Menorca–, en un tercio de las guarniciones (Galicia, cuenca del Duero y cuenca alta del Ebro) y en las ciudades de Pamplona, Vitoria, Zaragoza, Cádiz, Sevilla y Granada. A finales del verano, el ejército franquista, con la decisiva ayuda militar de los regímenes fascistas de Alemania e Italia, había ocupado Extremadura y la parte occidental de Castilla La Nueva, consiguiendo unificar bajo un mismo mando todas sus fuerzas.

El avance franquista se acompañó de una terrible represión. El episodio más sangriento fue en Badajoz, donde el general Yagüe hizo fusilar a todos los presos republicanos. Donde inicialmente había triunfado la sublevación, la represión alcanzó su punto culminante a final de julio y durante agosto. Las fosas comunes condenaron al silencio a miles de víctimas, como las de El Pedroso de la Armuña (a 30 kilómetros de Salamanca).

Fue tan cruel y despiadada la represión que algunos intelectuales, que inicialmente habían apoyado la sublevación, dieron marcha atrás y la condenaron. Tal fue el caso de Miguel de Unamuno, que contaba 72 años y era rector de la Universidad de Salamanca en octubre de 1936, cuando mantuvo un duro enfrentamiento con el general José Millán Astray. Según Hugh Thomas (La guerra civil española), el día 12 se celebraba en el paraninfo de la universidad salmantina el Día de la Raza. El acto estaba presidido por el rector y asistían, entre otros, Millán Astray, José María Pemán y Carmen Polo, esposa del dictador, que había fijado su residencia en la ciudad el 1 de octubre, cuando fue nombrado generalísimo y jefe del Estado. En el acto, algunos oradores alabaron el fascismo y atacaron a Catalunya y Euskadi, que el fundador de la legión definió como «cánceres en el cuerpo de la nación» que el fascismo exterminará. Alguien del público gritó «Viva la muerte», el lema de la Legión, y el mismo Millán Astray culminó su intervención con los gritos de rigor, «¡España, una!»; «¡España, grande!»; «¡España, libre!»; mientras los falangistas hacían el saludo fascista.

«Abajo la inteligencia»

Miguel de Unamuno tomó entonces la palabra: «Quiero hacer algunos comentarios al discurso –por llamarlo de algún modo– del general Millán Astray… Dejaré de lado la ofensa personal que supone su repentina explosión contra vascos y catalanes. Yo mismo, como sabéis, nací en Bilbao. El obispo… es catalán, nacido en Barcelona». Y añadió: «Acabo de oír el necrófilo e insensato grito, viva la muerte … El general Millán Astray es un inválido. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero desgraciadamente en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta el pensar que el general Millán Astray pudiera dictar las normas de la psicología de la masa. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo como se multiplican los mutilados a su alrededor». En ese momento, Millán Astray gritó: «¡Abajo la inteligencia! ¡Viva la muerte!». A lo que el rector, en la que sería su última intervención pública puesto que permaneció en arresto domiciliario hasta su muerte, el 31 de diciembre de 1936, contestó: «Éste es el templo de la inteligencia. Y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha».

La contundencia de la respuesta de Unamuno no deja lugar a dudas sobre su condena del fascismo aunque inicialmente hubiera apoyado a los facciosos y, en 1932, junto con José Ortega y Gasset, se hubiera opuesto al Estatuto de Catalunya. La utilización de sus palabras por el alcalde de Salamanca, Julián Lanzarote (PP), tergiversa la historia, ya que hace una apropiación perversa de unas palabras dirigidas contra los facciosos. Reclama la unidad de un archivo que es fruto del botín de guerra –el «derecho de conquista» que invocó hace unos años Gonzalo Torrente Ballester– y cuya única unidad es el rastro de sangre derramada por la represión llevada a cabo gracias a la información contenida en los papeles incautados.

* Antoni Segura. Catedrático de Historia Contemporánea.