Todo ejército extranjero, incluso el israelí, llega a sufrir en Líbano. Entonces, ¿por qué Bush Blair después de sus inevitables desastres en Afganistán e Irak creen que una fuerza dirigida por la ONU va a sobrevivir en la frontera sur libanesa? Claro, a los israelíes les encantaría que se desplegara es hora de que Occidente […]
Todo ejército extranjero, incluso el israelí, llega a sufrir en Líbano. Entonces, ¿por qué Bush Blair después de sus inevitables desastres en Afganistán e Irak creen que una fuerza dirigida por la ONU va a sobrevivir en la frontera sur libanesa? Claro, a los israelíes les encantaría que se desplegara es hora de que Occidente sufra las bajas, pero es probable que Hezbollah la considere aliada de Israel y no, como los libaneses se han apercibido, protectora de Líbano. El último ejército de la OTAN que llegó a este país tuvo que abandonar tras ser literalmente volado en pedazos por atacantes suicidas.
Con qué ligereza han borrado los gobiernos estadounidense y británico los relatos de la vieja fuerza multinacional que llegó a Beirut para escoltar la salida de los guerrilleros palestinos de Líbano, en agosto de 1982, y luego, después de la matanza de más de 1.700 palestinos en Sabra y Chatila por la milicia libanesa aliada de Israel, regresó para proteger a los supervivientes y extender la soberanía del Gobierno libanés. ¿Les suena familiar? Y también llegó para adiestrar al Ejército libanés y fracasó. Despedazados por atacantes suicidas en su cuartel de Beirut, con la pérdida de 241 vidas estadounidenses, los marines se refugiaron en el subsuelo, cavando túneles bajo el aeropuerto de Beirut.
Y allí vivieron hasta que el recién adiestrado Ejército libanés se disgregó en 1984, cuando Reagan decidió «reubicar» sus tropas fuera de la costa. Como otras famosas reubicaciones la de las tropas napoleónicas fuera de Moscú, o la última de Custer, representó un desastre nacional, un golpe colosal al prestigio estadounidense en la región y una advertencia de que tales aventuras libanesas siempre acaban en lágrimas. Franceses e italianos se fueron poco después. Los británicos fueron los primeros en salir.
Entonces, ¿cómo puede alguien creer que el siguiente ejército extranjero que llegue a la carnicería libanesa va a tener mayor éxito? Cierto, aquella fuerza multinacional no gozaba del respaldo de una resolución del Consejo de Seguridad. Pero ¿desde cuándo ha sido Hezbollah susceptible a las demandas de la ONU? No se ha desarmado, como ordenó la resolución 1.559, y uno de los ejércitos guerrilleros más recios del mundo no va a entregar sus armas a un puñado de generales de la OTAN.
Pero la mayor parte de la fuerza será musulmana, nos dicen. Puede que sea cierto y que los turcos cometan la imprudencia de participar. Pero, ¿van a aceptar los libaneses que los descendientes del odiado imperio otomano gobiernen parte de su nación? ¿Permitirá el sur chiíta que soldados musulmanes sunitas sean sus nuevos amos?
Plan de Washington y Tel Aviv
En realidad, ¿cómo es que no se ha consultado a la población del sur de Líbano acerca del ejército que supuestamente vivirá en sus tierras? Porque, desde luego, no acude para protegerla. Irá porque israelíes y lestadounidenses quieren que les ayude a dar nueva forma a Medio Oriente. Eso tiene sentido en Washington donde el autoengaño rige la diplomacia casi tanto como en Israel, pero los sueños estadounidenses se convierten en pesadillas de Medio Oriente.
Y esta vez observaremos muy de cerca la desintegración de un ejército dirigido por la OTAN. Afganistán e Irak son hoy tan peligrosos que ningún reportero puede atestiguar la carnicería y atrocidades que se perpetran como resultado de nuestros proyectos para la región, condenados al fracaso. En Líbano asistiremos a un desastre que sólo podría ser evitado por el único paso diplomático que Bush y Blair se niegan a dar: hablar con Damasco.
Cuenten los días o las horas
Así pues, cuando este último ejército extranjero llegue a Líbano, cuenten los días o las horas antes de que reciba el primer ataque. Luego volveremos a escuchar que combatimos el mal, que «ellos» Hezbollah, los palestinos o cualquier otro que planee destruir «nuestro» Ejército detestan nuestros valores, y luego, por supuesto, nos dirán que todo esto forma parte de la «guerra al terror»… la estupidez que Tel Aviv pregona. Y después quizá recordemos lo que Bush padre dijo cuando los aliados de Hezbollah lanzaron ataques suicidas contra los marines: que la política estadunidense no sería doblegada por una partida de «insidiosos y cobardes terroristas».
Sabemos lo que ocurrió después. ¿O lo hemos olvidado?