En los años 90 del siglo pasado una guerra se extendió por todo el África central a partir de la región de los grandes lagos. Dado el número de países de la región que terminó viéndose implicados en la misma se la terminó denominando también como la primera guerra mundial africana. La evocación de esos […]
En los años 90 del siglo pasado una guerra se extendió por todo el África central a partir de la región de los grandes lagos. Dado el número de países de la región que terminó viéndose implicados en la misma se la terminó denominando también como la primera guerra mundial africana.
La evocación de esos sucesos viene a cuento por la similitud, salvando las distancias, con la actual situación en Siria. También ahora la situación podría llevar a una extensión de la guerra por Oriente Medio. Como decíamos en un artículo anterior (Tres posibles desenlaces de la ola de revoluciones árabes) Siria es la clave de bóveda de las rebeliones que vienen sacudiendo el mundo árabe. Aún a riesgo de forzar la comparación con la que hemos empezado este artículo, podríamos asimilar el papel de Siria con el del antiguo Zaire entonces, una guerra civil en la que se van involucrando cada vez de manera más intensa diferentes países de la región y extrarregionales, y un gigantesco desplazamiento de refugiados que huyendo de la guerra civil se diseminan por toda la región y ayudan a desestabilizar a algunos de los países fronterizos.
La guerra en Siria, como se ha recordado ya por varios analistas, no va a comenzar con la amenaza de bombardeo de dicho país por parte del imperialismo a raíz de la matanza con armas químicas de cientos de civiles en Damasco, se trata de una guerra que se ha cobrado ya decenas de miles de muertos. Ni tampoco dicho bombardeo sería el inicio de la intervención norteamericana en este país, que lleva mucho tiempo apoyando, armando y entrenando a los grupos más moderados de oposición al actual régimen. En todo caso se trataría de un salto cualitativo en la escalada de la guerra y de la intervención. Siria es el segundo país, después de Libia, en que la ola de rebeliones que sacude el mundo árabe se transforma en guerra civil, pero tampoco se puede afirmar que vaya a ser la última. Egipto se ha acercado también a ella con el golpe militar de julio y la sangrienta represión de agosto de este año contra los Hermanos Musulmanes.
Y en la guerra civil que padece Siria hace tiempo que están involucrados diferentes países y actores regionales e internacionales. Apoyando al gobierno de El Assad se encuentran por orden de más a menos implicación (con combatientes, armas, o apoyo político y diplomático) Hezbollah, Irán, Rusia y China. Mientras que los diferentes sectores de la oposición son, a su vez, apoyados por Al Qaeda, Arabia Saudí, Qatar, Turquía, Egipto (hasta el derrocamiento de los Hermanos Musulmanes), EE.UU. y la Unión Europea.
Todo ello traduce la guerra civil en el seno del islamismo llevada a cabo entre chiitas y sunitas de un lado, y en el seno del campo sunita de otro que, a su vez, es una lucha por la hegemonía en la zona entre los diferentes aspirantes a potencias regionales, fundamentalmente Arabia e Irán.
En cuanto a las potencias extrarregionales los motivos de la implicación son diversos. Rusia tiene en el actual régimen sirio el único aliado de la zona que le proporciona, además, su única base naval en el Mediterráneo. EE.UU. intenta mantener su cada vez más difícil papel de potencia hegemónica -a la vez que vela por los intereses de Israel, que mantiene hasta ahora un perfil bajo en el conflicto sirio-, pero se encuentra con que una parte de la oposición está formada por grupos cercanos a Al Qaeda y, además, arrastra la estela de fracasos y desórdenes que ha ido creando en sus diferentes intervenciones en esa zona. Francia y Gran Bretaña son antiguas potencias colonialistas de la región y, también quieren mantener un cierto grado de influencia.
Todos estos actores saben que el desenlace de la guerra civil en Siria no va a tener como en Libia consecuencias casi exclusivamente internas (y decimos casi porque el desenlace libio tuvo consecuencias en Mali), sino que alterará la actual correlación de fuerzas entre los diferentes aspirantes a potencias regionales y el curso de la guerra civil en el seno del islamismo.
No es que la guerra civil en Siria deba leerse exclusivamente en clave geoestratégica -la sangre y el sufrimiento los están poniendo el pueblo sirio que se levantó contra una tiranía buscando unas condiciones de mayor justicia- pero se ha convertido en un factor determinante en el desarrollo y desenlace del conflicto.
Como decíamos más arriba, Siria es el segundo caso, después de Libia, en que las revueltas de la denominada primavera árabe desembocan en una guerra civil, sin contar el tercer caso, Egipto, que ha terminado por el momento en un golpe militar y también le pone al borde de la guerra civil. Esto pone en evidencia, primero, que la resistencia de los sectores del antiguo régimen que se intenta derrocar son capaces de frenar las revueltas y llevarlas a una derrota o un empate catastrófico. Segundo, que llegados a ese punto son otras las fuerzas que toman el protagonismo, como las organizaciones islamistas o las potencias regionales o extrarregionales, poniendo en juego intereses u objetivos diferentes de los que animaron las revueltas en su inicio.
Por último, es necesario hacer referencia a la diferente posición de la opinión pública mundial entre los preparativos para la guerra de Irak y ahora la de Siria, pues es evidente el contraste con las grandes movilizaciones anti-guerra de hace 10 años. Lo expuesto más arriba puede ayudar a buscar una explicación a este hecho y, más en concreto, podemos adelantar algunas hipótesis al respecto. La primera explicación puede encontrarse en la percepción de la diferencia entre la entonces agresiva administración de Bush, con su grosera manipulación de las pruebas sobre las armas de manipulación masiva, y la dubitativa administración de Obama bloqueada, de un lado por la necesidad de intervenir para mantener su imagen de fuerza y hegemonía imperial y respaldar sus amenazas y, por otro lado, por el temor a una escalada que la lleve a otra derrota en esa región y termine reforzando a los fundamentalistas de Al Qaeda. La segunda es que frente a los objetivos de la apertura de una guerra en toda su extensión, incluyendo la invasión de Irak y el derrocamiento del régimen de Saddam de hace 10 años, ahora solo se habla de una campaña de castigo de alcance limitado al gobierno sirio por sus crímenes sin plantearse ni cambiar el curso de la guerra ni el derrocamiento de El Assad. En tercer lugar porque, como indicábamos anteriormente, no se trata de iniciar una guerra, sino de una intervención más intensa en una que ya lleva tiempo en curso. Y cuarta, quizás porque la coalición que intenta formar EE.UU. aún no se ha plasmado y no está claro que países podrían intervenir.
Pero el que no haya las manifestaciones anti-guerra como las que precedieron a la campaña de Irak no quiere decir que la corriente principal de la opinión pública esté a favor o sea indiferente. El rechazo a los planes de Cameron por el parlamento británico es una prueba clara de ese rechazo -justamente en un país cuyo gobierno había decidido participar en los ataques- y un temor claro por parte de la clase política a repetir los errores de Irak, Afganistán o Libia. Este revés político en el principal aliado de EE.UU. ha trastocado todos los planes de éste, y de una intervención inminente se ha pasado a la necesidad para Obama de buscar mayor legitimidad, al menos interna, para la intervención. Los próximos días serán decisivos con tres aspectos cruciales, el resultado de la votación en el Congreso de EE.UU., las conclusiones del análisis de los inspectores de la ONU, y la capacidad de EE.UU. de levantar una coalición mínimamente creíble para intervenir.
En cuanto a las posiciones de la izquierda al respecto, en las que ha vuelto a reproducirse el debate anterior con ocasión de la guerra de Libia, me remito a la segunda parte del artículo que publiqué con ocasión de la guerra en dicho país (Un salto en las revoluciones árabes con su internacionalización) que creo que sigue siendo totalmente válido solo con cambiar el nombre de Gadafi por el de El Assad.
Nota
[i] Se pueden consultar otros artículos y libros del autor en el blog: http://miradacrtica.blogspot.com/ , o en la dirección: http://www.scribd.com/sanchezroje
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