Traducido del inglés por Beatriz Morales Bastos
Se suele decir que una persona sabia puede ver más desde las profundidades de un pozo que una tonta desde lo alto de una montaña. También se dice que una persona sabia aprende de los errores de otras personas, una imbécil de sus propios errores, pero una tonta ni de los errores de los demás ni de los propios.
Por desgracia, estos dichos se aplican plena y exactamente a la Autoridad Palestina en Ramala respaldada por Estados Unidos. Su estupidez trasciende la realidad ya que continúa repitiendo una y otra vez los mismos estúpidos errores.
Igual que un borracho irredimible que bebe tanto que empieza a pensar que es la mejor persona sobre la faz de la tierra, la AP parece absolutamente convencida de que es un «Estado» o, al menos, un Estado en ciernes; de que tiene «autoridad», incluso «soberanía», cuando el hecho es que no tiene ni una ni otra.
¿Cuántas violaciones tiene que cometer el ejercito israelí contra nuestras ciudades, que se supone están bajo la «exclusiva responsabilidad» de la AP, para que nos convenzamos de que nos estamos mintiendo a nosotros mismo y de que se nos está mintiendo?
Desgraciadamente, estas fantasiosas convicciones por nuestra parte se ven reforzadas por el frecuente trato de Estado que los gobiernos occidentales otorgan a la AP.
Los jefes de Estado estadounidenses y europeos que visitan Ramala dan rutinariamente la impresión de que están haciendo una visita de Estado a un Estado soberano.
Igualmente, la alfombra roja que con frecuencia se tiende al presidente de la AP, Mahmoud Abbas, para recibirlo en las capitales occidentales sugerirían que los palestinos finalmente han conseguido liberarse de su ocupación que es similar a la de los nazis.
La impresión podría estar justificada porque, después de todo, un pueblo que languidece bajo una ocupación militar extranjera generalmente no tiene presidentes, gobiernos, ministros, fuerzas de seguridad y burocracias descomunales. Y cuando los tienen, a estos gobiernos y presidentes se les suele llamar «colaboradores», «colaboracionistas» o «Judenrate»*.
Israel y Estados Unidos conocían desde sus mismos inicios la realidad de la AP. Por lo tanto, lograron crear los «símbolos» de autoridad e incluso de categoría de Estado, como llamar a la maxima autoridad de la AP «presidente» y a los operarios de ésta «ministros», y conceder los más altos honores militares a los oficiales de seguridad palestinos, muchos de los cuales están tan versados en ciencias militares como yo lo estoy en lenguaje marciano.
Curiosamente, todo esto ocurría mientras la AP sucumbía al estatuto de suplicante vencido que sigue mendigando a Israel permisos para viajar o determinados favores, con frecuencia personales … porque «debemos cumplir nuestros compromisos según los acuerdos firmados».
Pero, por supuesto, la mayoría de los palestinos se dan cuenta de que la AP no tiene autoridad o soberanía reales ya que su propia existencia y supervivencia depende casi por completo de que Israel las acepte.
Ahora esta Autoridad Palestina está urgiendo a las facciones políticas palestinas a que acepten organizar «elecciones presidenciales y parlamentarias» lo antes posible para formar un gobierno que pueda «dirigir el país».
Pues bien, ¿realmente nos hemos convertido en el hazmerreír del mundo? ¿Nuestra estupidez y nuestra locura han trascendido la realidad?
Lo digo porque ¿cómo diantre podemos celebrar genuinas elecciones bajo esta ocupación similar a la nazi a la luz de los «experimentos» que hicimos en 2005 y 2006, cuando la Gestapo judía, también conocida como fuerzas de seguridad israelíes, secuestró a cientos de candidatos y de cargos electos, incluso antes de que tuvieran oportunidad de asumir sus cargos?.
Por lo tanto, quiero preguntar a los señores Mahmoud Abbas, Salam Fayyadh y a sus cohortes y adláteres si Estados Unidos y Europa les da alguna garantía de que Israel vaya a permitir que se celebren elecciones libres y justas, y de que Israel vaya a respetar los resultados de tales elecciones en caso de que se celebren.
En 2005 cubrí las elecciones municipales en la ciudad de Dhahiriya, a 25 kilómetros al este de Hebrón. Recuerdo que la víspera de las elecciones el ejército israelí asaltó allí las casas de varios candidatos locales, incluyendo la del aspirante a alcalde y la de su segundo porque daba la casualidad que tenían «puntos de vista no conformistas».
Cuando ambos hombres fueron finalmente liberados de la custodia israelí muchos meses después contaron a los periodistas cómo el ejército israelí trató de justificar su secuestro diciéndoles que «ustedes deben saber que aquí la soberanía pertenece a las fuerzas de defensa israelí y no al pueblo palestino».
Igualmente, recuerdo que tras las elecciones parlamentarias de enero de 2006, el ejército israelí podía detener deliberadamente a miembros del consejo legislativo [el parlamento palestino] e incluso a miembros del gobierno en los controles de carretera y obligarles a permanecer ahí de pie durante varias horas para que los vieran los demás palestinos que pasaban por el control. El mensaje era muy claro.
Hoy la inmensa mayoría de estos palestinos que son tanto alcaldes y concejales electos como miembros del consejo legislativo siguen languideciendo en prisiones y campos de concentración israelíes, o bien sin un juicio y sin cargos, o bien con cargos inventados y poco sólidos como «representar una amenaza para la supervivencia del pueblo judío» y «constituir un peligro mortal para la seguridad de la zona».
Imaginemos, además, cómo reaccionaría Israel si las elecciones a las que ahora están llamando los altos cargos de la AP produjeran un nuevo grupo de dirigentes a los que la clase dirigente sionista llamaría «terroristas» por negarse a hace lo que se le antoja a Israel.
Lo más probable es que Israel los detendría en una única una redada y el pueblo palestino reviviría la misma pesadilla que está viviendo ahora, incluso antes de que sean liberadas de la custodia israelí las personas al las que el pueblo palestino eligió la vez pasada.
No estoy diciendo que deberíamos descartar completamente el concepto de celebrar elecciones. Sin embargo, debemos que tener sólidas garantías de que Israel respetará el resultado de las elecciones y de que se abstendrá de arrestar y acosar a los candidatos y ganadores.
Y si se demuestra que es imposible alcanzar estas condiciones previas esenciales debido a la intransigencia israelí, entonces tendríamos que olvidarnos de celebrar semejantes elecciones. Entonces quizá tendríamos que pensar en desmantelar a la AP de una vez por todas puesto que ya se ha convertido en el devastador responsable de minar la moralidad de nuestra justa causa.
A fin de cuentas no debemos engañarnos a nosotros mismos otra vez porque si lo hacemos seremos algo más que el hazmerreír del mundo. Seremos nuestros peores enemigos.
*N. de la t.: El Jundenrat era el Consejo Judío organizado por los nazis durante la ocupación.
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