Bustarviejo es un municipio de 2.500 habitantes situado en las faldas de la Sierra de Guadarrama (Madrid). A la entrada del pueblo hay un camino de tierra que acaba a las puertas de La Caperuza, una cuidada finca que la suave brisa de la montaña refresca en las calurosas tardes del verano. Su dueña es Laura Martínez (Madrid, 1992), veterinaria de campo, pastora, “y ganadera sostenible de un hermoso rebaño de cabras” que evitan que los incendios se vuelvan fieros e incontrolables. Son 175 cabritas bomberas, cada una con su nombre en wólof, el idioma de su marido, también pastor. Brincan ladera arriba y limpian un área de 18 hectáreas de vegetación indómita. Un trabajo esencial para un mundo que se resiste a alterar su modo de vida y sus hábitos de consumo. “Creo que lo mejor es reducir el consumo de carne y que la que se consuma sea de calidad, procedente de proyectos sostenibles, de ganadería extensiva que trabaje con una orientación ecológica”, confiesa esta mujer que cuando habla de estas cosas mira a los ojos con la dureza que le exige el campo. “El principal problema son los precios que impone el mercado. Son ridículos. Y no podemos hacer nada porque quienes lo imponen son los distribuidores y las grandes factorías”. Madre de un niño de nueve meses, compagina con su marido la conciliación de las tareas domésticas y profesionales. “No es que haya pocas mujeres ganaderas, sino que hemos estado silenciadas. Nadie nos tenía en cuenta. Y aunque eso está cambiando sigue siendo complicado”, concluye con una sonrisa de felicidad. “Es que soy feliz. Me siento libre”.
¿Qué es “ganadería ecológica”?
La denominación correcta de nuestro proyecto es “ganadería sostenible”. No estamos certificadas como “ecológica” aunque la hemos equilibrado en todos los aspectos para que funcione sin exprimir los recursos naturales y sin causar daño al medio ambiente ni a los animales ni a las personas que trabajamos en ella. Nos importa muchísimo el trato a los animales. Las cuidamos, las queremos y trabajamos con ellas de forma que estén lo más a gusto posible. Y luego está el respeto a las personas que trabajamos aquí. Todos tenemos nuestro horario, nuestro salario digno y nuestras vacaciones.
Usted, además de ganadera, es pastora.
Sí. En la ganadería extensiva hay que salir todos los días a pastorear. Las cabras mantienen y regeneran la biodiversidad de la finca y contribuyen a la sostenibilidad del medio ambiente en toda esta zona.
Mantienen el monte limpio.
Sí, conservamos una franja cortafuegos de 18 hectáreas.
Es decir, lo que usted pastorea son cabritas-bombero.
Efectivamente (risas). Estos tres últimos años hemos mantenido esas 18 hectáreas sólo con la acción de las cabras. No hemos necesitado introducir máquinas, que son las que se cargan la biodiversidad. Pero es que, además, las cabras favorecen la resemillación del monte, abonan el campo y aportan un montón de beneficios a la sostenibilidad que sólo se pueden conseguir mediante la ganadería extensiva.
¿Cuántas cabras tiene?
Ahora 175. Tenemos 140 adultas en producción, cuatro machitos y el resto son chivas de reposición, es decir, cabritas pequeñas que se quedan en la granja por si se produce alguna baja y hay que sustituirla.
Supongo que cada una tendrá su nombre.
Las conozco a todas. Mi marido, que es de Senegal, les pone nombres muy bonitos. En wólof.
¿Habla con ellas?
Muchísimo. Luego digo, ¡cualquiera que me oiga! (risas). Pero, bueno, mantengo con ellas una relación diferente a la que puedo tener con un perro, que para nosotras es un compañero de trabajo imprescindible y forma parte de la familia. A las cabras las quiero mucho. Cada vez que una muere, me llevo un disgusto enorme.
También tendrá que sacrificarlas. ¿No le apena cuando llega ese momento?
Sí, los cabritos. A mí me cuesta mucho, y más procediendo de la ciudad. Al principio me decía pero cómo voy a sacrificar yo a un animal así. Pero todo es hacerte. La muerte es una consecuencia de la vida y la gente demanda carne. Quiero decir que la consume.
¿Cuál es su opinión sobre la reducción del consumo de carne?
Estoy de acuerdo. Creo que lo mejor es reducir el consumo de carne y exigir calidad. Es decir, que la que se consuma proceda de proyectos sostenibles, de ganadería extensiva que trabaje con una orientación ecológica que evite utilizar productos químicos en su producción. La carne de la ganadería extensiva, pastoreada y vendida directamente al consumidor es muchísimo más sana y está muchísimo más rica que la que usted puede encontrar en un supermercado.
Pero la competencia de las macrogranjas industriales es brutal, ¿cómo se las arreglan para sobrevivir?
Sacando los permisos para vender carne directamente al consumidor, que es la única manera de sacar rentabilidad a proyectos como este. Y también trabajamos con otros ganaderos que manejan los mismos ideales que nosotros. Colaboramos con un ganadero de Bustarviejo a quien da gusto ver cómo cuida sus terneras. Además, pertenezco al colectivo “Ganaderas en Red”, un grupo de mujeres de toda España que trabaja la ganadería extensiva y que estamos unidas para prestarnos ayuda mutua.
Sin embargo, las dificultades para introducir sus productos en un mercado dominado por las grandes empresas deben de ser enormes.
El principal problema para nosotras son los precios que impone el mercado. Son ridículos. Vendes la carne y la leche por debajo de su coste de producción. Y no podemos hacer nada, porque quienes determinan esos precios son los distribuidores y las grandes factorías. Con esos parámetros, la ganadería sostenible no es viable económicamente. Así que para darle la vuelta tienes que exprimirte, transformar la leche en quesos y comercializar la carne directamente con el consumidor. Otro hándicap es que tampoco contamos con mataderos disponibles y para rematarlo están el lobo y el oso.
¿No me diga que le causan problemas?
No. Nosotras guardamos las cabras de noche y tenemos mastines que las cuidan. Así que no hemos tenido problemas. Si implantas medidas de seguridad, el riesgo de ataque es mucho más bajo. Además, esta zona no es de influencia directa del lobo. Suelen estar en el Puerto de Canencia y, aunque a veces pasan cerca, no viven aquí. Sin embargo, tengo compañeras que conviven con el lobo y el oso y para ellas es un inconveniente.
Pero el lobo y el oso son especies amenazadas. No podemos sacrificarlos en aras de la producción ganadera. ¿Es imposible convivir con ellos, como siempre se ha hecho?
Por supuesto que se puede. Que exista el lobo, el oso y el lince es imprescindible para la vida. Es que son depredadores necesarios para la fauna que tenemos. Pero a la hora de aplicar medidas se debería tener en cuenta la opinión de la gente que trabajamos en el medio rural. No puede ser que introduzcan estas especies en áreas donde son incompatibles con la subsistencia de agricultores y ganaderos. En lugar de introducirlas por decreto, deberíamos hablar entre todos para ver cómo podemos hacerlo sin que nadie sufra perjuicios por ello. Que sea bueno para la especie y bueno también para la gente que trabajamos en el campo. Le aseguro que ningún ganadero quiere que se extingan el oso y el lobo, pero ver como un día se comen todo el esfuerzo, el físico y el económico, invertido en tus animales sin que nadie te pague por ello resulta un poco duro. Es complicado, pero entre todos podemos encontrar un equilibrio.
¿Considera necesario el movimiento asociativo y el sindicalismo agrario?
Me parece imprescindible potenciarlo. En el campo deberíamos desarrollar más la mentalidad asociativa. Por eso me gusta tanto Ganaderas en Red. Es cierto que no peleamos lo suficiente en la mejora de los precios, pero trabajamos mucho en visibilizar la ganadería extensiva y en el protagonismo que tiene la mujer en este sector. La reivindicación es la única forma de hacerte oír y de que te hagan caso. Sólo unidas tendremos fuerza.
El mundo del campo sigue estando muy estereotipado. Es un sector tradicionalmente asociado al hombre. ¿Por qué no hay tantas mujeres ganaderas?
No es que haya pocas mujeres, sino que hemos estado silenciadas. Hay tantas como hombres pero eran ellos los que estaban dados de alta y los que daban la cara en las gestiones. La mujer siempre ha estado ahí, trabajando con los animales, cuidando de la casa y de los niños, pero sin reconocimiento. Nadie nos tenía en cuenta. Y aunque eso está cambiando, sigue siendo complicado. Bustarviejo, por ejemplo, es un pueblo muy emprendedor, con un montón de iniciativas de gente que vino de la ciudad para tener una vida mejor y hay bastantes negocios gestionados por mujeres. Sin embargo, a veces parece que no te toman en serio cuando pides información y te preguntan por el marido, por el jefe, para cerrar un acuerdo. Cuando ven que la responsable es una mujer siguen quedándose un poco sorprendidos.
Es madre de un niño de nueve meses. ¿Cómo lleva la conciliación una mujer ganadera?
Es difícil porque siendo tan pequeñito creemos que es mejor que esté con nosotras que en una guardería. Es verdad que es complicado, que tenemos que hacer una especie de tetris con nuestros quehaceres diarios para estar con él, pero es lo que toca en estos momentos. Yo me lo llevo todos las mañanas a la quesería y dos días a la semana se lo queda mi pareja para que esté con él. Nos turnamos según las necesidades de cada uno, porque con los animales hay veces que va todo bien pero otras, todo se tuerce.
¿Es caro el acceso a la tierra?
El acceso a la tierra es supercomplicado. Para mí fue la principal barrera para sacar adelante este proyecto. El problema es que los dueños no quieren vender terrenos ni tampoco alquilarlos. Y luego hay extensiones que ya no tienen propietario, que están abandonadas, pero no hay forma de acceder a ellas. Esta finca, por ejemplo, tiene 150 hectáreas y pertenece al Ayuntamiento de Bustarviejo. Por lo tanto es pública, pero se adjudica cada cuatro años. También tenemos los pastos comunales de toda la vida pero, claro, cuatro años de margen para que fluya un negocio es insuficiente. Por eso le digo que entre que es difícil encontrar tierra y que las condiciones que te ofrecen no son las más adecuadas, los proyectos sostenibles son inestables. Respecto al precio, depende. En Madrid, muchos son inasequibles. Te obligan a hacer grandes inversiones.
¿Qué es para usted vivir bien?
Pues tener una vida sencilla y digna. Para mí no es tener una mansión sino vivir como quiero. Tenemos una casa estupenda, en alquiler, con jardín pero no por capricho sino porque me gusta el campo. Contamos con el apoyo de mis padres. Mi madre, por ejemplo, viene por aquí y lo mismo ordeña a las cabras que las pastorea. Y mi padre, igual. Ahora lo que quiero es que mi hijo pueda tener todas las oportunidades posibles para que pueda elegir libremente qué quiere ser de mayor.
¿Es feliz?
Mucho, muchísimo. No cambiaba un sitio así por nada del mundo. Quitando el invierno, que en Bustarviejo es un poco duro y se hace largo, el resto es felicidad. Me siento libre.